La novedad de la historia que hoy te cuento es que quienes la platican, lo hacen como si hubiera sucedido ayer. Su autor y protagonista, quizás sin saberlo, ha conseguido que de boca en boca su tema haya permeado mucho más que a través del video con escasa producción que tiene en YouTube. Él mismo ha narrado en grupos humanitarios y religiosos lo que le sucedió en agosto 1990, cuando fue secuestrado por una cuarteta de encapuchados.
En este mes de mayo se cumplen 16 años de que logró escapar de sus captores, encerrado en una casa de Puebla.
Se trata del arquitecto Bosco Gutiérrez Cortina, integrante de numerosa familia de empresarios, dedicados a la construcción y otros negocios. La idea no es tocar la herida e incomodar al arquitecto, porque sin duda estos asuntos marcan para toda la vida. Tampoco se pretende analizar el patrimonio familiar ni los vínculos que pudiera tener con personajes de la política.
En punto es otro, en el contexto de la inseguridad que prevalece en el país y la forma en que reacciona la sociedad ante un episodio de esta naturaleza. Una vez que logró salir de su cautiverio y recuperarse, ha participado en conferencias para detallar su historia.
Quienes lo han escuchado, de manera directa, han grabado el relato en su memoria y cuantas veces tienen oportunidad, en reuniones familiares o de amigos, sacan el tema y lo recuerdan como si acabaran de escuchárselo al arquitecto Bosco Gutiérrez Cortina.
Lo que más los ha conmovido es la fe y la fortaleza religiosa, la confianza en Dios del protagonista que nunca abandonó la oración y que llegó a conseguir que los secuestradores, el 24 de diciembre, se sentaran para escucharle hablar del significado de la Navidad.
Cuando suponía que su fin había llegado porque la condición de que el pago millonario se hiciera en Brasil era imposible, el gobierno de este país no autorizó la transacción con fundamento en su ley que no permite arreglos con delincuentes, pudo escaparse en los días siguientes.
Bosco había hecho una ganzúa con el resorte de un camastro, pero también ya le habían advertido los secuestradores que no volvería a ver a su familia ante cualquier intento de huir.
Uno de los secuestradores se bañaba, el otro dormía con metralleta sobre las piernas y el tercero que vigilaba afuera, no estaba. Decidió intentarlo, abrir la primera puerta con su ganzúa y de ahí hasta la calle. El primer taxi al que se subió, no lo quiso llevar, por su aspecto, sucio y barbudo. El segundo se animó con el ofrecimiento de pago doble por el viaje de Puebla a la Ciudad de México; sin embargo, al llegar a la caseta de peaje, el chofer estuvo a punto de arrepentirse, con el pretexto de que el auto se le había descompuesto. Cambió de opinión cuando Bosco sugirió rezar. Arrancó de nuevo el automóvil. Así hasta la casa de sus padres en la Ciudad de México. El taxista se hizo su amigo.
Para el arquitecto Bosco Gutiérrez Cortina fue un milagro en mayo, hace 16 años.
Milagro Gutiérrez Cortina
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