Quienes compiten por la presidencia de la República en México acordaron la realización de tres debates, pero solo dos son obligatorios, como lo establece el artículo 218 de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales.
Dicho artículo, en su fracción primera, dice:
“El Consejo General organizará dos debates obligatorios entre todos los candidatos a la Presidencia de la República y promoverá, a través de los consejos locales y distritales, la celebración de debates entre candidatos a senadores y diputados federales”.
La obligación es para Instituto Nacional Electoral (INE) que organiza.
Sobreviven cuatro en el proceso electoral y hasta ahora, los cuatro han participado en los dos primeros debates presidenciales.
Alguno de los cuatro, por estrategia, pudiera decidir en el último momento no acudir al tercero.
Existe el antecedente de que en el 2006 Andrés Manuel López Obrador no acudió a uno de los debates, porque creyó que ya tenía en triunfo en la bolsa y por ende no era necesario exponerse. Se equivocó. Perdió puntos al desperdiciar esa oportunidad de contrastar posiciones y perdió la elección.
La verdad, los debates no son lo suyo, no se ve que se esmere en prepararse. También tiene la desventaja de hablar lento, aunque lo podría subsanar con buenas propuestas y mejores argumentos.
En este 2018, en el primer debate, siguió al pie de la letra la instrucción de sus asesores de no responder a provocaciones, por lo que dejó interrogantes e imputaciones sin contestar. Nada favorable para quien se supone va a la cabeza en las encuestas. De esa manera no es posible que la sociedad pueda medir sus capacidades, sobre todos los indecisos, los que todavía no resuelven por quien votarán el próximo 1 de julio y que pueden marcar la diferencia en el resultado de la elección presidencial.
Para el segundo debate, salió al paso de los cuestionamientos, nada más que con chascarrillos. Y para como está el país, los chistes no son la mejor opción ante graves problemas. Evidencia que no tiene los recursos retóricos que deben caracterizar a un líder. Tampoco ha exhibido propuestas concretas y en su lugar ha insistido en frases gastadas.
Cierto que la ley no lo obliga a participar en el tercer debate que se realizará en el Gran Museo del Mundo Maya en Mérida, Yucatán, el 12 de junio, pero de no ir, las consecuencias se reflejarían el día de la elección. Y si va, esta vez tiene que dedicarle tiempo al entrenamiento, para que al menos su actuación sea decorosa. La soberbia es mala consejera y peor si cree que ya ganó.
Haría bien en recordar la fábula de la liebre y la tortuga. La liebre perdió la carrera en el último tramo, porque se durmió cuando creyó que la tortuga jamás la podría alcanzar y vencer.
¿Irá AMLO al tercer debate?
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