Pronto, una vez que termine noviembre, el último mes del actual sexenio, el todavía secretario de Gobernación, Alejandro Poiré, podrá volver a saborear, en compañía de sus hijos, los helados Chiandoni de la colonia Nápoles en la ciudad de México.
Antes de convertirse en figura de los medios como servidor público de primer nivel, lo vi despreocupado, relajado, sonriente, vestido de pantalón corto, camiseta azul y tenis en la famosa nevería.
Estaba sentado en la barra. Rostro relajado, contento, de excelente humor, conviviendo con sus hijos que también lucían la camiseta del equipo de futbol Cruz Azul.
Se desempeñaba entonces como comisionado para el desarrollo político de la Secretaría de Gobernación. Pasaba desapercibido. Nadie imaginaba que estaba por salir del anonimato y escalar posiciones dentro de la misma dependencia hasta llegar a la titularidad, aunque primero despuntó como vocero de la estrategia nacional de seguridad.
Era sábado, habían ganado los cementeros, así que tenía motivos para celebrarlo con un helado.
Hablaba de sus viajes y planes, sin sospechar lo que le esperaba.
Persona inteligente que conocí en el IFE, cuando formaba parte del equipo de Luis Carlos Ugalde. Repentinamente, a meses de las elecciones de 2006, Poiré dejó el organismo electoral para irse a dar clases en la Universidad de Harvard.
Ahora está a unos días de terminar su etapa en la Segob.
Su comparecencia en la Cámara de Diputados tuvo que tolerar críticas por lo que se hizo y no se hizo en materia de seguridad en nuestro país. Su rostro tenso, sudoroso y abrillantado ante reclamos de legisladores. Los sabores agrio y amargo de la política.
En el deporte su equipo Cruz Azul está en la liguilla pero no en su mejor momento.
Lo único que le garantiza un buen sabor de boca son los helados de la Nápoles.
Poiré, Cruz Azul y los helados
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