Sería demasiado pretencioso suponer que el viaje de un presidente mexicano a los Estados Unidos puede determinar la competencia política entre los partidos Demócrata y Republicano.
También el hecho de la visita de un candidato norteamericano a México, como lo hizo en su anterior campaña Donald Trump.
¿A poco creen que Trump ganó por visitar la Ciudad de México unas horas y reunirse con Enrique Peña Nieto?
Nada de eso, la elección presidencial en los Estados Unidos la resuelven sus habitantes y el mecanismo singular que tienen para contabilizar el resultado, por el número de votos que le atribuyen a cada estado, una vez que ha sido ganado por cualquiera de los competidores mediante el sufragio directo.
Ni ahora, ni en la pasada contienda ni nunca, ninguna visita de ese tipo, ha marcado diferencia electoral.
Tampoco ha representado ventaja o ganancia para México en su relación con el gobierno vecino. De ser así, Trump no estaría empeñado en terminar el muro en la frontera norte ni hubiera presionado para que la Guardia Nacional atajara el paso de migrantes en la frontera sur.
Así que el viaje del presidente Andrés Manuel López Obrador a Washington no le va a garantizar a Donald Trump la reelección y mucho menos el voto de la comunidad latina.
Las voces que alertan sobre consecuencias del viaje, que le ven tinte electoral a la visita, suenan exageradas. No hay motivo para preocuparse. Si Trump se reelige el próximo noviembre o si lo desplaza el demócrata Joe Biden, en la relación bilateral lo primero serán los intereses de los Estados Unidos. Esto no va a cambiar y menos por una visita, en el momento que sea.
Si Donald Trump se va o se queda, depende del balance total que tenga la sociedad norteamericana del gobierno. Hasta ahora las encuestas no lo favorecen. Hay desencanto. Los desaciertos tienen costos y se pagan con voto en contra el día de las elecciones.
Es el primer viaje programado del presidente López Obrador al extranjero, al país que inevitablemente hay que ir, sobre todo cuando la sugerencia o invitación viene de ese lado. Desairarlo, significaría correr riesgos innecesarios. Más vale llevar la fiesta en paz con el poderoso vecino.
Estados Unidos y su gobierno tienen intereses y responden a esos intereses. Es una potencia, México no. Esta diferencia no se puede ni debe perder de vista. Las condiciones las imponen del otro lado, porque allá está el tiburón; acá el pez chico, que tiene que ser muy hábil para que no se lo coman, con una actitud digna y respetuosa.
El viaje de AMLO a Washington
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