En las llamadas redes se ha vuelto una práctica cotidiana lanzar el denuesto desde el anonimato. Escudarse en un sobrenombre o en un nombre falso para descalificar con toda impunidad a un personaje o incluso para darlo por muerto. Deformar la información para lastimar, hacer daño sin medir consecuencia alguna. Destruir por destruir.
Un uso que le ha restado credibilidad a las redes, que empieza a marcar diferencia y a preguntar ¿quién es el autor del rumor o la infamia? Pronto se descubre que no hay nadie que de la cara por un dicho que solo busca el descrédito. Además, el origen se pierde en la maraña de mensajes.
Recuerdo el caso de Carlos Abascal Carranza, quien fuera secretario de Gobernación en la etapa panista. Sufría una enfermedad terminal. No faltó el anónimo canalla e irresponsable que adelantara su muerte. Lo peor es que luego hay medios que en su avidez por “ganar la nota”, reproducen sin verificar. Seguro que en ese trance nadie mide ni reflexiona sobre el daño causado.
¿Qué pensará la familia? ¿Cuál será el impacto para el afectado? Si la enfermedad no había terminado con su vida, el desatino pudo haberlo llevado a una crisis sin regreso. Eso es lo que a veces no se mide. El rumor se desvanece cuando el “muerto” hace la aclaración.
Sin embargo, ¿qué sucede con el desinformador? Hasta donde se, nada. Se va impune y listo para el siguiente entuerto. En el caso que les platico, Abascal tomó el teléfono y llamó a un medio de comunicación electrónico para precisar que todavía estaba vivo.
Abascal no ha sido el único caso.
Hay quienes argumentan que el anonimato en las redes es necesario porque de lo contrario el emisor sería perseguido, acosado por gente del gobierno; dicen que es indispensable para criticar, difamar sin ser molestado y ejercer el derecho a la libertad de expresión.
¿Será libertad de expresión el infundio?
Por supuesto que no.
En el mundo del espectáculo es frecuente que se incurra en esa falta. En política, seguro que una vez que han arrancando las campañas, vamos a ver un salpicadero de falsedades. En menor medida en otros ámbitos. No debería darse en ningún lado.
Regular el servicio espanta a muchos porque ven de inmediato el fantasma del autoritarismo, pero nada hacen para que se respete la vida de gente inocente víctima de la cobardía anónima, del descuido o mala fe. El escarnio y el desprestigio no son lo que debe caracterizar una convivencia civilizada.
Las redes a veces se vuelven una carnicería humana, reproducen escenarios infernales o actos de linchamiento. Por si fuera poco, hay medios y comunicadores que se regodean, que no les importa entrar a la manipulación de la mentira con tal de obtener notoriedad, aunque sea virtual.
Soy partidario de la libertad de expresión y la única condición que me parece justa es que se ejerza con rectitud, sin destruir por destruir.
La cobardía del anonimato
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