Esta es la historia de un empleado de la Cámara de Diputados y un vendedor de masa. Abel Reyes Mantilla tiene más de 20 años de laborar en el poder legislativo. Ramón Olvera Cortés también tiene más de 20 años de trabajar pero en un molino de maíz.
Abel trae camiseta con el logo del cocodrilo del lado del corazón; todavía conserva su color obispo. Ramón luce camiseta con la marca Southpole en letras grandes, desgastada por el tiempo y las lavadas. Ninguno de los dos dudó en tomarse la foto. El primero con los labios apretados y el segundo mostrando su alineada dentadura y un bigote que deja descubierto algunos puntos de su piel.
Se conocen desde hace dos décadas.
El primero vive en la colonia Nápoles y el segundo trabaja en la misma colonia.
Abel, en sábado, salió de su casa por la masa y las tortillas. Hizo una escala porque se topó en el camino con el autor de este texto.
Estaba apurado, era la hora de la comida en su casa. Para no perder el encuentro ni la plática, sugirió le acompañara por la masa y las tortillas.
Accedí, aunque no entendía porqué las dos cosas, me parecía que era suficiente con una. Pronto aclaró que la masa era un gusto personal, “para el atolito y hacer tortillas en casa, sacarlas del comal y comerlas con un quesito de Zacatecas”.
Además, no era cualquier masa, sino del molino El Rojito, en diminutivo para que nadie vaya a creer que copió el nombre del parisino Le Moulin Rouge. La verdad, nada tiene que ver el viejo cabaré con la masa.
Ramón no descansa ni domingos ni días festivos. 20 años ininterrumpidos. Vende la masa a vecinos y restaurantes. Empieza desde las seis de la mañana; presume de su maíz bien lavado, de la calidad del producto.
Con el ruido del molino ni el saludo de Abel escuchó, sólo volteó y sonrió. Amasaba con sus dos manos, como si fuera una plastilina. Cortó un trozo y la llevó al mostrador para envolverla.
Su cachucha de color rojo por lo de “Rojito”.
Abel tuvo como primer jefe a Blas Chumacero (qepd), líder y legislador obrero, de la generación de Don Fidel Velázquez. Fue su asistente, lo recuerda con afecto y reconocimiento.
Hasta la fecha sigue trabajando en la Cámara de Diputados, en la bancada del sector obrero.
Así como se esmeró en presentarnos al molinero, también nos llevó al parque Esparza Oteo. Se quejó de que hace un año le cortaron el agua, a pesar de que era reciclada. Y que por eso se acabó el pasto, dejó de regarse. Nunca entendió esa decisión de la autoridad delegacional.
Se da cuenta que se ha tardado con el mandado, corta la plática, se despide y se va a paso veloz con su masa y sus tortillas.
Tortillas con olor legislativo
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