Hasta ahora los medios de comunicación no han mejorado la cobertura del día de las elecciones electorales en México. Siguen el desgastado sistema de repetir lo que pregonan los partidos, sin verificar la información o asegurarse de que sean ciertos sus dichos.

Para nada es nuevo la práctica de los partidos de hacer pronunciamientos que no corresponden a la verdad y la creencia equivocada de que declararse triunfador significa ventaja o generar una imagen mediática de que las cifras les favorecen. De no ser así, estarían dadas las condiciones para denunciar fraude y poner en duda el resultado.

Con su desempeño, los medios contribuyen a esta situación. No es suficiente con argumentar que cumplen su misión de difundir lo que declaran los protagonistas, sea cierto o falso, porque entonces se pierde el objetivo de ofrecerle a sus lectores, radioescuchas o televidentes, información confiable, verídica.

Apenas cierran casillas, empiezan los triunfalistas, con sus propias cuentas que nadie se preocupa de verificar. Ni siquiera se sabe si en realidad existen. No exhiben ningún documento, ninguna gráfica, ningún estudio. Nada. Solo el dicho del que anuncia ser ganador. Hay quienes hablan que son cifras con base en datos de actas de escrutinio, que tampoco exhiben. Y cuando exhiben actas, no se ponen a la mano de los representantes de los medios. Aunque lo hicieran, no habría tiempo para revisarlas, porque en las redacciones urgen los resultados y no van a esperar a su reportero a que haga las sumas. Además, el conteo ha sido hecho por los ciudadanos, por los que actuaron como funcionarios de casillas. Conteo que ha sido impecable, en la mayoría de los casos, pero que los protagonistas de la competencia, sobre todo los que pierden, por estrategia, cuestionan.

Es el juego en el que caen los medios y parecen no darse cuenta. Lo hacen quizás amparados en su compromiso con la libertad de expresión, para no correr el riesgo de limitarla. Sin embargo, difundir mentiras no es libertad de expresión ni ayuda a la credibilidad de los medios.

Para el 2018 están programadas elecciones locales en 30 estados, además de los comicios federales en todo el país. La batalla por la presidencia de la República, por el Senado y la Cámara de Diputados. Estarán en juego más de tres mil 400 cargos. Es el reto de la cobertura para los medios.

No se sabe si tienen un equipo especial para llevar a cabo esa cobertura, al menos los más grandes o tradicionales (los modestos hacen un esfuerzo plausible con recursos limitados). No puede ni debe ser que se concreten a repetir lo que quieren los partidos o que el candidato de alguno de ellos haga “cortes informativos” cada hora la noche de las elecciones como si lo suyo fuera la verdad absoluta.

Están a tiempo los medios de planear su cobertura, para darle a la sociedad, calidad informativa, certeza.

Bien harán los magistrados y magistradas del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) en revisar la calificación de la elección presidencial del 2006, aprender de esa experiencia que puso a prueba a los integrantes de la sala superior, que por semanas, día y noche, sesionaron con el ruido generado por las protestas de quienes se instalaron en plantón afuera del edificio, desde que el expediente completo del proceso llegó a esa instancia.

El reclamo de los manifestantes y de su líder fue siempre, “voto por voto”, recuento de toda la elección, lo que nunca se hizo, porque jurídicamente era improcedente. No todas las casillas habían sido impugnadas. Hubo recuento sólo donde se justificó. Y al final, aumentó, aunque muy poco, la ventaja de quien había sido declarado ganador de la contienda.

Los magistrados resistieron presiones, actuaron con rigor al revisar y evaluar lo sucedido el domingo 2 de julio de 2006. El recuento de votos y ajuste de cifras no fue lo más complicado, sino el comportamiento de los protagonistas y su influencia en el proceso.

De acuerdo con los magistrados, lo que se puede leer en el expediente, la elección estuvo en riesgo por la hiperactividad del entonces presidente Vicente Fox, quien en diversas ocasiones, públicamente, mantuvo riñas verbales con el principal candidato de la oposición. Intensa como pocas veces se ha visto la campaña de que era “un peligro para México”.

La sala superior presidida por Leonel Castillo González procedió con firmeza, con seguridad, ninguno de sus actos o declaraciones cayó en el titubeo. Hablaron con su trabajo, no hubo precipitaciones, nada de posiciones anticipadas y mucho menos filtraciones.

El blindaje de los magistrados tan sólido como la fortaleza de su edificio sede, Inexpugnable, impenetrable. Los manifestantes no pasaron de la calle ni de la banqueta. Jamás intentaron brincarse la cerca. Quizás sabían que en el sótano del edificio había personal policial federal con la instrucción de resguardar a la institución electoral.

Espera larga y tensa para los competidores, la moneda parecía en el aire, por la escasa diferencia entre el primero y segundo lugar. No más de un punto. Había intranquilidad en los equipos de los candidatos. Nadie en esa etapa daba por hecho que el proceso estaba resuelto. Quien tenía la ventaja mínima, nada más tenía eso, esa raquítica ventaja. Faltaba el dictamen del órgano calificador para poder cantar victoria.

La actual presidenta del TEPJF, Janine Madeline Otálora Malassis, es un personaje con altas calificaciones académicas, pero a veces, no es suficiente para hacer frente a los grandes retos. Es indispensable saber comunicar con oportunidad y precisión. Ya se ha visto en los organismos electorales estatales lo que sucede cuando se carece de estas cualidades, las palabras y actos de la misma autoridad enredan o le siembran dudas al proceso. Más vale que los magistrados de la sala superior se tomen su tiempo para revisar la actuación de sus compañeros en el 2006 y perfeccionen su desempeño, porque la elección del año siguiente se ve venir muy agitada.

Hasta ahora la transparencia no ha conseguido hacer de México un mejor país y mucho menos una caja de cristal. Las instituciones que velan por la transparencia han descuidado fomentar en la sociedad la cultura que haga rechazar de manera natural lo indebido y oscuro.

No se advierte que se promueva en las escuelas o entre los infantes, mucho menos en los medios, campañas que destaquen la importancia del comportamiento honesto y el manejo riguroso, limpio, justo y lícito de recursos económicos, ya sean públicos o privados.

La instituciones de la transparencia están ocupadas en atender solicitudes de información, que en su mayoría son elaboradas por representantes de medios de comunicación o por personas con un interés particular, que puede ser de revancha política, pero no por el ciudadano común. El ciudadano común está ocupado en asegurarse el sustento diario.

Es tiempo de que los organismos federal y locales, financiados con recursos públicos, que tienen que ver con la transparencia, hagan un balance de los resultados de su desempeño, si en verdad ha impactado a favor de la sociedad o se han convertido en entes simuladores, que en nada ayudan a la democracia, al cumplimiento de la ley, a la convivencia y a mejorar la calidad de vida.

México es un país de 120 millones de habitantes, alrededor de 86 millones tienen 18 años o más, según el número de empadronados en el Instituto Nacional Electoral (INE). Entonces si el número de solicitudes de información que recibió el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales (INAI) en el primer trimestre del 2017, no llegó ni al 1 % en relación con el número de mexicanos mayores de edad, es evidente que el uso de recursos  institucionales está muy por abajo del óptimo deseable. Con urgencia se tiene que revisar el alcance de las campañas mediáticas de los institutos dedicados a la transparencia.

Sería un error conformarse con declarar que cumplen con las funciones básicas que les marca la ley, porque las instituciones se construyen con recursos públicos y su principal finalidad es ser útiles a la sociedad. ¿En verdad son en este momento útiles a la sociedad? ¿Se justifica el presupuesto que tienen asignado? ¿El presupuesto que gastan corresponde al beneficio que finalmente recibe la sociedad? ¿Se fomenta o no la cultura de la transparencia? ¿Han contribuido a cambiar el comportamiento de la sociedad?

El problema de fondo está en la conducta humana. Mientras no se trabaje en la raíz, en la formación de nuevas generaciones, con un concepto de lo que debe ser el servicio público, la importancia de la transparencia y la honestidad, instituciones como el INAI solo servirán para paliar males sociales, agrandar la burocracia y aumentar el gasto público.

Hasta ahora es un misterio saber por quién han votado los 10 personajes más ricos de México. Y no puede ser de otra manera porque la ley garantiza la secrecía del voto, la privacidad al  momento de acudir a las urnas. Tampoco se les conoce militancia partidista, aunque algunos a veces exhiben el color de su camiseta por su presencia en actos públicos, por sus encuentros con quienes aspiran a la presidencia de la República.

La versión más repetida es que en estos tiempos de alta competencia, cuando no hay certeza de quién podría ganar las elecciones del próximo año, no se comprometen con ninguno en particular, sino con todos, a través de contribuir al financiamiento de sus campañas.

El único empresario que abiertamente se atrevió a revelar sus preferencias fue Emilio Azcárraga Milmo, el papá de Emilio Azcárraga Jean. En una entrevista en la Secretaría de Gobernación, se identificó como soldado del PRI, cosa que nunca ha hecho su hijo.

Hay una expresión famosa entre los competidores, el “pase de charola”, que por lo regular es ir casa por casa u oficina por oficina de empresarios. Alguna vez alguien reunió a los principales para pedirles cuota y no faltó quien filtrara la información. Fue motivo de escándalo y hasta de un Premio Nacional de Periodismo para el reportero que difundió la nota.

La verdad, a la hora de ser contados en el proceso electoral, el voto de cada uno de los ricos, vale lo mismo que el todos los demás que tienen menos dinero. Es decir, con el voto de los más ricos, nadie podría dar por hecho que tiene amarrado el triunfo.

Para no equivocarse, la mayoría de los más ricos, prefiere no hacer públicas sus preferencias; opta por mantener abierta la cartera para el candidato que busque la cooperación, sin excepciones. De esa manera, gane quien gane, estará agradecido con las aportaciones de los más ricos.

Carlos Slim es el más rico de los mexicanos y ha sabido mantener comunicación con gobiernos de distintos partidos. Es al que más asedian gobernantes, partidos y candidatos. Y por supuesto Slim está abierto al diálogo, a negociar y encontrar espacios para nuevas inversiones. Es el rico más solicitado y Slim no es de los que se esconden cuando se trata de hacer aportaciones a quienes aspiran a un cargo de representación popular.

Los demás se esmeran en la discreción. Así ha sido con Alberto Bailleres González, Germán Larrea, Ricardo Salinas Pliego (ya incorporó a Esteban Moctezuma al equipo de asesores de AMLO), Eva Gonda Riviera, María Asunción Aramburuzabala, Daniel Servitje, Antonio Del Valle, Juan González Moreno y Jerónimo Arango.

Eso sí, todos, sin excepción, terminan por entenderse con el nuevo gobierno, sin importar del partido que sea, aunque es obvio que siempre les gustará más que el vencedor se identifique con sus ideas.

El “Trending topic” no hará ganar a nadie elecciones, la diferencia la harán los votos en las urnas. Por más que se utilicen “bots”, programas informáticos o personas que se dediquen a trolear, provocar o atacar, con el fin de marcar tendencia en twitter, lo único que conseguirán es una mera referencia.

La gente conoce a los partidos, sabe lo que han hecho y no han hecho al gobernar; aciertos y errores; identifica a los que han cumplido y a los que se preocupan por ayudar a los menos favorecidos. Las organizaciones políticas son prácticamente las mismas.

De acuerdo con cifras del año pasado del INEGI, el 57.4 % de la población de seis años o más en México, declaró ser usuaria de Internet; el 70.5 % de los cibernautas tienen menos de 35 años; el 39.2 % de los hogares tiene conexión a Internet; y 77.7 millones de personas tienen teléfono celular.

El país tiene 120 millones de habitantes; 86 millones, 401 mil 507 están inscritos en el padrón electoral; 85 millones, 278 mil 028 en el listado nominal (hasta el mes de abril) que tienen todo en regla para ir a votar.

Según estudio realizado por Mente Digital, hay en México 2 millones 480 mil cuentas activas de Twitter, número muy raquítico comparado con el número de ciudadanos con derecho a votar que están registrados en el listado nominal del Instituto Nacional Electoral.

Las cifras son una evidencia de que ni los tweets ni los “trending topics” van a influir significativamente en el electorado. Vale la pena que los medios tradicionales, impresos y electrónicos se tomen su tiempo para darle verdadera dimensión a lo informado, porque luego resulta o pareciera que medio mundo está involucrado en una tendencia.

Los “trending topics” se vuelven las notas principales, cuando en realidad su penetración es mucho menor.

Sin embargo, el desconocimiento de la materia, favorece a personas que buscan posicionar sus aspiraciones a través de esta herramienta de Internet, porque dan la impresión de que están en el ánimo de la mayoría de los mexicanos, cuando es todo lo contrario.

Por eso te digo que estos recursos no harán ganar a ninguno de los que compitan en las próximas elecciones locales de junio. Y lo mismo sucederá para el proceso electoral del 2018.

Los ciudadanos tienen pleno conocimiento de los partidos; los que no son militantes de ninguno, para definir su voto, en primer lugar, van a tomar en cuenta el perfil de los candidatos, no el “Trending topic”.

Hay quien pudiera decir que el voto de los jóvenes en la elección presidencial del 2018  en México está definido, pero nadie lo puede garantizar. Ni a favor ni en contra de alguno.

¿Te acuerdas de #soy132 en el 2012? Un movimiento que se levantó en contra del candidato de la Coalición Compromiso por México. Rechazaron la presencia de Enrique Peña Nieto en la Universidad Iberoamericana. Los jóvenes reprobaron lo que representaba el candidato. Salieron en diversas ocasiones a manifestarse en el calle. Incluso el movimiento alcanzó repercusión internacional. Era como para pensar que esta cruzada truncaría la aspiración del mexiquense. Los jóvenes, mayoría en el padrón electoral.

Pues no, el resultado de la elección favoreció por más de seis puntos porcentuales a Peña, una diferencia de alrededor de 4 millones de votos, por encima de Andrés Manuel López Obrador. El ganador sumó más de 19 millones y el segundo lugar se acercó a los 16 millones.

¿Qué pasó? ¿Dónde quedó el enojo de los jóvenes en el 2012? ¿Por qué no votaron en su mayoría contra el candidato que se suponía no querían ni iban a dejar llegar a Los Pinos?

De acuerdo con cifras estadísticas del Instituto Nacional Electoral de ese año, los jóvenes, de 18 a 29 años, representaban la mayoría del padrón. Más de 23 millones de votantes.

Si observas, 23 millones eran muchos más que los 19 millones que obtuvo Enrique Peña Nieto.

Entonces, no necesariamente se puede dar por hecho que la mayoría de los jóvenes votará en determinado sentido en los comicios del próximo año o en contra del partido que ahora está en el poder. Está visto que el comportamiento de los jóvenes es impredecible.

Sería un error creer que el proceso del 2018 está resuelto por la ventaja, amplia en las encuestas, de Andrés Manuel. Y mucho menos dar por hecho que la mayoría de los jóvenes le va a dar su voto.

Recuerdo el día que me tope con varios jóvenes activistas de Morena y seguidores de AMLO. Convencidos de su partido y dirigente. Sin embargo, los escuché hacer la siguiente aclaración o precisión: “estamos con AMLO pero no somos pejezombies o militantes que apoyan todo lo que diga; cuando no estamos de acuerdo, lo manifestamos”.

Conste que estos jóvenes son seguidores de AMLO y no están dispuestos a entregar a ciegas su voto.

Por lo tanto, el voto de los “millennials”, hasta ahora, no está amarrado con ningún candidato.

Los jóvenes van a esperar a conocer todas las opciones. Sobre los que suenan, tienen información de sobra, saben lo que han hecho y no han hecho, así que nadie pregone que ya los tiene en la bolsa.

Ser presidente del país más poderoso no es suficiente para hacer todo lo que piensa y quiere. En dos meses de mandato Donald Trump ha chocado con esa realidad, por lo contrapesos del sistema democrático, no ha podido reformar la ley sanitaria de Barack Obama. Y no fueron demócratas los que bloquearon su pretensiones, sino congresistas de su propio partido, el Republicano.

Quedó claro que el ejercicio del poder no depende de un solo hombre, hay otros grupos que también opinan y tienen influencia. Así es la democracia. Ventaja del sistema.

Por eso me gusta lo que dice el estadista español Felipe González, de que la democracia no garantiza buen gobierno, pero sí la oportunidad de echar al que lo hace mal.

A Trump no lo están echando del gobierno, lo que han hecho diferentes fuerzas en los Estados Unidos es frenar algunas de sus decisiones. Más le vale que en lo sucesivo busque en primer lugar el consenso, porque de otra manera correrá el riesgo de que le vuelvan a dar con la puerta en las narices.

En México es tema de muchas mesas caseras, por no decir de todas, la posibilidad de que Andrés Manuel López Obrador alcance por fin la presidencia de la República en el 2018.

Las encuestas le favorecen y cada vez aumenta la ventaja ante quienes pudieran competirle. Incluso hay voces del poder económico dispuestos a la adaptación con un gobernante de esas características. La luz roja la tienen encendida sobre todo sus adversarios políticos, alarmados porque temen que una vez en la silla presidencial quiera cobrar facturas.

El año pasado escuchaba voces totalmente en contra de esa posibilidad y no son gente de la política. Sin embargo, esas mismas voces han empezado a digerir que el triunfo de López Obrador puede ocurrir, pero a la vez confían y descansan en los contrapesos, para evitar que ni él ni nadie haga lo que se le pegue la gana desde la silla presidencial.

Hay que recordar que en el 2000, con la llegada de la alternancia, Vicente Fox, también creyó que en la presidencia haría lo que se le ocurriera. Tampoco hizo realidad todos sus deseos. Requirió del consenso en la mayoría de los casos. Lo mismo sucedió con Felipe Calderón, aunque éste en su carácter de jefe de las fuerzas armadas, tomó la decisión de emprender la “guerra” contra la delincuencia organizada, con altos costos que aún no terminan, porque hizo falta inteligencia y planificación.

Ambos, Vicente y Felipe, estuvieron obligados a entenderse y acordar con la oposición en el poder legislativo.

Lo mismo sucedería con López Obrador, si fuera el ganador de la próxima elección; nada más que mientras no llegue el 2018 ni se lleven a cabo los comicios, nada se puede dar por hecho.

Hasta ahora, el virtual candidato de Morena es sólo una posibilidad más, con ventaja en las encuestas.

En el proceso electoral de 1988 fue evidente la parcialidad de los medios de comunicación, sobre todo electrónicos y la mayoría de los impresos. La cobertura para los candidatos de oposición, mínima, en especial para el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano.

Cuando aparecía en televisión el ingeniero, era para criticarlo, con lo que fuera. Incluso se utilizó a sus dos medios hermanos para desacreditarlo, en horario estelar, en el entonces canal de las estrellas, en su noticiario nocturno. Jacobo Zabludovsky (QEPD) se encargó de entrevistarlos. Por supuesto que no hubo derecho de réplica para el aludido. También en los impresos se difundieron las declaraciones de estos familiares.

Lo mismo sucedía en las estaciones de radio, ignoraban la campaña de la oposición. Era citada ocasionalmente para criticarla. Los medios electrónicos, ni radio ni televisión, siguieron la campaña de Cuauhtémoc. Y de los impresos, solo tres, El Universal, Excélsior y Uno Más Uno dieron cuenta de las actividades del candidato del Frente Democrático Nacional.

La competencia mediática, desigual; Cárdenas no existía y cuando existía era para exhibir las deficiencias de su campaña o de su trayectoria política. No había redes sociales, ni Facebook ni Twitter, tampoco YouTube. Ninguna forma para que la sociedad conociera paso a paso lo que hacía el ingeniero. Sabía de su vida porque era hijo del general Lázaro Cárdenas, porque había sido gobernador de Michoacán, militante y disidente del PRI. Creador de la llamada Corriente Democrática, junto con Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y Rodolfo González Guevara. Nada más.

En este contexto, complicado y hasta imposible competirle al candidato oficial que acaparaba todos los medios de comunicación, a su favor. Impensable que la gente votara por un candidato que no aparecía en los medios.

Te cuento esta historia porque es una prueba fehaciente de que hay gente, mucha gente, que no se chupa el dedo. Le digan lo que le digan, tiene identificados a los competidores.

En 1988 Cárdenas sorprendió en la votación, a tal grado que en la noche del seis de julio, oficialmente, no había ganador. Sin embargo, los medios, salvo excepciones como la del Financiero, destacaron el anuncio del PRI de que los números favorecían a su candidato.

Al día siguiente, presionada por la oposición, la extinta Comisión Federal Electoral emitió un comunicado para precisar que todavía no había declarado a nadie como triunfador. El comunicado, como era de suponer, pasó desapercibido, en páginas interiores.

En síntesis, no son los medios los que marcan diferencia en un proceso electoral, no son los que deciden quien gana o quien pierde. La sociedad ya no se traga las noticias falsas o parciales.

La elección del 2018 se va a decidir a través del voto, no mediante encuestas inducidas, campañas mediáticas, soluciones mágicas, compromisos populistas o informaciones para favorecer a determinado candidato y desacreditar a otro.

Viene de nuevo la fiesta de Diego Fernández de Cevallos. El próximo 16 de marzo cumplirá 76 años.

¿Asistirá Xóchitl Gálvez? ¿Volverá a ser invitada? El año pasado fue la nota en la fiesta, por haber transmitido en vivo a través de Periscope. Una acción que provocó voces a favor y en contra.

La verdad, la señora, de origen otomí, ingeniera de profesión, experta en telecomunicaciones, integrante del gabinete en el gobierno de Vicente Fox, siempre me ha caído bien. Por su estilo. Parece norteña. Le gusta llamar a las cosas por su nombre y es de las que hace frente a los problemas y reclamos, sin importar su tamaño. Es lo que he observado de su trabajo. Lo que han publicado los medios de sus actividades. Además, es partidaria del Cruz Azul, igual que yo. Ella no ha dejado de apoyar al equipo a pesar de su pésima actuación, desde hace varias temporadas. En mi caso he decidido no ir al estadio ni ver los juegos por televisión, hasta que tenga jugadores que suden la camiseta, que demuestren en la cancha coraje y ansias de triunfo.

Solo una vez la he visto en persona. El día que le consulté esta historia que hoy te voy a contar. Debo adelantar que Xóchitl no me hizo ninguna revelación. La historia ya la sabía y de primera mano. “Si ya lo sabe, no tengo nada que agregar”, fue su único comentario.

Muchos consideraron incorrecta la difusión que hizo de la fiesta con su teléfono, otros tantos la justificaron y argumentaron libertad de expresión. Era una fiesta privada, independientemente de los asistentes, con pasado y presente conocido por la población. Nadie de los que aparecieron en la imagen mostraron incomodidad o enojo, por el contrario, saludaron y sonrieron. Son políticos. Sin embargo, para transmitir un evento de ese tipo es necesario permiso previo, del anfitrión y de los invitados. Xóchitl no tuvo ninguna autorización.

Supuse que el Jefe Diego jamás la volvería a invitar a su fiesta y no tenía idea de si la actual delegada en Miguel Hidalgo sería capaz de ofrecer una disculpa al dueño de la casa.

Xóchitl Gálvez le escribió una carta para disculparse, desconozco los términos en detalle, pero la hizo para disculparse, lo que confirma que es una mujer de valores. Reconoció su equivocación e incluso hizo saber a su destinatario que entendería si decidía no volverla a invitar.

Don Diego la llamó por teléfono de inmediato. Todo un caballero, con  expresiones de afecto y la confirmación de que será su invitada permanente para sus fiestas de cumpleaños. No le reprochó nada, porque “es una mujer de una pieza, honesta, derecha, que actúa de buena fe”.

El tal el reconocimiento y aprecio que le tiene el Jefe Diego, que lo tiene sin cuidado que alguien decida no asistir porque ella está invitada.

Por lo tanto, si así lo quiere, Xóchitl podrá ir de nuevo a la fiesta. Es bienvenida en la residencia del poderoso panista.

En mi trayectoria profesional he sido testigo de diversas elecciones, federales y estatales. Hice cobertura con la representación del periódico El Universal.
También tuve asignados por el mismo diario el Instituto Federal Electoral (IFE), ahora Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF).

[caption id="attachment_3145" align="alignright" width="300"] Aspectos Generales[/caption]

No solo fui y estuve el mero día de las elecciones, sino antes para evaluar las campañas y después hasta los resultados oficiales, hasta que la autoridad diera un ganador.

Vi ganar al PAN en Baja California y Chihuahua, al PRD en Tlaxcala y al PRI en diferentes entidades. Recuerdo que en el 2003 en Campeche se daba por hecho un triunfo fácil del priísta Jorge Carlos Hurtado. Cuando recibí el encargo de ir, no lo expresé al jefe de información pero estaba inconforme con acudir a un lugar con ese vaticinio electoral, prefería los procesos cerrados, los competidos, porque obviamente tenían la atención principal de los medios y ganada la primera plana de los diarios. Sorpresa, la diferencia en cifras fue mínima, hubo recuento de casillas y estuve en la entidad sureña más de dos meses. El proceso más peleado de ese año que finalmente ganó el PRI.

Años atrás, en 1992, estuve en Chihuahua, por órdenes del periódico cubrí varias etapas, antes de las elecciones, de la campaña del priísta Jesús Macías Delgado. Tampoco me entusiasmó esa cobertura, porque la instrucción era informar solo lo que hacía este candidato. Supuse que había sido firmado un convenio informativo e incluso que alguien del equipo del priísta había solicitado que fuera yo quien cubriera las actividades.

A los actos que asistí, los escenarios estaban llenos, había porras, matracas, mantas, saludos de la gente al candidato. Narraba lo que veía, aunque mi percepción era otra. Advertía que el entusiasmo era fingido, simulación organizada, pagada.

A pesar de únicamente informar lo que hacía el priísta, recibía noticias todos los días del éxito de las concentraciones del panista Francisco Barrio Terrazas. Concluía que Macías no sería el ganador, por el contraste entre los asistentes a los mítines de uno y otro.

Me concreté a mi labor de reportero, el análisis y las opiniones que tenía de la competencia, se quedaban conmigo, no las compartía. En Chihuahua estaba para informar de los actos del priísta, con él que nunca busqué ni tuve cercanía, cada quien en lo suyo.

La elección la ganó Francisco Barrio Terrazas.

Meses después volví a toparme con Jesús Macías en la Ciudad de México. Entonces sí le hice saber la percepción que tenía de su campaña. “¿Y por qué no me lo comentaste?”, preguntó. Respondí que no era su consejero y que él tenía sus asesores para evaluar la campaña, pero sobre todo que yo estuve ahí solo como reportero de El Universal.

La civilidad ha prevalecido en la mayoría de los procesos a los que les he dado cobertura.

Sin embargo, por más modificaciones a la ley y firmas de pactos de civilidad, la denigración entre los partidos ha crecido. Sería ideal que el INE encontrara la fórmula para recobrar el respeto en la competencia, porque el encono divide sociedades y hiere la democracia.

¿Qué hacen el Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) ante el huracán electoral que se avecina en 2018? Suponer que será un proceso terso, es apostar a perder, porque aun cuando las encuestas le dan amplia ventaja a quien parece encaminado a ocupar la silla presidencial en su tercer intento y que los demás están resignados, el hecho es que la competencia tiene un final incierto.

Viene un huracán categoría 5 en la escala Saffir Simpson, devastador, con olas de 20 metros de altura y velocidad de sus vientos superiores a los 300 kilómetros por hora. Como nunca se había visto. Es ilógico suponer que le van a entregar la presidencia al morenista Andrés Manuel López Obrador envuelta en regalo y la leyenda ¡Felicidades!.

Tampoco se puede decir que el tabasqueño tiene el triunfo en la bolsa y no hay nada de que preocuparse. La batalla por cerrarle el paso superará por mucho el proceso del 2006. Irá más allá del mensaje “es un peligro para México”. No descarten los “caballos de Troya”. Por eso vale comparar la elección con la intensidad de un huracán. Es el pronóstico y hay que prepararse.

Puede ser que se desvanezca o pierda fuerza, pero ante los indicios de su fortaleza, lo aconsejable es tomar previsiones. Aquí el papel de protección civil lo tienen el  INE y el TEPJF. Obligados a blindar la competencia, evitar daños irreparables, actuar con celeridad, oportunidad y eficacia.

Hasta ahora, el Instituto y el tribunal han tenido un comportamiento a la defensiva, concentrados en reaccionar, ocupados en responder a las críticas sobre sus gastos, sueldos y camionetas de lujo o en presumir sus ahorros y planes de austeridad. Además del trabajo cotidiano que por ley les corresponde, no se ve una actitud de avanzada, vanguardista en relación con las elecciones que vienen. Al menos su estrategia de comunicación, no da señales en ese sentido.

Se ignora que hacen los organismos electorales para apoyar los procesos de este año y cero con respecto al 2018, cuando es obvio que los partidos trabajan ya en los dos frentes.

En las elecciones locales o estatales, los partidos han dado una prueba de sus “adelantos” en materia de guerra sucia. Grabaciones clandestinas y videos noveleros con fines denostadores. Troleros pagados para inundar de mensajes las redes sociales, convertirlos en tendencia o tema del momento (los llamados “Trending topics”).

La autoridad electoral está a tiempo de tomar previsiones, para que no le vaya a ocurrir lo de 2006. La actuación del entonces IFE fue lenta y tardía. El colmo es que una vez que había pasado la tempestad, el TEPJF reconoció en su dictamen calificador de la elección presidencial que el propio Vicente Fox puso en riesgo el proceso.

Por eso hoy el aviso es a tiempo, para que no digan después que no sabían o que nadie les advirtió.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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