Diablillo del periodismo Sociedad Previous Article Bateo de López Obrador Next Article Historia de Juan Manuel, reportero Typography Font Size Default Reading Mode Share This En ocasión de las festividades de fin de año hoy te voy a contar la historia de un personaje emblemático de la llamada contracultura, ejemplo de perseverancia en las letras y en el ejercicio periodístico. Conoce a Jesús Ramírez Cuevas, actual vocero de la presidencia de la República. Han compartido batallas desde su trinchera, en la contracultura.Aclara que no es su amigo, sino su cómplice de banderas a favor de la libertad social y en contra de la imposición. Espera que no se olvide del pensamiento compartido en foros y conferencias. Se trata de Carlos Martínez Rentería, escritor irreverente que describe la contracultura como lo incorrecto, rebelde e incómodo. Lo conozco desde que éramos jóvenes, incipientes en el periodismo y nunca en nuestra interlocución le he escuchado un insulto, ha sido educado y respetuoso. Agradecido con el medio que le abrió las puertas, con El Universal, porque como reportero cultural, le permitió recorrer el mundo, ir a eventos en diversas partes del planeta, encontrarse con artistas, pintores y literatos famosos, con cantantes como Joaquín Sabina. Tener como jefe y amigo a Paco Ignacio Tabio I (QEPD) en ese diario, con el que comía cada tercer día, porque al entonces editor de la sección cultural, gourmet español que llegó exiliado a México, acostumbraba invitar a colaboradores y amigos a su casa. Como periodista se hizo amigo del pintor José Luis Cuevas y del escritor Carlos Fuentes. Hizo llorar durante sus entrevistas al poeta Renato Leduc y al pintor oaxaqueño Rufino Tamayo. A Don Renato al ahondar en el invierno de la vida, cuando se aproximaba el final del que nadie está exento. A Tamayo, por la preguntas que le recordaron el cúmulo de pendientes como artista y persona, inalcanzables. El tiempo nunca será suficiente para nadie, para todo lo que imagina y planea hacer. Conoció también a Gabriel García Márquez y Juan Rulfo. Periodista con suerte, solo una vez logró las ocho columnas del periódico citado, de la primera sección, la principal. Le tocó ser testigo prácticamente del inicio del incendio del palacio legislativo de San Lázaro, en mayo de 1989. Iba en taxi en horario nocturno, pasaba la medianoche, camino a su casa, sobre avenida Congreso de la Unión cuando vio fuego en el recinto parlamentario. Sin dudarlo, ordenó al taxista detenerse. Pagó y se bajó. Recuerda haberse topado con supuestos incendiarios, par de individuos con cara de haber cometido algo indebido y el comentario entre ellos: “¡vámonos, ya estuvo!”. Vio el crecimiento de las llamas, llegar a los bomberos para sofocar el siniestro. Buscó teléfono público para llamar a la redacción, nadie le contestó. Se concretó a recabar información y no perder detalle de lo que sucedía. Al día siguiente recibió la instrucción de escribir la historia. La crónica de la conflagración, sin pensar que sería la nota de ocho columnas. La única vez que lo consiguió. Por práctica y costumbre, el periodismo cultural tiene su propia sección dentro de los diarios, aunque a veces hay episodios que ganan la primera plana de información general. Nadie que lo conoce imaginaría que estudió la primaria en colegio de religiosas o monjas. Secundaria, preparatoria y la carrera de periodismo en instituciones privadas. La preparatoria en una escuela ubicada en las Lomas de Chapultepec. Entonces su padre era servidor público, jefe de prensa de la primera dama María Esther Zuno de Echeverría. Ganaba bien. Su familia y el colegio católico lo hicieron cumplir con obligaciones religiosas. Iba a misa cada domingo, aprendió el catecismo para hacer su primera comunión. Se confesaba y comulgaba cada vez que iba a misa. Sus travesuras y pecados infantiles. Conserva la foto de la primera comunión. Disfruta verla. Le digo que me la preste para escanearla. La considera un tesoro. Rechaza la petición y ofrece escanearla, después enviarla al interesado por correo electrónico. Cumplió su palabra. Repaso su álbum de fotografías. Me detengo en la foto donde aparece vestido de diablo, personaje de la pastorela navideña. Sirve de pretexto para hacerle ver que de niño era un santo y ahora está convertido en un “diablo”. Acota de inmediato: “diablo bueno, travieso y con sentido del humor”. Platicamos para saber más de su vida en su departamento de la colonia Roma de la ciudad de México, en un edificio que tiene el nombre de “San José”. Ahí vive con su hijo Emiliano y su perro “Chubaca”, pequeño peludo. Me consta que es buen padre y que tiene buen hijo. Los encontré con los preparativos para viajar a Guadalajara, a la Feria Internacional del Libro, invitado con motivo de los 30 años de su revista “Generación”. Para poder conversar sin distracciones, pidió a un vecino que llevara a pasear a su adorado canino. Los dos primeros números de “Generación” fueron impresos en las rotativas del periódico en el que trabajó 11 años. El contenido no coincidía con la política editorial del medio, así que Carlos Martínez Rentería siguió por su cuenta. Se convirtió en su propio jefe, con apuros para encontrar financiamiento. La mantiene con donaciones de diversos artistas, con obras que subasta o vende. No vive de la publicación. Para sufragar sus gastos personales y familiares, trabaja como promotor cultural o de la contracultura en la Pulquería Insurgentes. Ahí hay un espacio destinado para este propósito. Lo he visto desenvolverse. Tipo simpático y ocurrente. Antes de estudiar periodismo en la Carlos Septién García, aprendió actuación en el Instituto de Arte Escénico. Carlos Martínez Rentería es un diablillo de la las letras, de la poesía y del periodismo, un personaje Para Contar. Previous Article Bateo de López Obrador Next Article Historia de Juan Manuel, reportero