Carisma es lo que caracteriza a Jan Ávila Carrillo, instructor de baile. Le pagan por dar clases y quienes pagan lo apapachan con llevarle café, un pan, barra de chocolate y cualquier bocadillo. También están pendiente de la fecha de su cumpleaños para organizarle la fiesta. Invitarlo a desayunar en algún restaurante. Carisma natural que sería envidia del político.
El instructor de baile, en este caso, no tiene que regalar despensas ni ofrecer prestaciones sociales extraordinarias. Lo único que tiene que hacer es ser amable con la gente y darle un buen servicio.
Jan es un excelente instructor. Aspira a ser de los mejores en México. Su sencillez, la sonrisa, el humor, el baile, la selección musical, lo han convertido en uno de los favoritos en el club deportivo donde trabaja. No tiene que hacer campaña, su comportamiento es natural.
Es cauto, medido, cordial, pacifista, conciliador. Le gusta que la gente disfrute y se divierta en su clase. Para él, lo importante es que sus alumnos y alumnas gocen el momento. Sonrían. Y lo consigue.
¿Qué cualidades tiene Jan que cualquier político quisiera poseer para competir por un cargo público? Actúa sin dobles caras. Es leal. No regatea el saludo ni la sonrisa. Se entrega en su trabajo. Hasta el límite de sus posibilidades. Su máximo esfuerzo. Procura tener contacto e identificar a los que asisten a su clase. Se coloca al frente. Toma su tiempo para recorrer toda la duela, acercarse al que está en la última fila, en medio o en una esquina. No descuida a nadie. Corrige pasos, sin incomodar a quien no los pueda hacer con precisión. Es respetuoso. Alienta el ejercicio, la diversión, la sonrisa y el afecto.
En su bolsa el aprecio, unánime, de quienes lo tienen como instructor. Por su trato. No tiene que prometer nada y mucho menos pagar porque lo quieran. Es auténtico. Conducta que encanta a la sociedad. Jan puede ser ejemplo a seguir para quienes se dedican a la política.
Jan encontró su vocación. La animación, participar en festividades, organizar, bailar, actuar. Lo traía desde niño. Tuvo que enfrentar resistencias, desorientaciones. Como bachiller su maestra en el taller de teatro lo conminó a que no se le ocurriera seguir la carrera de actuación, “porque de eso no vas a comer”. Sus padres deseaban que estudiara en la universidad. En la UNAM realizó el primer semestre de médico veterinario. A pesar de que su promedio estaba arriba de 9, decidió que eso no era lo suyo, no era lo que lo apasionaba. En espera de cambiarse de carrera, a comunicaciones, trabajó en una farmacia, primero en el mostrador. En seis meses, por su empeño y capacidad, consiguió llegar a la gerencia.
En su pueblo San Pedro Xalostoc, en Ecatepec, estado de México, era el coreógrafo. Sus primeras clases. Enseñaba en las mañanas y trabajaba en la farmacia por las tardes.
El maestro de baile José Saucedo lo llevó a la escuela, al centro de capacitación Damaris, en el Centro Histórico de la CDMX. Cuando entró y vio a cientos de jóvenes, a maestros, exclamó: “¡Esto es lo mío!”.
Y era lo suyo. Se preparó para ser instructor de baile. Hizo escuela o taller en su pueblo. Ingresó a un gimnasio en la ciudad de México. Estaba feliz. El día que en San Pedro Xalostoc realizó un evento de más de 200 personas, sus padres, la familia, mostraron su orgullo y beneplácito por lo que hacía. Sus dos tías que parecía se avergonzaban del maestro de baile, empezaron a presumir por lo que hacía el sobrino.
Cuando era niño tenía sobrepeso, hoy su condición y físico están a la vista. Tiene planes, metas. Aspira a estar en la lista de los mejores instructores de baile en el país y anhela convertirse en dueño de un gimnasio, porque tiene claro que las aptitudes atléticas se pierden con el tiempo. Por eso quiere saber y dominar lo administrativo en el negocio del “fitness”.
Jan, con apenas 33 años, 9 como instructor profesional de baile, no olvida el día que estuvieron a punto de matarlo. Dos asaltantes, a la vuelta de su casa. Uno de ellos lo obligó a ponerse de rodillas y le puso el arma de fuego en la frente, mientras el otro ordenaba a su compañero que disparara. Jan, en cuestión de segundos dio un repaso a la película de su vida. Se encomendó a Dios. “Virgencita protégeme con tu manto”, hubiera sido la ultima frase en su mente.
“¡Dispara!...¡Dispara!”, insistía el delincuente a su compañero. Segundos de angustia. Macabros. Con voz temblorosa dijo: “no puedo”. Y no pudo. Los dos delincuentes optaron por echarse a correr, con las pertenencias de la víctima.
Jan nunca olvidará el episodio, sobre todo la voz del que no pudo disparar.
Para su fortuna, su carisma sigue intacto. Se cambió de domicilio. Es evidente que lo suyo no es la política, pero lo quieren mucho más que a muchos políticos.
Jan, carisma natural
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