La historia que te voy a contar es de una gata negra y sus andanzas con un gato gris.
Cayeron los dos al pequeño jardín de la casa del vecino Esteban, que se puede ver desde el cuarto piso del edificio en que vivimos. La ventana de la recamara de mi hijo menor da hacia ese sitio.
El pasado viernes 13 de noviembre, a las tres de la mañana, mi hijo interrumpió mi sueño, con cierta cara de susto y alerta. Hizo un reporte corto de lo que sucedía en ese jardín: dos gatos que maullaban e intentaban salir, escalar la pared, que corrían de un lado a otro, con ojos brillantes y aterrados.
No me levanté, preferí seguir el sueño, le sugerí que hiciera lo mismo, que estuviera tranquilo porque no pasaría nada. Además, los animales estaban en territorio ajeno.
Al día siguiente, al mediodía me topé con Esteban y conocí la historia de los gatos encerrados.
Su jardín está protegido con una barda que tiene altura de tres metros e hilera de vidrios filosos en la parte superior, con la obvia intención de espantar la incursión de individuos extraños.
Resulta que la gata negra, robusta, de pelo cuidado y sedoso, de aproximadamente cuatro kilos de peso, es domestica. El gris, delgado y pelo desaseado, callejero.
Es raro que hubieran caído al vacío, pero perdieron el equilibrio por su flirteo nocturno, se descuidaron y entraron en pánico, sobre todo la gata.
Por más que se impulsaba y arañaba la pared, no conseguía remontar la barda. Dejó de hacerlo hasta que se cansó. Su compañero lo intentó solo dos veces, después se acomodó y acurrucó en una esquina a mirar el esfuerzo de su pareja.
Una vez que amaneció, Esteban, quien por precaución mantuvo cerrada la puerta que da a su jardín, salió de su casa a tratar de dar con los dueños de los felinos.
El encargado de un estacionamiento público le precisó que la gata negra tenía dueño; sin embargo, no sabía donde vivía. Sobre el gato gris le aseguró que era callejero.
Continuó la búsqueda. El recolector matinal de basura le ofreció: “si me entero que alguien pregunta por esos gatos, lo mando a su domicilio”.
Esteban pasó frente a oficinas del partido Movimiento Ciudadano. Por la reja se le ocurrió preguntarle al vigilante si en ese lugar había gatos. Hizo cara de “What?” su interlocutor y aclaró de inmediato: “aquí lo que hay son muchas ratas”.
Con ironía lanzó su segunda pregunta: “¿De dos o cuatro patas?”.
Quedó estupefacto el vigilante.
Segundos después reaccionó, respiró profundo, miró de un lado a otro y con voz suave respondió:
“De las dos”.
Estaban se retiró con una sonrisa. Más adelante se encontró al “viene..viene” , mil usos y "dueño" de la calle. Fue el salvador de los gatos. No quiso acercárseles, porque “me pueden arañar”. Fue por una escoba de barrendero a su domicilio, a media cuadra. Regresó e hizo que la gata intentara de nuevo saltar; una vez que había subido la tercera parte de la pared, la empujó con los filamentos de la escoba.
El gato gris, que no había perdido detalle de la escena, resolvió seguir a su pareja, trepó y, cuando parecía que se caía, recibió la misma ayuda y alcanzó el borde.
Se escuchó un maullido de triunfo y así acabó la historia de los gatos encerrados, en viernes 13. En la pared quedaron marcados los arañazos, sobre todo de la gata.
Esteban y gatos encerrados
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