"Fake News" en Televisa

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Antiguamente, cuando se comprobaba que una información era falsa, no se difundía. Se echaba al cesto de basura. Parecía muy atractiva para ser destacada en primera plana o en los principales espacios electrónicos, pero el medio, al descubrir que no era cierta, la excluía de inmediato. Ahora resulta que hasta una sección especial tienen los viernes en la televisión comercial.

¿Por qué? ¿Para qué? ¿Es ético propagarlas o repetirlas aunque aclaren que se trata de “fake news”?. En español el término es bulo, que sería el más apropiado para utilizar en México. Si el objetivo es anularlas de esa manera, el efecto puede ser contrario, porque seguro hay quien de por hecho que al salir en la “tele” y replicar lo que muchas veces tiene origen en las redes sociales, convalida, confirma, el contenido de esa supuesta “noticia”.

Una sección especial en televisión para “fake news” es demasiado, es alimentar lo negativo, porque no todas esas informaciones alcanzan un nivel que obligue a desmentirlas. No todas generan confusión o pueden convertirse en una amenaza para la seguridad de la propia sociedad.

Antes se hablaba de rumor, era el término usual para llamar o calificar las informaciones que carecían de verosimilitud. Si el rumor era fuerte o crecía, alguien salía a decir que no era cierto y ahí quedaba todo. Entre los periodistas, otro de los términos usados era “volada”. Incluso al compañero que incurría en esa falta, era objeto de bromas con el comentario: “volaste o estás volando”. Entonces nadie se ocupaba en darle una sección especial a los rumores o a las “voladas”.

El rumor o “fake news” o bulo o “volada” no pueden ni deben tener una sección especial. Cuando surjan, es suficiente con que ningún medio serio las reproduzca. La gente ya está consciente de que en las redes sociales abundan las mentiras y ha empezado a no tomarlas en serio cuando descubre informaciones que no tienen sentido, sustento ni coherencia. Se caen por su propio peso.

Claro que hay expertos en crear “fake news”, bulos o “voladas”, con intenciones oscuras, para confundir o desacreditar famas. Los medios deberían esmerarse en no hacerles el juego y la llamada policía cibernética proceder para desactivar el foco de contaminación.

Un rumor, una “fake news” o una “volada” pueden tener consecuencias desagradables, indeseables. Alterar el orden o inducir a crear un ambiente adverso y hasta peligroso para la población. El antídoto es decir pronto que son informaciones falsas o rumores.

Darles un espacio determinado como lo hace el canal 2 en su noticiario estelar es hacerles el “caldo gordo”, como se dice cuando alguien lleva a cabo una acción que engrandece lo que no merece ser engrandecido.

Ojalá que los directivos de dicha empresa revaloren la conveniencia de ese espacio, porque hay una enorme distancia entre “las mangas del chaleco” que reproduce desaciertos o cosas chuscas de la vida cotidiana y las “fake news” que reproducen lo falso.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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