La historia que te voy a contar es la de una mujer que decidió dejar su trabajo de Contadora Pública para dedicarse a la fotografía artística, convencida de que esa era su vocación.
Su padre, simpatizante de las ideas comunistas, quería que fuera guerrillera.
Hasta ahora, la única arma que ha llegado a las manos de Ariadna Cuadriello es la cámara fotográfica.
Especialista en fotografía documental, autorretrato e intervención de paisaje. Juega con la fantasía, imaginación y realidad. También le dedica tiempo al grabado y la pintura.
Su padre no consiguió hacerla rebelde bélica. La afición por los libros de arte en la familia, hizo que Ariadna empezara a enamorarse de la fotografía, desde la niñez.
Vocación que reprimió por más de 15 años, porque primero estudió la carrera de Contadora Pública. Trabajó en la empresa alemana Basf, donde tenía sueldo para ser autosuficiente, no depender económicamente de nadie.
No le importó abandonar la estabilidad económica. Desoyó la advertencia sobre los riesgos de volver a empezar de cero. Con lo que le dieron de finiquito, retomó lo que siempre ha amado: la fotografía.
Es apoyada por sus padres. Tiene la meta y el sueño de ser figura internacional, reconocida en el mundo.
La historia de Ariadna Cuadriello da para escribir novela.
Muy lejos del arrojo y valor que tendría un guerrillero.
Precavida ante la inseguridad en la Ciudad de México.
Cuando la vi en el lugar programado para la entrevista, lo primero que observé es que no traía su cámara. Una fotógrafa sin cámara es como un periodista sin pluma o sin grabadora, pensé. Se lo dije.
-¿Y la cámara?- pregunté.
Se puso nerviosa.
-No la traje porque me la pueden robar- contestó.
Ariadna Cuadriello abrió y buscó en su bolsa. Sacó su teléfono celular. Los avances y ventajas de la tecnología, a la mano de millones en el mundo, la cámara integrada al teléfono.
Su padre simpatizaba con el comunismo. Quería que su hija fuera guerrillera. Extraño, no deseaba lo mismo de los dos hijos varones. La mentalidad revolucionaria, disonante, provocó que la abuela de Ariadna lo metiera a un centro siquiátrico. Solo estuvo dos semanas. La propia familia resolvió sacarlo.
Era niña cuando sus padres se divorciaron. Creció al lado de su mamá. No ha dejado de ver a su papá, hombre de firmes convicciones y valores, torturado al negarse a delatar a un amigo.
Contraria al pensamiento de su progenitor, ella se define conservadora.
Ariadna ha participado en más de 20 exposiciones, en diversos lugares. En el palacio de las Naciones Unidas en Ginebra. En la Universidad de Pretoria, Sudáfrica. En India. En Love Art Fairen Toronto, Canadá. En el Palacio de Bellas Artes, Museo Tamayo y Centro de Arte Contemporáneo en México. Tiene página web con su nombre e igual en Facebook. Ganó el tercer lugar en el Festival Internacional de la Imagen 2014.
Ha tomado miles y miles de fotos. Le dije que seleccionara una que en su opinión representara el México de hoy.
En la foto elegida aparece su abuelo, deprimido ante la destrucción de su hogar por el sismo, las carpetas de contabilidad de su negocio tiradas en el patio, la tasa de baño en una esquina. La representación del “caos que sufre el país, demasiados problemas”.
Ese es el México de Ariadna Cuadriello, que ella quiere se corrija. Lo que está mal y debe cambiar.
El México de una fotógrafa
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