Con la novedad que las calles de la ciudad de México no sólo tienen dueños sino también herederos.
Por años he visto en mi calle una persona que desde muy temprano empieza a reservar, con botes y botellas de plástico los espacios públicos. También ofrece el servicio de lavado de vehículos.
Era un jovencito con rostro asustadizo cuando hace más de una década apareció con su franela. Su tez morena se acentuó bajo los rayos del sol cotidiano. Su delgadez se transformó con el paso del tiempo en una complexión robusta, con músculos en los brazos. Embarneció.
Al principio se acercaba con cierta timidez a los conductores. Poco a poco se fue ganando su confianza. Aceptaba lo que le dieran como propina. Todavía no había considerado el establecimiento de una cuota.
Tuvo un momento de crisis que estuvo cerca de costarle la calle. Robaron en uno de los edificios de la zona y al afectado se le hizo fácil acusar al primero que vio y ese fue el franelero.
Para su fortuna más de un automovilista habló en su favor. Destacaron la confianza que le tenían, sobre todo porque de lunes a viernes le entregaban las llaves de sus unidades, ya sea para que las lavara o les encontrara un lugar en la calle. Ninguna queja de los dueños por esta actividad. Se demostró la inocencia del franelero. Desde entonces ha recorrido la calle como pez en pecera, de un lado a otro, seguro, confiado, dominador.
Su tenacidad fue premiada. Paradoja de la vida, precisamente del edificio de donde salió la acusación es en el que ahora vive. Ahí encontró un lugar que puede pagar y desde ese sitio vigila y cuida su calle.
Por estacionamiento la cuota voluntaria es de 20 pesos y 50 por lavado. Por lo menos unos 40 autos quedan bajo su resguardo cada día.
No me consta pero es muy probable que pague tarifa a representante de autoridad a fin de que se le deje trabajar. Nunca he visto que alguna patrulla lo moleste o importune.
Es la vida diaria del franelero.
Como dueño de la calle, me acaba de presentar a su ayudante: “es mi hijo, le aviso para que no crea que es un extraño”.
Me lo presentó como el heredero de la calle.
Las calles se heredan en el DF
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