Imaginé al poeta chiapaneco Jaime Sabines con un tarro de pulque en mano, dándole gusto al paladar, curado de nance, fruta cosechada en su estado; los lentes sobre la mesa y el cigarro en el cenicero. Supuse que había sido consumidor de la bebida, pero pronto su biógrafa Pilar Jiménez Trejo aclaró que sus aficiones etílicas eran otras.
Me vino a la cabeza la idea porque esta vez Pilar presentó “Sabines, apuntes biográficos” en la Pulquería Insurgentes de la Ciudad de México. Tampoco ella es aficionada al néctar. Para la ocasión optó por el producto de cebada. Igual sus invitados.
Carlos Martínez Rentería, promotor cultural de este lugar, no desperdició la oportunidad para hablar de su admirado poeta, del dolor que le causó al enterarse de su muerte, en marzo de 1999.
El impacto lo hizo buscar el consuelo en el alcohol. Después de una ración tequilera, decidió ir a la funeraria. Personal del Estado Mayor Presidencial lo conminó a retirarse. Intervino Julio, hijo del poeta. Por el aprecio al periodista y también escritor, lo identificó como parte de la familia. Así pudo Carlos permanecer en el concurrido velorio.
La nota de la noche en la Pulquería, la dio Pilar. Enteró a los presentes que hay obra inédita del maestro Sabines y que puede salir a la luz. Saldría con el título “Los poemas rescatados”.
Escritos que Sabines archivó, quizás porque no alcanzaron su visto bueno para publicarlos. Los dejó en libretas que utilizaban en su casa para llevar el control de la venta de telas, negocio familiar.
La decisión de que aparezcan “Los poemas rescatados” corresponde a sus hijos. Existe la duda porque Jaime no especificó lo que se debería hacer con dicho acervo, una vez que partiera. ¿Quería o no que se publicaran? Es la pregunta. Seguro que la sociedad respondería unánimemente por la afirmativa. La última palabra la tienen los herederos.
Especializada en la vida y obra de Sabines, recordó un momento dramático, triste. Lloró. Le permitieron entrar a verlo cuando estaba enfermo. Apenas observó su ingreso a la habitación, la recibió con el comentario de que le regalaría el libro que estaba sobre el buró. “Te lo voy a dedicar”. Tomó una pluma para escribir en la primera página. La miró y preguntó: “¿Cómo te llamas?”. A Pilar le rodaron las lágrimas. El poeta estaba tan minado por su enfermedad, que no recordaba el nombre de quien había convivido con él en los últimos diez años por la elaboración del texto biográfico.
Libro que ya no conoció el poeta.
La periodista Lola Corrales, quien estuvo en esta presentación, comentó que el chiapaneco, para rubricar las fiestas, recitaba Los Amorosos.
Carlos, el promotor cultural, también concluyó de esa manera el evento nocturno. Leyó obra de Jaime Sabines.
Lento, amargo animal
que soy, que he sido,
amargo desde el nudo de polvo y agua y viento
que en la primera generación del hombre pedía a Dios.
Amargo como esos minerales amargos
que en la noches de exacta soledad
-maldita y arruinada soledad
sin uno mismo-
trepan a la garganta
y, costras de silencio,
asfixian, matan, resucitan.
Amargo como esa voz amarga
prenatal, presubstancial, que dijo
nuestra palabra, que anduvo nuestro camino,
que murió nuestra muerte,
y que en todo momento descubrimos.
Amargo desde dentro,
desde lo que no soy,
-mi piel como mi lengua-
desde el primer viviente,
anuncio y profecía.
Lento desde hace siglos
remoto –nada hay detrás-,
lejano, lejos, desconocido.
Lento, amargo animal
que soy, que he sido.
Sabines en la Pulquería
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