Esteban se aproxima ya a los ochenta años, se ha casado tres veces, la primera lo abandonó, con la segunda se divorció y la tercera se le murió.

Viudo decidió no volver a casarse. Se resignó a vivir solo, aunque en algunas ocasiones era visitado por uno de sus dos hijos, por arriba de los 20 años; le hacía compañía varios días hasta que se aburría.

Vecino amigable, culto, inteligente, hiperactivo; con papeles y pluma en mano salía a caminar, a comer o a tomarse un café; escribe o escribía poemas y le encanta filosofar, platicar y reflexionar.

Todo iba bien hasta que me tocó la puerta con expresión ansiosa y nerviosa, con el cabello fuera de su lugar, despeinado.

-Hay que platicar, hay que prepararse para la batalla, para la guerra –propuso en tono imperativo.

-Soy pacifista –contesté.

La palabra “pacifista lo enfrió, como si le hubiera aventado un cubetazo de agua helada.

Se sintió confundido, optó por despedirse y retirarse.

Al día siguiente, por la tarde, sacó algunos adornos, artesanías, pequeñas esculturas; las puso sobre la banqueta; caminaba de un lado a otro, sin rebasar el área de su casa; detenía a cualquiera que cruzara por su acera, agitaba sus brazos y hablaba con tal rapidez que apenas se le entendía. Había estrellado su teléfono celular contra el piso porque creía que lo estaban espiando.

Volvió a tocar la puerta.

Esta vez para exigir: “¡háblale al presidente, a Los Pinos, necesito hablar con él, me están espiando, dile que me llame!”.

Para no contrariarlo más le seguí la corriente, le ofrecí que lo haría, no sin antes recomendarle que guardara sus cosas que había depositado en la banqueta.

Supuse que se tranquilizaría y volvería a la normalidad.

Empezó a llover.

A la hora, de nuevo el timbre.

Enojado y más exigente, quería saber si ya me había comunicado con el presidente.

Tuve que decirle que no, porque no estaba en mis posibilidades.

Más se encendió y se retiró vociferando, con palabras de reproche, meneando la cabeza de un lado a otro y totalmente despeinado. Se tranquilizó hasta que llegó una patrulla;  lo invitó a recoger sus cosas y meterse en su casa. Accedió sin protestar.

Al día siguiente empeoró su situación, apenas se levantó rompió los vidrios de su ventana que da a la calle.

La encargada de la limpieza hizo una llamada telefónica y a los pocos minutos llegó un hermano y el hijo, se llevaron a Esteban.

Inocencia, enterada de todo lo que sucedía en la casa, los vio partir y como no es partidaria de guardar secretos, al primero que le preguntó por lo sucedido le respondió que su patrón sufre esquizofrenia.

Perdimos a un poeta, no ha vuelto, la casa luce abandonada, la doméstica se quedó sin empleo.

En el siglo pasado, los últimos tres presidentes militares que tuvo México fueron Abelardo L. Rodríguez, Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho. Ninguno de ellos propuso el militarismo y mucho menos intentó la permanencia en el poder a través de las armas.
Desde Miguel Alemán (1946-1952), México solo ha tenido presidentes civiles, ya nadie con formación militar. Y no hay indicios de que esto vaya a cambiar, porque hasta ahora, entre los aspirantes para el 2024, no hay ninguno que sea integrante (con licencia o en retiro) del Ejército, Marina o Fuerza Área.
Los militares, desde 1946, bajo mando de un civil, el presidente, jefe supremo de las fuerzas armadas, se mueven o emprenden alguna acción si así se los ordena el presidente de la República.
En los últimos tiempos, hay tres momentos en los que han salido de sus cuarteles para hacer uso de sus armas. Sucedió en el movimiento estudiantil de 1968, en el levantamiento del “Ejército Zapatista de Liberación Nacional” (EZLN) en Chiapas y en la llamada “guerra” contra el narcotráfico en el 2006. En ninguno de los tres casos lo hicieron de manera voluntaria, obedecieron órdenes, de un civil. Tampoco se aprovecharon de la situación para pensar en la posibilidad de tomar el poder o dar un golpe de Estado.
Ahora, en el actual gobierno, la orden, de un civil, es ayudar en la construcción de México. Cumplen, obedecen a su jefe supremo. Participan en diversas de tareas, en las que sobresalen el aeropuerto Felipe Ángeles y el Tren Maya. Más de uno está alarmado por dicha actividad, repiten en diversos foros y medios que México se está militarizando. El senador Emilio Álvarez Icaza, del autollamado “Grupo Plural”, lo gritó a todo pulmón en la tribuna del Senado. Quizás el grito más intenso en toda la historia de esta cámara.
En el aniversario de la Revolución Mexicana, el general Luis Cresencio Sandoval González, secretario de la Defensa Nacional, dijo que “las fuerzas armadas y la Guardia Nacional vemos en la transformación que vive nuestro país el mismo propósito de las tres primeras transformaciones: el bien de la patria. Se enfoca en desterrar la corrupción, procurar el bienestar del pueblo, el progreso con justicia, la igualdad, el crecimiento económico, educación, salud y seguridad, entre otros rubros. Como mexicanos es necesario estados unidos”.
Sus palabras avivaron el fuego de los que temen la militarización, lo interpretaron como una intromisión en política, como un respaldo al partido en el poder. Siendo estrictos, el general secretario forma parte de ese proyecto y es parte del gabinete presidencial, no es miembro de Morena.
No desentona el discurso del general porque tuvo el cuidado de no rebasar los límites que le marcan la Constitución y las leyes.
Sobre la diversidad de obras en las que participan los militares, ha dicho que una de las misiones que tienen el Ejército y la fuerza aérea es “realizar acciones cívicas y obras sociales que tiendan al progreso del país”, como lo señala la fracción IV de la Ley Orgánica del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos.
Cumplen órdenes y es su obligación acatarlas dentro del marco de la ley. Contra lo que había expresado en su campaña el presidente, de regresarlos a sus cuarteles, son la mejor opción que ha encontrado para avanzar en su proyecto.

Un banco de madera con prótesis de metal no es usual, pero entendible en un mundo pandémico, donde hay que reinventarse o aplicar el ingenio para no morir de inanición.
Por la necesidad del sustento diario y falta de clientes, consecuencia del virus Covid-19, el herrero, prestador de servicios de la Ciudad de México, decidió utilizar un pedazo de fierro para arreglar banco de madera que tenía quebrada la pata.
Su pequeño negocio con la cortina cerrada, con restricciones y horario limitado, como cientos de miles de comercios. No solo conoce de herrería sino de plomería, carpintería y electricidad. Un poco de todo, indispensable para sobrevivir en tiempos críticos.
Hay que hablarle por teléfono para concertar cita o enviarle un mensaje por WhatsAppp. Explicó que no tenía madera ni forma de comprarla, por falta de dinero. De cualquier manera, con tal no perder la oportunidad de ganarse unos pesos, ofreció que vería la forma de reparar el viejo banco.
Por su antigüedad, una de las patas no había resistido sobrepeso, tronó, quebró. Parecía su final, destinado a la basura. Requería con urgencia servicios del carpintero.
-Si no tiene madera, ¿cómo lo va a reparar? -pregunté.
-Usted déjelo, ya veré lo que hago. -respondió con un tono de seguridad que daba por hecho la reparación del banco.
Miró el banco de madera con una sonrisa.
-¿Cuándo lo tiene listo?
-Mañana por la tarde puede pasar a recogerlo.
-¿Y cuánto por la reparación?
- 150 pesos.
El “mil usos” empezó de ayudante de plomero. Lo vi acompañar varias veces a su maestro, camino a reparar tuberías y baños. Al cuarto mes, había conseguido independizarse y hasta rentar un espacio. En su anuncio presumía ya no solo saber de plomería, sino también de electricidad, carpintería y herrería. Daba la impresión de que no dominaba ninguno de los oficios. Eso sí, hablaba como experto. Resolvía o intentaba resolver cualquier desperfecto doméstico por el que fuera contratado.
Alguna vez volví a toparme con su maestro. Desilusionado de su alumno. Aseguraba que le había aprendido muy poco de plomería. Sin embargo, el aprendiz, aproximadamente de 30 años de edad, ya tenía local. Su maestro, de la tercera edad, había dejado su espacio comercial por falta de recursos para pagar renta.
Iniciativa no le falta al aprendiz. Ha sabido mantener su negocio. La pandemia lo obligó a bajar la cortina.
Por obvias razones, clientela e ingresos se redujeron. Despidió a dos empleados. Se quedó solo con su taller. No dudó cuando le hablé del banco con la pata quebrada. Estaba más que dispuesto para repararlo.
Ante la falta de madera, su creatividad alentada por la precariedad económica, le puso una prótesis de metal al banco. Objetivo cumplido, lo arregló. Nunca más se volverá a quebrar esa pata, ahora de fierro.
Una prótesis con esa fortaleza es lo que necesitan México y el mundo, para estabilizar economía, recuperar el equilibrio perdido por la “pata” quebrada por el virus.

La vi estresarse con la redacción de notas informativas de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y del Consejo de la Judicatura. Textos para el Canal Judicial. Parecía peleada con la construcción de párrafos cortos sobre la materia jurídica de México y el mundo. Evidentemente no era lo suyo, hace ocho años. Espero que hoy no haga lo mismo, porque ella nació para la poesía, es un manantial de poesía, una mina del verso, filón tan valioso como lo pueden ser vetas de oro y diamantes. Solo hay que dejarla hablar o escribir lo que le gusta, lo que ama. Tímida, como ella se describe, pero apasionada. Su amor es inmortal porque está escrito en sus poemarios. Por eso se atreve a decir que “no he perdido el amor”, porque lo atrapó para siempre con su poesía.

Es Aura María Vidales Ibarra. La conocí en el ejercicio del periodismo, en las secciones culturales de varios medios. Por un tiempo le perdí la pista. La encontré en la redacción del Canal Judicial. Ojalá las más altas autoridades de la Corte hayan descubierto el potencial poético de Aura, porque para ser poeta, como pregonan los poetas y las poetisas, se nace. Es su caso. Hay que escucharla o leerla. Por algo sus poemas han sido traducidos al inglés y al alemán, se han publicado en los Estados Unidos y Austria.

Me encantó verla de nuevo, en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. Ahora para hablar de lo suyo, de la poesía. Escribe desde los 14 años. Le hacía cartas de amor a sus compañeras de secundaria, para ayudarlas a conquistar con la palabra un apuesto varón. Tenían éxito. Aura lo hacía por amistad y por la facilidad para hacerlo. Su abuela, a la que no conoció, contribuyó a despertarle la pasión por la poesía. La abuela también escribía poesía, dejó en el librero sus escritos. Y hay más en la familia. Aura cerró su presentación con la lectura de un poema de su hermana.

La vida  y poesía de Aura, cautivan.

María Elena Cantú la acompañó en el escenario, para hacerla leer poesía que la moderadora había seleccionado y preguntarle de su historia personal. Episodios que la han marcado como el día que rompió sus collares. Llegó tarde a casa y fue regañada por su mamá. Tenía 22 años. ¿Qué hice?, se preguntaba en su mente ante la furia verbal de su madre. Aguantó el reproche, callada. Una vez que se agotaron las palabras maternales, Aura subió las escaleras. En su cuarto abrió el cajón que contenía sus collares. Los rompió y las perlas rodaron por todos los rumbos, sin importarle que fueran joyas de la familia. Esa fue su reacción, expresión del alma, origen de otro de sus poemas, la mujer que rompió sus collares...

Aura María Vidales Ibarra dedicó su presentación a los periodistas que han sido asesinados. El reclamo de justicia de la poetisa porque ya no haya ninguna víctima más.

No se cansó de leer sus versos y no dejó pregunta sin responder, tampoco ocultó el orgullo por sus dos hijos que ahí estaban en la sala. El varón la premió con una ramo de flores.

La fotógrafa Carmen Castilleja en primera fila para retratar a su amiga Aura, que ojalá ya no redacte más notas informativas del poder judicial, porque lo suyo es escribir poesía.

 

Amo tu alma húmeda, la intemperie

esa soledad del tiempo

el camino cansado de tus días

ese no volver a ser nosotros

aquellos de la playa.

Muchacho de mayor edad

aquí estoy como antes de la espera

íntegra en una migaja del ser.

Desprenden tus ropas aroma a nardo

un olor a lluvia y silencio.

Caer del sudor despierto

al más lejano sentido de la vida.

En tu cuerpo se ancla una era

el inminente amor despierta

a una edad lacrada por lo efímero

ser húmedo del sollozo no llorado

de la tibia carencia

y desembocadura.

Ardo en un deseo antiguo

que aquí comienza

danzo un nacer agonizando

una edad recogida en sus mejores días.

El que eres y eras comienza

y la lira de mi canto apenas toca

esa música exquisita: tu piel.

Desde los dos años pinta y dibuja, toda su obra ha sido clasificada y conservada por sus padres. Carga en su teléfono las primeras que hizo. Tiene una en su página de internet. Código Zárate Vite también te la muestra.

Egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

-¿Cuál es la diferencia de lo que hacías a los dos años de edad con lo que ahora haces a los 28 años?

-Sigo haciendo garabatos –responde, sonríe.

Hay evolución en su arte contra lo establecido e injusto. Es creativo, agudo e irreverente. Sus trazos en constante movimiento, al óleo y en acrílico. Parece que se han quedado petrificados en el lienzo, no hay que quitarles la mirada para descubrir que van de un lado a otro, fluyen y avivan la imaginación de cualquier observador.

Sus principales críticos son sus progenitores, su padre diseñador gráfico y su madre especializada en cine de arte, con formación en la Escuela de San Carlos. En su casa no tiene obra colgada. Solo hay dos murales suyos. A su mamá no le gusta lo que hizo en la sala. Le sugiere borrarlo y hacer otro, no termina de convencerle el arte abstracto. El segundo mural lo hizo en su cuarto y solo él y sus amigos lo ven.3 Mosh

Es Frederick Mosh, nombre artístico. Su verdadero nombre es Víctor Federico Contreras Castillo.

Cuando recibí la invitación para ir a la exposición en la Otra Galería, ubicada en la colonia Roma de la Ciudad de México, recordé que ya había visto algo de su obra, cuando supuse que se trataba del agitador universitario conocido por “El Mosh” (Alejandro Echevarría).

Era la oportunidad de aclarar su identidad.

No, no tiene nada que ver con el huelguista. El origen del nombre artístico Frederick Mosh es otro. Frederick porque su nombre de pila es Federico y el significado de su nombre, lo sabe muy bien, es “el que impone paz”, príncipe de la paz. Partidario de la resistencia civil y pacífica.

La palabra “Mosh” asegura haberla sacado del lenguaje indígena y la traduce como tuna.

-¿Por qué tuna?

-Es mi fruta favorita, desde niño. Su casa paterna está en Xochimilco y cerca de  nopaleras. Cortaba y comía tunas. Aprendió a quitarles la cáscara sin espinarse, con cuidado y precisión.

También el “Mosh” viene de su grupo musical favorito “Plastilina Mosh”, que formó parte del movimiento denominado “Avanzada”, que se distinguía por mezclar jazz, hip-hop y música electrónica. Grupo de rock nacido en Monterrey.

Frederick Mosh es de avanzada, lo confirma su obra desde los dos años.

Ahora pintor, dibujante y fotógrafo. Un curador, fluye en el arte, conectado con artistas y expresiones sociales. Fluido en todo lo que hace, no para. Hiperactivo. A la cita llegó después de participar en una manifestación en Paseo de la Reforma, en apoyo de su amigo y artista plástico, Antonio Rafael Ortiz Herrera, Gritón, con la llamada “antena para cambiar el mundo”, representada por una serie de listones de colores con el mensaje y la convocatoria a encontrar una solución positiva a los problemas. Frederick traía su pancarta en la mochila.

Fluido para hablar. No podía ser de otra manera. Sabe demasiado de su mundo del arte y la vida real, de lo que debe cambiar.

La verdad, primera vez que no encontraba la forma de poner punto final a la entrevista.

Domina la palabra. Hay que escucharlo. Aprenderle. Es inteligente, coherente, coordinado. Fue campeón nacional de oratoria en el 2001. En ese mismo año Premio Nacional de Dibujo, concurso organizado por UNICEF-México. Dio una conferencia sobre los derechos de los niños en la sede de la ONU en Nueva York. Ganó el concurso de pintura infantil que organiza la Secretaría de Marina, El Niño y La Mar.

En el 2011 la empresa que hace las plumas BIC le dio el primer lugar en ilustración. Numerosa la colección de bolígrafos que le regalaron, para escribir y dibujar varios años.

Frederick Mosh es un artista moderno, de la era digital, en estos tiempos hace sus bocetos hasta en el teléfono. La computadora le facilita la elaboración de los dibujos. Lo que no pueden hacer las nuevas herramientas de la humanidad es sustituir o reemplazar su creatividad, las ideas e imágenes que se construyen en su cerebro y que son vitales en su arte.

Reflexivo e irreverente contra lo establecido e injusto. No evade ningún tema. Ya tiene decidido a quien le va a dar su voto en el 2018. Votará por “Marichuy”, la candidata de los indígenas nominada por el EZLN.

El 30 aniversario del Salón Dès Aztecas. Cuando me enteré que el evento conmemorativo sería en la calle 13 de la colonia San Pedro de los Pinos, lo primero que pensé fue en la inseguridad que existe en la zona, aunque para ser francos el problema es en toda la Ciudad de México. Sin embargo, la inquietud acentuada obedecía a que días atrás, en calle aledaña, habían intentado asaltar a un amigo. Con pistola en mano trataron de quitarle su automóvil. En medio del congestionamiento, logró avanzar, escapar de la delincuencia. Estuvo expuesto al balazo. Tiene pavor a pasar de nuevo por ese rumbo. Trauma. Cuando le platiqué del festejo, su reacción inmediata fue: “ni te pares por ahí”.

La verdad, no queda más remedio, por lo menos hasta ahora, que acostumbrarse a vivir o sufrir con la inseguridad.

El festejo cultural programado a las 19:30 horas, justo cuando empiezan a caer las sombras de la noche.

Tomé previsiones. Visité un día antes la calle 13, a pleno sol. Ubiqué el número 58 de esa arteria. Edificio desteñido. Ningún letrero. Nada que diera indicios de que al día siguiente sería escenario de la exposición de arte titulada  “pasado, presente y futuro” con motivo de trigésimo aniversario de los salones azteca. Además, la inauguración de dos salones más: “Salón Dès Classes y Salón Dès Artistes”, en beneficio de quienes andan en busca de espacios para mostrar obra. En el portón del estacionamiento observé pequeña ventanilla. Miré hacia adentro. Lugar como para dos o tres autos. Al fondo, la entrada a un departamento. Inidentificable sus características. Por un instante supuse que traía el número equivocado de la calle. Apenas volví a casa, lo verifique. Estaba correcto.

Llegó el día y puntual a la cita. Ambiente distinto. Había ya más de una veintena de personas. Seguían llegando. Era el sitio. Vestido de manteles largos con la obra de más de cincuenta artistas. Pinturas, esculturas, obras pequeñas y de gran formato, performance.

Aldo Flores, pintor y promotor de los salones, se desvivía en narrar la historia de los salones, el esfuerzo colectivo. La participación en el proyecto de Francisco Toledo, Jazzamoart, Philip Bragar (falleció el año pasado), Gustavo Aceves, Octavio Moctezuma, Enrique Cava, Rubén Rosas, Luciano Spanó, Néstor Quiñones,  Antonio Gritón, Filogonio García Calixto, Juan San Juan, Claire Becker, Martín Rentería, Barry Wolfryd y Antonio Sainz.

El entusiasmo de los creadores emergentes Alejandro Lavanderos, Yarley Flores, Óscar Delgado, Adriana Martínez Domínguez, Sebastián Bermejo Jiménez y muchos otros. Exposición con vigencia hasta el mes de agosto.

Nuevos espacios para exponer obra. Lo del número 58 de la calle 13 no era todo. Enfrente, del otro lado de la acera, una casona con más pintura y escultura. Figuras como la de un personaje con sotana, descabezado, que puede quitarle el sueño a más de uno. Juego de luces. Aparatos musicales, batería, contrabajo y piano, que parecían tocar solos. Había música grabada de jazz. Tampoco olvido la pequeña escultura del anciano cargando un cocodrilo y la de un canino con cabeza humana. Mucho que ver.

Me olvidé de la inseguridad e imaginé que ese mundo del arte inundaba la Ciudad de México.

Con seis pesos puedes llegar a Chihuahua 216 en la colonia Roma de la Ciudad de México, la casona donde ahora se cocina el futuro del país y trabaja el nuevo grupo de poder.
Al menos fue lo que pagué por subir al Metrobús y bajar en la estación Álvaro Obregón. Desde la ventanilla del transporte público observé que la calle no estaba cerrada ni restringido el acceso, como se acostumbraba en otros tiempos. El trajín de los autos me pareció normal. La lentitud que provoca el cotidiano congestionamiento en la calle transversal. La vialidad sobre la avenida Insurgentes, a esa altura, fluida.
La famosa colonia Roma, con raíces del siglo XX, donde todavía sobreviven ejemplos de la arquitectura art nouveau, donde alguna vez florecieron mansiones y palacetes de la clase media alta. Hoy la arquitectura de los edificios recoge diversas épocas, el llamado eclecticismo, la modernidad. Guarda en la memoria haber sido morada de personajes como el general Álvaro Obregón, Fidel Castro, Ramón López Velarde, Carlos Fuentes, José Vasconcelos y Pita Amor, célebres de la literatura, de la poesía y de la política.
Sin dificultad ingresé a la calle Chihuahua. Un puesto informal de comida en la esquina con Insurgentes. Después de 200 pasos, estaba frente al número 216, casona antigua pintada de blanca, con enrejado tradicional, alambre electrificado en la parte superior y cámaras de vigilancia o de video que apuntan hacia su patio y hacia la calle.
Periodistas, fotógrafos, camarógrafos, al menos medio centenar. Una veintena de peticionarios, hombres y mujeres, formados, con sus documentos bajo el brazo, en sus carpetas o maletines. Un cantante émulo del famoso Pedro Infante para aderezar el ambiente político, con el repertorio completo aprendido y sin parar de cantar, con su micrófono y bocina portátil. Media docena de indígenas nayaritas, huicholes, vestidos con sus tradicionales trajes. Dos o tres personas asomadas desde las ventanas en edificios aledaños; y, Terry, el canadiense encanecido que vive en inmueble departamental, justo al lado de la casona-oficina del virtual presidente electo de México. Divertido, cámara en mano, tomaba fotos. Para nada le incomoda el extraordinario movimiento humano. Se entretiene.
Mezclados entre visitantes, periodistas y curiosos, personal que da la impresión de observar y escuchar todo, atento a procurar el orden y orientar  a quien llega, si es necesario. Dispuestos a formar una valla cuando el presidente electo la pide para poder retirarse y subir a la camioneta que lo llevaría al aeropuerto. Destino: la selva lacandona.
Los peticionarios con diversidad de problemas locales, regionales, personales, la solicitud de trabajo y muchos otros. La respuesta para todos ellos, directa, sin falsas expectativas: “no se puede hacer nada, todavía no somos autoridad, hay que esperar varios meses, esperar a que tome posesión en diciembre”. A pesar de la advertencia, sin perder la esperanza, entregan los documentos.
En guardia, en espera de gente que entra y sale, periodistas. Hay quienes cubrieron la campaña y no quisieran seguir la cobertura en presidencia de la República. El trabajo, pero sobre todo las condiciones para desarrollarlo, no los alienta. Sin embargo, por conservar el ingreso raquítico, seguirán y harán lo que digan en sus empresas. Por la nueva realidad política, el desgaste sería mucho mayor. Todo indica que la cobertura mediática se trasladará a Palacio Nacional, desde muy temprano, desde las seis.
Los vecinos, resignados, con la comedida petición en cartulinas de que se respete el entorno y no se dañen áreas verdes. El llamado es atendido. El tránsito en calle no es bloqueado, salvo los días que acudieron funcionarios de Estados Unidos y Canadá. Hay personal uniformado que procura que sea continua la marcha de los autos. También cuidan que no estorbe la camioneta de Andrés Manuel. Lo vi salir de la casona y subirse al transporte en cuestión de minutos. No es blindada. Tampoco lo acompaña una caravana de vehículos con personal de seguridad, ni atrás ni adelante. Ni siquiera una ambulancia, que en otros tiempos, ya estaba incorporada a la comitiva.
La casona está resguarda por uniformados de alguna empresa de seguridad privada. Se ven los indispensables. El de la puerta exhibía kilos extras. Cordiales, no con actitud de atemorizar.
Adentro, no se. Lo que te cuento es lo que examiné desde afuera. Supongo que al interior deben existir medidas para que nadie los espíe o grabé. Tienen en el equipo gente que sabe de estas tareas. Recordé que Alfonso Durazo se esmeró porque el extinto Luis Donaldo Colosio no fuera grabado, sobre todo desde que descubrieron micrófonos en las oficinas de la Sedesol. Durazo fue cercano colaborador del malogrado político.
Al virtual presidente electo se le puede ver desde la calle, cuando sale a la escalinata a dar conferencia de prensa. La de esta ocasión, la abandonó porque tenía que irse a la Selva Lacandona. Ahí dejó a los nuevos funcionarios del sector energético para responder preguntas de los periodistas. Anticipó que en septiembre hará recorrido por el país acompañado de la prensa. La valla y a la camioneta, sin dejar de recibir empujones de gente ansiosa de saludarlo o entregarle por escrito la queja.
Visitar la calle Chihuahua de la colonia Roma no es costoso ni complicado. Solo pagué seis pesos para observar lo que les he platicado.

Carisma es lo que caracteriza a Jan Ávila Carrillo, instructor de baile. Le pagan por dar clases y quienes pagan lo apapachan con llevarle café, un pan, barra de chocolate y cualquier bocadillo. También están pendiente de la fecha de su cumpleaños para organizarle la fiesta. Invitarlo a desayunar en algún restaurante. Carisma natural que sería envidia del político.
El instructor de baile, en este caso, no tiene que regalar despensas ni ofrecer prestaciones sociales extraordinarias. Lo único que tiene que hacer es ser amable con la gente y darle un buen servicio.
Jan es un excelente instructor. Aspira a ser de los mejores en México. Su sencillez, la sonrisa, el humor, el baile, la selección musical, lo han convertido en uno de los favoritos en el club deportivo donde trabaja. No tiene que hacer campaña, su comportamiento es natural.
Es cauto, medido, cordial, pacifista, conciliador. Le gusta que la gente disfrute y se divierta en su clase. Para él, lo importante es que sus alumnos y alumnas gocen el momento. Sonrían. Y lo consigue.
¿Qué cualidades tiene Jan que cualquier político quisiera poseer para competir por un cargo público? Actúa sin dobles caras. Es leal. No regatea el saludo ni la sonrisa. Se entrega en su trabajo. Hasta el límite de sus posibilidades. Su máximo esfuerzo. Procura tener contacto e identificar a los que asisten a su clase. Se coloca al frente. Toma su tiempo para recorrer toda la duela, acercarse al que está en la última fila, en medio o en una esquina. No descuida a nadie. Corrige pasos, sin incomodar a quien no los pueda hacer con precisión. Es respetuoso. Alienta el ejercicio, la diversión, la sonrisa y el afecto.
En su bolsa el aprecio, unánime, de quienes lo tienen como instructor. Por su trato. No tiene que prometer nada y mucho menos pagar porque lo quieran. Es auténtico. Conducta que encanta a la sociedad. Jan puede ser ejemplo a seguir para quienes se dedican a la política.
Jan encontró su vocación. La animación, participar en festividades, organizar, bailar, actuar. Lo traía desde niño. Tuvo que enfrentar resistencias, desorientaciones. Como bachiller su maestra en el taller de teatro lo conminó a que no se le ocurriera seguir la carrera de actuación, “porque de eso no vas a comer”. Sus padres deseaban que estudiara en la universidad. En la UNAM realizó el primer semestre de médico veterinario. A pesar de que su promedio estaba arriba de 9, decidió que eso no era lo suyo, no era lo que lo apasionaba. En espera de cambiarse de carrera, a comunicaciones, trabajó en una farmacia, primero en el mostrador. En seis meses, por su empeño y capacidad, consiguió llegar a la gerencia.
En su pueblo San Pedro Xalostoc, en Ecatepec, estado de México, era el coreógrafo. Sus primeras clases. Enseñaba en las mañanas y trabajaba en la farmacia por las tardes.
El maestro de baile José Saucedo lo llevó a la escuela, al centro de capacitación Damaris, en el Centro Histórico de la CDMX. Cuando entró y vio a cientos de jóvenes, a maestros, exclamó: “¡Esto es lo mío!”.
Y era lo suyo. Se preparó para ser instructor de baile. Hizo escuela o taller en su pueblo. Ingresó a un gimnasio en la ciudad de México. Estaba feliz. El día que en San Pedro Xalostoc realizó un evento de más de 200 personas, sus padres, la familia, mostraron su orgullo y beneplácito por lo que hacía. Sus dos tías que parecía se avergonzaban del maestro de baile, empezaron a presumir por lo que hacía el sobrino.
Cuando era niño tenía sobrepeso, hoy su condición y físico están a la vista. Tiene planes, metas. Aspira a estar en la lista de los mejores instructores de baile en el país y anhela convertirse en dueño de un gimnasio, porque tiene claro que las aptitudes  atléticas se pierden con el tiempo. Por eso quiere saber y dominar lo administrativo en el negocio del “fitness”.
Jan, con apenas 33 años, 9 como instructor profesional de baile, no olvida el día que estuvieron a punto de matarlo. Dos asaltantes, a la vuelta de su casa. Uno de ellos lo obligó a ponerse de rodillas y le puso el arma de fuego en la frente, mientras el otro ordenaba a su compañero que disparara. Jan, en cuestión de segundos dio un repaso a la película de su vida. Se encomendó a Dios. “Virgencita protégeme con tu manto”, hubiera sido la ultima frase en su mente.
“¡Dispara!...¡Dispara!”, insistía el delincuente a su compañero. Segundos de angustia. Macabros. Con voz temblorosa dijo: “no puedo”. Y no pudo. Los dos delincuentes optaron por echarse a correr, con las pertenencias de la víctima.
Jan nunca olvidará el episodio, sobre todo la voz del que no pudo disparar.
Para su fortuna, su carisma sigue intacto. Se cambió de domicilio. Es evidente que lo suyo no es la política, pero lo quieren mucho más que a muchos políticos.

Andrés Manuel López Obrador bautizó a las redes sociales como “benditas redes”, porque fue la forma que encontró para comunicarse con la sociedad, sin necesidad ni obligación de recurrir a medios tradicionales como única opción. El camino para difundir sus acciones, declaraciones y hasta replicar o desmentir a la radio, televisión y prensa escrita, cuando caían en imprecisiones o en falsedades.
Difusión a bajo costo, sin gastar miles y miles de millones, como lo han hecho otros personajes de la política al firmar convenios o contratar onerosas campañas en los medios acostumbrados.
Además, tendrán que admitirlo los mismos dueños de los medios y contratantes, en ningún caso el resultado ha sido el deseado. No hay gobernante que haya mejorado su imagen, a pesar de ese gasto. Por supuesto, los dueños de los medios no tienen culpa, sino la actuación del autor del mensaje.
En contraste, Andrés no tuvo que destinar mucho dinero para conseguir su objetivo, la presidencia de la República. Por eso, por experiencia propia, el anuncio de que va a reducir en 50 % el presupuesto para publicidad y propaganda. Usará lo indispensable, al menos en medios privados. Utilizará de manera preferente, como lo ha hecho hasta ahora, las “benditas redes”.
Debe quedar claro que el éxito no está basado solo en difundir acciones y declaraciones en redes sociales. Los hechos, las acciones de gobierno, tienen que beneficiar a la sociedad, ser reales, no simulaciones ni inventos ni mentiras. Cualquier desviación de recursos o desatino, repercutirá en la credibilidad y en su momento en votos electorales.
Es difícil llegar al poder, pero mucho más mantenerse. Sería un error perder el piso como lo perdieron quienes ahora forman parte de la chiquillería política, en todos los niveles de gobierno.
Las redes sociales, por muy “benditas”, en ningún caso serían cómplices. No se puede ganar o conservar buena imagen con falsedades. Sería un error pretender ocultar fallas o minimizarlas. La clave del éxito de Andrés Manuel para que lo conozcan, no han sido las redes, sino su congruencia. Lo que ha repetido siempre, que lo pueden acusar de todo, menos de ladrón o corrupto.
Ahora el reto es mayor, porque se trata de gobernar un país de más de 120 millones de habitantes. No es lo mismo ser oposición que gobierno. Criticar es más cómodo que cargar con la responsabilidad de emprender acciones para reducir la pobreza y darle a los mexicanos, calidad de vida.
La redes sociales ayudan a la difusión. Lo que no pueden hacer es solapar a quienes pretendieran matizar u ocultar la verdad.

La verdad, siempre vi un ánimo estresante en todos los compañeros reporteros con los que me tocó viajar en el avión presidencial. Los tiempos encima para pasar la información a los respectivos medios. Viajes de trabajo. Invariablemente había que ajustarse a la agenda del mandatario. Subir o bajar antes de que lo hiciera el  Ejecutivo.
Viajé como reportero en el avión presidencial de México, el Boeing 757-225 (actualmente utilizan el Boeing 787-9 Dreamliner). No fueron muchos viajes. La mayoría nacionales. Solo dos o tres internacionales. Subí a la nave en los periodos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Primero como representante del El Universal, cuando el titular de la fuente por motivos personales no podía hacerlo. Después con la representación de El Nacional, que era periódico de gobierno; menos de un año, dejé pronto este diario.
Escuchaba historias de otros tiempos, cuando se utilizaban dos aviones, uno para el presidente y otro para los informadores. Regularmente se pernoctaba en los lugares visitados. No voy a entrar en detalles sobre esta etapa porque no me tocó vivirla. Entonces era estudiante universitario.
Me tocó cuando ya el presidente y los periodistas viajaban en el mismo avión. Ni idea de lo que era viajar en el avión presidencial ni tampoco suspiraba por hacerlo. Lo que me ocupaba era asegurarme de cumplir la tarea asignada, lo mejor posible. El atractivo para algunos, porque te lo decían, eran las tortas de milanesa que servían abordo. Tenían fama. Nunca las probé. La milanesa no está en la lista de mis platillos preferidos.
Los tiempos medidos. La cita en el hangar presidencial, tempranera. Antes de subir, pasar por las medidas seguridad, similares a las del servicio comercial, el arco para personas y escáner para maletas. Te entregan la agenda del presidente, horario y actos a realizar.
Trato amable y eficiente de la tripulación. Convivencia respetuosa. Camaradería reporteril.
Cuando desciendes del avión, la caravana vehicular directa al lugar del evento. Tres o cuatro actividades seguidas.
Recuerdo que la primera vez, agotada la agenda pública, nos llevaron a la sala de prensa, con máquinas de escribir mecánicas y teléfonos fijos. Todavía no se utilizaban las computadoras ni los teléfonos celulares. No había escrito ni la mitad de la hoja cuando llegó el aviso del encargado de logística de ir a los autobuses con destino al aeropuerto, porque el presidente había decidido adelantar el retorno y no quedarse a comer. La instrucción tenía que cumplirse, porque obvio, el avión presidencial no iba a esperar a nadie.
Una vez en la ciudad de México, ir a la redacción para terminar de escribir la nota, con el peso de la descompensación que significa para el organismo subir y bajar del avión el mismo día.
Cuando llegaron las computadoras y teléfonos celulares, la tensión y el estrés laboral, no bajaron. Siguieron igual o más, porque desde entonces, prácticamente en el momento en que se desarrolla la actividad presidencial, se tiene que enviar  información a los medios. Y cuando regresas al avión, hay que ir preparando lo que harás para otros espacios y horarios informativos de la estación de radio, televisión o empresa periodística.
Por lo tanto, por lo que se, por lo que he visto, por lo que me consta, por esos rostros a veces sudorosos de compañeros y compañeras, por comer y armar la nota al mismo tiempo, por la angustia cuando se interrumpe la comunicación o se queda sin señal el teléfono, cuando no te escuchan del otro lado de la línea y cuando el tiempo para enviar la información se agota, viajar en el avión presidencial para los reporteros, nunca ha sido un paseo, diversión o lujo, sino simplemente: trabajo.
¿Verdad @maruRFormula ?
¿Verdad @Gamboa_arzola  (Radio Centro) ?
¿Verdad Juan Sebastián Solís (Televisa) ?

En ninguna parte del mundo existe el político perfecto, es humano, se equivoca. Es de carne y hueso. El problema es que en ninguna parte del mundo el político acepta que se equivoca o comete errores.
Hasta ahora no he visto en ningún lado que salga a dar la cara y diga que le ha fallado a la sociedad. Si todo lo que hace fuera acertado, el mundo sería otro, con mucho menos pobreza y calidad de vida. Menos inseguridad, más seguridad. Menos violencia, más paz y tranquilidad.
México no es la excepción, igual el comportamiento. ¿Se acuerdan del error de diciembre, en el primer mes de gobierno de Ernesto Zedillo?. Al final resultó que nadie era culpable. El mandatario saliente responsabilizó al entrante y el nuevo mandatario  acusó a su antecesor. La economía quedó prendida de alfileres, pero ustedes se los quitaron, reparto de excusas.
Historia repetible. No va a cambiar, porque aceptar la equivocación, para el servidor público implica aceptación de la falla. Quedaría confeso para las autoridades judiciales. En condiciones de ser sometido a juicio y sancionado en los términos de las leyes.
Por lo tanto, ni en México ni en cualquier parte del mundo aceptara que ha cometido un error.
Al político o política, no le queda otra que comportarse como si fuera perfecto o perfecta, hasta que se le demuestre lo contrario, generalmente, una vez que ha terminado su encargo.
En el ejercicio del poder, su caparazón  adquiere tal fortaleza que parece indestructible. Las críticas solo lo debilitan y perforan cuando en redes sociales y medios convencionales lo exhiben y reprueban. Hay quienes traen doble caparazón, resisten y mantienen su puesto. En ningún caso termina por aceptar haber cometido un error.
Observen lo que pasa en la familia. Sucede algo parecido, sobre todo en estos tiempos de pérdida de valores. Ninguno de los hijos o hijas admite el error, aunque sea evidente. Sucede lo mismo en la relación de pareja. Para no generalizar, diré que conozco una pareja amiga donde ella es perfecta y él, igual. Concluyen que las equivocaciones son de su mascota, al fin que no puede hablar y mucho menos defenderse.
La desgracia en el caso del político o política es para la sociedad, porque sufre las consecuencias del error, del tipo que sea.
El político o política cree en su perfección, se siente infalible. Nunca dirá que la regó, aunque la realidad del mundo diga lo contrario.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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