Esto que te voy a contar nunca antes lo has leído. Es la historia del periodista que estuvo en la prisión de máxima seguridad “El Altiplano”, en el municipio de Almoloya, estado de México, pero no de visita sino dentro, entre los grandes de los grandes del crimen organizado.

Todavía es hora que nadie ha dado una explicación satisfactoria de porqué lo llevaron a ese lugar cuando fue acusado de un infundio y de un supuesto delito que ni siquiera tiene calificación de grave. Por si fuera poco, fue torturado en ese sitio y hasta hoy hay resistencias para indemnizarlo.

Permaneció en el Altiplano cinco días.

O sea que le consta lo que pasa en ese lugar. No se le contaron, lo vivió en carne propia.

Ahí se escucha hasta el zumbido de una mosca, el aleteo de una mariposa. No hay conversaciones secretas. Recuerda el periodista que en el mismo pasillo estuvieron los generales, cada uno en lo que llaman estancia. En alguna ocasión uno de los internos les preguntó si sabían quien era responsable de que los hubieran encarcelado solo por los dichos de un testigo protegido. Todos los que estaban en esa zona se enteraron de la respuesta de los militares.

Es realmente un penal de máxima seguridad, funciona, nada se mueve sin que sea observado. Las luces nunca se apagan y las cámaras de video tienen una función permanente. La normatividad interna es rigurosa. Hay pase de lista dos veces al día, mañana y tarde. Quienes lo hacen se cercioran de que la foto que traen en su álbum corresponda a la persona que está tras las rejas.

Son tan cuidadosos que cuando en el caso del periodista se percataron de que en la foto aparecía con un rasguño en el rostro, como consecuencia de la tortura, pronto ordenaron que volviera a ser fotografiado.

Voces y sonidos recorren con facilidad los pasillos. Se escucha hasta cuando llega un nuevo interno, cuando se abre la primera puerta metálica. Se escucha el sonido de cada puerta que se abre y se cierra. Hay una hora en la que sin excepción, todos deben estar en su litera para dormir, a las 21:00 horas. Nada de movimientos extraños porque es sabido que de inmediato pueden ser investigados y reprendido el que los hace.

Por su complexión, delgada, al periodista le resultaba grande el ancho de la litera que en ese espacio era posible quedar fuera del foco de la cámara. La primera vez que lo hizo sin intención alguna, no faltó quien le advirtiera que siempre tenía que estar a la vista.

La regadera se visita para bañarse, como sucede en cualquier casa. Nadie se mete con ropa. Tampoco el baño se usa para lavarla, para eso está el lavabo y, en esas mismas estancias tiene que secarse.

Como regla para el uso del escusado o tasa de baño, se tiene que jalar la palanca apenas se produzca el primer desecho, porque de lo contrario el olor se va a recorrer pasillos y estancias.

Se escucha todo y se perciben todos los olores.

Hasta el zumbido de una mosca o el aleteo de una mariposa, que no hay en “El Altiplano”, pueden ser escuchados.

Te despierta muy temprano la respiración agitada de los que “corren” y hacen ejercicio en espacios de dos por tres metros.

Parte de la “vida” en el penal de máxima seguridad.

El periodista, que soy yo, ya acreditó su inocencia, nada más falta que se le reconozca.

-Bety ya está libre -dijo Diana Garay Viñas en la enésima presentación de su premiado documental Mi amiga Bety.

La noticia golpeó como un rayo y destensó rostros después de ver el drama de la película que describe y relata la historia de una mujer que pasó 10 años un mes en prisión.

-Fue absuelta, ganó el amparo.

-¿Platicaste con ella?

-Me habló por teléfono.

-¿Qué te comentó?

-Está adaptándose, vive en Iztapalapa con una señora que vende café y conoció en la cárcel. Me habló por su celular.

Diana no dio más detalles de esa conversación con la que ha sido su amiga desde la escuela primaria. Está convencida que su documental contribuyó a que se revisara su caso y fuera liberada.

Bety, una mujer de clase media, que estudió en instituciones privadas, única hija, fue acusada de dar muerte a su madre. Sentenciada a 30 años de cárcel, víctima de un proceso que evidenció irregularidades, basado en supuestas contradicciones en sus declaraciones y dichos de testigos de oídas.

De hija consentida y mimada, con todas sus necesidades elementales satisfechas, pasó a vivir la pesadilla como reclusa en el penal de Santa Martha Acatitla de la ciudad de México, abandonada por su familia, por su novio que desapareció el mismo día que la detuvieron. Los investigadores armaron la historia de que ella asfixió con una cuerda a su progenitora.

El drama, como está contado en el documental, te deja sin saliva la boca.

Decidí verlo porque se programó para ser exhibido en un bar, en un expendio de licores en la colonia Roma.

¿En un bar?

Sí, ahí.

Conocía la historia y no imaginaba como alguien podía beber una cerveza, un pulque u otro etílico y ver esa película.

Había por lo menos un veintena de jóvenes, en un espacio del inmueble acondicionado para ese propósito, para actividades culturales, porque también realizan presentación de libros y muestras pictóricas. Raro pero en estos tiempos todo puede ser y pasar, nada es sorpresivo.

Fueron no más de cinco muchachos los que se tomaron una cerveza durante la película. No más. La historia te atrapa desde el primer momento que no te suelta ni para ir al baño.

La boca termina seca y más por el vaso con palomitas que distribuyeron al principio del filme.

Definitivamente no era una película “palomera” como les dicen ahora a las que tienen como único fin el entretenimiento.

Mi amiga Bety, dirigida por Diana Garay, deja huella.

Carlos Martínez Rentería, coordinador de este tipo de eventos, no superó la depresión ni con la noticia de que Bety ya está libre.

-Estoy deprimido- me confesó.

Los demás cinéfilos los vi tranquilos. Respiraban y dejaban atrás la tensión. Relajaban rostros, sin llegar a la sonrisa. Tampoco los entusiasmó mucho el anuncio de que seguiría música para bailar. La verdad, salir de ese trance no es sencillo.

¿Qué estará haciendo Bety?- me pregunté.

Tal vez, por la hora, ya haya conciliado el sueño- supuse.

-Si estuviera aquí, le invitaría una cerveza –alcancé a escuchar a una mujer.

Lo seguro es que a Bety nadie le va a reponer los 10 años 1 mes que pasó tras las rejas.

María Aura con un lenguaje punzante para ridiculizar la actuación de los políticos en el mundo y Juan Velázquez con una mímica de movimientos finos para subrayar los vicios del poder que azotan a la sociedad, hacen que la obra El año de Ricardo  sea impecable sobre el escenario del Foro Shakespeare en la colonia Condesa de la ciudad de México.

Ninguna equivocación, ni de ella con su ráfaga de palabras que pronuncia con limpieza, ni de él al acomodar o quitar el mobiliario escenográfico o expresar su marcialidad.

¿Monólogo?

Aura en el papel de Ricardo es la única que habla. Velázquez quien interpreta a Catesby, el fiel asistente, carece de lengua pero es tal el acoplamiento, el discurso de uno y el silencio del otro, que te imaginas su diálogo. Su entendimiento escénico alcanza el brillo de los famosos cristales Swarovski.

Le dan vida a la historia de un empresario que se convierte en dictador, cínico y criminal, capaz de matar a su hermano y retratarse al lado de figuras mundiales del momento, políticas y religiosas.

Muestra la crudeza de la política, de lo que se hace y se omite para mantenerse en el poder.

Es obra de la española Angélica Liddell y en México está dirigida por Alonso Barrera.

Para su presentación no pudieron haber escogido mejor fecha, justo cuando la nación se percibe agitada.

Su contenido invita a la reflexión.

Cuando ha caído el telón y el director toma la palabra ante un teatro lleno, en el reestreno de El año de Ricardo, no desperdicia la oportunidad de una reflexión breve sobre la situación que se vive en el país y la necesidad de hacer algo para recomponerla.

Nada más que no dijo cómo, se quedó en invitar a reflexionar. Lo mismo que el contenido de la obra, llama a la reflexión.

María Aura, desde que abre la boca para protagonizar a Ricardo, atrapa al público y ya no lo suelta, lo lleva de la mano para mirar el ascenso del dictador, su despotismo y sus tropiezos, los abusos desmedidos y la perversidad. Se viste con la pulcritud que caracteriza a los poderosos que tienen manchadas las manos de sangre.

Juan Velázquez Blanco en los zapatos de Catesby, con una cara maquillada de blanco y guantes blancos para cubrir sus manos, con un traje que delinea su fornida figura, actúa como el asistente ideal del dictador, servil y leal. Incapaz de decir una palabra en contra de su jefe, porque no tiene lengua.

El trabajo de Aura y Velázquez es de primera, el público sale complacido del resultado de su desempeño. Ella apoyada en su experiencia en cine, teatro y televisión. ¿Quién no la recuerda en la película Y tu mamá también de Alfonso Cuarón.  Él con más de 15 años de experiencia en la actuación, egresado de la facultad de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro.

Binomio de éxito con El año de Ricardo.

Así como está México, donde a veces parece que todos están unidos para desbaratarlo, se agradece un remanso de humor y risas. Y no es que se quiera esconder la cabeza como el avestruz, pero la vida también requiere un poco de paz, armonía, alegría, aunque sea pasajera, para no ahogarse en las desgracias y malas noticias.

En cascada acontecimientos desalentadores, homicidios sin castigo, desapariciones, ejecuciones, secuestros, corrupción, impunidad, caída del precio del petróleo, devaluación del peso, inquietud en bolsas de valores, mezquindades, manifestaciones, imposiciones, mentiras, medias verdades, campañas en redes, videos ácidos. Todo con carga negativa.

Si te pido que en este momento me digas una cosa positiva del país, seguro vas a tomar tu tiempo, no es fácil ante lo que ocurre. Sin embargo, haz tu propio balance, sin dejarte influenciar de nada ni nadie, seguro que vas a concluir que hay más cosas positivas que negativas.

Para empezar, aprecia que tienes vida, es lo que se olvida valorar cada mañana y agradecerla. De otra manera, sin ella, no hay forma de protestar, reclamar y exigir justicia. Es la oportunidad de cada uno, gobernantes y gobernados, para cumplir con su responsabilidad.

En la comedia La Familia de Diez, dirigida y protagonizada por Jorge Ortiz de Pinedo lo que sobra es el humor, la historia de una familia numerosa que se adapta a vivir en un espacio de 60 metros cuadros cuadrados, con situaciones chuscas para entretener y hacer reír.

Temporada de una obra que también tiene el propósito de rendirle homenaje a Eduardo Manzano, “El Polivoz” (quien fuera pareja de Enrique Cuenca en “Los Polivoces”, fórmula de éxito en la televisión), merecido, porque a lo largo de su vida en lo que más se ha esmerado es en hacer reír, con un humor familiar, fino, sin caer en el insulto.

Jorge y Eduardo son maestros de la comedia, dominan el escenario, la experiencia les permite improvisar e inyectarle un gesto o una palabra a cada escena que la hace más divertida.

La verdad, los dos están de diez.

Y los demás, los que integran el elenco, no se quedan atrás. Bien por Zully Keith, Andrea Torre, Ricardo Margaleff, Daniela Luján, Mariana Botas, Moisés Iván Mora, Jéssica Segura y María Fernanda García.

La Familia de Diez es una versión de Oscar Sebastián Ortiz de Pinedo, inspirada en la obra de Alfonso Paso El casado casa quiere. En la televisión, estuvo en el canal de las estrellas con el mismo nombre.

Ahora la comedia está en el Teatro Ignacio López Tarso, en San Ángel, en el sur de la ciudad de México.

Es una opción para quien busca un remanso de alegría en un mar de fatalidades.

Fueron horas de tensión. Había un intruso detrás de la puerta, cerca de la medianoche. Era la puerta que dividía la planta baja del primer piso, como una medida de seguridad. La planta baja estaba en mantenimiento de albañilería.

Mi esposa y yo escuchamos el ruido. Nos levantamos con sigilo y temerosos. Nuestra respiración se aceleraba. Los dos hijos varones, de cinco y siete años, dormían con la inocencia que se duerme a esa edad.

 Abrir la puerta era enfrentarse a lo desconocido. Varias veces gritamos “¿Quién?...¿Quién?”. Nadie respondía. Persistía el ruido de un bulto que se recargaba.

No parecía que pretendiera forzar o derribar la puerta.

¿Qué hacer?

Trataba de conservar la calma. No contábamos con ninguna arma, de ningún tipo, para defendernos en caso de una agresión.

Teníamos la certeza de que había alguien del otro lado pero que no parecía realizar acción alguna para meterse.

Mi esposa fue por un “bat” (palo de beisbol) de nuestros hijos.

Reforzamos con improvisados puntales la puerta.

Concluimos que llamar a la patrulla no era lo más conveniente, porque en la oscuridad, suponíamos que los policías dispararían al primer movimiento y habría un hecho de sangre en casa.

Entonces, decidimos quedarnos a velar, estar de guardia toda la noche, esperar a que amaneciera y entonces llamar a la policía.

Así lo hicimos.

Apenas clareó, la llamada al número de emergencia de la policía y el aviso de que un extraño estaba en nuestro domicilio.

En minutos llegó la patrulla. Por fin abrimos la puerta cuando uno de los policía gritó que podíamos hacerlo, que no había ningún peligro.

Respiración profunda y alivio.

El intruso ya estaba en la parte trasera de la patrulla.

Nos explicó el policía que se trataba de un albañil que en la noche, borracho, al ver que la casa estaba en obra, decidió internarse es busca de un espacio para dormir.  Pedimos que lo dejaran ir, no haríamos ningún cargo en su contra. Lo importante era que todos estábamos bien.

Les platico esta historia por el caso del atleta Oscar Pistorius, quien le disparó a un supuesto delincuente encerrado en el baño y resultó que era su novia Reeva Steenkamp. Ha sido sentenciado a cinco años por homicidio culposo, aunque el fiscal están pidiendo una pena mayor porque no cree que haya sido un accidente.

-Debió hacer lo que nosotros –le comenté a mi esposa.

Ella con buen tino hizo la siguiente observación:

-Nada más que él no tiene dos piernas.

Le apuntaron con un revolver en la cabeza y le quitaron el automóvil.

En cuestión de minutos la policía logró recuperar la unidad pero nada de los delincuentes.

Sucedió en la ciudad de México, a dos cuadras del Centro Cultural Helénico, en San Ángel.

Casi media noche cuando sonó el teléfono de la casa, el pasado viernes 21 de febrero.

Crucé los dedos y respiré profundo, porque en ese horario las llamadas telefónicas no son usuales.

Era la voz de uno de mis hijos, el mayor.

-Me asaltaron, a mano armada, me robaron el auto.

-¿Estás bien?

-Sí bien, no te preocupes, ya están aquí varias patrullas.

-¿Dónde estás?

-Por la avenida Revolución

-¿Ibas sólo?.

-Con una amiga.

-¿Está ella bien?

-Sí, bien, no te preocupes. Vamos a levantar el acta, fueron dos delincuentes, nos apuntaron a la cabeza. También llamé a la aseguradora.

-Procuré mantener la calma. Te alarmas pero no te sorprendes, son los riesgos de la inseguridad en una zona metropolitana como la nuestra.

-Conversamos lo necesario para saber donde se encontraba y acudir en su auxilio.

Lo fundamental era que estaban sanos y salvos, él y su amiga.

A los 20 minutos una segunda llamada telefónica de mi hijo.

-Ya encontraron el auto, está en la calle Felipe Ángeles esquina Canarios, colonia Tolteca. Vamos para allá en una patrulla. Trae el duplicado de la llave.

Me parecía increíble, en cuestión de minutos lo habían localizado.

Los delincuentes lo dejaron en un a calle oscura y de cero tránsito nocturno. Se llevaron una computadora, un teléfono, una bufanda y cargadores de teléfonos celulares.

Según uno de los policías, mi hijo se jugó la vida, porque durante el asalto tuvo la osadía de esconder su celular; de haberlo visto uno de los delincuentes, lo más probable es que le hubieran dado un balazo.

Como conservó el teléfono, pronto habló al 060 y dio los pormenores de lo sucedido; es lo que permitió a la policía de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal boletinar las características de la unidad y en minutos ubicarla.

-La abandonaron aquí para que “se enfriara”, así operan, al día siguiente vienen y se la llevan para desvalijarla –comentó otro de los uniformados.

Participaron las patrullas P4331, P4306 y P4377, entre otras, de la delegación Álvaro Obregón.

El policía segundo Gabriel López Ramírez, placa 827923, de la patrulla 4331 tuvo la atención de darnos las explicaciones del caso y custodiarnos hasta la casa.

Pasó el susto, gracias a Dios mi hijo puede platicar esta indeseable experiencia.

Los delincuentes deben de estar preparando el siguiente asalto.

 

 

 

-¿A qué te dedicas? –preguntó uno de los reporteros.

-Soy agricultor.

-¿Qué siembras?

-Maíz y frijol.

Era el año de 1993 y la primera vez que Joaquín “El Chapo” Guzmán había sido detenido.

Como ahora, la noticia corrió velozmente por las redacciones de los medios de comunicación.

Entonces quien esto escribe era reportero de Imevisión (canal 13); por la premura de la información y por estar a la mano, recibí la instrucción de trasladarme con un camarógrafo al penal de Almoloya, ahora del Altiplano.

La verdad, especializado en información política, escaso conocimiento tenía del historial del delincuente. Sabía que era muy peligroso y que por ello lo habían trasladado al penal de máxima seguridad en el estado de México.

Más de veinte reporteros llegaron al lugar y todos, sin excepción, pasaron las medidas de seguridad, que incluyeron quitarse la ropa, uno por uno, revisión minuciosa. Después, a caminar por los pasillos, no se abría una puerta si la de atrás no había sido cerrada desde un centro de control con vidrios blindados y cámaras de video. Entramos a un pequeño patio y ya estaban en el centro, vestidos con ropa del reclusorio, color caqui, “El Chapo” y su novia.

Los reporteros, fotógrafos y camarógrafos formaban una “L”, sin quitarle la mirada al capo.

Acostumbrado a las conferencias de prensa en el mundo político, esperaba que alguien empezara a dar la palabra.

No tenía planeado preguntar, sabía poco de los antecedentes del delincuente.

Los demás compañeros eran de la fuente de policía y con dominio de lo que había que hacer en estos casos.

Empezaron a soltar preguntas.

Se veía tranquilo el detenido, sin perturbarse ante el interrogatorio, con respuestas propias de quien se dedica al campo, no a sembrar droga sino alimentos básicos, granos.

La novia con los labios apretados, sin proferir palabra.

Había que hablar fuerte para que se escuchara la pregunta.

-¿A qué te dedicas?

-Soy agricultor – contestó con un tono de frialdad y seguridad.

La mirada de El Chapo” sin fijarla en nadie.

Cinco preguntas directas con respuestas cortas y se acabó la conferencia de prensa.

La nota, como se dice en el medio periodístico, era la detención de Joaquín Guzmán.

Camino hacia el canal del Ajusco, pensé que de ese sitio, después de ver las medidas de seguridad, ni una mosca es posible que se escape.

“El Chapo” fue trasladado al penal de Puente Grande en Jalisco, con medidas de seguridad similares al de Almoloya o Altiplano, el 22 de noviembre de 1995.

El 19 de enero de 2001, en el gobierno del panista Vicente Fox,  “se escapó” de Puente Grande, supuestamente en un carro de ropa sucia, al que se subió en la zona de lavandería, después de pasar lista. Una historia fantasiosa y de película.

Hoy está de nuevo en Almoloya y fue reaprehendido en un gobierno encabezado por un priísta.

El texto del ministro José Ramón Cossío Díaz estaba escrito de los dos lados de las hojas que llevó para participar en la presentación del libro “Reformar sin Mayorías” de  María Amparo Casar e Ignacio Marván.

Las hojas no descansaban sobre la mesa, las levantaba con sus dos manos para leerlas.

Flanqueado por testigos de lujo como la propia María Amparo y el doctor Sergio López Ayllón, director general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Ambos lo observaban de cerca, constataban que el ministro escribió de los dos lados de cada una de las hojas.

En un momento Cossío pareció perder la línea, buscó en las dos caras de la hoja y pronto encontró donde se había quedado, siguió su intervención.

La última hoja sólo la leyó de un lado, porque ahí terminaba su reflexión sobre el libro de los académicos, sin embargo, se veía que esa hoja ya había sido utilizada en la parte de atrás y para no confundirse estaba marcada con una raya roja.

Por supuesto, hablar de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, tema del libro de Amparo e Ignacio, tiene la mayor relevancia, pero también de una acción que revela cultura ecológica y austeridad de un jurista como el ministro Cossío Díaz.

Sin desperdiciar papel.

Hay que recordar que el 85 % de los papeles que utilizamos proviene de bosques que no se vuelven a regenerar, que mueren y desaparecen.

Además, según estadísticas de organismos defensores de la naturaleza, en los últimos cincuenta años se ha perdido en el mundo una superficie de bosques equivalente a China y la India juntas.

Un árbol produce poco más de 300 hojas blancas de papel, por lo que no faltara quien considere que es una acción menor la del ministro, pero si cada uno de nosotros la hiciera, los bosques estarían más que agradecidos. Son los que ayudan a mantener el equilibrio ecológico y la biodiversidad.

Bien por la cultura ecológica del ministro Cossío que, en este caso, también representa ahorro de pesos públicos.

En los más de 20 años que he ejercido el periodismo, nunca imaginé enfrentar una situación como en la que me ocupo para acreditar mi inocencia en las instancias legales. Más de 40 pruebas he ofrecido, entre ellas diversos testimonios, peritajes y la declaración de mujeres y hombres, una docena de testigos, a fin de que flote la verdad y evitar se cometa una injusticia.

Hago público mi reconocimiento y la confianza que tengo en el poder judicial, en su imparcialidad para desahogar el proceso y hacer valer mi derecho de presunción de inocencia.

Este episodio que para mi ha sido una pesadilla sólo lo puedo entender como consecuencia de una inercia de administraciones anteriores que no cuidaron la pulcritud en el ejercicio de la impartición de justicia y que lamentablemente me llevaron a permanecer cinco días en diciembre pasado en un penal de máxima seguridad, a ser víctima de tortura como se puede observar en las fotografías que acompañan este escrito y sufrir incomunicación.

Fui torturado, brutalmente agredido por personal de seguridad del Centro Federal de Readaptación Social Número 1 “Altiplano”. El Juez Cuarto de Distrito en Materia de Procesos Penales  Federales en el Estado de México, con sede en Toluca, certificó la existencia de golpes y de inmediato dio vista al Ministerio Público para que se investigara el caso.

Cada vez que me golpeaban los agresores, recordaban y me reprochaban que hubiera trabajado en derechos humanos, en la CNDH, en donde mi familia presentó una queja.

Además, hay constancia de que fui puesto a disposición de un juez un día después de ser detenido.

La injusticia que se está cometiendo en mi contra también ha llegado al extremo de pretender cancelar mi derecho al trabajo y proveer a mi familia del sustento que nos permita alcanzar la realización humana.

Se que la voz de la autoridad es la que cuenta en estos procesos judiciales, por lo que lamento que haya quienes se hagan eco de opiniones mediáticas que no corresponden a las instancias legales, que atentan contra la presunción de inocencia e incurren en la difamación.

Está a la vista que el país ha entrado a una etapa de renovación y es lo que me hace, respetuosamente, llamar la atención del licenciado Enrique Peña Nieto, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos; del ministro Jesús Silva Meza, Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; del senador Ernesto Cordero Arroyo, Presidente de la Mesa Directiva del Senado de la República; del diputado Francisco Arroyo Vieyra, Presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados; del licenciado Miguel Ángel Osorio Chong, Secretario de Gobernación; del licenciado Jesús Murillo Karam, Procurador General de la República, de los medios de comunicación y organismos defensores de los derechos humanos, con la certeza de que la  mentira y la invención de presuntos delitos son inadmisibles en un Estado que pregona y busca la justicia en todos los sentidos.

La defensa, con pruebas, la seguiré haciendo, como lo he dicho, en las instancias correspondientes en las que tengo plena confianza.

Mi reconocimiento a los amigos que creen en mi porque saben de mi vida y trayectoria profesional, apegadas a Derecho.

A mi esposa y a mis hijos les digo que los amo.

Respetuosamente,

Arturo Zárate Vite

Periodista

Hasta ahora son 52 mujeres las que han recibido reconocimiento por su desempeño profesional dentro y fuera de nuestro país.

Año con año se ha venido eligiendo a quien se ha distinguido por su actividad en los ámbitos de la cultura, la ciencia, el arte y la política.

Rosario Castellanos, Dolores del Río, María Elena Medina Mora, Fela Fábregas, Julieta Fierro Gossman, Ana María Cetto, Marinela Servitje, Olga Sánchez Cordero y Yoloxóchitl Bustamante, entre otras, han sido premiadas por el Patronato Nacional de la Mujer del Año.

Ahora correspondió a la magistrada María del Carmen Alanis Figueroa, la primera mujer en ocupar la presidencia del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

Es egresada de la Universidad Nacional Autónoma de México y tiene una maestría del London School of Economics.

Fundadora del Grupo de Trabajo de Jurisprudencia Electoral de América.

Su carrera como servidora pública se ha significado en las instituciones electorales y en el poder judicial.

Disciplinada, estudiosa, persistente y plural. La estridencia no es lo suyo. Se concreta a la aplicación de la ley.

El ascenso profesional  la puede llevar en los próximos años a convertirse en integrante de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Por lo pronto, ya tiene otro premio que recibió en un acto que encabezó el presidente Enrique Peña Nieto.

El  doctor Emilio Rabasa Gamboa era el protagonista de la película académica. Se había convocado a ministros y magistrados para que fueran testigos de la develación de una placa con su nombre.

Se le concedió el uso de la palabra. Agradeció las muestras de afecto y el reconocimiento que le hacía el Tecnológico de Monterrey campus ciudad de México.

A su lado estaba el ministro Guillermo Ortiz Mayagoitia, quien está a punto de terminar su periodo en la Suprema Corte de Justicia de la Nación, el último día del mes de noviembre.

Sus palabras dieron un giro de 360 grados. Elogió la trayectoria del ministro y consiguió que los asistentes aplaudieran de pie. El jurista conmovido por el momento inesperado, complacido. Su semblante duro se transformó. Lo iluminó una sonrisa. Estaba contento.

Rabasa compartió el pastel de los reflectores y recordó que fue el propio Ortiz Mayagoitia quien hace seis años inauguró la Sala de Prácticas Judiciales, que el primero fundó para la enseñanza de los juicios orales y en beneficio de los estudiantes de Derecho.

Se develó una placa con el nombre de Emilio Rabasa Gamboa, porque tuvo el tino de crear esa sala, la primera en una institución de educación superior en nuestro país.

Testificaron el acto los ministros Guillermo Ortiz Mayagoitia y Margarita Luna Ramos. La magistrada María del Carmen Alanis, así como los académicos Mario Álvarez Ledesma y Arnoldo Ruiz García.

Los juicios orales en materia penal son diferentes al sistema norteamericano porque en México el juez determina la inocencia o culpabilidad del procesado, no un jurado de ciudadanos, explicó Rabasa.

Ahí mismo el homenajeado presentó su libro La reforma penal de los juicios orales.

Lo que quiere Rabasa es que cada vez haya un mayor conocimiento de estos juicios, que por mandato constitucional tendrán que aplicarse en todo el país, tarde o temprano. Lo que falta es la legislación secundaria. Hasta ahora los únicos que ya terminaron de adaptar sus leyes son Estado de México, Morelos y Chihuahua.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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