Como cada diciembre, los preparativos, los platillos tradicionales, el clásico pavo, su especialidad, esperado por sus acostumbrados invitados. El ritual de las fiestas, la Navidad y la llegada del nuevo año, empezaba con la selección de ingredientes, en dos o tres visitas al supermercado.
Paciencia y calma para adquirir lo necesario, para el menú de las cenas, la de Noche Buena y la del último día del año que se va. Porciones para una mesa de diez personas. Y algo más para los que quieran repetir o el recalentado al día siguiente. Asegurarse de la calidad de la materia prima, porque del cocinado, ella misma se encargaría, con la ayuda de uno de sus hijos varones.
Se impuso la costumbre. A pesar de la pandemia, volvió a comprar el mismo número de productos alimenticios, como si fuera un hecho la asistencia de invitados. La variante económica, por la escalada inflacionaria de los precios. Uno de los cambios: ya no pudo hacer la selección de manera directa, no pudo ir o no quiso ir a ninguna tienda, para evitar el riesgo de contagio. Surtió la despensa con servicio a domicilio.
Igual que en años anteriores, las compras y preparativos con días de anticipación a las fechas tradicionales.
El nombre de la protagonista es Martha, habitante de la Ciudad de México, ama de casa que vive con su hijo menor pero ya mayor de edad. Nivel socioeconómico medio. Entusiasmada con las fiestas de diciembre. Entre los dos se esmeraron en cocinar pavo, lasagna o lasaña, rosca de reyes, panecillos de canela y un flan. Compraron el pan blanco. Un día antes de las tradicionales fechas, el menú estaba listo, en su punto. Una botella de sidra para acompañar y para el último día del 2020 las infaltables uvas.
Como en años anteriores, adornaron la mesa, el mantel navideño, las flores de ocasión, artículos de temporada. Santa con farol en mano. El nacimiento iluminado con focos pequeños y multicolores. La música navideña para animar a los comensales.
Todos los platillos sobre la mesa, para diez invitados, para imaginar que en algún momento llegarían a degustarlos. Sabían de antemano que no sucedería porque a nadie le llamaron por teléfono con ese motivo. Era solo para soñar por unos segundos en la normalidad. Para imaginar el convivio acostumbrado, las risas, el intercambio de recuerdos, el recuento del año a punto de partir, los propósitos del año nuevo, el brindis, comer las doce uvas, algo de alcohol o cerveza, vino espumoso. Abrazos y buenos deseos.
Los únicos que al final cenaron en las dos ocasiones, el 24 y 31, fueron doña Martha y su hijo. Los únicos que brindaron, platicaron y rieron como si estuvieran ahí los invitados. Comieron un poco de todo. Intercambiaron regalos y, como católicos, agradecieron a Dios sus bondades y dones, en particular la salud.
Cenas sin precedente que esperan no se repitan y que para el próximo diciembre, reaparezcan los invitados.
Demasiada comida para dos, así que la mayor parte fue a dar al congelador. Suficiente para más de una semana.
Habían organizado sus fiestas casi como siempre. Esta vez sin invitados, pero al cuidado de lo más valioso de la vida: la salud.
Fiestas sin invitados
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