La historia que te voy a contar tiene drama, tragedia, amor, desengaño, demandas contra instituciones públicas, actuación del Tribunal Federal de Justicia Administrativa (TFJA) y resolución de la segunda sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN).

Se trata del caso del francés Paul Henri Giménez, de 42 años de edad, de 33 cuando ocurrió el avionazo en el que perdió la vida el secretario de Gobernación Juan Camilo Mouriño, porque el Lear Jet 45 en el que viajaba se desplomó al perder el equilibrio a consecuencia de la corriente de aire que dejaba una nave comercial que iba por delante.

Hay varias versiones sobre el accidente, además de la oficial. No es la intención agregar una más sobre lo que provocó la caída del avión, sino hablar del caso de Paul.  Entonces tenía tres meses de haber llegado a la Ciudad de México, especialista en informática.

Paul no iba en el avión, transitaba en automóvil en la zona de las Lomas de Chapultepec y Reforma donde ocurrió el accidente. Una bola de fuego, parte de la máquina, impactó contra su transporte. Sufrió graves quemaduras, en el 70 por ciento del cuerpo.

Sus sueños de joven de 33 años de edad se truncaron en cuestión de segundos. Fue trasladado de inmediato al hospital. Pasaron meses para su recuperación. Demandó a las secretaría de Gobernación y de Comunicaciones y Transportes. A través de un juicio en el Tribunal Fiscal de Justicia Administrativa, le dieron 30 millones de pesos por indemnización.

Partió hacia los Estados Unidos, donde vive, para seguir su tratamiento. En ese tiempo una de las enfermeras se “enamoró” de Paul. Incluso, estaban puestos para la boda.

El matrimonio no se consumó porque el francés puso la condición de que se casarían por bienes separados. Ella no aceptó.

Por lo altos costos de la atención médica, el dinero prácticamente se le acabó. Asesores legales le sugirieron que volviera a presentar nueva demanda contra las citadas secretarías. Ahora con un reclamo superior a los 100 millones de pesos. Asesorado por un despacho mexicano con oficinas precisamente en las Lomas de Chapultepec, llevó el caso a la Corte, al ver que se le otorgaría una cantidad mucho menor.

La segunda sala de la Corte ya resolvió y determinó criterios para que el Tribunal  Federal de Justicia Administrativa fije el monto de la nueva indemnización, sin considerar el tope constitucional.

Es obvio que Paúl nunca volverá a ser el mismo por muchos millones que le den, pero al menos dispondrá de recursos para comer, vestirse y pagar su rehabilitación el resto de vida.

El fastidio social se percibe prácticamente en todos los ámbitos de la sociedad mexicana y la historia que te voy a contar es una muestra de un caso concreto pero que sin duda refleja lo que sucede en el país. La descomposición, el desgaste de los valores, el hartazgo.

“¡Cállense, dejen dormir!”, gritó una señora octogenaria al asomarse por la ventana de su casa, en pijama, con la mirada puesta en la construcción vecina, edificio habitacional de cinco niveles. Las siete de la mañana y en domingo. Seguro que no está permitido. Por lo menos ya no han vuelto a trabajar el séptimo día. La desmañanada ya es costumbre, desde las 5:00 horas cuando empiezan a llegar los trabajadores. Una hora después, puntual, día a día, el silbato del vendedor de café y pan.

Debo aclarar que para nada busca esta historia criticar a los trabajadores de la construcción ni mucho menos al panadero, porque es la forma que tienen para ganarse raquítico sustento. El no respetar la normatividad y el desorden no es responsabilidad de ellos.

Medidas de protección civil en la obra no se ven. No hay nada que resguarde a los peatones que utilizan la banqueta, cuando se puede, porque con frecuencia está ocupada por tabique o arena o por la mesa que utilizan los vendedores de la inmobiliaria. Hay ocasiones en que la mesa y la sombrilla, que protege del sol a sus ocupantes, está en el arroyo, en la calle.

La manta publicitaria que anuncia la venta del inmueble y que atraviesa la calle, ha permanecido. Cada vez que la quita personal de la delegación, porque no está permitida, en el mismo día la vuelven a poner empleados de la empresa. El juego de quitar y poner.

Hay días en que el volumen del radio con música popular alcanza niveles que parecen salir de una fiesta o antro. “¿Dónde estás?”, me preguntó un amigo cuando hablaba con él por teléfono. “Escucho mucho ruido. ¿Tienes fiesta?”, fue su comentario y pregunta. Apenas era mediodía.  La canción “Escándalo” con la Sonora Dinamita. Tuve que salir de la casa a solicitar que le bajaran al volumen.

La patrulla de esas de color azul marino y las siglas SSP veo que visita la construcción periódicamente. Baja el copiloto, entra a la obra, sale a los pocos minutos. Arranca la unidad. Se va como llegó, sin hacer ruido.

Antes, en ese sitio, había una casa de tres niveles en un terreno de aproximadamente 500 metros. La vendieron y fue demolida, para construir ahora el edificio de doce departamentos. Previamente, personal delegacional, en un camión de redilas, llegó para talar dos árboles que estaban en la banqueta.

El ajetreo de la maquinaria pesada afectó barda, plafón de la sala y fracturó cuarto de lavado de casa aledaña. La propietaria se conformó con el ofrecimiento de que serían reparados los daños.

La luminaria pública tiene meses encendida, mañana, tarde y noche.

De todo esto que te cuento, hasta ahora, nadie ha presentado queja alguna ante la autoridad. Supongo que obedece a que el ciudadano sabe de antemano que de poco o nada va a servir. Y que conste, esta historia sucede en una simple obra en la delegación Benito Juárez de la Ciudad de México, administrada por militantes de Acción Nacional.

Muestra de una descomposición lamentable.

Tirar la basura en la calle, dejar las heces de la mascota en la banqueta, ignorar la luz roja del semáforo, estacionarse sobre la banqueta, obstaculizar los accesos para las personas con discapacidad, dar vuelta prohibida, exceder la velocidad y tirar la colilla de cigarro en calle  son minucias de la conducta humana que se han vuelto cotidianas.

No son exclusivas de la Ciudad de México, ocurren en otros sitios urbanos, en nuestro país y en el mundo. Hay excepciones. Actos que por su práctica han alcanzado la normalidad, lo que de ninguna manera las justifica ni las hace saludables para la convivencia, mucho menos un ejemplo.

Pareciera que no hay forma de sancionarlas, que hay que vivir con ellas, te gusten o no te gusten. Sus autores ni se inmutan ni se incomodan, ni se esconden para llevarlas a cabo.

Respeto, limpieza, educación, orden, es terminología desgastada, en proceso de extinción.

Dar gracias por un servicio o pedir permiso para que alguien se haga un lado y continuar el camino, entraron en desuso. Se escucha raro cuando alguien lo hace. Es visto como un rancio comportamiento, inoportuno y descompuesto. Anticuado y hasta molesto.

Esas faltas contra la buena conducta, que cada vez menos quieren ver como faltas, ya llegaron al punto de que ahora pareciera que el interés del individuo está por encima del interés de la mayoría, por eso se dice que se pueden violar derechos humanos si son evidenciadas o exhibidas.

Aquí es donde entra el famoso Pericospe, la transmisión al instante o la difusión de un acto en el momento que sucede vía video-teléfono. Es una herramienta que la delegación Miguel Hidalgo de la Ciudad de México ha decidido utilizar (ojalá su uso sea sin distingo) con el fin de recuperar el civismo.

Se han convencido de que las normas o reglas se volvieron obsoletas, letra muerta, por su dificultad o burocracia para aplicarlas.

 ¿Cómo se va a castigar a quien deja en la banqueta las heces de su mascota o tira la colilla de su cigarro en la calle?

¿A quién le importa que esas heces se sequen, se hagan polvo y terminen siendo respiradas por niños o ancianos o cualquier otra persona? ¿A quien le importa que las colillas de cigarros, si alguien decidiera apilarlas, alcancen la altura de una montaña? ¿A quién le importa que se multipliquen o se alimenten las ratas de cuatro patas con la basura tirada en las esquinas? ¿A quién le importa que las personas con discapacidad transiten con su silla de ruedas por la calle, porque en las banquetas están estacionados los autos?

Xóchitl Gálvez, la jefa delegacional descubrió el Periscope como una herramienta útil para combatir las faltas cívicas, nada más que pronto se topó con las comisiones de los derechos humanos y la advertencia de que se pueden violar derechos de los exhibidos.

¿Y los derechos humanos de los que respiran el estiércol? ¿Y los derechos de las personas con discapacidad? ¿Y los derechos de los que quieren vivir en una ciudad limpia? ¿Y la salud de las mayorías?

Bien harían Perla Gómez Gallardo y Luis Raúl González Pérez, presidentes de las comisiones de derechos humanos local y nacional, en revisar sus criterios, antes de que la defensa a rajatabla de los derechos humanos termine por exterminar el civismo de la sociedad.

A 20 metros de la esquina, donde el semáforo tenía la luz roja, me percaté de que había una persona con discapacidad que pedía dinero, se ayudaba con muletas para caminar. Desde ese momento empecé a observar al gobernador, quería ver lo que haría cuando se le acercara a la ventana de su camioneta.

Un gobernador que estaba a una semana de terminar su periodo, por lo mismo con un aparato de seguridad mucho más flexible, comparado con el que utilizó el día que tomó posesión de su cargo.

Manejaba, yo iba de su copiloto.

El mendigo tocó la ventanilla y al mismo tiempo le lanzó una mirada lastimosa. Alcancé a escuchar la petición de una moneda, “para un taco, para comer”. El conductor movió la cabeza de un lado a otro, de izquierda a derecha y viceversa, solo unos segundos y, continuó la conversación sobre la pobreza en México. No le dio ni un quinto, ni una sonrisa. Un rostro de engrudo endurecido que disolvió al voltear hacia su acompañante, otra vez cordial, dibujó una leve sonrisa para subrayar su gesto amigable.

Luz verde del semáforo y aceleró, atrás quedó el pedigüeño, quien ante la negativa, agachó la cabeza, cabizbajo y triste, en silencio, regresó a sentarse en la banqueta, sin saber que estuvo cerca del jefe estatal. No me dio la impresión de que lo hubiera reconocido. Seguro lo sumó a su lista mental de tacaños.

¿Tenía que haberle dado una limosna?

Cada quien tendrá su propia respuesta. Es obvio que no es el antídoto para superar la miseria.

El nombre del gobernador ni viene al caso, porque lo que te quiero mostrar es el cambio en la actitud de gente que se dedica a ejercer la mendicidad. Ya no hay sumisión ni resignación. La mirada tímida se ha vuelto desafiante; cada vez son más los que exigen: “dame, dame, dame”.

Hasta fijan un monto: “dame 10 pesos, dame 20 pesos”. O de plano advierten: “dame, para que no tenga que robar”. Hay rencor en sus palabras y en el modo en que las dicen. Lo mismo una mujer o un hombre con vestimenta desaliñada, que rondan los 30 o 40 años de edad.

También sobreviven los que relatan su historia, cierta o falsa, de que han sido asaltados y necesitan dinero para comprar el boleto que les permita regresar a su pueblo o que exhiben una receta, juran que su hijo está muy enfermo y no tienen para  comprarle medicinas.

Se vuelve el tema complejo porque no faltan los vivales que manipulan y adiestran a menores para pedir dinero.

Ahí está el problema en la vida cotidiana, lo que subyace después de quitar a  explotadores y timadores, es un expresión cruda de la miseria que en estos tiempos deambula con cara de enojo y sentimiento de odio. Una situación que se debe tomar en cuenta, ser atendida a fin de que el encono no se convierta a la larga en una amenaza para la tranquilidad social.

¿Se puede vivir sin el teatro?- es en esencia lo que había preguntado quien representaba a Segismundo.

La interrogante enmudeció a la asistencia, unos a otros se miraban, sin que nadie levantara la mano.

Cada segundo que pasaba acentuaba la congoja del protagonista, el silencio parecía fulminarlo, contenía la respiración.

Por fin, uno que dice ser contador de profesión, que pinta canas, pide la palabra, revela su historia, sucinta.

A los 19 años vio su primera obra de teatro y afirma que cambió su vida, aunque no entra en detalles pero que desde entonces le ha dedicado tiempo a disfrutar de este arte.

El actor suelta el aire y un “¡graaaaacias!”, sentido, que le devuelve el color a su rostro y la sonrisa.

“El insomnio de Segismundo (y el fin de la ensoñación)”, es el nombre de la obra del escritor y director Martín López Brie, una mezcla maestra de poesía, rap, protesta, sarcasmo, fantasía y realidad social, interpretada por Eduardo Castañeda y Sofía Beatriz López.

Lectura dramatizada, uno frente al otro, con su respectivo atril y propia luz, porque la del lugar no es suficiente para iluminar sus guiones. Por momentos pasean entre el público y lo hacen participar, le dan el papel de “Clarín”, la plebe, el sufrido pueblo, víctima del tirano.

La Pulquería de los Insurgentes, en su espacio adaptado para la expresión artística, es el escenario. En esta ocasión, para facilitar la interacción, se modificó la colocación de la sillería.

Al centro una larga mesa, las sillas a su alrededor, las periqueras pegadas a la pared. Una hilera de globos rojos colgados de una esquina a otra, porque también eran parte de la obra.

El público, en su mayoría, joven, mujeres y hombres, también gente adulta. Todos joviales, dispuestos a disfrutar, a reír, a reflexionar y aplaudir el trabajo de Sofía Beatriz y Eduardo.

Se podía comer y beber durante la obra, hasta contestar llamadas al celular. Lo último nadie lo hizo.

La obra empieza y subraya la falta de un teatro para quienes no comulgan con el oficialismo.

Después, la historia del reinado de Segismundo (Eduardo), el insomnio por el poder, las ilusiones de Rosaura (Sofía). Dicción impecable. La combinación de emociones y gesticulaciones, dramatizan. Hilvanan un mundo de ficción con la realidad, con una fineza que por momentos provoca risas. Rapean, Rosaura se pone la clásica gorra para cantar con ese estilo, algunos jóvenes mueven piernas o manos para seguir el ritmo.

Rosaura se encarga de tronar los globos en los que antes había escrito las ilusiones, los sueños de ella y la asistencia: un futuro mejor, un teatro…

Segismundo se embriaga con jugo de uva, sin perder los aires del poderoso.

En el fondo, en el núcleo de la obra, en sus tres actos, el reclamo de quienes exigen una realidad justa.

Esto que te voy a contar nunca antes lo has leído. Es la historia del periodista que estuvo en la prisión de máxima seguridad “El Altiplano”, en el municipio de Almoloya, estado de México, pero no de visita sino dentro, entre los grandes de los grandes del crimen organizado.

Todavía es hora que nadie ha dado una explicación satisfactoria de porqué lo llevaron a ese lugar cuando fue acusado de un infundio y de un supuesto delito que ni siquiera tiene calificación de grave. Por si fuera poco, fue torturado en ese sitio y hasta hoy hay resistencias para indemnizarlo.

Permaneció en el Altiplano cinco días.

O sea que le consta lo que pasa en ese lugar. No se le contaron, lo vivió en carne propia.

Ahí se escucha hasta el zumbido de una mosca, el aleteo de una mariposa. No hay conversaciones secretas. Recuerda el periodista que en el mismo pasillo estuvieron los generales, cada uno en lo que llaman estancia. En alguna ocasión uno de los internos les preguntó si sabían quien era responsable de que los hubieran encarcelado solo por los dichos de un testigo protegido. Todos los que estaban en esa zona se enteraron de la respuesta de los militares.

Es realmente un penal de máxima seguridad, funciona, nada se mueve sin que sea observado. Las luces nunca se apagan y las cámaras de video tienen una función permanente. La normatividad interna es rigurosa. Hay pase de lista dos veces al día, mañana y tarde. Quienes lo hacen se cercioran de que la foto que traen en su álbum corresponda a la persona que está tras las rejas.

Son tan cuidadosos que cuando en el caso del periodista se percataron de que en la foto aparecía con un rasguño en el rostro, como consecuencia de la tortura, pronto ordenaron que volviera a ser fotografiado.

Voces y sonidos recorren con facilidad los pasillos. Se escucha hasta cuando llega un nuevo interno, cuando se abre la primera puerta metálica. Se escucha el sonido de cada puerta que se abre y se cierra. Hay una hora en la que sin excepción, todos deben estar en su litera para dormir, a las 21:00 horas. Nada de movimientos extraños porque es sabido que de inmediato pueden ser investigados y reprendido el que los hace.

Por su complexión, delgada, al periodista le resultaba grande el ancho de la litera que en ese espacio era posible quedar fuera del foco de la cámara. La primera vez que lo hizo sin intención alguna, no faltó quien le advirtiera que siempre tenía que estar a la vista.

La regadera se visita para bañarse, como sucede en cualquier casa. Nadie se mete con ropa. Tampoco el baño se usa para lavarla, para eso está el lavabo y, en esas mismas estancias tiene que secarse.

Como regla para el uso del escusado o tasa de baño, se tiene que jalar la palanca apenas se produzca el primer desecho, porque de lo contrario el olor se va a recorrer pasillos y estancias.

Se escucha todo y se perciben todos los olores.

Hasta el zumbido de una mosca o el aleteo de una mariposa, que no hay en “El Altiplano”, pueden ser escuchados.

Te despierta muy temprano la respiración agitada de los que “corren” y hacen ejercicio en espacios de dos por tres metros.

Parte de la “vida” en el penal de máxima seguridad.

El periodista, que soy yo, ya acreditó su inocencia, nada más falta que se le reconozca.

-Bety ya está libre -dijo Diana Garay Viñas en la enésima presentación de su premiado documental Mi amiga Bety.

La noticia golpeó como un rayo y destensó rostros después de ver el drama de la película que describe y relata la historia de una mujer que pasó 10 años un mes en prisión.

-Fue absuelta, ganó el amparo.

-¿Platicaste con ella?

-Me habló por teléfono.

-¿Qué te comentó?

-Está adaptándose, vive en Iztapalapa con una señora que vende café y conoció en la cárcel. Me habló por su celular.

Diana no dio más detalles de esa conversación con la que ha sido su amiga desde la escuela primaria. Está convencida que su documental contribuyó a que se revisara su caso y fuera liberada.

Bety, una mujer de clase media, que estudió en instituciones privadas, única hija, fue acusada de dar muerte a su madre. Sentenciada a 30 años de cárcel, víctima de un proceso que evidenció irregularidades, basado en supuestas contradicciones en sus declaraciones y dichos de testigos de oídas.

De hija consentida y mimada, con todas sus necesidades elementales satisfechas, pasó a vivir la pesadilla como reclusa en el penal de Santa Martha Acatitla de la ciudad de México, abandonada por su familia, por su novio que desapareció el mismo día que la detuvieron. Los investigadores armaron la historia de que ella asfixió con una cuerda a su progenitora.

El drama, como está contado en el documental, te deja sin saliva la boca.

Decidí verlo porque se programó para ser exhibido en un bar, en un expendio de licores en la colonia Roma.

¿En un bar?

Sí, ahí.

Conocía la historia y no imaginaba como alguien podía beber una cerveza, un pulque u otro etílico y ver esa película.

Había por lo menos un veintena de jóvenes, en un espacio del inmueble acondicionado para ese propósito, para actividades culturales, porque también realizan presentación de libros y muestras pictóricas. Raro pero en estos tiempos todo puede ser y pasar, nada es sorpresivo.

Fueron no más de cinco muchachos los que se tomaron una cerveza durante la película. No más. La historia te atrapa desde el primer momento que no te suelta ni para ir al baño.

La boca termina seca y más por el vaso con palomitas que distribuyeron al principio del filme.

Definitivamente no era una película “palomera” como les dicen ahora a las que tienen como único fin el entretenimiento.

Mi amiga Bety, dirigida por Diana Garay, deja huella.

Carlos Martínez Rentería, coordinador de este tipo de eventos, no superó la depresión ni con la noticia de que Bety ya está libre.

-Estoy deprimido- me confesó.

Los demás cinéfilos los vi tranquilos. Respiraban y dejaban atrás la tensión. Relajaban rostros, sin llegar a la sonrisa. Tampoco los entusiasmó mucho el anuncio de que seguiría música para bailar. La verdad, salir de ese trance no es sencillo.

¿Qué estará haciendo Bety?- me pregunté.

Tal vez, por la hora, ya haya conciliado el sueño- supuse.

-Si estuviera aquí, le invitaría una cerveza –alcancé a escuchar a una mujer.

Lo seguro es que a Bety nadie le va a reponer los 10 años 1 mes que pasó tras las rejas.

María Aura con un lenguaje punzante para ridiculizar la actuación de los políticos en el mundo y Juan Velázquez con una mímica de movimientos finos para subrayar los vicios del poder que azotan a la sociedad, hacen que la obra El año de Ricardo  sea impecable sobre el escenario del Foro Shakespeare en la colonia Condesa de la ciudad de México.

Ninguna equivocación, ni de ella con su ráfaga de palabras que pronuncia con limpieza, ni de él al acomodar o quitar el mobiliario escenográfico o expresar su marcialidad.

¿Monólogo?

Aura en el papel de Ricardo es la única que habla. Velázquez quien interpreta a Catesby, el fiel asistente, carece de lengua pero es tal el acoplamiento, el discurso de uno y el silencio del otro, que te imaginas su diálogo. Su entendimiento escénico alcanza el brillo de los famosos cristales Swarovski.

Le dan vida a la historia de un empresario que se convierte en dictador, cínico y criminal, capaz de matar a su hermano y retratarse al lado de figuras mundiales del momento, políticas y religiosas.

Muestra la crudeza de la política, de lo que se hace y se omite para mantenerse en el poder.

Es obra de la española Angélica Liddell y en México está dirigida por Alonso Barrera.

Para su presentación no pudieron haber escogido mejor fecha, justo cuando la nación se percibe agitada.

Su contenido invita a la reflexión.

Cuando ha caído el telón y el director toma la palabra ante un teatro lleno, en el reestreno de El año de Ricardo, no desperdicia la oportunidad de una reflexión breve sobre la situación que se vive en el país y la necesidad de hacer algo para recomponerla.

Nada más que no dijo cómo, se quedó en invitar a reflexionar. Lo mismo que el contenido de la obra, llama a la reflexión.

María Aura, desde que abre la boca para protagonizar a Ricardo, atrapa al público y ya no lo suelta, lo lleva de la mano para mirar el ascenso del dictador, su despotismo y sus tropiezos, los abusos desmedidos y la perversidad. Se viste con la pulcritud que caracteriza a los poderosos que tienen manchadas las manos de sangre.

Juan Velázquez Blanco en los zapatos de Catesby, con una cara maquillada de blanco y guantes blancos para cubrir sus manos, con un traje que delinea su fornida figura, actúa como el asistente ideal del dictador, servil y leal. Incapaz de decir una palabra en contra de su jefe, porque no tiene lengua.

El trabajo de Aura y Velázquez es de primera, el público sale complacido del resultado de su desempeño. Ella apoyada en su experiencia en cine, teatro y televisión. ¿Quién no la recuerda en la película Y tu mamá también de Alfonso Cuarón.  Él con más de 15 años de experiencia en la actuación, egresado de la facultad de Bellas Artes de la Universidad Autónoma de Querétaro.

Binomio de éxito con El año de Ricardo.

Así como está México, donde a veces parece que todos están unidos para desbaratarlo, se agradece un remanso de humor y risas. Y no es que se quiera esconder la cabeza como el avestruz, pero la vida también requiere un poco de paz, armonía, alegría, aunque sea pasajera, para no ahogarse en las desgracias y malas noticias.

En cascada acontecimientos desalentadores, homicidios sin castigo, desapariciones, ejecuciones, secuestros, corrupción, impunidad, caída del precio del petróleo, devaluación del peso, inquietud en bolsas de valores, mezquindades, manifestaciones, imposiciones, mentiras, medias verdades, campañas en redes, videos ácidos. Todo con carga negativa.

Si te pido que en este momento me digas una cosa positiva del país, seguro vas a tomar tu tiempo, no es fácil ante lo que ocurre. Sin embargo, haz tu propio balance, sin dejarte influenciar de nada ni nadie, seguro que vas a concluir que hay más cosas positivas que negativas.

Para empezar, aprecia que tienes vida, es lo que se olvida valorar cada mañana y agradecerla. De otra manera, sin ella, no hay forma de protestar, reclamar y exigir justicia. Es la oportunidad de cada uno, gobernantes y gobernados, para cumplir con su responsabilidad.

En la comedia La Familia de Diez, dirigida y protagonizada por Jorge Ortiz de Pinedo lo que sobra es el humor, la historia de una familia numerosa que se adapta a vivir en un espacio de 60 metros cuadros cuadrados, con situaciones chuscas para entretener y hacer reír.

Temporada de una obra que también tiene el propósito de rendirle homenaje a Eduardo Manzano, “El Polivoz” (quien fuera pareja de Enrique Cuenca en “Los Polivoces”, fórmula de éxito en la televisión), merecido, porque a lo largo de su vida en lo que más se ha esmerado es en hacer reír, con un humor familiar, fino, sin caer en el insulto.

Jorge y Eduardo son maestros de la comedia, dominan el escenario, la experiencia les permite improvisar e inyectarle un gesto o una palabra a cada escena que la hace más divertida.

La verdad, los dos están de diez.

Y los demás, los que integran el elenco, no se quedan atrás. Bien por Zully Keith, Andrea Torre, Ricardo Margaleff, Daniela Luján, Mariana Botas, Moisés Iván Mora, Jéssica Segura y María Fernanda García.

La Familia de Diez es una versión de Oscar Sebastián Ortiz de Pinedo, inspirada en la obra de Alfonso Paso El casado casa quiere. En la televisión, estuvo en el canal de las estrellas con el mismo nombre.

Ahora la comedia está en el Teatro Ignacio López Tarso, en San Ángel, en el sur de la ciudad de México.

Es una opción para quien busca un remanso de alegría en un mar de fatalidades.

Fueron horas de tensión. Había un intruso detrás de la puerta, cerca de la medianoche. Era la puerta que dividía la planta baja del primer piso, como una medida de seguridad. La planta baja estaba en mantenimiento de albañilería.

Mi esposa y yo escuchamos el ruido. Nos levantamos con sigilo y temerosos. Nuestra respiración se aceleraba. Los dos hijos varones, de cinco y siete años, dormían con la inocencia que se duerme a esa edad.

 Abrir la puerta era enfrentarse a lo desconocido. Varias veces gritamos “¿Quién?...¿Quién?”. Nadie respondía. Persistía el ruido de un bulto que se recargaba.

No parecía que pretendiera forzar o derribar la puerta.

¿Qué hacer?

Trataba de conservar la calma. No contábamos con ninguna arma, de ningún tipo, para defendernos en caso de una agresión.

Teníamos la certeza de que había alguien del otro lado pero que no parecía realizar acción alguna para meterse.

Mi esposa fue por un “bat” (palo de beisbol) de nuestros hijos.

Reforzamos con improvisados puntales la puerta.

Concluimos que llamar a la patrulla no era lo más conveniente, porque en la oscuridad, suponíamos que los policías dispararían al primer movimiento y habría un hecho de sangre en casa.

Entonces, decidimos quedarnos a velar, estar de guardia toda la noche, esperar a que amaneciera y entonces llamar a la policía.

Así lo hicimos.

Apenas clareó, la llamada al número de emergencia de la policía y el aviso de que un extraño estaba en nuestro domicilio.

En minutos llegó la patrulla. Por fin abrimos la puerta cuando uno de los policía gritó que podíamos hacerlo, que no había ningún peligro.

Respiración profunda y alivio.

El intruso ya estaba en la parte trasera de la patrulla.

Nos explicó el policía que se trataba de un albañil que en la noche, borracho, al ver que la casa estaba en obra, decidió internarse es busca de un espacio para dormir.  Pedimos que lo dejaran ir, no haríamos ningún cargo en su contra. Lo importante era que todos estábamos bien.

Les platico esta historia por el caso del atleta Oscar Pistorius, quien le disparó a un supuesto delincuente encerrado en el baño y resultó que era su novia Reeva Steenkamp. Ha sido sentenciado a cinco años por homicidio culposo, aunque el fiscal están pidiendo una pena mayor porque no cree que haya sido un accidente.

-Debió hacer lo que nosotros –le comenté a mi esposa.

Ella con buen tino hizo la siguiente observación:

-Nada más que él no tiene dos piernas.

Le apuntaron con un revolver en la cabeza y le quitaron el automóvil.

En cuestión de minutos la policía logró recuperar la unidad pero nada de los delincuentes.

Sucedió en la ciudad de México, a dos cuadras del Centro Cultural Helénico, en San Ángel.

Casi media noche cuando sonó el teléfono de la casa, el pasado viernes 21 de febrero.

Crucé los dedos y respiré profundo, porque en ese horario las llamadas telefónicas no son usuales.

Era la voz de uno de mis hijos, el mayor.

-Me asaltaron, a mano armada, me robaron el auto.

-¿Estás bien?

-Sí bien, no te preocupes, ya están aquí varias patrullas.

-¿Dónde estás?

-Por la avenida Revolución

-¿Ibas sólo?.

-Con una amiga.

-¿Está ella bien?

-Sí, bien, no te preocupes. Vamos a levantar el acta, fueron dos delincuentes, nos apuntaron a la cabeza. También llamé a la aseguradora.

-Procuré mantener la calma. Te alarmas pero no te sorprendes, son los riesgos de la inseguridad en una zona metropolitana como la nuestra.

-Conversamos lo necesario para saber donde se encontraba y acudir en su auxilio.

Lo fundamental era que estaban sanos y salvos, él y su amiga.

A los 20 minutos una segunda llamada telefónica de mi hijo.

-Ya encontraron el auto, está en la calle Felipe Ángeles esquina Canarios, colonia Tolteca. Vamos para allá en una patrulla. Trae el duplicado de la llave.

Me parecía increíble, en cuestión de minutos lo habían localizado.

Los delincuentes lo dejaron en un a calle oscura y de cero tránsito nocturno. Se llevaron una computadora, un teléfono, una bufanda y cargadores de teléfonos celulares.

Según uno de los policías, mi hijo se jugó la vida, porque durante el asalto tuvo la osadía de esconder su celular; de haberlo visto uno de los delincuentes, lo más probable es que le hubieran dado un balazo.

Como conservó el teléfono, pronto habló al 060 y dio los pormenores de lo sucedido; es lo que permitió a la policía de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal boletinar las características de la unidad y en minutos ubicarla.

-La abandonaron aquí para que “se enfriara”, así operan, al día siguiente vienen y se la llevan para desvalijarla –comentó otro de los uniformados.

Participaron las patrullas P4331, P4306 y P4377, entre otras, de la delegación Álvaro Obregón.

El policía segundo Gabriel López Ramírez, placa 827923, de la patrulla 4331 tuvo la atención de darnos las explicaciones del caso y custodiarnos hasta la casa.

Pasó el susto, gracias a Dios mi hijo puede platicar esta indeseable experiencia.

Los delincuentes deben de estar preparando el siguiente asalto.

 

 

 

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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