Tanto a Marcelo Ebrard como a Ricardo Monreal la oposición les ha coqueteado. Explicable porque los opositores, por más que deshojan la margarita, no encuentran a nadie que pueda representarlos en 2024 con posibilidades reales de ganar la presidencia.
Hubo un momento en que Monreal pareció estar a punto de dar ese paso, cuando en el Senado tenía los votos suficientes, de la oposición, para asumir la presidencia de la mesa directiva. Su bancada guinda estaba dividida y en ese trance el ofrecimiento de sus adversarios, que, por supuesto no era gratuito, implicaba el rompimiento con la 4T y Andrés Manuel López Obrador. Desistió.
Le dolía que el presidente lo desairara, que no lo hubiera incluido desde el principio como aspirante a la candidatura de Morena. Lo hizo con el paso del tiempo, sin festinar, forzado, en medio del enfriamiento de sus relaciones. Ya no se veían con regularidad.
Sin duda López Obrador le conoce fortalezas y debilidades. Seguro que cuenta con información que lo eleva y otra que lo desnuda como aspirante al grado de ponerlo en jaque político. A estas alturas, el presidente lo sabe todo y de todos, por eso a veces la rudeza en su oratoria, con la certeza de que el mensaje será recibido por el destinatario o destinatarios.
No ha sido casual que el propio Monreal haya reconocido la pérdida de control de su grupo parlamentario en el Senado. Para eso han trabajado quienes llegaron al edificio de Insurgentes y Reforma con la encomienda de quienes suspiran por la candidatura presidencial. El enemigo en casa.
Tiene información, estimaciones y versiones, desde hace varios meses, de que la oposición no va a ganar en el 2024 y tampoco él va a ser nominado candidato a la presidencia por el partido en el poder.
En ese escenario, más le vale negociar y amarrar una posición para el siguiente sexenio, empleo para su equipo. Es lo que decidió hacer. Estaba visto que medir fuerzas con el presidente lo llevaría al precipicio, a quedarse como el perro de las dos tortas, sin nada.
Por experiencia, como veterano de la política, optó por lo seguro, seguir dentro del presupuesto oficial, para no caer en el error de quedar fuera y difuminarse del escenario nacional.
Es el mismo caso de Marcelo Ebrard. El presidente sabe de sus fortalezas y debilidades. Nadie le niega al canciller sus capacidades en el servicio público, sería un gran candidato, ideal para la oposición. Incluso, hasta la fecha, los opositores tratan de conquistarlo. Es el que más les convence y simpatiza porque no es izquierdoso de cepa, sino moderado.
Cuando fue perseguido en el gobierno de Enrique Peña Nieto, porque era considerado culpable de la filtración informativa sobre la casa blanca de la esposa del mexiquense, Ebrard no se refugió en un país del tercer mundo, sino en Francia, donde tiene raíces familiares.
El propio Ebrard ha contado que lo querían meter a la cárcel. Regresa y reaparece en la política nacional a la sombra de López Obrador. No sólo lo protegió, lo integró al gabinete presidencial.
Obvio que ni Monreal ni Ebrard son suicidas, tampoco malagradecidos. Se la deben al presidente y harán lo que les diga dentro de la estrategia para que Morena conserve el poder en 2024.
“Amor con amor se paga” (frase presidencial) y así le van a corresponder el senador y el secretario de Relaciones Exteriores al presidente.
Lealtad de Ebrard y Monreal
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