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Se aproxima el fin de año y no hay señales de novedades o sorpresas en materia fiscal. De cualquier manera,  empresarios, auditores, contadores y expertos en general están alertas.

Los tiempos políticos, la agonía del sexenio de Felipe Calderón y el arranque del gobierno de Enrique Peña Nieto, descartan la presentación en la Cámara de Diputados de un paquete económico con sobresaltos o nuevos impuestos para el 2013.

En la lista de espera se mantendrá la muy mencionada reforma fiscal integral, sobre la que hay diversidad de propuestas. Una que tiene ocupados a los expertos  es la del ahora diputado y coordinador de los priístas en San Lázaro, Manlio Fabio Beltrones.

 Hay la intención de cobrar un IVA generalizado del 16 % para ampliar la base gravable, que todos paguen, y devolver al consumidor final el 3 %, pero no se entiende como se recuperaría este porcentaje.

Según esa propuesta, no se gravarían los productos que integran la canasta básica como las tortillas, el arroz, los frijoles, el tomate, entre otros. Las medicinas sí pagarían IVA, por lo menos es la intención, aunque de antemano es sabido que no es un ajuste popular y por eso se ha rechazado en otros momentos.

Desaparecería el famoso IETU que vino a enredar el cumplimiento de las obligaciones fiscales y se afinaría el Impuesto Sobre la Renta (ISR). Lo que no se digiere es que se quiera aumentar el ISR a las personas físicas, como siempre, los causantes cautivos.

 Por lo pronto todo indica que no se harán movimientos espectaculares en el tema fiscal y seguramente llegaremos a las fiestas de fin de año en esas condiciones, para que nadie se espante.

La reforma fiscal integral será tarea del 2013, salvo que el nuevo gobierno y los legisladores digan otra cosa, lo que se ve remoto.

En el mundo la pandemia ha dejado a mucha gente sin trabajo y no hay excepciones. En México, según cifras de la seguridad social, por la emergencia sanitaria se han perdido más de un millón de empleos. No se ve en lo inmediato la recuperación deseada.
Ha llegado la etapa de reinventarse, encontrar la forma de trabajar desde casa, ofrecer servicios a través de la red, poner disponible un número de teléfono o salir a buscar la oportunidad.
Todos, unos más que otros, tienen reducido el ingreso o de plano están en cero. Hay necesidad, ansias de trabajo. Al menos, conseguir recursos para satisfacer lo básico.
Nadie está a salvo de la crisis. El mortífero virus ha desbaratado planes y sueños. Obliga a repensar y ajustar estrategias. Hay una nueva realidad: “normalidad pandémica”, con protocolos, restricciones y cuidados para evitar contagios.
Lupe es un veterano jardinero de la Ciudad de México al que ya no le abren la puerta en colonias residenciales como sucedía antes del brote del virus Covid-19. Le sobraba el trabajo, por ser justo en sus tarifas, buena mano para la siembra de plantas y confiable. Decidió ampliar su cobertura, visitar nuevas zonas habitacionales.
Ronda los cincuenta años. Recio y piel curtida por los días de trabajo a pleno sol. Con la fortaleza física que le ha dado el mismo trabajo, el manejo de herramientas, las tijeras, la pala, la podadora, el rastrillo, la escoba y el machete. Sencillez a la vista. El vocabulario suficiente para explicar lo que debe hacerse para cuidar áreas verdes, sembrar y podar árboles, arbustos, cortar césped.
Por esas ansias del trabajo, por la necesidad y amor por la naturaleza verde, el día que pasó frente a un reducido jardín de banqueta, de dos metros y medio por 30 centímetros, más o menos, y vio que uno de los dos arbustos estaba caído, víctima de golpe vehicular, no dudó en rescatarlo, enderezarlo, remover y acomodar la tierra.
Tocó la puerta del edificio. Nadie le respondió, quería avisar lo que había hecho, con la esperanza de ser retribuido. No tuvo éxito. Lo vieron desde otros condominios y no faltó quien le hablara, conociera su historia y recompensara de manera económica.
Además, por su actitud, por esas ansias de trabajo, ganarse la vida honestamente, recibió nuevos ofrecimientos para hacerse responsable de más espacios verdes en banquetas. No son los grandes jardines a los que estaba acostumbrado; mucho más pequeños. Si antes arreglaba uno o dos en el día debido a su extensión, ahora podrá trabajar en cinco o hasta diez de menor tamaño, de una misma calle o colonia.
Lupe no se quedó en su casa a esperar a que pase la pandemia, a que le llamen sus antiguos clientes. Salió a buscar nuevas oportunidades, por el ingreso que le hace falta.
Reajustó su estrategia en el mundo de la jardinería. Cuando pase la emergencia, tendrá una lista más larga de clientes, porque conservará a los nuevos y recuperará a los anteriores.
Lupe se ha reinventado y a muchos mexicanos también les hace falta reinventarse.

La empresa Petróleos Mexicanos (Pemex) tenía una “gallina” que ponía huevos de oro, al punto, según voces presidenciales, que estuvimos cerca de administrar la abundancia y dar el brinco al primer mundo. No ocurrió ni lo uno ni lo otro. Los dividendos de su venta no llegaron al pueblo como prometían y era deseable. Quedaron en pocas manas.
Tampoco se cuidó ni alimentó adecuadamente a la gallina. Explotada hasta que murió de inanición. Siendo justos, de su muerte no se puede culpar a la Cuarta Transformación. Ya estaba muerta cuando llegó la 4T. ¿Y quién la mató? Homicidio colectivo. Víctima de la voracidad de administradores y dirigentes sindicales.
Llegó a correr versión de que, en sus mejores tiempos, buques petroleros llenaban tanques, pagaban y no recibían factura. Una especie de “huachicoleo”, sin dejar huellas.
Esta historia la cuento a propósito de que se avecina el 83 aniversario de la expropiación petrolera y del libro del periodista Eloy Caloca Carrasco, titulado “Historias de Corrupción en Pemex”. 580 páginas que recogen todo lo que se sabe, se ha dicho y escrito del tema, desde la explotación indiscriminada por empresas extranjeras.
Si alguien quiere conocer la vida y milagros de la paraestatal, es una opción la lectura del texto de Eloy. Están cubiertos todos los ángulos. Por supuesto que incluye la parte sindical. Es hora de que todavía no se renueva el sindicato petrolero.
Los inocentes de esta historia son la gallina, los trabajadores petroleros y el pueblo. La gallina cumplió su misión hasta que sus fuerzas se agotaron. Los trabajadores, hasta la fecha, han hecho su tarea, lo asignado en su contrato laboral. Ninguno se ha enriquecido con lo que le pagan cada semana. Siempre sujetos a lo que digan directivos de empresa y líderes sindicales. Ajenos a deficiencias estratégicas.
El pueblo, al que le hicieron creer que el petróleo era suyo y que lo tenía hasta en la cocina, en todos los rincones de su casa, comprobó con el tiempo de que era mera retórica. La realidad, muy distinta. Si subían o bajaban los precios internacionales del petróleo, en México el precio de las gasolinas crecía y crecía. Igual en el gas y el diésel, entre otros derivados. Nunca se han abaratado los productos.
La refinación y la industria petroquímica fueron desatendidas. Llegamos al extremo de vender al exterior nuestras materias primas y comprarlas al doble, transformadas, para abastecer el mercado nacional. Se mató a la gallina de los huevos de oro.
Hace falta otra gallina, darle la alimentación correcta, engordarla, vida sana. Desinfectar el gallinero, extirpar virus corruptores, cualquier amenaza que la ponga en peligro.
Seguramente no llegará a poner huevos de oro, pero que al menos haga sentir a la gente que el petróleo por fin es suyo, con precios justos en gasolinas, gas y diésel.

Suena raro decir que hay ahorros por la pandemia, porque en general las empresas no están optimistas y les sobran motivos. Los ingresos se cayeron, creció el desempleo y los servicios, como el agua, la luz, el predial, la renta y mantenimiento, entre otros, no han dejado de pagarse. Saldo negativo, al borde del cierre o la quiebra.
Sin embargo, es innegable que esta situación de emergencia, que ha obligado a suspender actividades y a quedarse en casa, también tiene sus ahorros y algunos, después de la pandemia, van a seguir. Por ejemplo, renta de oficinas. Hay empresas que llegaron a la conclusión de que es posible reducir su espacio. Dejaron de pagar renta de pisos completos; por el ausentismo obligado, estaban ya vacíos.
También, ya no tendrán que organizar juntas en lugares recreativos, ni pagar hospedaje ni comidas. Descubrieron que las sesiones virtuales son alternativa, conectados cada uno de los participantes desde el hogar. Quizás harán una que otra presencial, cuando el tema sea confidencial o de estrategia ante la competencia.
Por supuesto que se ha gastado menos luz y agua en centros laborales, igual ha sucedido con los rollos de papel en inodoros o para secarse las manos. Se han abierto menos las llaves y menor el uso de secadoras. La limpieza es indispensable, pero no es lo mismo la tarea cuando es ensuciado por todos que cuando solo hay que quitar el polvo que penetra por las rendijas. Se gasta menos jabón.
Todo suma, no solo en contra, también a favor en presupuestos. Durarán más los muebles, las sillas o escritorios. Quizás hasta se puedan vender ante el desuso o ya no tendrán que cambiarse por el desgaste. En particular, ahorros en la parte administrativa.
Menos gasto de gasolina en vehículos de la empresa para ejecutivos y mínimo mantenimiento al bajar su uso. El transporte de mercancía es inevitable, pero seguro que la pandemia ha dejado enseñanzas para optimizarlo, para reordenar rutas.
La entrevista con clientes, en muchos casos, podrá llevarse a cabo por videoconferencia. Ninguna de las partes tendrá que desplazarse ni quedarse atorado en el congestionamiento. Cuando haya manifestaciones anunciadas o cierre de calles, vendedor y cliente podrían quedarse en sus respectivos lugares, comunicarse de esa manera y tomar decisiones.
Se ha reducido el uso de trajes, corbatas y uniformes. Ya no hay que llevar seguido el traje a la tintorería. Se podrá ahorrar la adquisición periódica de ropa utilizada para ir al trabajo.
Incluso el desgaste de zapatos será menor. No habrá que pagar boleada todos los días ni comprarse nuevos en plazos cortos. Las mujeres se cansarán menos con los altos tacones, sobre todo las que puedan seguir con el trabajo de oficina desde casa.
Hay ventajas y desventajas. No todo es negro. Cierto, existen actividades obligadamente presenciales. De acuerdo, se tienen que hacer. Lo bueno es el aprendizaje, para ser más eficientes.
Sin duda, en todos los casos, hay ahorros.

Acabo de ir a una reunión de un centenar de inversionistas en hotel “fifí” de la avenida Paseo de la Reforma. Todos ellos mexicanos. Invitado por un amigo. Sin autorización para revelar nombres pero sí para pulsar y exteriorizar su ánimo ante la nueva realidad política del país.
Hay analistas en secciones de diarios y medios económicos que han encendido luces rojas por supuestos o reales riesgos en la economía nacional. Por eso supuse que un número importante de los asistentes se iba a quejar de las acciones emprendidas en la llamada Cuarta Transformación. Esperaba escuchar molestias e inconformidades, temor e incertidumbre, hasta enojo.
Reunión totalmente interna, para saber qué ha pasado con sus dineros y el futuro que les espera. Inversionistas inmobiliarios, arrendadores y crediticios. Compararían cifras de los resultados del año pasado con los meses que lleva el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
El nombre del presidente de la República nunca fue mencionado. La Cuarta Transformación solo fue citada en una ocasión, para anunciar el efecto provocado en los socios.
No son de los grandes “fifís”. Ninguno de ellos es de los más ricos del México. Muy lejos de las grandes ligas. Son gente que ha trabajado toda su vida, que pudo juntar un capital importante e invertirlo, no para hacerse multimillonarios, sino para tener una vejez sin apuros económicos. Ninguno de ellos traía chofer y mucho menos escolta o guardaespaldas. Sin excepción, los vi formarse para pagar el boleto de estacionamiento, porque la cortesía del hotel no era del cien por ciento. Rostros contentos.
De ese centenar, solo uno, se informó, antes de que empezara la administración del nuevo gobierno, decidió vender sus acciones e irse del país. Nunca ha sido simpatizante de las ganadores de la elección del año pasado. Nadie hizo comentario adicional al respecto.
Por un momento pensé que se iba a desgranar la mazorca, las quejas, una tras otra, la irritación. Nada. Todos en su lugar, atentos a escuchar el informe desglosado sobre las inversiones.
El precio de las acciones sin cambios bruscos, ni repuntes ni caídas. Se ha mantenido estable. Algunas caras jubilosas cuando se dio cuenta de los dividendos y el anuncio de que al día siguiente cada uno tendría su respectivo depósito en las cuentas bancarias.
Terminó la reunión y todos felices. Saludos, abrazos, citas para verse a desayunar, comer y hablar de negocios.
El único ajeno a ellos era yo.
Mi lectura de la reunión, por lo visto y escuchado, es que hay exageraciones en los que escriben y pronostican que el país se dirige a un importante desequilibrio en su economía.
Al menos este centenar de inversionistas, no tiene encendida la alarma, aunque también debo decir que ninguno de los que estaban ahí echó las campanas a vuelo ni lanzó fuegos artificiales por la nueva realidad. Su actitud, serena. Si hay inquietud, es similar a la que han tenido en otros gobiernos, atentos al comportamiento de los factores económicos.
Hecho indiscutible: van a seguir invirtiendo en México.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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