Bolero, abogado de la UNAM

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Con motivo de las festividades patrias les voy contar la historia de un mexicano que logró su independencia económica en medio de un clima de violencia intrafamiliar, ancestrales costumbres, temores y prejuicios.

Caso real, auténtico bolero, ahora convertido en abogado, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y empleado del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Hecho comprobado. Ajeno a la práctica de políticos, deportistas y estrellas del espectáculo que adaptan el cuento infantil de la cenicienta para presumir que tuvieron un origen humilde.

Recuerdo, por poner un ejemplo, que Ernesto Zedillo en su campaña como candidato a la presidencia de la República se atrevió a decir que había empezado su vida laboral como bolero. Nada convincente. Nunca le creí. La versión fue difundida y promovida por sus asesores en imagen. No se la tragó la sociedad.

La historia de Jorge Feria Hernández es verídica.

Originario de San Cristóbal Amoltepec, Oaxaca, de la región mixteca, la define como  “un sueño nunca soñado”.

Jamás imaginó la vida que ahora tiene. No quería estudiar. Le parecía suficiente con la primaria y ser bolero, como muchos de sus amigos y familiares de su pueblo. Por más que le insistían, su excusa era que debía contribuir al sostenimiento de su casa. Confiesa que tenía temor a los hombres de negro, a los vestidos de traje y corbata. Sus clientes de la boleada que buscaban la forma de convencerlo de regresar a la escuela.

Hoy tiene 30 años de edad pero cuando llegó por primera vez al Distrito Federal tenía apenas 12 años.

Boleó hasta el segundo semestre de su carrera en la Facultad de Derecho de la UNAM.

Ahora trabaja en el tribunal electoral federal.

Bromea:

“Si me despiden, ahí tengo mi cajón guardado”.

Es bajito de estatura. Trae un corte de cabello moderno, peinado hacia delante. Sus lentes reafirman un rostro serio. Es desenvuelto. Se expresa con facilidad y se apoya con sus manos para enfatizar.

Su primer día como bolero, a sus 12 años de edad, le reportó un ingreso de 49 pesos. Para conseguir esa cantidad le bastó la calle de Durango en la colonia Roma. La instrucción paterna fue que no caminara más allá y de esa manera asegurarse que no se perdiera.

Los 49 pesos, una fortuna comparado con lo diez pesos que le pagaban en su pueblo por trabajar en el campo, de sol a sombra.

Tuvo una infancia cruel, plagada de malos tratos. Su padre era violento cuando se excedía en la ingesta de alcohol. Le pegaba a los hijos y a la esposa. La conducta etílica era motivo de conflictos frecuentes y golpes repetidos. De nada servía el ruego de la familia para que dejara el vicio. Por el contrario, lo enfurecía y se desquitaba con el uso de la fuerza.

Sin embargo, no le guarda rencor y mucho menos lo odia. Lo extraña. Desde el 2004 no lo ha vuelto a ver. Salió de la casa como todos los días a trabajar, a limpiar calzado y ya no regresó. Está desaparecido.

-¿Se lo comió la ciudad de México?

-Algo así –contesta con desconsuelo.

Se lleva las manos al pecho, a su lado izquierdo.

-Mi corazón me dice que está vivo y que un día regresará a casa.

Su padre le enseñó a bolear, a caminar por las calles del Distrito Federal y buscar clientes. Había días que ganaba más de ciento cincuenta pesos. El destino parecía protegerlo. La suerte estaba de su lado.

Un policía que vigilaba el acceso de un edificio se convirtió en su cliente. El día que empezó a llover, justo cuando lo boleaba, el uniformado le permitió entrar a la recepción.

Y en la recepción tres empleados vestidos de traje le indicaron que subiera al quinto piso para que también les lustrara sus zapatos. Pasaron meses para que se percatara que se trataba de un edificio de la Secretaría de Gobernación y que ahí estaba la comisión negociadora de Chiapas, encabezada por Emilio Rabasa.

Emilio y sus colaboradores lo alentaban a regresar a la escuela. Jorge desconfiaba de ellos. Tenía miedo. Sospechaba que pretendían explotarlo. Dejó de ir tres meses a las oficinas, creyendo que al no verlos los haría desistir de esa convocatoria.

Por el contrario, siguió la insistencia.

-¿Qué te hizo aceptar?

-El día que me topé con Rabasa en el elevador. Su advertencia fue que si no iba a la escuela, dejaría de entrar al edificio. Significaría perder clientes, por lo menos diez boleadas diarias.

-¡Ups! –expresa ahora, como quizás nunca lo hubiera hecho de haberse quedado a vivir en su pueblo.

Cuando en la escuela para trabajadores le dijeron que requería la autorización de su padre o tutor para ser inscrito, creyó que ya la había librado. Sonreía. Estaba contento. Daba por hecho que su papá no le daría permiso. No quería y mucho menos era su ilusión estudiar.

Lo que no esperaba y sucedió fue que Emilio decidió firmar como su tutor para que asistiera a la escuela, a la secundaria.

Descubrió que era bueno para el estudio. Obtuvo diplomas por su ortografía y aprovechamiento en general. Acabo la secundaria con promedio de 9.5. Sus maestros estaban satisfechos de su esfuerzo. Emilio fue a su graduación.

-Me regaló un relojito.

-¿Y dónde está ese relojito?

-Lo perdí.

Entró a la preparatoria CCH y de ahí el pase directo a la UNAM, para estudiar la carrera de Derecho.

Por un momento supuso que tendría que seguir por su cuenta, sin el apoyo de su tutor que para entonces había dejado el servicio público y estaba dedicado a la academia. Se equivocó. El chofer de Emilio recibió instrucciones para buscarlo y darle los números telefónicos. Cada año le reportaba su avance escolar.

Culminó su carrera de abogado y al año siguiente se tituló.

No tiene la menor duda de que Emilio Rabasa, actual  embajador de México ante la OEA, ha sido y es su ángel

Jorge Feria Hernández trabaja en el equipo de la magistrada Maricarmen Alanis.

Ambos siempre le han dicho que nunca desconozca sus raíces. No ha perdido el contacto con su pueblo ni olvida su lengua materna. Habla mixteco y español. Está complacido de su ascenso y listo para aprovechar las oportunidades que el destino le ofrezca.

Es orgullo de su familia, de su mamá y tres hermanos. Atrás, muy atrás quedó ese niño que cursó la primaria en Oaxaca y fue parte de la banda musical de su pueblo. Hoy es la principal fuente de ingreso de su casa.

La plática había terminado.

-¿Cómo te vas a ir? –le pregunté.

-Traigo mi carro –contestó de inmediato.

Testimonio de su independencia económica.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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