Les voy a contar la etapa de Virgilio Andrade en el entonces Instituto Federal Electoral (IFE), ahora Instituto Nacional Electoral (INE). Fui testigo de su actuación. Me consta lo que hizo y no hizo como consejero electoral. Por razones profesionales, entonces tenía la cobertura de dicho organismo para El Universal, fueron frecuentes los encuentros, pláticas y entrevistas con el actual secretario de la Función Pública.
Desde entonces no era ningún secreto que había estado cerca del PRI, fue en 1994 representante suplente ante el Consejo General del instituto electoral, por lo que a muchos les parecía lógico que en su desempeño se convirtiera en un defensor de las posiciones priístas.
Debo decir que a pesar de esas ligas, todo el tiempo se comportó como un consejero institucional, al servicio del organismo y en cumplimiento de la ley. No recuerdo que alguien de la oposición, durante su ejercicio, lo haya acusado de haber actuado a favor del PRI.
Virgilio, en lo individual, tuvo una conducta imparcial, fue el consejero que más dominio demostró de la ley en la materia. Era de los más participativos en las sesiones del Consejo. Iba a todas y muchas veces no por gusto, sino por su capacidad jurídica. Su compañeros preferían que él expusiera y argumentara en las discusiones públicas.
Coordinado en sus planteamientos, aunque en ocasiones resultaba reiterativo y excesivo al punto de enredar sus intervenciones y hacerlas menos comprensibles, quizás por saber demasiado de los asuntos que abordaba, por no cerrar su discurso una vez lograda la concreción.
Me tocó verlo en su oficina valorar y revalorar los textos, consultar con sus compañeros, con expertos, estudiar la legislación. Meticuloso.
Sin embargo, por ese explicable afán de proponerlo como polemista para casi todas las batallas legales y por la disposición de Virgilio para colaborar, llegó un momento en que dio vida a lo que llamó la “teoría de la fugacidad”. Resulta que el ex presidente español José María Aznar metió sus narices en un acto proselitista de Acción Nacional. En un viaje que tuvo una estancia de horas en México, pareció haber venido solo con el claro propósito de apoyar a los panistas, identificado como militante de la derecha en España.
Violó la ley, no había duda y ameritaba una sanción. No se la aplicaron porque el infractor estuvo muy poco tiempo en México y cuando actuó el IFE, Aznar ya estaba comiendo tapas en Madrid. De ahí el recurso de Virgilio, su argumento de la “fugacidad”. Se les fugó el entrometido, cuando pensaron en reprenderlo, ya no estaba en nuestro país y no hubo castigo para el español. Ese fue el pecado mayor que tuvo Virgilio Andrade en lo individual, como consejero.
Como parte del colectivo, como integrante del Consejo, solidario con sus compañeros, encabezados por el consejero presidente Luis Carlos Ugalde, se sumó a la tolerancia del IFE ante las intromisiones electorales del entonces presidente Vicente Fox quien hizo campaña a favor del PAN. Al instituto le faltó vigor para frenar el ímpetu foxista y un llamado conjunto a que no lo hiciera, fue insuficiente.
Hay que reconocer que fue favorable el saldo de Virgilio Andrade como consejero. Se distinguió por el cumplimiento de la ley. Institucional. Nunca se exhibió como pro priísta.
Por lo tanto, ahora que está al frente de la Secretaría de la Función Pública, de por hecho que no hará nada que vaya más allá de lo que establece la ley.
La estatura de Virgilio
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