Tres vodkas y un tarro de pulque curado de tuna en una hora, la ingesta del escritor y poeta Eusebio Ruvalcaba.
Un tipo divertido, encantador, cautivador, domador de la bebida etílica. El alcohol, en vez de provocarle confusión y trabarle la lengua, parece acrecentar su lucidez e inteligencia y darle una impecable dicción. Es imán para los que aman la poseía y las letras. Tuvo lleno completo en el foro de arte de la pulquería Insurgentes de la Ciudad de México, en lo que fue un homenaje llamado “anti-homenaje” porque no es afecto a los homenajes. Diferente y carismático, fascinante.
Se complació su solicitud para que se hiciera tocar uno de los discos de su padre, una de sus interpretaciones como violinista. Pronto dispuso que se apagara el fondo musical, para concentrarse en el evento, para escuchar a sus amigos que hablaban de su vida y estilo.
No leyó nada, ni un cuento, ni una novela, tampoco su poesía, a pesar de la insistencia
del promotor cultural del lugar, Carlos Martínez Rentería. Eusebio Ruvalcaba hizo lo que quiso.
Sin embargo, deleitó con un relato en forma de cuento. Aseguró que era la historia de su maestro, de alguien que le enseñó los secretos de la literatura. Un personaje de piel negra.
Nadie pestañeó, todos con las orejas dispuestas para captar cada una de sus palabras. La historia de un negro, que la primera vez que lo citó en su cuarto, lo hizo a las tres de la mañana.
Por la insistencia de su interlocutor, Eusebio accedió, no sin antes pasar el filtro de su esposa que le preguntó a dónde iba a esa ahora. Desinhibido le respondió que visitaría a su maestro, porque le llamaba y no admitía que el encuentro se dejara para más tarde o a la luz del día.
Según Eusebio, el nombre del escritor negro era George Half Bennett. A mi me sonó a nombre de ciclista. Eusebio siguió con la historia. Se trataba de un escritor empedernido, que no paraba de escribir, “escribía como loco”. Contrario a Eusebio, no bebía ni una sola gota de alcohol. En su lugar, su vicio, era llenarse la boca de “chochos” y consumirlos.
Recuerda Eusebio que una vez le dijo: “lo que haces es una estupidez”. Le daba la calificación de mediocre. A pesar de los desplantes, para Eusebio fue su único maestro.
El día que se marchó o se fue de viaje el virtuoso negro, le dejó una caja. Cuando la abrió, ahí estaban las servilletas, plumas y otros accesorios que habían utilizado en su intelectual y platónica relación.
Martínez Rentería no se pudo contener, le gritó que esa historia no era cierta y que no conocía a ese negro escritor.
El cuento recibió el aplauso unánime de los asistentes y en el rostro de Eusebio se dibujó una sonrisa.
Su amiga Flor Piña le recordó que su esposa Coral prefería no leerlo, por sus escritos sobre amantes, ligues y triángulos amorosos. Daniel Escalante confesó que los cuentos de Eusebio lo han conmovido hasta las lágrimas. Jorge Borja lo destacó como embajador plenipotenciario del mezcal, porque también disfruta la bebida oaxaqueña. El mejor elogio que le hizo fue que “como nadie, cultiva la amistad”. Y Juan Carlos, otro de sus amigos, rubricó la noche apologética del escritor y poeta con la frase de que no puede haber mejor homenaje que un anti-homenaje para el tapatío Eusebio Ruvalcaba.
Un contacto por día
Cada día elimino un contacto
de mi celular.
Cada día regalo una pluma.
Cada día me deshago de un libro.
Cada día dejo de dar un paso.
Cada día me despierto más tarde.
Cada día bebo lo mismo pero más cargado.
Cada día tolero menos la ignorancia
de mis interlocutores —sobre todo
si no me hacen reír.
Cada día extraño menos a las mujeres.
Cada día abomino más de mis ojos,
que cada vez que me miro al espejo
me devuelven la imagen de alguien
que aborrezco.
Eusebio, poeta que cautiva
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