Cuando la boca sangra, ni el “cubrebocas” funciona. Era el caso de Enrique, veterano veracruzano radicado en la Ciudad de México desde los noventas. En plena crisis de la pandemia, tenía problemas con sus encías, consecuencia de apretar los dientes por el estrés.
En las mañanas, al despertar, observaba que tenía sangre en la boca. Tomaba de inmediato pañuelos desechables, uno tras otro, para quitársela, hasta que viera terminar el sangrado. La primera vez, supuso que tenía reventada una úlcera, corrió al hospital, al área de emergencias. La recepcionista apuró la atención. El médico encontró que la presión estaba normal. Hizo preguntas propias para este tipo de casos. Su diagnóstico preliminar fue que su mal tenía que ver con el cuidado bucal y de ahí necesidad de acudir con un dentista u odontólogo.
La valoración médica lo tranquilizó. Enrique tenía en su directorio dos dentistas a las que visita regularmente para la limpieza semestral, nada más que en estos tiempos del Coronavirus cerraron consultorios.
Para su fortuna contaba con el número celular de la asistente de una de ellas. La enteró por WhatsApp del problema. Ofreció que avisaría a la doctora Anel y en el curso del día daría respuesta. Le recetó una pasta y un gel dental, para tratamiento de 15 días.
Continuó el sangrado en los siguientes días. Estaba más que asustado y no quería volver al hospital, mucho menos después de leer el riesgo de infección que existe cuando hay pandemia. Cada mañana el sangrado. Peor porque no podía masticar nada, solo consumía comida blanda. Empezó a sentirse débil. Retrataba el interior de su boca con una selfie. También miraba el espejo para escudriñarse. Llegaba la noche y no quería ir a la cama. Tenía terror de que al estar dormido, como venía ocurriendo, apretara dientes y sangraran las encías.
Su agobio aumentaba con la noticias cotidianas, el recuento de víctimas, la falta de suministros médicos. Nervioso de pies a cabeza, hipocondríaco, pensaba que podía amanecer muerto, desangrado.
Con su semáforo mental en color rojo, alarmado, debilitado, deprimido, creyó que encontraría las palabras para convencer a la doctora de que lo atendiera con urgencia. Elaboró su mensaje por WhatsApp, era un ultimátum para la dentista. Implícitamente le advertía que sería su responsabilidad si algo le pasaba. Cuidó no ser ofensivo, pero sí firme en su petición.
Pronto vino la respuesta: “siga el tratamiento y lo veo en tres o cuatro semanas”.
¿Y ahora qué hago?, se preguntó el angustiado Enrique.
Tomó tiempo para analizar su caso, respiró hondo y profundo, se dejó caer sobre su sillón favorito.
Reflexionó, hizo un recuento de la atención que ha recibido de la dentista en varios años; recordó que ha sido acertada y siempre le ha dicho la verdad; creíble y confiable. Entonces, Enrique concluyó que debía obedecer sus indicaciones.
Al día siguiente, dejó de sangrar, mejoraron sus encías y ya podía masticar.
Ultimátum a dentista
Typography
- Font Size
- Default
- Reading Mode