La verdad, “independientes”, ni los de Cataluña. ¿Independientes de qué o de quién? En un mundo globalizado, comunicado, ya no se puede hablar de independencia. En el caso de Cataluña, me parece que sus habitantes lo que han querido es tomar distancia del gobierno de Mariano Rajoy, del que están seguramente decepcionados, pero no creo que su plan sea desconectarse del resto de los habitantes de España, de Europa o del  mundo. Lo que tiene a disgusto a las sociedades es el saldo de quienes han llegado al poder. No han conseguido mejorar la calidad de vida. Por lo contrario.

Los catalanes pronto se van a dar cuenta que esa independencia de la que hablan solo está en el papel, no en la vida cotidiana.

En México, los “independientes” dicen ser los que aspiran a cargos de representación popular. Puede ser a diputado, alcalde, senador, jefe de gobierno de la ciudad de México y presidente. De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, independiente tiene varios significados. El primero es que “no tiene dependencia, que no depende de otro”. ¿Quién puede declararse independiente bajo esta premisa?. Nadie. Todos, de una u otra forma, dependen de alguien o de algo, para vivir o desarrollar cualquier actividad. El segundo significado es autónomo. ¿Quién realmente es autónomo en estos tiempos? No lo conozco. Ni el más rico del mundo es autónomo, porque para ser el más rico del mundo, ha necesitado y necesita de los demás. Tercera definición, que sostiene sus derechos y opiniones sin admitir intervención ajena. Tampoco existe la persona que esté al margen de su entorno, de sus lecturas y los medios. En el mundo globalizado, no existe el “independiente” auténtico, real.

En todo caso, hay que hablar del aspirante que no tiene ni simpatiza con partido alguno. En México, no perder de vista que hay quienes están interesados en competir en las elecciones del 2018 y tienen un pasado militante, sobre todo los más conocidos y sonados en los medios.

Aclarado que esa independencia es ahora, en mi análisis, solo ficción, pasamos al punto de la recolección de firmas para alcanzar el reconocimiento de candidato por parte del INE.

Esta vez me voy a referir a los que quieren la silla presidencial y el número de firmas que tienen que reunir para obtener el registro. En los términos de la ley, la autoridad electoral les ha pedido a cada uno 866 mil 593 firmas de apoyo de ciudadanos con credencial de elector, que deberán de recolectar en un plazo de 120 días. Para lograrlo tienen que sumar diario 7 mil 222 firmas. Nadie cuenta con la estructura humana para conseguirlo. Incluso, tengo mis dudas si entre todos, entre los 48 inscritos, pueden alcanzar dicha cifra.

En la primera semana, la que más firmas recolectó fue Margarita Zavala, pero muy, muy lejos del promedio diario que se requiere. Sumó 13 mil 33 cuando tenía que haber llegado a 50 mil 554 firmas. Haría bien el INE, en aras de la transparencia, como lo hace con su padrón y listado nominal en su página de internet, informar diario el número de firmas recolectadas, para evitar sorpresas o repuntes sospechosos. Dato relevante para electores.

Para la mayoría de los competidores, por no decir todos, alcanzar las 866 mil 593 firmas es prácticamente imposible, una ilusión, máxime que deben recolectar un porcentaje determinado por la misma ley electoral, en al menos 17 entidades de nuestro país.

La noche del 1 de julio de 2018 Lorenzo Córdova Vianello estará obligado a dar certeza al país sobre el resultado de la elección presidencial. No puede ni debe titubear o caer en imprecisiones, porque entonces pondría en riesgo la credibilidad del proceso electoral.

Sabe de la importancia y por eso, cada vez que puede, en eventos públicos, habla de la certeza la noche de la elección. Ese día, una vez que haya concluido la votación, la mirada de la sociedad estará enfocada en lo que haga y diga el presidente del INE.

Para nada es tarea menor, deberá de remontar cualquier asomo de nerviosismo, evitar o quitar la sudoración en el rostro. Cuidar el movimiento de manos y la nitidez de cada una de las palabras que pronuncie. Fijar la mirada en las cámaras. Aplomo y precisión.

Asegurarse de que los expertos en obtener los resultados preliminares, hagan trabajo pulcro y excelente. Sin duda alguna sobre la tendencia de las cifras y el nombre del candidato ganador. Quizás sea la prueba más complicada para Lorenzo, está en juego su puesto si falla. Haría bien en repasar los videos de sus antecesores, a partir de la alternancia en el 2000. Medido con la gesticulación, nada de sonrisas que puedan ser mal interpretadas. Serio, imperturbable. Desconectarse del lenguaje de los jefes indios.

Indispensable la escrupulosidad ante un proceso que se espera sea el más disputado en la historia de México. Los indicios son de que se va a cerrar la elección, entre los principales contendientes. El margen de error tendrá que reducirse a la mínima expresión. La sociedad, como ha sucedido en cada contienda presidencial, quiere irse a dormir con el nombre del ganador en su cabeza.

Es indiscutible que el maestro José Woldenberg, como presidente del Instituto Federal Electoral en el 2000, estuvo a la altura de la alternancia. Nadie cuestionó la noche del 2 de julio.

Su certeza desactivó cualquier intento de poner en duda el veredicto de la sociedad expresado a través del voto. Todos los partidos aceptaron el resultado. La alternancia en Los Pinos era un hecho, sin pleitos ni sobresaltos.

Seis años después tocó el turno a Luis Carlos Ugalde. Nadie quedó conforme con su actuación la noche del 2 de julio de 2006. En lugar de certeza, hubo incertidumbre. Historia ampliamente conocida que se dilucidó en la sala superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

En el 2012, la noche de las obligadas certezas la vivió Leonardo Valdés Zurita. No tuvo ningún problema a la hora de dar cifras por la ventaja clara que logró el triunfador.

Para el 2018, el turno es de Lorenzo Córdova. Más le vale mantener los pies sobre la tierra y la fortaleza institucional para resistir cualquier tipo de presión. El menor titubeo, haría rodar su cabeza.

Para las elecciones presidenciales del 2018 hay dos elementos que pueden determinar el resultado de la elección; van de la mano para ganar el voto de los ciudadan@s.

Candidato y redes sociales.

El mejor perfil de quien aspira a la presidencia de la República, desenvuelto, capacitado, convincente, inteligente, congruente y honesto. Es cierto que nadie es perfecto, pero el saldo debe ser favorable. También es entendible que tenga en su expediente imputaciones que rayen en el infundio, práctica común de la política. Nadie está exento de acusaciones y habrá más para los que compitan en los comicios del próximo año.

Sin embargo, la sociedad, la gente, ya no se traga sin masticar todo lo que le dicen, en los medios, en conferencias, en los centros laborales, en los gimnasios, conversaciones de amigos y fiestas. Escucha primero, analiza y fija su propia posición, sin necesidad de divulgarla. Por eso el desatino de encuestas electorales, muchos mexicanos prefieren guardarse su opinión o expresar algo distinto de lo que realmente creen.

Hay una valoración de los que ya están anotados para participar en la contienda, porque la mayoría de ellos, ha tenido o tiene una responsabilidad de gobierno. Es sabido lo que han hecho, bueno y malo. No es un secreto de lo que son capaces y de lo que no son capaces. Hay quien vota por la mera simpatía que le inspira el candidato o por lealtad partidista. Los más, que están en el listado nominal del Instituto Nacional Electoral (INE), en espera de conocer a todos los competidores para el 2018.

Para ganar la elecciones, no es indispensable ser candidato de partido. Es cierto que el pertenecer a una organización partidista, da ventajas, porque de entrada, a diferencia de los independientes, no tiene que reunir un millón  de firmas para ser registrado. Además, el candidato de partido, cuenta con muchos más recursos y estructura en diversas ciudades del país. Puede dar por hecho a su favor el llamado “voto duro”. La desventaja es el descrédito que los mismos partidos tienen por el comportamiento de militantes en posiciones de poder.

La clave, en el caso de los partidos, para que su candidato remonte vicios y defectos, es que tenga un perfil de primera, con las características que ya les he mencionado, si quiere tener posibilidades de triunfo.

Con un candidato idóneo, de partido o independiente, en el supuesto de que esté limitado de recursos, tendrá a la mano las redes sociales, Facebook, Twitter y YouTube, de menos costo que los medios tradicionales, para darse a conocer y posicionarse. Con inteligencia, sin gastar mucho dinero, puede volverse competitivo y hasta ganar la presidencia.

Gobernar la Ciudad de México no es nada sencillo con alrededor de 9 millones de habitantes. Cada día que pasa se multiplican demandas y problemas. Los servicios son insuficientes. Hay obras favorables para la colectividad. Todavía por debajo de lo que requiere la anhelada calidad de vida. Persisten la inseguridad, la corrupción, la contaminación, las inundaciones, el desorden urbano, los congestionamientos, la falta de cultura cívica.

Viene otra vez la elección del nuevo jefe de gobierno y la oportunidad de la sociedad de escoger la mejor opción, el perfil capaz de vencer rezagos y combatir con eficacia vicios enraizados. Nada fácil, sobre todo, porque como sucede en la competencia por la presidencia de la República, es evidente el desgaste de partidos, de sus cuadros y equipos. Son los mismos, los que no han cumplido metas prometidas y quieren seguir en el poder.

En la Ciudad de México, desde que el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, ex priísta e hijo del general Lázaro Cárdenas y doña Amalia Solórzano, ganó las elecciones en 1997, el Partido de la Revolución Democrática ha mantenido el poder. El partido se ha debilitado con escisiones de líderes y militantes. El propio Cuauhtémoc decidió desprenderse de la organización, no del presupuesto público.

Lo curioso es que otro de sus ex dirigentes, Andrés Manuel López Obrador, se salió para formar nuevo partido, llamado Movimiento de Regeneración Nacional, integrado con militantes ex perredistas. Amenaza con “quitarle” la CDMX al PRD. Los mismos.

Claudia Sheinbaum, perfilada para ser la candidata morenista, a pesar del enojo de Ricardo Monreal, ha sido integrante del  gobierno de Andrés Manuel. Ha ocupado la secretaría de Medio Ambiente y triunfó en las elecciones del 2015 para ser titular en la delegación Tlalpan. Fundadora del Consejo Estudiantil Universitario. No es definitivamente una nueva opción. Si llegara a ganar los comicios, gobernaría con los que ya han gobernado, con ex perredistas.

Ante la avalancha que significa la corriente morenista, porque es evidente que ha crecido, ha surgido el Frente Ciudadano por México, integrado por el PAN, el PRD y Movimiento Ciudadano. Han sumado fuerzas. De ponerse de acuerdo y participar en coalición con un candidato o candidata, tendrían el voto duro suficiente para vencer a Sheinbaum. Sin embargo, tampoco ellos representan una nueva opción para la sociedad.

El PRI, que no ha logrado repuntar como quisiera en la Ciudad de México, carece de figuras para inquietar a sus adversarios. La idea que tuvo Don Jesús Salazar Toledano (QEPD), ex dirigente priísta en la CDMX, de nominar a un candidato de la sociedad, se perdió y desvaneció entre conflictos internos.

La novedad puede ser un candidato independiente. Ya está apuntado el empresario farmacéutico Xavier González Zirión.

Hasta ahora, para la Ciudad de México, encuestas electorales tienen como punteros a Morena y al frente ciudadano (PAN, PRD, MC).

Al gobernador de Tabasco Arturo Núñez Jiménez lo conozco desde que era director general del Instituto Federal Electoral en 1993. Después lo traté como diputado federal, más tarde como subsecretario de Gobernación y luego senador. Como gobernador, solo dos o tres veces hemos coincidido en reuniones o conferencias en la Ciudad de México. Político trabajador e inteligente, operador natural, conoce las entrañas del poder, del PRI y del PRD.

Dialogador, tranquilo y con la capacidad para saber defenderse, no es dejado, tampoco bronco. Conciliador, respetuoso de las instituciones. Hasta ahora, no le he escuchado ni he leído declaración suya en la que despotrique contra el presidente de la República, Enrique Peña Nieto.

Ha logrado el sueño del político, gobernar su estado natal. No lo consiguió como priísta sino como perredista.

37 años militó en el PRI, 11 años lleva en el PRD. En su carrera política ha ocupado cargos en los tres niveles de gobierno, municipal, estatal y federal. Es un político-político, paisano de Andrés Manuel López Obrador. Por supuesto que se conocen perfectamente.

Los dos con el colmillo retorcido, con raíces prístas. Andrés Manuel estuvo en el PRI 18 años, dirigió a los priístas de Tabasco en 1983. En 1988 se cambia de camiseta e ingresa al PRD. Fue dirigente nacional del Partido de la Revolución Democrática y jefe de gobierno en la Ciudad de México. Deja al PRD después de perder la segunda elección presidencial y crea su propio partido, Morena, que en el 2014 obtiene su registro.

Arturo y Andrés Manuel han convivido como priístas y perredistas. Ahora son adversarios. En las elecciones presidenciales de 2006 y 2012, Andrés Manuel obtuvo miles de votos de sus paisanos. El sur ha sido uno de sus bastiones. Se ignora si lo seguirá siendo en el 2018, por la sencilla razón de que el gobernador no está de su lado. Arturo tiene la experiencia y el conocimiento para restarle seguidores en Tabasco a López Obrador, porque bien dice el dicho que para que la cuña apriete, tiene que ser del mismo palo. Los dos nacieron en Tabasco y se formaron en el PRI.

La ventaja de Arturo es que está en el ejercicio del poder y sabe como ejercerlo. No pierdan de vista que su antecesor todavía paga la entrega de malas cuentas a los tabasqueños.

Andrés tiene la simpatía del paisanaje y seguro muchos volverán a darle su voto, pero todo indica que por debajo de las estimaciones optimistas de su equipo y las cifras de las dos pasadas elecciones presidenciales.

Hace más de un quinquenio que el morenista dejó de ser aliado y compañero de Arturo Núñez.

Cuando en el 2005 fue autorizado el voto de los mexicanos en el extranjero, la oposición, sobre todo la izquierda, hizo cuentas alegres porque llegó a considerar que podía determinar el resultado de una elección presidencial. Además, daba por hecho que eran votos seguros a su favor, en su mayoría, por el rechazo a lo oficial, al partido en el poder.

Esperaba que la gente fuera de inmediato a conocer el procedimiento para votar. Al menos el 10 % de  mexicanos en el extranjero, de un total de 12 millones, en cifras redondas.

Se equivocó la oposición, porque hasta ahora no se ha conseguido entusiasmar a los mexicanos en el extranjero para que acudan a votar en masa. Es cierto que desde suelo ajeno critican y gritan, pero cuando hay que demostrar el vigor cívico con el voto, prefieren ver pasar la oportunidad. Quizás porque ellos no viven en México, así que lo bueno o malo que se haga o deje de hacer, no repercute en su vida cotidiana, en sus planes a corto, mediano y largo plazo.

Por lo mismo, para las elecciones del 2018, no es el voto que van a buscar con mayor empeño los competidores, aunque deberían hacerlo. Encontrar la forma de atraer a esos votantes. Por supuesto que no es sencillo y menos cuando los comicios ya están próximos. Han dejado pasar los años sin llevar a cabo acciones concretas y eficaces para ganarse a ese electorado. Prefieren las giras esporádicas, en particular a los Estados Unidos, donde reside el 97 % de esos 12 millones de mexicanos que viven en el extranjero.

Las cifras de la elección presidencial del 2012 confirman el desinterés de las dos partes, tanto de los que están en el extranjero que prefieren no ir más allá de la crítica como de los partidos que pareciera están convencidos de que carecen de argumentos atractivos. También debe de contribuir a esta situación el descrédito que se han ganado los mismos partidos.

En la pasada elección presidencial, hace casi seis años, la participación electoral de mexicanos en el extranjero, en 91 países, apenas llegó a 40 mil. El .03 % de los 12 millones.

De acuerdo con cifras del instituto electoral, el PAN alcanzó 17 mil 169 votos. PRD, PT y Movimiento Ciudadano, integrantes de la coalición Movimiento Progresista, 15 mil 878 votos. PRI y PVEM, representantes de la coalición Compromiso por México, 6 mil 359 votos.

Por eso a estas alturas, cuando los partidos empiezan a levantar sus cartas y destapar a sus competidores, prácticamente nadie se ocupa de atraer a ese electorado.

El voto de mexicanos en el extranjero, no pinta.

Hay quienes al Partido Revolucionario Institucional (PRI) no le dan ninguna posibilidad de ganar las elecciones del 2018, salvo que participe aliado. Sobre todo después de ver lo que sucedió en la elección del estado de México, donde la cooperación del Verde Ecologista marcó diferencia.

Dan por hecho que existe hastío en la población suficiente para cercenar sus aspiraciones. Sin embargo, es el único que tiene la experiencia de haber perdido y recuperado la presidencia. Sigue en la competencia, con militantes y simpatizantes que tienen tatuada la camiseta, no van a dejar de votar por su partido.

Desahuciarlo es un error, no es de esos partidos que nada más compiten por conservar el registro y el financiamiento. Ha ejercido el poder por muchos años, sufrió al perderlo, celebró al recuperarlo. No se ve resignado a entregar la plaza por anticipado, digan lo que digan las encuestas.

Está en el campo de juego. Ha demostrado que sabe ganar. Como dicen los cronistas deportivos, mientras estés dentro del campo de juego, en analogía a un encuentro de futbol, siempre existiría la posibilidad de que puedas anotar el gol de la victoria.

Si estuvieras en la banca, en las gradas o en el exterior del estadio, imposible esperar meter gol y un resultado favorable. No es el caso del PRI. Está dentro del campo de juego, con ansias de preservar el poder.

Hay que admitir que puede lograrlo, porque conoce a sus adversarios, a cada aspirante, a cada partido. Sabe de sus fortalezas y debilidades. Uno por uno, de tu a tu, ha podido derrotarlos, en otras ocasiones. La complicación viene cuando forman alianza, frente, como sucedió en el 2000. Ganó el candidato del PAN aliado con varios partidos, además de contar con el llamado voto útil. El desencanto de la sociedad vino pronto porque no supieron llevar a cabo el cambio ofrecido. Todavía en el 2006 el PAN consiguió repetir. Segunda oportunidad que los panistas desperdiciaron. No hubo tercera, consecutiva. En dos sexenios derrocharon la confianza del electorado.

Otra vez hay movimiento opositor para participar con un frente el próximo año. Juntos,  están convencidos que pueden alcanzar la diferencia de votos para llegar a la residencia de Los Pinos. Lo malo es que ese frente es con los mismos. Los mismos del 2000, los que no cumplieron. Por eso hay quienes hablan de buscar candidato diferente, pero, ¿rodeado de los mismos?

Tampoco el competidor por Morena es nuevo. La baraja no ha cambiado. Entonces, en ese escenario, para la sociedad, hasta ahora, por lo que ha visto, no hay nuevas ofertas.

En esas condiciones, en ese contexto, el PRI puede volver a ganar, incluso, solo con el voto de sus fieles seguidores, si los contrarios no logran concretar su frente y el candidato de Morena se desinfla con sus propias palabras o silencios, como le ha sucedido en pasados procesos.

De cualquier manera, ante el pronóstico de cerrada competencia, el PRI buscaría reforzar su participación con fuerzas afines.

El retrato o fotografía es una imagen fija, capta el momento. Corre el riesgo de salir movida si el fotógrafo o el fotografiado se mueven. Fuera de foco si no se cuida la nitidez. Defectos que ni con el photoshot se corrigen. Con este recurso, cuando no hay fallas de origen, puede mejorarse a quien aparece en la foto, quitarle algunas arrugas, adelgazarlo, delinear el cuerpo y hasta eliminar otros elementos, oscurecer, aclarar y darle más color.

Sin embargo, el photoshot no engaña nadie, quien sabe de fotografía, incluso los que no saben, logran observar el ajuste técnico, salvo que sea demasiado fino o mínimo, cuidadoso para no caer en exageraciones. Mucho menos cambia la realidad, la esencia es inalterable.

Bajo estas consideraciones, paso a contarte la fotografía de la izquierda mexicana, la de hoy, no la y ayer ni la de mañana, la de este momento, sin alterarla con las ventajas de la computación, tal como se ve en este instante. Por supuesto, muy lejos de verse unida.

La izquierda en México está representada por los partidos Movimiento Regeneración Nacional (Morena), de la Revolución Democrática (PRD) y del Trabajo (PT). Tienen registro aprobado y reconocido por el Instituto Nacional Electoral (INE). Andrés Manuel López Obrador como virtual candidato del primero y tercero. Miguel Ángel Mancera como potencial candidato del segundo. Citados por perredistas Silvano Aureoles (gobernador de Michoacán) y Graco Ramírez (gobernador de Morelos).

Dentro de Morena la voz que decide, la que toma las principales decisiones, es la de Andrés Manuel. Él es la cabeza, el cuerpo, los brazos y las piernas. La organización política se mueve hacia donde indique su líder. Impensable que algún morenista pretenda disputarle la candidatura a la presidencia de la República. Nadie. Está resuelta la nominación. Nada más que Morena no representa a toda la izquierda, la que se hace llamar izquierda. Tampoco hay que olvidar el origen priísta del personaje. Primero fue priísta antes que izquierdista. Pasó y dirigió al PRD antes de crear su propio instituto político.

El Partido de la Revolución Democrática, fundado por ex priístas como Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, está integrado por tribus, por grupos con intereses diferentes, que tienen, defienden y reclaman sus cuotas. Todos, con una parte del pastel. Con alto grado de dificultad para unirse. Lo que explica que haya llegado a tener hasta dirigente sin militancia, como fue el reciente caso de Agustín Basave.

Los petistas representan una fuerza disminuida, que a punto estuvo de perder su registro en las elecciones federales del 2015. Con serias dificultades para alcanzar el tres por ciento de la votación. No fue capaz de contribuir a la unión de la izquierda en la elección de gobernador del estado de México en este año. Más preocupada por conservar el financiamiento público que por la unidad de la izquierda. Adherida al proyecto de López Obrador, porque en este momento es lo que le conviene a sus intereses y patrimonio.

Cuauhtémoc Cárdenas es una izquierda sin partido.

El retrato revela división, cada grupo y personaje con su propia izquierda, una izquierda mexicana que nunca ha sido unida y no se ven señales de que se vaya a unir.

La apuesta de los partidos políticos chicos o pequeños para las elecciones del 2018 en México, en primer lugar, es por la conservación del registro.

Solos, en lo individual, puede volverse muy complicado mantenerlo, por la veleidad y desencanto del electorado; por eso, para ellos son convenientes las alianzas, igual que para los “grandes”

Ninguno de los pequeños tiene cuadros o militantes con posibilidades reales para llegar a la presidencia de la República. No hay un nombre con el perfil para ser considerado por la sociedad como opción. En los medios de comunicación no se cita a nadie.

Pareciera que lo único que les importa es lograr o superar el porcentaje de votación que exige la ley (3 %), indispensable para no perder el registro ni el financiamiento público.

Las condiciones del proceso, la probabilidad de que la competencia por la presidencia sea cerrada, con diferencia mínima entre el primero y segundo lugar, como sucedió en el 2006, representa una ventaja extra en sus planes para seguir dentro del presupuesto.

En una final de fotografía entre los “grandes”, los votos de los pequeños marcarían la diferencia. Por eso el interés de las principales fuerzas políticas por aliarse con uno o varios, porque  les ayudaría a ganar las elecciones, como recientemente ocurrió en el proceso del Estado de México.

Partidos chicos o pequeños se darían a desear. Apoyarían al que mejores condiciones les ofrezca, posiciones políticas, cargos en el poder ejecutivo o espacios en el legislativo.

Sin embargo, también tienen que ser cuidadosos al decidir con quien se la van a jugar en el 2018,  lo ideal para los pequeños sería unirse al que tenga más posibilidades de triunfo.

Cierto, con cualquiera de los cuatro “grandes” (PRI, PAN, PRD, Morena) conseguirían mantener el registro, pero no con cualquiera de los cuatro llegarían a la residencia oficial de Los Pinos.

Por lo pronto, el Partido del Trabajo (PT) que tiene en su historial la versión de que fue creado por Raúl Salinas, ya dio color y está dispuesto a respaldar la candidatura del partido Morena.

El PVEM, fundado por Jorge González Torres, estaría más cerca del PRI, como se vio en el estado de México.

Movimiento Ciudadano, antes Convergencia, tiene un líder (Dante Delgado) con la inteligencia para no exponer el registro de su partido. Esperará a conocer las ofertas de todos los posibles aliados.

Nueva Alianza, fundado con el apoyo de la profesora Elba Esther Gordillo, tiene ahora una dirigencia que se ve comprometida con el partido en el poder.

Encuentro Social también dio señales de sus afinidades en la elección del Estado de México y difícilmente las cambiaría.

Por lo tanto, queda claro que partido “grande” necesita alianzas para aumentar las posibilidades de ganar. Y partido pequeño que no haga alianzas, en lo individual, no tiene garantizado conservar el registro.

Acorde con la canción del momento, la que está de moda y es tocada en estaciones de radio, televisión, redes sociales y antros, hay partidos que han decidido ir “despacito, pasito a pasito, poquito a poquito…” para nominar a su candidato a la presidencia de la República.

Es cierto que dentro de sus filas hay ansiosos que presionan para que pronto haya definiciones, porque creen que están en este momento mejor posicionados y que esto les representa ventaja ante otros competidores o compañeros de la misma camiseta, pero los dirigentes prefieren todavía no exponer a quien va a competir en la elección del 2018.

Hasta ahora, está a la vista de todos, sólo un partido tiene resuelto quien será su candidato. Paga el precio de la anticipación. Tiene que aguantar embestidas de los adversarios, las desacreditaciones, imputaciones ciertas o falsas, que hacen mella en la imagen. Es real el desgaste, porque de tanto repetirse los ataques, algo o mucho queda en el ánimo de electores.

Hay quien podrá decir que por el contrario, el hecho de estar ya sobre la pista, en abierta campaña, le da ventaja y le hace ganar terreno, adelantarse para llegar primero a la meta. Sin embargo, la apreciación no es cierta, porque todavía no se da el banderazo de salida. El caballo puede cansarse o sufrir daño en el galope, por las trampas que adversarios le ponen en el camino. Si el anticiparse garantizara el triunfo, los demás tendrían que resignarse a la derrota. Por el contrario, solo están en espera de ser nominados para hacer su mejor carrera.

Además, el que cree que ya va muy adelante, ha perdido en dos ocasiones, en similares condiciones. No quiere decir que se avecina su tercera derrota. Tampoco es un hecho la victoria.

Por eso he escogido el tema que interpretan Luis Fonsi y Daddy Yankee para titular esta historia, porque el escenario que te platico, hay partidos que lo conocen muy bien y van pasito a pasito, poquito a poquito en la definición de su candidato a la presidencia.

No tienen prisa. Saben que si enseñan sus propuestas en este momento, significaría exponerlos anticipadamente a las críticas. Y lo peor, a la invención de historias, práctica usual en las redes sociales, para denostarlos. El deterioro puede ser demoledor en unas cuantas semanas. Esa es la importancia de tomar muy en cuenta los tiempos y cuidar a los aspirantes hasta donde sea posible, que lleguen completos a la línea de arranque, justo al disparo de salida.

Ese es el caso del PRI, PAN y PRD. También de algunos medianos y pequeños partidos políticos. Apresurarse los haría correr el riesgo de equivocarse. Prefieren ir despacito, pasito a pasito, poquito a poquito, para seleccionar al perfil que competirá por la presidencia el siguiente año.

Hasta ahora los medios de comunicación no han mejorado la cobertura del día de las elecciones electorales en México. Siguen el desgastado sistema de repetir lo que pregonan los partidos, sin verificar la información o asegurarse de que sean ciertos sus dichos.

Para nada es nuevo la práctica de los partidos de hacer pronunciamientos que no corresponden a la verdad y la creencia equivocada de que declararse triunfador significa ventaja o generar una imagen mediática de que las cifras les favorecen. De no ser así, estarían dadas las condiciones para denunciar fraude y poner en duda el resultado.

Con su desempeño, los medios contribuyen a esta situación. No es suficiente con argumentar que cumplen su misión de difundir lo que declaran los protagonistas, sea cierto o falso, porque entonces se pierde el objetivo de ofrecerle a sus lectores, radioescuchas o televidentes, información confiable, verídica.

Apenas cierran casillas, empiezan los triunfalistas, con sus propias cuentas que nadie se preocupa de verificar. Ni siquiera se sabe si en realidad existen. No exhiben ningún documento, ninguna gráfica, ningún estudio. Nada. Solo el dicho del que anuncia ser ganador. Hay quienes hablan que son cifras con base en datos de actas de escrutinio, que tampoco exhiben. Y cuando exhiben actas, no se ponen a la mano de los representantes de los medios. Aunque lo hicieran, no habría tiempo para revisarlas, porque en las redacciones urgen los resultados y no van a esperar a su reportero a que haga las sumas. Además, el conteo ha sido hecho por los ciudadanos, por los que actuaron como funcionarios de casillas. Conteo que ha sido impecable, en la mayoría de los casos, pero que los protagonistas de la competencia, sobre todo los que pierden, por estrategia, cuestionan.

Es el juego en el que caen los medios y parecen no darse cuenta. Lo hacen quizás amparados en su compromiso con la libertad de expresión, para no correr el riesgo de limitarla. Sin embargo, difundir mentiras no es libertad de expresión ni ayuda a la credibilidad de los medios.

Para el 2018 están programadas elecciones locales en 30 estados, además de los comicios federales en todo el país. La batalla por la presidencia de la República, por el Senado y la Cámara de Diputados. Estarán en juego más de tres mil 400 cargos. Es el reto de la cobertura para los medios.

No se sabe si tienen un equipo especial para llevar a cabo esa cobertura, al menos los más grandes o tradicionales (los modestos hacen un esfuerzo plausible con recursos limitados). No puede ni debe ser que se concreten a repetir lo que quieren los partidos o que el candidato de alguno de ellos haga “cortes informativos” cada hora la noche de las elecciones como si lo suyo fuera la verdad absoluta.

Están a tiempo los medios de planear su cobertura, para darle a la sociedad, calidad informativa, certeza.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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