La noche del domingo 2 de julio de 2000, por primer vez en su vida, mis amigos Luis y Sofía decidieron participar en una marcha, en la marcha vehicular del foxismo-panismo sobre la avenida Insurgentes.
Iban felices, convencidos de que había llegado una nueva realidad para México. Su rostro tan regocijado como el del mismo candidato ganador. Sólo les faltó que él les compartiera la botella de champán (champagne) que destapó en el templete instalado frente al monumento al Ángel de la Independencia.
Antes de ese año, sus simpatías habían estado con el priísmo, incluso llegaron a ponerse la camiseta colosista. Todavía después del suceso trágico del 23 de marzo de 1994, se mantuvieron leales al PRI. Estaban agradecidos, de alguna manera ese partido los había beneficiado. No se si alguna vez se afiliaron y obtuvieron su credencial de militante. Él trabajó para el tricolor.
Cuando una semana después del 2 de julio recordaron su noche triunfal foxista, lo hicieron con la misma emotividad con que vivieron el momento. Descriptivos, detallistas. Al escucharlos, me preguntaba para mi, en silencio: ¿y qué no eran priìstas y seguidores de Colosio?
Su alegría les salía por todos los poros, daban por hecho un cambio de 360 grados y el final de la corrupción. Eran comerciantes y estaban hartos de dar una cuota periódica para operar su negocio. A pesar de cumplir con la normatividad, tenían la obligación de pagar derecho de piso. Estaban cansados de que para todo trámite delegacional o gubernamental, por delante la “comisión”.
Con el foxismo veían el exterminio de esa arraigada práctica. Encantados con el discurso del candidato ranchero. Le creían todas y cada una de sus palabras, sus promesas. Disfrutaban sus expresiones folklóricas, sus dichos de que acabaría con las víboras prietas y tepocatas, con lo maligno y perverso de los que temporalmente dejarían el poder.
La noche que conversamos del tema me concreté a escucharlos, a mirar la emoción en sus rostros. Tuve el cuidado de no decir nada contrario o que pusiera en duda la llegada del “cambio”.
Pronto les llegó la decepción, el foxismo no había sido lo ofrecido por su propio creador y su pareja. Foxilandia se hizo realidad únicamente en la mente de sus promotores.
La corrupción siguió y se recrudeció.
En las ocasiones posteriores que volví a convivir con los amigos, con Luis y Sofía, la política dejó de ser tema de conversación.
A pesar de que los había decepcionado el gobernante de las botas, me dio la impresión de que en el 2006 volvieron a votar por el PAN, aunque no los vi emocionados como en el 2000. Me parecieron menos felices.
Terminaron en víctimas, como muchos mexicanos, de la inseguridad, de una “guerra” que todavía persiste.
El derroche en la construcción de la Estela de Luz sobre el Paseo de la Reforma pulverizó sus afectos azules.
Obvio, tampoco el gobierno de Calderón los había complacido. La corrupción siguió y las “comisiones” por derecho de piso para mantener un negocio, se incrementaron. En 12 años nunca vieron que fuera atrapado un “pez gordo” ni que mejorara el nivel de vida de la mayoría de los mexicanos.
No se por quién votaron en el 2012, es su secreto. Lo que ya no aguantaron y sacaron de sus adentros, como para liberarse de lo que se convirtió en su demonio azul, fue al PAN.
Ahora solo hablan del pan de harina, del comestible, que les gusta mucho.
La marcha panista
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