La verdad, siempre vi un ánimo estresante en todos los compañeros reporteros con los que me tocó viajar en el avión presidencial. Los tiempos encima para pasar la información a los respectivos medios. Viajes de trabajo. Invariablemente había que ajustarse a la agenda del mandatario. Subir o bajar antes de que lo hiciera el Ejecutivo.
Viajé como reportero en el avión presidencial de México, el Boeing 757-225 (actualmente utilizan el Boeing 787-9 Dreamliner). No fueron muchos viajes. La mayoría nacionales. Solo dos o tres internacionales. Subí a la nave en los periodos de Carlos Salinas y Ernesto Zedillo. Primero como representante del El Universal, cuando el titular de la fuente por motivos personales no podía hacerlo. Después con la representación de El Nacional, que era periódico de gobierno; menos de un año, dejé pronto este diario.
Escuchaba historias de otros tiempos, cuando se utilizaban dos aviones, uno para el presidente y otro para los informadores. Regularmente se pernoctaba en los lugares visitados. No voy a entrar en detalles sobre esta etapa porque no me tocó vivirla. Entonces era estudiante universitario.
Me tocó cuando ya el presidente y los periodistas viajaban en el mismo avión. Ni idea de lo que era viajar en el avión presidencial ni tampoco suspiraba por hacerlo. Lo que me ocupaba era asegurarme de cumplir la tarea asignada, lo mejor posible. El atractivo para algunos, porque te lo decían, eran las tortas de milanesa que servían abordo. Tenían fama. Nunca las probé. La milanesa no está en la lista de mis platillos preferidos.
Los tiempos medidos. La cita en el hangar presidencial, tempranera. Antes de subir, pasar por las medidas seguridad, similares a las del servicio comercial, el arco para personas y escáner para maletas. Te entregan la agenda del presidente, horario y actos a realizar.
Trato amable y eficiente de la tripulación. Convivencia respetuosa. Camaradería reporteril.
Cuando desciendes del avión, la caravana vehicular directa al lugar del evento. Tres o cuatro actividades seguidas.
Recuerdo que la primera vez, agotada la agenda pública, nos llevaron a la sala de prensa, con máquinas de escribir mecánicas y teléfonos fijos. Todavía no se utilizaban las computadoras ni los teléfonos celulares. No había escrito ni la mitad de la hoja cuando llegó el aviso del encargado de logística de ir a los autobuses con destino al aeropuerto, porque el presidente había decidido adelantar el retorno y no quedarse a comer. La instrucción tenía que cumplirse, porque obvio, el avión presidencial no iba a esperar a nadie.
Una vez en la ciudad de México, ir a la redacción para terminar de escribir la nota, con el peso de la descompensación que significa para el organismo subir y bajar del avión el mismo día.
Cuando llegaron las computadoras y teléfonos celulares, la tensión y el estrés laboral, no bajaron. Siguieron igual o más, porque desde entonces, prácticamente en el momento en que se desarrolla la actividad presidencial, se tiene que enviar información a los medios. Y cuando regresas al avión, hay que ir preparando lo que harás para otros espacios y horarios informativos de la estación de radio, televisión o empresa periodística.
Por lo tanto, por lo que se, por lo que he visto, por lo que me consta, por esos rostros a veces sudorosos de compañeros y compañeras, por comer y armar la nota al mismo tiempo, por la angustia cuando se interrumpe la comunicación o se queda sin señal el teléfono, cuando no te escuchan del otro lado de la línea y cuando el tiempo para enviar la información se agota, viajar en el avión presidencial para los reporteros, nunca ha sido un paseo, diversión o lujo, sino simplemente: trabajo.
¿Verdad @maruRFormula ?
¿Verdad @Gamboa_arzola (Radio Centro) ?
¿Verdad Juan Sebastián Solís (Televisa) ?
Periodistas y el avión presidencial
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