Para nadie es secreto que por muchos años al PRI le funcionó su ritual para elegir al candidato presidencial, método para sumar a todos sus sectores y agrupaciones, garantía de triunfo. Incluso la sociedad, una vez enterada de quien era el afortunado, daba por hecho que tomaría la estafeta del poder.
Otros tiempos. La hegemonía del tricolor, el ritual de la sucesión que entonces era llamado “dedazo”, porque la decisión final la tomaba el presidente en turno.
Había frases de veteranos de la política que acompañaban y fortalecían el ritual: “el que se mueve no sale en la foto”, atribuida a Fidel Velázquez, quien soló dejó la dirigencia de la Confederación de Trabajadores de México con los pies por delante, a su muerte.
Y nadie se movía. Práctica que, como todo en la vida, empezó a desgastarse, sobre todo cuando el “dedazo” ignoraba por completo voces experimentadas de la militancia e imponía su capricho, sin importar costos, enojos, diferencias y desánimo entre sus cuadros y aspirantes.
Hay un libro editado en 1983 titulado “La decisión presidencial” y escrito por Roberto Casillas, quien fuera secretario particular del presidente José López Portillo. Nadie más cercano al poder presidencial para conocer el ritual. Lo describió y detalló en su texto. Si bien en ningún momento negó el “dedazo”, dejó en claro que primero se hacían consultas en busca del consenso, para conciliar a las distintas fuerzas de la sociedad. Tiempos en los que la maquinaria priísta estaba tan bien aceitada que no existía riesgo de que se descarrilara.
Murió este ritual.
Hoy hay otro, producto de la experiencia, impregnado de nuevo estilo, armado con mucha anticipación. Nada de lo que se diga y haga, de aquí hasta el día de la elección, será casual. Hay un guion, una directriz que su autor va a cuidar y procurará que todos sus aliados la respeten.
Sería iluso suponer que el desarrollo del ritual sería improvisado. Las acciones y escenarios están acordadas desde hace meses y años. ¿Qué no dicen que el proceso de sucesión arranca a partir de que el presidente toma posesión? No solo empieza la competencia entre los aspirantes, también se prepara y va afinando la pista por donde correrán.
La primera prueba para Morena como partido en el poder. Ya se verá si funciona o no su estrategia de piso parejo y encuestas. De lo que no hay duda es que ha sido construida por un experto, que le tomó 18 años llegar a la silla presidencial y hará todo lo que pueda para que continúe su proyecto.
Por lo pronto, está a la vista que la oposición va atrás, todavía ocupada en cómo elegir a su candidato o candidata. La oposición se quedó en la lluvia de ideas, sin aterrizar ninguna. Sin preocuparse por depurar la larga lista de aspirantes, en la que hay gente que solo participa para ver cuantas rebanadas del pastel le pueden tocar. No ambicionan el pastel completo ni tienen el perfil para conseguirlo.
Hay de todos sabores y colores, revueltos aspirantes con respetada trayectoria y aspirantes con historial controvertido. La sociedad no logra saber ni identificar quien puede ser real alternativa.
Se extravió la oposición. No tiene ritual ni estrategia para la sucesión presidencial. Va acomodando piezas sobre la marcha. Improvisa y espera que sus planes de última hora le funcionen.

Antes, en los mejores tiempos del PRI, una vez que el “dedazo” descubría al tapado, se producía la famosa “cargada”, prácticamente todos los sectores y grupos del partido, acudían a levantarle la mano a quien había resultado elegido por el presidente en turno.
En el siglo pasado, cuando todavía el tricolor conservaba el poder, hubo una ocasión en que la famosa “cargada” entró en impasse, en compás de espera. En noviembre de 1993, Luis Donaldo Colosio Murrieta recibió en la residencia oficial de Los Pinos la ansiada noticia de que era el afortunado.
Salió de la casa presidencial con la emoción de quien le ha pegado al premio principal de la lotería. Había caído la noche y lo primero que hizo fue dirigirse a su casa, a prepararse para la “cargada” del día siguiente.
La “cargada” se retrasó. Las consecuencias son conocidas. En lugar de verse gozoso, prevaleció la incertidumbre en Colosio, porque uno de sus competidores internos, de los que daban por hecho sería ganador de la carrera, decidió no sumarse a la aprobación presidencial recibida por su compañero. Evidenció su descontento y provocó desconcierto entre la militancia, sobre todo al ser nombrado pacificador para el conflicto chiapaneco, los zapatistas o el EZLN se habían levantado en armas. Manuel Camacho acaparó los reflectores mediáticos.
Se llegó a tal punto que hubo necesidad de que el presidente Carlos Salinas hiciera la declaración “no se hagan bolas”, para disipar dudas sobre lo que semanas antes había decidido.
Para entonces ya habían pasado poco más de tres meses. Demasiado tiempo. El ambiente político estaba enrarecido. La “cargada” nunca se dio como se acostumbraba. De cualquier manera, las ratificaciones desde la residencia presidencial le devolvieron la tranquilidad a Colosio.
Justo cuando él y su equipo agarraban vuelo para el despegue de la campaña, le quitaron la vida en Lomas Taurinas, Tijuana.
El caso Colosio seguro que es lección para más de un partido, aunque pareciera que todavía hay quienes no saben leer o solo leen lo que les conviene y favorece a sus aspiraciones.
Toca el turno al “corcholatazo”. El procedimiento por encuesta del partido en el poder para nominar a su candidato presidencial.
Los líderes esperan que haya “cargada” tan pronto se conozca el resultado de la encuesta. La alineación de quienes no sean ganadores. Sería riesgoso para sus planes un escenario distinto.
Se han establecido candados para que nadie se salga del carril. Están advertidos de las consecuencias de irse por la libre pero también se les ha enterado de los premios que hay para los disciplinados.
Ante la falta de candidato propio y competidor, la oposición suspiró por Ricardo Monreal quien ya dejó en claro que lo suyo no es la traición. Igual Marcelo Ebrard, así lo escribió en su reciente libro “El camino de México”. Ninguno de los dos va ir en contra de los deseos de su jefe tabasqueño, que anhela que su relevo continúe con el proyecto de la 4T.
Adán Augusto López y Claudia Sheinbaum están convencidos de la idoneidad de la encuesta, dispuestos a respetar el resultado y sumarse a quien obtenga la ventaja, en el caso de que no sea uno de ellos.
Si la unidad morenista se conserva y la oposición sigue sin encontrar a su candidato, estará cantada la victoria guinda para el 2024.
La primera gran señal sería la “cargada”.

Como diría el clásico de la política, no se hagan bolas, el estado de México va a ser para el partido Morena y Coahuila será conservado por el PRI. Indicios en ese sentido, sobre todo si se revisan antecedentes y comportamiento de participantes.
Las encuestas señalan el mismo escenario. En particular las que siguen rigurosa metodología, no las que se hacen al gusto del cliente.
Veamos lo que ha sucedido en Coahuila, entidad que siempre ha sido gobernada por el partido tricolor, con desarrollo que tiene satisfecha a la sociedad, el ingreso per cápita está por arriba de la media nacional y la inseguridad no se ha desbordado como en otras entidades, donde los balazos son frecuentes y no dejan de cobrar vidas.
Escenario favorable para quienes gobiernan poco más de tres millones de habitantes. No hay protestas ni reclamos contra el mandatario en turno Miguel Ángel Riquelme, quien llega al final de su periodo con números que favorecen su administración y sin escándalos de corrupción.
Las campañas electorales tienen señales que refuerzan el pronóstico en Coahuila:
1.Manolo Jiménez Salinas es el candidato de la alianza ciudadana integrada por PRI-PAN-PRD.
2.Hubo pleno consenso en la nominación de Manolo, no causó enojos ni divisiones entre los aliados.
3.Manolo, de 38 años de edad, es ingeniero industrial egresado del Tecnológico de Monterrey y con maestría en administración pública por la misma institución. Ha sido presidente municipal en Saltillo y diputado local. Se venía desempeñando en el estado como secretario de Inclusión y Desarrollo Social.
4.Las encuestas le dan ventaja a Manolo de más de 10 puntos.
En contraste, la oposición se fragmentó a tal punto que pareciera haber aceptado por anticipado que la plaza está perdida:
1.El senador Armando Guadiana, empresario carbonero de los más ricos en su estado, tuvo complicaciones en la integración del equipo. El ex subsecretario de Seguridad federal Ricardo Mejía creía tenía bendición presidencial y por lo tanto sería el abanderado guinda; va rezagado en las encuestas con la camiseta de PT. Y el PVEM es un desastre, la dirigencia nacional verde, a una semana de la elección, apoyó a Guadiana y, el candidato ecologista Lenin Pérez Rivera decidió ignorar a sus líderes y seguir por su cuenta. A estas alturas del proceso, ni juntos Morena-PT-PVEM revertirían la tendencia que favorece al priísmo.
2.El presidente reprobó el uso de su imagen en la campaña de Mejía.
Sobre el Estado de México, hay que recordar lo siguiente:
1.Hace seis años Alfredo del Mazo, actual gobernador, contó con todo el apoyo presidencial desde Los Pinos.
2.Enrique Peña Nieto, como mexiquense, fue el primer interesado en conservar Edomex.
3.Ya no hay apoyo presidencial y el gobernador Del Mazo tampoco se ha involucrado como esperaba la militancia de su partido.
4.Movimiento Ciudadano jamás dio señales de querer sumarse a la alianza conformada por el PRI-PAN-PRD.
5.Alejandra del Moral, candidata y ex dirigente priísta en su estado, no logró la unidad ansiada en la competencia interna. Su principal contendiente, la diputada Ana Lilia Herrera, guardó distancia.
En cambio, la maestra Delfina Gómez, con todo el apoyo desde Palacio Nacional, logró sumar a sus competidores internos:
1.Horacio Duarte es su coordinador de campaña. Nadie pretendió cambiarse de bando. El senador Higinio Martínez también se incorporó al equipo, como delegado especial.
2.Las encuestas le dan la ventaja a Delfina. Pasará a la historia por ser la candidata que sepultó al famoso Grupo Atlacomulco, que por muchos años mantuvo influencia, no solo estatal sino nacional.
3.Movimiento Ciudadano hizo su trabajo para favorecer a Delfina: le negó la candidatura a Juan Zepeda y, a unos días de la elección (4 de junio) pintó públicamente su raya y dijo que con el PRI, no va ni a la esquina.
Así que no se hagan bolas, Coahuila pinta para seguir siendo tricolor y el estado de México se pondrá la camiseta guinda.

Hasta ahora lo que tiene la oposición es una lista de aspirantes a la candidatura presidencial, sin que ninguno despunte o empiece a consolidarse como serio rival del actual grupo en el poder.
La lista es larga, cada partido que integra la alianza, cuenta con sus respectivos prospectos.
Es alianza incompleta, porque no se ha sumado ni parece que se vaya a sumar Movimiento Ciudadano. El líder Dante Delgado tiene sus propios planes y tiempos. Por más que le hablan al oído, no ha cedido ni decidido incorporarse al bloque opositor.
¿Creerá que MC, solo, puede ganar la presidencia, con el argumento de que es el partido menos desacreditado?
Cierto que gobierna Nuevo León y Jalisco, dos de los tres estados más importantes de nuestro país, sobre todo por su desarrollo económico. Nada más que para ganar la elección presidencial se requiere presencia y seguidores en todas o en la mayoría de las entidades.
Movimiento Ciudadano no tiene estructura nacional. Quizás considere que para ganar sería suficiente con nominar al mejor candidato, alguien extraordinario y maravilloso para atraer el voto de millones de mexicanos. ¿Quién? ¿El gobernador de Nuevo León? ¿El gobernador de Jalisco? ¿El alcalde de Monterrey? Personajes locales o estatales, sin alcance nacional.
No es ocioso que, en el bando contrario, en el grupo que gobierna, sus principales figuras recorran la República. Saben que es necesario identificarse y darse a conocer en el país, pisar las 32 entidades, con tiempo, como lo están haciendo, no en la última hora.
A la oposición se le agota el tiempo. Son tantos sus aspirantes que resultará complicado que alguno de ellos cuaje. Sus esfuerzos están fragmentados. Es lo que está a la vista.
Si una vez que resuelvan quien va a ser su candidato o candidata, todos los demás aspirantes se le suman, entonces el grupo gobernante tendría motivos para preocuparse.
No es lo que ha caracterizado a quienes compiten por esa candidatura, hay que revisar lo que ha sucedido en los partidos. Por lo general, los que no son elegidos, se desentienden de la campaña presidencial.
Además, para el 2024 la oposición sabe de la importancia que Movimiento Ciudadano participe en la alianza. Aportaría los votos que podrían asegurar la diferencia en el resultado de la elección.
El panorama no es el mejor para la oposición:
1.- Hasta ahora no tienen a ningún aspirante perfilado para que se convierta en el deseado candidato o candidata.
2.-El tiempo se le agota para darlo a conocer a todo el país.
3.-No hay ninguna figura nueva entre sus aspirantes.
4.-El nombre del alcalde de Monterrey es conocido a nivel nacional porque así se llamaba su padre asesinado en1994.
5.-Movimiento Ciudadano quiere competir por su cuenta, a pesar de que sabe que su fuerza sería insuficiente para ganar.
6.-La campaña contra el gobierno en turno, sin nadie que sepa capitalizarla, podría volverse un bumerang.
Ante ese escenario y entre más se tarde en definir a su principal aspirante, la oposición puede irse despidiendo de su sueño de recuperar la presidencia el próximo año.
Necesitaría un milagro político, un personaje sacado de la manga, sorprendente y popular.
Hasta ahora, no se ve por ningún lado.

Tanto a Marcelo Ebrard como a Ricardo Monreal la oposición les ha coqueteado. Explicable porque los opositores, por más que deshojan la margarita, no encuentran a nadie que pueda representarlos en 2024 con posibilidades reales de ganar la presidencia.
Hubo un momento en que Monreal pareció estar a punto de dar ese paso, cuando en el Senado tenía los votos suficientes, de la oposición, para asumir la presidencia de la mesa directiva. Su bancada guinda estaba dividida y en ese trance el ofrecimiento de sus adversarios, que, por supuesto no era gratuito, implicaba el rompimiento con la 4T y Andrés Manuel López Obrador. Desistió.
Le dolía que el presidente lo desairara, que no lo hubiera incluido desde el principio como aspirante a la candidatura de Morena. Lo hizo con el paso del tiempo, sin festinar, forzado, en medio del enfriamiento de sus relaciones. Ya no se veían con regularidad.
Sin duda López Obrador le conoce fortalezas y debilidades. Seguro que cuenta con información que lo eleva y otra que lo desnuda como aspirante al grado de ponerlo en jaque político. A estas alturas, el presidente lo sabe todo y de todos, por eso a veces la rudeza en su oratoria, con la certeza de que el mensaje será recibido por el destinatario o destinatarios.
No ha sido casual que el propio Monreal haya reconocido la pérdida de control de su grupo parlamentario en el Senado. Para eso han trabajado quienes llegaron al edificio de Insurgentes y Reforma con la encomienda de quienes suspiran por la candidatura presidencial. El enemigo en casa.
Tiene información, estimaciones y versiones, desde hace varios meses, de que la oposición no va a ganar en el 2024 y tampoco él va a ser nominado candidato a la presidencia por el partido en el poder.
En ese escenario, más le vale negociar y amarrar una posición para el siguiente sexenio, empleo para su equipo. Es lo que decidió hacer. Estaba visto que medir fuerzas con el presidente lo llevaría al precipicio, a quedarse como el perro de las dos tortas, sin nada.
Por experiencia, como veterano de la política, optó por lo seguro, seguir dentro del presupuesto oficial, para no caer en el error de quedar fuera y difuminarse del escenario nacional.
Es el mismo caso de Marcelo Ebrard. El presidente sabe de sus fortalezas y debilidades. Nadie le niega al canciller sus capacidades en el servicio público, sería un gran candidato, ideal para la oposición. Incluso, hasta la fecha, los opositores tratan de conquistarlo. Es el que más les convence y simpatiza porque no es izquierdoso de cepa, sino moderado.
Cuando fue perseguido en el gobierno de Enrique Peña Nieto, porque era considerado culpable de la filtración informativa sobre la casa blanca de la esposa del mexiquense, Ebrard no se refugió en un país del tercer mundo, sino en Francia, donde tiene raíces familiares.
El propio Ebrard ha contado que lo querían meter a la cárcel. Regresa y reaparece en la política nacional a la sombra de López Obrador. No sólo lo protegió, lo integró al gabinete presidencial.
Obvio que ni Monreal ni Ebrard son suicidas, tampoco malagradecidos. Se la deben al presidente y harán lo que les diga dentro de la estrategia para que Morena conserve el poder en 2024.
“Amor con amor se paga” (frase presidencial) y así le van a corresponder el senador y el secretario de Relaciones Exteriores al presidente.

En el Plan B de la reforma electoral no puede estar todo mal, algo bueno debe tener y por ello la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) se va a tomar su tiempo para revisarlo a fondo, para decidir si lo anula todo o solo partes que sean contrarias a la Constitución.
Los que se oponen a dicho plan aprobado por el poder legislativo, lo ven como riesgo para la democracia mexicana, para la organización de las elecciones de 2024. No quieren saber nada del texto. Por lo pronto celebran que el ministro Javier Laynez Potisek haya suspendido su aplicación.
Oposición e inconformes del Instituto Nacional Electoral (INE) no han dudado en presentar controversias constitucionales ante el máximo tribunal de nuestro país. Esperan que el máximo tribunal deseche el documento.
En contraste, los que elaboraron la reforma y que niegan que pretendan acabar con el instituto electoral, argumentan que buscan perfeccionar la actuación del citado organismo y evitar desperdicios presupuestales. Están convencidos de que se gasta demasiado dinero, de que hay derroches y que son inmorales las percepciones de los consejeros.
Son posiciones radicales, declaraciones encontradas, valoraciones válidas y exageraciones.
No tiene lógica, ningún sentido que el actual grupo en el poder aspire a terminar con el organismo electoral.
¿Para qué? ¿Para asegurar el triunfo en 2024? ¿Para burlar la voluntad popular? ¿Para hacer trampa?
Hay que recordar la forma en que ganó las elecciones presidenciales de 2018, arrasó compitiendo con las actuales reglas. Obtuvo la presidencia de la República sin el menor asomo de duda y alcanzó la mayoría necesaria en el poder legislativo para realizar reformas constitucionales.
Tampoco olvidar que el actual grupo en el poder no se ha dejado de quejar de lo sucedido en el proceso electoral de 2006, donde la diferencia entre el primero y segundo lugar fue menor a un punto. Siempre ha creído que hubo fraude, que le ganaron a la mala. Al final, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación confirmó el triunfo del candidato oficial, sin dejar de subrayar el riesgo que significó para la equidad de la competencia la intromisión del entonces presidente Vicente Fox. Así está en el expediente.
Entonces, ¿por qué ahora el mismo grupo impulsaría una reforma que pudiera poner en duda el resultado de 2024 si es de lo que más se quejó en 2006, al grado de cerrar por varios meses la avenida Paseo de la Reforma, en perjuicio de los habitantes de la Ciudad de México?
Seguro que la reforma no es perfecta y pareciera desechar lo avanzado, lo que está probado que funciona. Por ejemplo, la estructura de las vocalías ejecutivas, integradas por cinco personas. Lo que hacen cinco personas en la actualidad, sería excesivo que en lo sucesivo lo haga una. Otro caso es la composición de los comités distritales, pasarlos de seis a cuatro consejeros.
En contraste, uno de los puntos a favor es que los votos empezarían a ser contados por los consejos distritales el mismo día de los comicios, ya no tendrían que esperarse hasta el miércoles. Lo que no se termina de entender y suena a duplicidad es que al mismo tiempo operaría el programa de resultados preliminares.
Cada quien ve lo que le conviene, voces en contra y a favor. Ni todo es negro ni todo es blanco en la vida y en la política.
Si la Suprema Corte de Justicia de la Nación le dieran toda la razón a los que se oponen al plan B, en 2024 se volvería a competir con las reglas aplicadas en 2018, cuando Andrés Manuel López Obrador al frente de la llamada izquierda alcanzó 30 millones de votos.

Los presidentes de México de extracción priísta perdían el poder en el momento en que se “destapaba” al candidato. Medios, políticos y grupos económicos se concentraban en la nueva figura nacional.
Se inundaba de propaganda la vía pública, la prensa escrita, la radio le daban prioridad a lo que hacía y decía. Veían como un hecho que ganaría las elecciones. Toda una maquinaria material y humana para favorecerlo, aunque no siempre se logró el éxito deseado. Hay que recordar 1988 cuando el sistema se cayó o calló ante la votación alcanzada por el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, a pesar de su raquítica presencia mediática. Quedaron dudas, hasta la fecha, sobre el resultado que favoreció al candidato oficial.
En ese entonces, los medios, la mayoría, al día siguiente de las elecciones, dedicaron los titulares a la información proporcionada por el propio PRI que anunciaba a su candidato como triunfador. Ignoraron a la extinta Comisión Federal Electoral que estaba titubeante con la caída del sistema.
En el 2000 se desfiguró la supremacía tricolor. Ernesto Zedillo que nunca se distinguió por la querencia con su partido y prefirió guardar lo que llamó la sana distancia, no dudó en reconocer el triunfo de la oposición, los números que favorecían a Vicente Fox.
Pronto apareció en los medios para dar fe de las cifras proporcionadas por el entonces IFE, con José Woldenberg al frente del instituto electoral. De esa manera desactivar cualquier tentación por maniobrar y alterar lo que ya era inevitable, el final de la era tricolor.
Zedillo no quería a los priístas, porque aun cuando lo nominaron por órdenes de quien entonces vivía en la residencia oficial de Los Pinos, sabía que nunca fue bien visto en el partido. Tenía claro que era objeto de burlas y que jamás le dieron su lugar como coordinador de la campaña de Colosio. Así que se desentendió del proyecto de Francisco Labastida. No se entristeció por la entrega del poder y mucho menos se puso a llorar.
Atrás quedó esa práctica de que el candidato oficial, una vez “destapado”, asumía el control del país y relegaba a segundo plano a quien estaba por concluir seis años de gobierno.
Fox conservó el poder presidencial hasta el último minuto. Quería que Santiago Creel fuera el candidato. No lo consiguió, se le adelantó Felipe Calderón. Obligado por las circunstancias intervino en el proceso electoral, hizo campaña por el PAN para evitar el arribo de Andrés Manuel López Obrador. Ahí nació la frase “es un peligro para México” contra el candidato de izquierda.
Calderón también conservó el poder hasta el último minuto. Josefina Vázquez Mota no fue la mejor candidata y llevó a su partido al tercer lugar en la elección presidencial. Calderón le regresó el poder al PRI.
Enrique Peña Nieto también conservó el poder hasta el último minuto. Nunca se lo cedió al candidato. José Antonio Meade no pudo remontar la imagen de corrupción del gobierno en turno.
Todo indica que también el presidente Andrés Manuel López Obrador conservará el poder hasta el último minuto. Su popularidad y la identificación que tiene con la gente, sobre todo con la de escasos recursos, los pobres que son mayoría en México, sería determinante para el resultado que obtenga el candidato de Morena en 2024, sea quien sea, mujer u hombre.

Hasta ahora, en la oposición, no ha surgido la figura que pueda ser el gran competidor en el proceso presidencial de 2024. Hay muchos nombres, ninguno apuntalado para encabezar la alianza. Cada uno, cada una, va por su lado, con la meta de alcanzar el consenso de las distintas fuerzas.
Movimiento Ciudadano tiene más que decidido que va a participar solo, convencido de que tendría crecimiento como partido y posibilidades de ser digno contendiente. En realidad, salvo algunos estados donde gobierna (Jalisco y Nuevo León, dos de los tres más importantes del país), carece de la fuerza nacional que se requiere para estos casos. De cualquier manera, nada lo hará cambiar de parecer.
Su dirigencia ofreció que para este fin de año contaría con proyecto de gobierno. Todavía no lo hace público. Entre sus potenciales candidatos están Luis Donaldo Colosio, Enrique Alfaro y Samuel García. El mejor posicionado, al menos en encuestas, es el alcalde de Monterrey, hijo del malogrado candidato, del mismo nombre, asesinado en Tijuana en 1994. Samuel, gobernador de Nuevo León, apenas acaba de pedir que lo anoten para la carrera.
A la oposición, aunque no lo admita, el tiempo se le agota. Sigue sin definición y sin importarle recientes experiencias que empezaron a promoverse con mucha más anticipación. ¿Se acuerdan de Vicente Fox? Se auto destapó e hizo carrera desde que era gobernador de Guanajuato. Felipe Calderón, igual. Sorprendió a sus propios compañeros, aunque después las divisiones internas le complicaron el resultado electoral. Enrique Peña Nieto hasta novia y esposa consiguió en la etapa previa a su nominación. Los tres salieron primero y llegaron primero a la postulación de sus respectivos partidos.
Ahí está la relevancia del tiempo para placearse, enfocar la energía en los principales prospectos, sobre todo cuando se juega en el equipo de la oposición, porque es más el esfuerzo y la capacidad de convocatoria que se necesitan para desplazar al partido en el poder.
Dentro de este contexto es indudable que llevan la delantera Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard, Adán Augusto López Hernández y Ricardo Monreal. Están todos los días en los aparadores de las responsabilidades que tienen asignadas: Ciudad de México, Cancillería, Secretaría de Gobernación y Senado. La sociedad cada vez más conoce lo que hacen y dicen. Monreal tardó en permear en el ánimo social porque no recibió la bendición de Palacio Nacional desde que arrancó la carrera; lo ha conseguido a base de perseverancia, nunca se hizo a un lado y menos lo hará ahora.
Van por delante los aspirantes de Morena y cada día que pasa adquieren más ventaja.
Cuando la oposición se decida, aun cuando eligiera al mejor de sus prospectos, será tanta la ventaja de los otros, que ni en el auto de Sergio Checo Pérez podrá darles alance.
Por eso hay sectores en el país que, ante la realidad evidente, procuran no romper, sino por contrario, cuidar y estrechar la comunicación con los que se perfilan para seguir en el poder.
No hay que ser expertos observadores para darse cuenta de este comportamiento, basta con seguir actividades de Palacio Nacional y tomar nota de los que procuran que no se les cierre la puerta, actitud lógica cuando saben que deben proteger lo que les ha tomado años construir.

Las fracturas en partidos políticos tienen costo y en la mayoría de los casos se paga con la derrota en las elecciones; en otras, se sufre para ganar y deja dudas en el resultado.
Historia reciente de nuestro México. Hay que recordar en primer término lo que sucedió en 1988 cuando el PRI se fracturó con la llamada Corriente Democrática que encabezaron el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez.
Fue cuando se “cayó o calló” el sistema, “haiga sido como haiga sido”. Hasta la fecha hay muchas voces que están convencidas de que se le arrebató el triunfo a la alianza encabezada por Cuauhtémoc.
En 1994 la trágica diferencia la hizo el asesinato de Luis Donaldo Colosio, además de la aparición del EZLN en Chiapas. Hubo incertidumbre y voto del miedo. La sociedad optó por lo que garantizaba paz y le dio la victoria al candidato improvisado Ernesto Zedillo, quien como coordinador de la campaña de Colosio tuvo que aguantar desaire, burla y malas caras de priístas.
Fue una de las razones que llevó a Zedilllo, ya como presidente del país, a practicar lo que llamó “sana distancia” con su partido y no se desvivió por ayudarlo a ganar en el proceso electoral de 2000. Fue de los primeros en reconocer la victoria de la oposición foxista.
Para la siguiente competencia, en el 2006 Vicente Fox y su esposa Martha Sahagún intentaron que Santiago Creel fuera el candidato del PAN. Se les adelantó Felipe Calderón y ganó el proceso interno. Cuando Fox se dio cuenta que su partido podía perder la presidencial, aceleró su activismo a favor del político michoacano, como consta en el dictamen del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, que calificó la elección. Para fortuna del panismo, hubo una fractura más en el PRI, la maestra Elba Esther Gordillo rompió con Roberto Madrazo y decidió sumarse a los intereses azules.
Mínima la ventaja para Calderón, apenas el 0.56 %, en un escenario de impugnaciones, el reclamo de “voto por voto, casilla por casilla” y la más prolongada protesta sobre el paseo de la Reforma.
En el 2012, la sociedad volvió a darle nueva oportunidad al priísmo, al ver que los azules no habían logrado el cambio ofrecido. No le funcionó al PAN nominar a Josefina Vázquez Mota como su candidata. Hasta ahora, el hecho de que las mujeres sean mayoría en la población y en el padrón electoral, no ha sido suficiente para que una mujer llegue a la presidencia.
Para el 2018 el partido azul se fracturó; Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala, así como los seguidores o leales, inconformes con la dirigencia, tomaron otro camino. Se atrevieron, sin éxito, a nominar a Margarita como su candidata, en vez de sumarse a Ricardo Anaya.
En “Los Pinos” también se equivocaron y dividieron al partido al postular un candidato diferente (José Antonio Meade), que no estaba identificado con el priísmo. Se ocuparon en combatir al panista Anaya cuando Andrés Manuel López Obrador iba adelante en la mayoría de las encuestas.
Para el 2024, los principales partidos sufren problemas internos que se pueden recrudecer y llegar a la fractura en caso de que no se pongan de acuerdo en la nominación de sus respectivos candidatos o candidatas.
Por lo visto, poco o nada han aprendido de las recientes experiencias.

Hasta ahora ninguna mujer ha ganado la presidencia de México, a pesar de que son mayoría en población y en el padrón de electores del Instituto Nacional Electoral (INE). La condición de género no ha sido determinante.
Las mujeres no han votado por las mujeres, por el solo hecho de ser mujeres. No han sido solidarias en ese sentido. El voto ha sido por quien les ha parecido la mejor opción, aun cuando después el ejercicio de gobierno les desilusione o no cumpla con lo ofrecido en campaña.
De acuerdo con las estadísticas, con las cifras de los votos emitidos, ninguna ha estado cerca de ganar la presidencia. La mayoría lejos de esa posibilidad; escasa votación, por abajo del tres por ciento, que es el porcentaje que ahora se exige a los partidos para conservar el registro.
Van seis mujeres candidatas a la presidencia de la República. Solo uno de los principales partidos, el PAN, ha postulado una mujer. Josefina Vázquez Mota, actual senadora, que en el proceso electoral del 2012 se ubicó en el tercer lugar, por abajo del PRI y la alianza integrada por PRD, PT y Movimiento Ciudadano.
La primera candidata presidencial fue Rosario Ibarra de Piedra (QEPD) en 1982, con la camiseta del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Alcanzó el 1.84 por ciento de la votación.
Fue nominada de nuevo, por el mismo partido, en la siguiente elección. Su votación, todavía más baja, apenas el 0.39 por ciento, en el controvertido proceso de 1988 cuando falló el sistema de cómputo.
Después de esta experiencia, nunca más volvió a intentar competir por la presidencia de la República. Doña Rosario, mujer defensora de los derechos humanos, dedicó su vida a buscar a su hijo desaparecido.
En 1994 fueron dos mujeres las que compitieron por la presidencia de la República: Cecilia Soto por el Partido del Trabajo y Marcela Lombardo (QEPD), por el Partido Popular Socialista. La primera alcanzó el 2.5 por ciento de la votación. La segunda apenas el 0.47 por ciento.
En el 2000, cuando se dio la alternancia en México con el triunfo del panista Vicente Fox, no hubo candidatas presidenciables.
Fue hasta el proceso de 2006 que participó Patricia Mercado, por el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina. Obtuvo el 2.71 por ciento de la votación, en una contienda cerrada entre el primero y segundo lugar, menos del uno por ciento la ventaja para el ganador.
Siguió el 2012 con la panista Josefina Vázquez Mota. De las mujeres, la que más votos ha logrado. Con el 26 % llevó a su partido al tercer lugar, no estuvo cerca de ganar la elección presidencial.
En el 2018 Margarita Zavala se inscribió como candidata independiente; no llegó al día de la elección. Se retiró de la contienda después del primer debate entre los candidatos.
Para el 2024 hay varias mujeres, de los distintos partidos, que aspiran a convertirse en candidatas.
Cada una sabe que las mujeres son mayoría en el padrón y en el listado nominal del INE.
Por el comportamiento del electorado en anteriores procesos, no se puede dar por hecho que será mujer quien ocupe la silla presidencial a partir del 2024.

Hasta ahora no se sabe el impacto que finalmente tendrá la filtración de información confidencial. México no es el único. Los vecinos, Estados Unidos, tampoco se han salvado de que parte de sus secretos de gobierno hayan sido puestos al descubierto por el australiano Julian Assange y el estadounidense Edward Snowden, naturalizado ruso.
Le pegaron en el corazón de su inteligencia a los norteamericanos. Sus autoridades no dudaron en iniciar la persecución contra quienes vulneraron su seguridad, acusados de cometer delitos informáticos. La persecución no ha terminado y ha complicado la vida de los protagonistas de este episodio que es del dominio público en el mundo.
Hace más de 10 años WikiLeaks tuvo acceso a 700 mil documentos secretos de los Estados Unidos. Los activistas cibernéticos llamados Guacamaya capturaron más de 4 millones de documentos que tenía bajo resguardo la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA) en México.
Estados Unidos también sufrió en el 2013 la filtración de información de su Agencia de Seguridad Nacional.
A la distancia, lo que se puede observar de la experiencia de los vecinos es que a pesar de la filtración más grande de su historia, no han dejado de ser una potencia mundial ni ha significado la caída de su gobierno. Tampoco se ha procedido contra funcionarios, que según revelaciones, pudieron haber actuado contra normas de su país o contra la ética.
Lo que debe ser un hecho es el refuerzo encriptado de sus documentos, para que nadie los vuelva a sustraer; aunque los hackers modernos, persistentes, pueden de nuevo encontrar clave o códigos.
Otra reacción de las autoridades, por lógica, debe de ser una actuación más estricta y apegada al marco legal, garantizar que sea en beneficio de la sociedad y de ninguna manera en su perjuicio.
Algo similar es de suponer sucederá en México. La Secretaría de la Defensa Nacional va a utilizar un mejor blindaje para su información y quizás hasta modifique sus criterios de clasificación. Es probable que se haga lo mismo con otras dependencias que manejan información delicada.
Los servidores públicos exhibidos concluirán que lo más conveniente es irse por el camino correcto, hablar siempre con la verdad, para que cualquier nueva filtración, no sorprenda a nadie.
Es tal vez la parte buena que consiguen los que se dedican al hackeo, lo que no quiere decir que ese sea su propósito, porque también el ciber-espionaje puede responder a intereses económicos o tratarse de estrategias para desacreditar gobiernos.
4 millones de documentos es mucha información que no se agotará en una semana o en un mes. Ya se verá si tiene fondo político y llevan el asunto informativo hasta las elecciones de 2024.
Los hackers llegaron para quedarse en el mundo y se han convertido en una especie de vigilantes anónimos.
El mejor antídoto para los gobiernos que no quieran ser hackeados es conducirse con verdad y enfocarse en darle calidad de vida a sus gobernados, sin engaños ni simulaciones.
Cuando no hay nada que esconder que huela mal o a corrupción, nada habrá que temer, a ningún hackeo.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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