Educación
El próximo 16 de junio la maestra y senadora Ifigenia Martínez cumplirá 93 años de edad, la más longeva de todas las legisladoras del país, poseedora de lucidez admirable e inteligencia ampliamente reconocida.
Nadie como ella, la primera mujer mexicana estudiante en la Universidad de Harvard, egresada de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), economista de profesión. Ha sido diputada y funcionaria de gobierno, maestra universitaria, diplomática, fundadora de la Corriente Democrática al lado del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo.
Disciplinada, izquierdista, exigente, cuidadosa, indiscutible autoridad moral, hermosa por dentro y por fuera, respetada por propios y extraños. Jamás, nadie se ha atrevido a insultarla u ofenderla.
Perseverante, energética, vigorosa. Ni el tiempo la ha podido vencer, la edad no ha sido impedimento para asistir al parlamento y cumplir su misión legislativa. Los años tampoco evitarían su presencia en la reunión anual de la Hermandad Universitaria Puma, que esta vez Alejandro González Dávila organizó en el patio principal del Palacio de Minería.
La maestra Ifigenia Martínez impecable, con ánimo para sentarse en el presídium y esperar paciente su turno para recibir la elegante chamarra puma que distingue a egresados de la máxima casa de estudios que tienen y han tenido una trayectoria relevante.
Ifigenia, como una reina universitaria, la única que tuvo silla para sentarse a la hora de tomarse la foto del recuerdo, acompañada y flanqueada por universitarios de distintas profesiones, deportistas, periodistas y oficiales de la Secretaría de Marina y Defensa Nacional que, junto con ella, una y otra vez, gritaron el clásico “¡Goya, Goya!”.
Y por si algo faltara, la maestra se dio tiempo para escuchar el mariachi que cerró la reunión de la hermandad puma.
El telón del Palacio de Bellas Artes pesa 22 toneladas, y se sube, en solo 90 segundos, en minuto y medio. Sin rechinido alguno y con una rapidez que asombra a cualquiera.
Obra monumental de 12 metros y medio de alto por 14 metros y medio de ancho. El grosor es de 32 centímetros.
Se hizo en Nueva York y lo trajeron en barco a México a principios del siglo pasado, en 1911. Tardaron un año en ensamblarlo.¿Por qué un telón de estas dimensiones para el palacio de bellas artes?
Lo más común en teatros es el telón de lona o tela que se puede mover de manera automática o jalando una cuerda. Generalmente es de color rojo o vino. Estamos acostumbrados a ver que se enrolla o pliega hacia arriba o hacia un lado, para que aparezcan en el escenario distintas manifestaciones artísticas.
El telón del palacio de Bellas Artes es otra cosa, impresiona nada más de saber que pesa 22 toneladas. Hay que conocer su historia para poder apreciarlo. Está a la vista de todos los visitantes en la sala principal.
El telón de cristal y metal simula un gran ventanal. A través de la ventana tiene como imagen o vista el Valle de México, los volcanes nevados del Iztaccíhuatl y Popocatépetl.
El telón tiene un mecanismo especial de pesos y contrapesos para subirlo y bajarlo.
Hace 110 años se pagó por el telón del Palacio de Bellas artes 95 mil monedas de plata. En la actualidad, no tiene precio. Es invaluable.
Para conservarlo, cada seis meses recibe mantenimiento técnico preventivo y correctivo.
Solo una vez ha sufrido desajuste y fue en los sismos de1985. Se tuvieron que corregir y alinear sus componentes mecánicos.
Cuando te sientas en alguna de las butacas de la sala principal, se puede observar con detalle. En el momento en que empieza a subir hay que tener presente que están subiendo una cortina metálica que pesa 22 toneladas.¿Por qué se hizo un telón con esta fortaleza y peso para el Palacio de Bellas Artes?
A principios del siglo pasado se tenía mucho miedo a los incendios en escenarios públicos; entonces se buscó la forma de darle la mayor seguridad a los espectadores.
Por eso la cortina metálica y de cristal opalino, única en el mundo, refractaria, a prueba de fuego. Es la principal razón de que se hiciera este telón, una especie de compuerta para proteger al público en caso de incendio.
La próxima vez que vayamos a ver un concierto musical o una obra de teatro en el Palacio de Bellas Artes, vale la pena admirar el telón que pesa 22 toneladas. Su diseño en forma de ventanal y la vista de los volcanes del Valle de México. Se puede ver justo antes de que sea subido para dar inicio a la función.
Absorbidos por la transición política, por el paso hacia la Cuarta Transformación,el fallecimiento de Marie-Jo Paz, la viuda del Premio Nobel de Literatura Octavio Paz, autor del Laberinto de la Soledad,ha pasado prácticamente desapercibido para la opinión pública. Mucho menos se ha enterado de la extinción de la familia del famoso escritor.
Ya no hay familiares cercanos y nadie, hasta el momento, reclama el patrimonio de los Paz. Marie-Jo no dejó testamento. Corre la versión de que existe un familiar en Francia. Nada confirmado. De acuerdo con disposiciones legales, podría aspirar a la fortuna, familiar hasta de cuarto grado. Es decir, un primo hermano, sobrino nieto o tataranieto de la viuda.
Por supuesto que lo más valioso es el acervo literario de Paz, su poesía, su biblioteca, archivos y cartas que había heredado Marie-Jo. Muerta la viuda, todo indica que el Estado se quedará con el patrimonio.
Paz solo tuvo una hija de su primer matrimonio, Helena Paz Garro, quien falleció en el 2014. La hija no tuvo hijos. Su madre, Helena Garro, murió en 1998. Marie-Jo tampoco tuvo hijos, ni en su primero ni segundo matrimonio.
El proceso sucesorio no es rápido, así que el próximo gobierno podría tener la última palabra sobre el destino del legado de Paz. Debo decir que no puede haber mejor destinatario que la sociedad, para conocer más de la vida y obra del literato, sus espacios, libros y quizás textos inéditos. Es la obra del maestro lo que no se puede perder. Hay que conservarla para la posteridad, pero no bajo llave. La casa o casas que tenga pueden convertirse en museo de su misma obra. Seguro que el mundo de las letras estará interesado en tener la oportunidad de saber más sobre el nobel mexicano.
La familia se ha extinguido, pero la obra sobrevive y sobrevivirá. Polvo eres y en polvo te convertirás, dice la sentencia bíblica para todos los humanos. Los Paz no han sido la excepción.
Marie-Jo no heredó ni a sus asistentes, los que la auxiliaban en sus actividades cotidianas. Evidentemente, hacer un testamento, nunca formó parte de sus planes. No fue preocupación.
¿Existirá y aparecerá el familiar francés? ¿Si apareciera podría demostrar su lazo consanguíneo?
Nada mejor que el legado del escritor mexicano se quede en México. Y no únicamente que se quede, sino que se entregue y que de verdad se ponga a disposición del pueblo.
En este caso, el pueblo debe ser el heredero de esta joya de la cultura.
El Benemérito de las Américas, presidente de México, autor de la frase “entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, no hizo testamento.
Se despreocupó de hacerlo, nunca lo tuvo en sus planes. Por fortuna, sus hijos no se pelearon por los bienes de su padre. Se pusieron de acuerdo y se repartieron amistosamente el patrimonio.
Casas, muebles y acciones de Benito Juárez se dividieron en partes iguales, como consta en el testimonio de la Notaría 725, fechado el 19 de mayo de 1873.
Dicho testimonio forma parte del Acervo Histórico del Archivo General de Notarías del Distrito Federal.
Es un tesoro documental que ahora está guardado en el ex templo de Corpus Christi, ubicado frente a la Alameda Central.
Ahí podemos acudir para conocer una de las colecciones documentales de mayor relevancia en nuestro país.
Enterarnos, por ejemplo, que Sor Juana Inés de la Cruz dejó a su familia una casa valuada en tres mil pesos.
Otra escritura elaborada el 23 de octubre de 1797 revela que Miguel Hidalgo y Costilla era socio de una mina en Guanajuato.
Y un dato contrario a la imagen que tenemos del cura de Dolores, muestra que en su juventud, el 11 de enero de 1790, firmó un protocolo sobre la compra de un esclavo.
La verdad, hay muchas perlas en ese acervo y es otra forma de conocer la historia mexicana. Vale la pena ir al ex templo de Corpus Christi.
El saldo de la historia política de la maestra Elba Esther Gordillo es favorable para ella, de distinta manera ha ganado sus batallas. Las más recientes, no fueron la excepción. Recobró su libertad, ganó la elección el candidato al que le dio su apoyo y la reforma educativa a la que se opuso, ha sido condenada a la renovación. Historia de sangre, sudor y lágrimas.
Su liderazgo magisterial, complejo, difícil, intenso. Para que ascendiera a la dirección del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) también hubo sacudida desde el gobierno para que Carlos Jonguitud le dejara la secretaría general.
Y para mantenerse más de dos décadas, su actuación como una guerrera, como se ha autodefinido. Quienes han trabajado a su lado, les consta que es una mujer dura, brava, inteligente, insuficiente en ocasiones para salirse con la suya. Recuerden que sus propios compañeros le quitaron la coordinación de los diputados priístas y sus diferencias con el tabasqueño Roberto Madrazo la orillaron a desprenderse del Revolucionario Institucional.
Contribuyó al triunfo de Vicente Fox y, fue inobjetable su participación en el éxito electoral de Felipe Calderón, lo que explica la gran influencia que tuvo en el gobierno del michoacano. Su yerno Fernando González Sánchez fue nombrado subsecretario de la Secretaría de Educación Pública.
Quienes conocen los intestinos del sistema presidencialista, saben los riesgos que se corren al retar el poder del presidente. Joaquín Hernández Galicia, quien fuera líder petrolero, pagó con cárcel su osadía. La maestra se tropezó con la misma piedra y sufrió cinco años.
Episodios en escenarios donde se suponía había contrapesos. Ahora, imagina lo que puede suceder con un gobierno o el titular del poder Ejecutivo poderoso, sin contrapeso alguno, ni simulado.
Elba Esther, como todo ser humano, no es perfecta. Con aciertos y desaciertos. Altas y bajas, triunfos y fracasos, lealtades y traiciones. Capaz de crear un partido, ahora, sin su apoyo, desaparecido.
Ha regresado, nada más que en circunstancias totalmente distintas a las que le tocó vivir en sus mejores tiempos. Además, su edad, salud y situación familiar han
cambiado. Prácticamente nadie de los medios se dio cuenta, pero el día que reapareció en conferencia de prensa, al final, cuando saludaba y se tomaba selfiescon sus fieles profesores, se sintió mal y decidió marcharse. De cualquier manera, seguro que más de uno debe estar preocupado ante la posibilidad de que cobre facturas.
En mi análisis, la maestra ya no va a volver al frente de batalla, quizás ocasionalmente de la cara para opinar de política.
Tiene en su agenda algo mucho más importante: su familia. Se ha quedado a la cabeza de la familia como lo estuvo su madre, fallecida hace varios años. Tendrá que ver por su hija Maricruz (Mónica murió víctima de cáncer) por sus nietos y bisnietos. También dedicará tiempo a sus relaciones personales (tiene pareja pero no se ha vuelto a casar).
Lo que tenía que vivir en la política, de manera pública, ya lo vivió, su ciclo se ha cerrado.
La Escuela de Periodismo Carlos Septién García no pudo haber encontrado mejor día para presentar el libro Cuentos del Barriodel maestro Manuel Pérez Miranda que el Día Mundial de la Libertad de Prensa, aunque también es el Día de la Santa Cruz, la fecha de celebración de los trabajadores de la construcción. Cada quien en lo suyo, no es motivo de conflicto.
Cuando llegué al auditorio Alejandro Avilés de la EPCSG, en la planta baja, donde antes era un espacio ocupado por voceadores para compaginar y ordenar las secciones de periódicos, estaba lleno. En el presídium el autor del libro, acompañado de la poeta Dolores Castro y los periodistas Alberto Barranco y Pilar Jiménez Trejo.
El maestro Pérez Miranda, maestro de 25 generaciones de periodistas, también fue mi maestro. Con su aspecto acostumbrado, su rostro endurecido, rígido, serio. En espera de su turno. ¿Seguirá con esa fuerza que lo caracterizó al dar clases? ¿Con la voz de tenor?, me preguntaba.
Me pareció el mismo maestro que conocí hace tres décadas, respetuoso, caballero, disciplinado, cuidadoso, pulcro en su oratoria. Impecable. Empezó por agradecer a quienes presentaban su libro, palabras de elogio para cada uno. Y no llevaba nada escrito, ningún mensaje leído. Lo que sabía de ellos y le salía de su corazón, directo y afectuoso.
Siempre le he tenido gran aprecio. Recuerdo la ocasión en que platicamos del concurso de géneros que organizó la escuela, con motivo de su 25 aniversario. Con la franqueza que le distingue, me reveló que su propuesta como parte del jurado fue que recibiera el primer lugar por la entrevista al pintor Rufino Tamayo, dado el grado de dificultad que representaba para un estudiante sentarse a platicar con el afamado artista oaxaqueño. Me habían dado el tercero.
Tampoco olvido como el compañero Jorge Cruz, quien ahora vive en Oaxaca, regularmente no cumplía con sus tareas e invariablemente encontraba la forma de convencer al maestro que le diera más tiempo. Lo esperaba al término de la clase y hablaba con él en corto, afuera del salón. Lo conseguía, Jorge regresaba al salón con una sonrisa. Yo concluía que el maestro Pérez Miranda era generoso. Una nobleza que ocultaba con su rostro endurecido.
Daba la clase de redacción como un verdadero maestro, explicaba con precisión los géneros periodísticos. Subrayaba la responsabilidad del periodista. Su concepto sigue siendo válido y lo recordó en la presentación del libro: “decir la verdad, los hechos como son, cuando se trata de informar o dar la noticia”.
También habló de lo que llamó “vergüenza torera”, que no es otra cosa que entrarle al toro, no evadir ni rehuir los retos de la vida. Por eso la petición del público, de quienes fueron sus alumnos, para que no se corte la coleta y siga por el camino de escribir nuevos libros, que “Cuentos del Barrio” no sea el último. Manuel Pérez Miranda, como maestro de las letras, puede dar más.
A sus 95 años, de memoria admirable, después de hacer un recorrido por la historia de México, recordar crisis, resabios de conflictos bélicos, los graves problemas de cada época, sensible, dice que ahora le toca vivir “una etapa en la que el mundo está loco, porque todo es violencia”
Le reprocha a la sociedad que no piense en que la cultura de la paz y prosperidad no se genera de un día para otro; el olvido de valores y la belleza de la vida, el canto de las aves, del gallo, la naturaleza, los árboles, la convivencia humana, el ayudarse unos a otros.
Mujer que por la edad y por el tiempo que no perdona, se desplaza en andadera, con una sonrisa que aflora sin resistencias, dulce, cariñosa con sus familiares, gentil con sus amistades, agradecida con sus alumnas y alumnos, con especial aprecio para las poetas Aura María Vidales y Juana María Naranjo, organizadoras del homenaje en el Museo de la Ciudad de México, en el Centro Histórico, con motivo de sus 95 años. Originaria de Aguascalientes, poeta de mente vigorosa, amiga en su juventud de Rosario Castellanos.
Para ella, para Dolores Castro Varela, “la violencia es horrible donde quiera que se encuentre”. Fue testigo de la guerra cristera, en la que “sufrieron tanto cristeros como soldados”; juzga espantoso lo sucedido con los estudiantes en 1968; admira a esa sociedad en la época del cardenismo, en la expropiación petrolera, que sacó sus ahorros y alhajas del cajón para ayudar a pagar la deuda con las transnacionales. Sus palabras hacen una película verbal, recuento de momentos álgidos, cronología de la historia de México. En orden, desde principios del siglo pasado hasta el presente, al 2018.
Sabe del amor y del dolor, extraña a su esposo, “mi segundo yo”. Tiene hijos y nietos. Ha vivido la mayor parte de su vida en la CDMX. También tuvo casa en Zacatecas. Poeta, narradora, ensayista y crítica literaria. Ha dado clases en las universidades Nacional Autónoma de México e Iberoamericana. Es egresada de la UNAM, con los títulos de licenciada en Derecho y maestría en letras. Posgrado de Historia del Arte en la Universidad Complutense de Madrid.
La aplauden de pie, larga ovación. Ella decide levantarse de su asiento para agradecer.
Sentada, emocionada, escucha a sus alumnas que rememoran su trayectoria y poesía, a quienes hoy también tienen un lugar como poetas, a Aura María Vidales, Juana María Naranjo, María Mercedes Najera, Leticia Ricardez y Lucía Rivadeneyra. Admiración y aprecio por su maestra.
95 años de vida, 70 años dedicada al magisterio, mujer con autoridad moral, inteligente, poeta, conmovida por la violencia.
A la poeta Dolores Castro Varela le duele la violencia que lastima a la sociedad y por eso llama “loco” al mundo.“Algo le duele al aire”
Algo le duele al aire,
del aroma al hedor.
Algo le duele
cuando arrastra, alborota
del herido la carne,
la sangre derramada,
el polvo vuelto al polvo
de los huesos.
Cómo sopla y aúlla,
como que canta
pero algo le duele.
Algo le duele al aire
entre las altas frondas
de los árboles altos.
Cuando doliente aún
entra por las rendijas
de mi ventana,
de cuanto él se duele
algo me duele a mí,
algo me duele.Dolores Castro
Tres vodkas y un tarro de pulque curado de tuna en una hora, la ingesta del escritor y poeta Eusebio Ruvalcaba.
Un tipo divertido, encantador, cautivador, domador de la bebida etílica. El alcohol, en vez de provocarle confusión y trabarle la lengua, parece acrecentar su lucidez e inteligencia y darle una impecable dicción. Es imán para los que aman la poseía y las letras. Tuvo lleno completo en el foro de arte de la pulquería Insurgentes de la Ciudad de México, en lo que fue un homenaje llamado “anti-homenaje” porque no es afecto a los homenajes. Diferente y carismático, fascinante.
Se complació su solicitud para que se hiciera tocar uno de los discos de su padre, una de sus interpretaciones como violinista. Pronto dispuso que se apagara el fondo musical, para concentrarse en el evento, para escuchar a sus amigos que hablaban de su vida y estilo.
No leyó nada, ni un cuento, ni una novela, tampoco su poesía, a pesar de la insistencia
del promotor cultural del lugar, Carlos Martínez Rentería. Eusebio Ruvalcaba hizo lo que quiso.
Sin embargo, deleitó con un relato en forma de cuento. Aseguró que era la historia de su maestro, de alguien que le enseñó los secretos de la literatura. Un personaje de piel negra.
Nadie pestañeó, todos con las orejas dispuestas para captar cada una de sus palabras. La historia de un negro, que la primera vez que lo citó en su cuarto, lo hizo a las tres de la mañana.
Por la insistencia de su interlocutor, Eusebio accedió, no sin antes pasar el filtro de su esposa que le preguntó a dónde iba a esa ahora. Desinhibido le respondió que visitaría a su maestro, porque le llamaba y no admitía que el encuentro se dejara para más tarde o a la luz del día.
Según Eusebio, el nombre del escritor negro era George Half Bennett. A mi me sonó a nombre de ciclista. Eusebio siguió con la historia. Se trataba de un escritor empedernido, que no paraba de escribir, “escribía como loco”. Contrario a Eusebio, no bebía ni una sola gota de alcohol. En su lugar, su vicio, era llenarse la boca de “chochos” y consumirlos.
Recuerda Eusebio que una vez le dijo: “lo que haces es una estupidez”. Le daba la calificación de mediocre. A pesar de los desplantes, para Eusebio fue su único maestro.
El día que se marchó o se fue de viaje el virtuoso negro, le dejó una caja. Cuando la abrió, ahí estaban las servilletas, plumas y otros accesorios que habían utilizado en su intelectual y platónica relación.
Martínez Rentería no se pudo contener, le gritó que esa historia no era cierta y que no conocía a ese negro escritor.
El cuento recibió el aplauso unánime de los asistentes y en el rostro de Eusebio se dibujó una sonrisa.
Su amiga Flor Piña le recordó que su esposa Coral prefería no leerlo, por sus escritos sobre amantes, ligues y triángulos amorosos. Daniel Escalante confesó que los cuentos de Eusebio lo han conmovido hasta las lágrimas. Jorge Borja lo destacó como embajador plenipotenciario del mezcal, porque también disfruta la bebida oaxaqueña. El mejor elogio que le hizo fue que “como nadie, cultiva la amistad”. Y Juan Carlos, otro de sus amigos, rubricó la noche apologética del escritor y poeta con la frase de que no puede haber mejor homenaje que un anti-homenaje para el tapatío Eusebio Ruvalcaba.
Un contacto por día
Cada día elimino un contacto
de mi celular.
Cada día regalo una pluma.
Cada día me deshago de un libro.
Cada día dejo de dar un paso.
Cada día me despierto más tarde.
Cada día bebo lo mismo pero más cargado.
Cada día tolero menos la ignorancia
de mis interlocutores —sobre todo
si no me hacen reír.
Cada día extraño menos a las mujeres.
Cada día abomino más de mis ojos,
que cada vez que me miro al espejo
me devuelven la imagen de alguien
que aborrezco.
Al ver el cuadro e inmediatamente el título, lo primero que vino a mi mente fue la fuga de Joaquín Guzmán Loera “El Chapo”. La más reciente, la del Altiplano en el estado de México. Aunque también me pregunté: ¿Y qué tiene que ver una pistola? Nada con la famosa fuga, porque no utilizó esa arma para escaparse. Sin embargo, las armas de fuego tienen liga con quienes llevan una vida que se aparta de la ley. Además, la pistola de la que te hablo, apunta hacia lo que se puede ver como un camino, un túnel, que en su entrada tiene luz y luego se oscurece.
Es el cuadro de la pintora Lorena Camarena Osorno, que tituló “Fuga”, parte de la exposición montada en la Fundación Sebastián, en la Ciudad de México. Deja en claro que esta “fuga” nada tiene que ver con “El Chapo”. Admite que para ella no es fácil titular su obra y tampoco sabe con certeza lo que hará cuando toma los pinceles y empieza a pintar.
Se deja llevar por la memoria histórica, por ese pasado que se va perdiendo con el transcurrir del tiempo y que quiere petrificar. Por eso el nombre de su exposición es “Luz Fósil”. Deja huella, te ilumina y hace reflexionar, imaginar, sin importar si lo que imaginas coincide o no con la intención de la artista. La obra provoca y hace construir historias, te impacta.
En la “fuga” también se dibuja una báscula y es lo que en la ficción puede servir para calcular lo que pesa la tierra que se sacará del túnel. Es una historia inventada por el observador y que se construye a partir de los trazos de Lorena Camarena Osorno en el lienzo.
Para Lorena, lo que hay en su cuadro “es la fuga del momento, la presencia humana que se escapa con el paso del tiempo, que solo es posible fosilizar, petrificar, en la pintura”.
-Y de México que quisieras petrificar?
-La frescura de la vida, nuestros valores, para darnos cuenta que el país sigue a pesar de actos espantosos.
Está consciente de la situación en México pero para Lorena lo que al final debe prevalecer es lo positivo.
Otro de sus cuadros es “la mujer árbol”, la identificación con la ecología. Quizás suene raro que insista en que sus primeros pincelazos sobre la tela los da sin saber lo que hará, pero así es. O sea, cuando empezó, no tenía la idea de una mujer y mucho menos bautizarla como “mujer árbol”. Reconoce que esta pintura tiene influencia romana.
Es lo que su inspiración transmite a través de sus manos, da luz y petrifica los momentos que se escapan.
Tiene una fluidez artística que contrasta con su timidez oral, porque reconoce que lo suyo no es hablar en público y prefiere que sea la poetisa María Rivera quien haga la presentación de la exposición y hable de su obra, resalte que en los residuos de la historia está lo verdadero, la belleza inesperada, su universo personal, hechos que sucedieron en otro tiempo pero que permanecen.
La obra de Lorena estimula la imaginación.
El maestro Genaro Cruz Osorio, mejor conocido en la escuela primaria como el “maestro Choyo”, era de cabellera gris, colindaba entre la segunda y tercera edad. Un auténtico cara dura. Usaba lentes. No recuerdo haberlo visto sonreír. Inspiraba temor entre los escolares. Daba el sexto año.
Acostumbraba a jalar las patillas, las dos al mismo tiempo, al que estuviera desatento, incumpliera la tarea o se fuera de “pinta”.
Su frase de batalla y de advertencia para los estudiantes era: “llueva o truene, tienen que venir a clases”.
Por vocación, disciplina y miedo, no falté a ninguna.
No me escapé del jalón de patillas, porque no supe dar respuesta a una de sus preguntas académicas.
Por su fuerza y el dolor que dejaba, el jalón de patillas se volvió inolvidable, para todos los que lo padecieron.
Tenía su medida, sacudía la cabeza del alumno con el jalón de patillas, pero sin arrancar un solo cabello.
Lo que más me impresionó fue el día que le jaló las patillas a Juan Carlos y enseguida complementó el castigo con una serie de nalgadas. Agarraba vuelo su brazo izquierdo y la palma de su mano se estrellaba en esa parte media, entre la columna vertebral y los muslos.
Poco faltó para que el compañero llorara. Lo vi sudar y el rictus de dolor en la cara, enrojecida. El maestro lo levantaba de cada manotazo. A nadie más le llegó a pegar de esa manera. Supongo que descargó un coraje que le habían ocasionado en algún otro lugar.
Su estilo de formar y enseñar era conocida dentro y fuera de la escuela. Ni una sola queja o protesta de estudiantes o padres de familia. Su reputación era impecable. Tenían ganado el reconocimiento de que sus grupos eran los mejores calificados, los más adelantados.
Recuerdo al “Maestro Choyo” de la escuela Artículo 123 María Enriqueta de mi pueblo Poza Rica, Veracruz, justo en el inicio de un nuevo ciclo escolar, en especial su frase lapidaria “llueva o truene tienen que venir a clases”.
Hoy veo que la inasistencia no es por la lluvia ni por truenos, tampoco es imputable a los escolares, sino a los adultos que hasta ahora no han sido capaces de mejorar el nivel educativo.
Están más ocupados en diferencias sobre la llamada “reforma educativa” que para muchos es solo laboral, aunque del fondo del asunto ya sale un olor a 2018, a disputa presidencial.
¿Y a quién o quiénes conviene que el grueso de la población tenga un bajo nivel educativo?
En camino al tête á tête, face to face o cara cara de Ernesto Zeivy y Endy Hupperich, imaginaba que me aproximaba a una batalla de pincelazos, un enfrentamiento, porque ahora la riña o el escándalo parece ser lo cotidiano en México, es lo que reflejan los medios de la película citadina.
Hice un trayecto de mi casa (la cortesía de decir que es la tuya se ha perdido en la vorágine de la modernidad) al Café La Gloria en la colonia Condesa de la Ciudad de México. En el recorrido, testigo de expresiones virulentas de hombres y mujeres, miradas matonas, muecas ofensivas, manifestaciones procaces y agresivas. El mundo exacerbado de la megalópolis.
El metrobús a reventar, en hora pico, apretados como sardinas.
“¡Puto!” gritó la persona que a empujones consiguió subirse. Cerradas las puertas, con ese insulto y su mirada a través del acrílico, retaba a golpes al usuario que había quedado afuera, en el andén, el osado que había intentado ganarle el acceso. No faltó el metiche con su comentario valentón y su convocatoria a golpear al que iba en el transporte. Solicitaba aliados para surtirlo con golpes de todos sabores. La presunta víctima ni enterada ni preocupada, porque ya viajaba hacia la siguiente estación.
Gente crispada.
En la calle, una imagen distinta de pedigüeños, no la de los tradicionales que visten ropas viejas y sucias ni tampoco indígenas. Esta vez un par de “primos”, treintañeros, con ropa limpia, fuertes, amenazantes. “Primos” porque me llamaron “primo” para enseguida exigirme 10 pesos. No les di nada, opté por acelerar el paso, con cierto temor.
Más adelante una joven mujer, con llamada en su celular y un tono violento, el volumen de su voz alterado, reprendía a su interlocutor al otro lado de la línea telefónica: “¡Ve y cógete a tu madre!...”. Ella siguió con su pleito y yo hacia el tête à tête de los pintores Ernesto y Endy.
Todavía antes de llegar a la cafetería, dos muchachos más, con su realidad y exigencia: “no tenemos trabajo, danos dinero”
Imágenes reales y ásperas.
Permeado mi ánimo por esta atmósfera negativa, suponía sin base alguna, influido por el momento, que me esperaba más de lo mismo en la exhibición pictórica, en el cara a cara.
Sin embargo, el par de pintores, uno alemán y el otro mexicano, su obra, contrastarían con la irritación social que acababa de presenciar en mi trayecto. La armonía entre dos amigos para hacer un cuadro a cuatro manos, “a tres”, corregiría una señora que sabía que Endy Hupperich trabaja solo con el brazo izquierdo, porque el derecho fue víctima de un accidente.
La pintura de dos amigos, dos maestros, con sus propios talentos y gustos, satisfechos de sus creaciones, la historia de quienes logran ponerse de acuerdo para trabajar juntos, en armonía.
Sus diferencias están en su arte, cada uno con su estilo, sus autorretratos que disfrutan, el collage que retoma su entorno, que juega con los materiales, define figuras e incursiona en lo abstracto.
Su obra a tres manos se convierte en una tercera alternativa para sus seguidores, la conjunción en el lienzo de una mujer, un sombrero, un auto, un perro, las estrellas y el $ 2.50 que me recuerda que alguna vez tuvo esa cotización el dólar. Yo prefiero su trabajo individualizado, la inspiración personalizada, me impacta y conquista más. Cuestión de enfoques.
Es un encuentro de amigos, de saludos entre conocidos, artistas y admiradores, gente que se detiene a contemplar cada cuadro o conversar el acontecimiento, los colores y los trazos.
Juntos Ernesto y Endy, sonrientes, divertidos, animados para posar a la hora de las fotos. Endy bebe una cerveza y no suelta la botella. Ernesto sostiene un vaso con agua, sin dejar de mencionar que es aficionado al mezcal.
Estampas humanas, sin bravatas, sin insultos ni infundios que puede provocar el ajetreo del día a día, sobre todo en los espacios de la política y la lucha por el poder.
Entre Ernesto y Endy, el lenguaje es otro.
“Es un pintorazo”, la definición que hace Ernesto Zeivy de Endy.
“Fenómeno del arte, generoso”, las palabras de Endy Hupperich para Ernesto.
Pintores creativos, inteligentes y capaces para ponerse de acuerdo.
Inobjetable:
Un tête à tète amistoso, público y ejemplar, que ya empiezo a ver como rareza entre las bravatas de la película citadina.