El comercio bilateral entre México y China creció el año pasado en 6.03 por ciento; alcanzó los 100 mil 225 millones de dólares estadounidenses, destacó el embajador chino Zhang Run.
Lo hizo en el Foro de Cooperación y Desarrollo China-México que se llevó a cabo al mismo tiempo en ambos países conectados a través de la tecnología, la tarde del lunes 11 de marzo en el caso de nuestro país (17:30 horas) y la mañana del martes 12 de marzo en China (7:30 horas).
Comunicados vía internet, las delegaciones de ambas naciones hicieron recuento de los avances de la relación comercial, así como en la educación, cultura y desarrollo de energías limpias.
En la sala de conferencias del Senado, ante la presencia de la senadora Cora Cecilia Pinedo Alonso, presidenta de la Comisión de Relaciones Exteriores Asia-Pacífico-África, entre otros invitados, el embajador Zhang Run dijo que se ha duplicado el número de empresas chinas en territorio mexicano.
También habló de que cada vez es más importante la contribución de su país en el desarrollo verde de México, en los sectores de energía solar, energía eólica y los autos eléctricos.
“¿Qué tenemos que hacer en el futuro?”, se preguntó el diplomático.
“China valora altamente las relaciones con México, y está dispuesta a trabajar con México para implementar el consenso de San Francisco alcanzado entre los dos mandatarios (Andrés Manuel López Obrador y Xi Jinping), fortalecer la articulación estratégica, explorar el potencial de cooperación, aprovechar las ventajas complementarias y promover conjuntamente el desarrollo de alta calidad de las relaciones bilaterales”, fue su respuesta.
En este contexto, el diplomático, con un lenguaje metafórico expresó que espera que “la flor de la amistad entre China y México siga floreciendo”.
Fortalecimiento de la amistad en la “que México brinde un entorno de negocios abierto, inclusivo, transparente y no discriminatorio para las empresas chinas, y facilite más intercambios de personas entre los dos países”.
Dentro del plano global, en apoyo de las diferentes comunidades, Zhang Run citó el impulso comercial que se le ha dado a la construcción de la llamada “La Franja y la Ruta”, así como a la profundización de la cooperación económica bilateral, multilateral y regional.
Dejó en claro que “no buscamos la supremacía dominante ni la hegemonía sin importar nuestro nivel de desarrollo, sino que estamos dispuestos a trabajar con todos los países para ofrecer nuevas oportunidades al desarrollo mundial con los logros de la modernización China”.
En Beijing, capital China, para hacer este recuento de la cooperación entre las dos naciones, participó Li Yafang, directora del Centro para las Américas del Grupo de Comunicaciones Internacionales de China, así como Jesús Seade, embajador de México en China.

Parece increíble, Donald Trump, el mismo al que acusaron de incitar a la colectividad o a sus seguidores para tomar el Capitolio el 6 de enero de 2021 en los Estados Unidos, el mismo al que una veintena de mujeres en 2020 lo acusaron de hostigamiento, el mismo que ha denostado a migrantes mexicanos, camina para vivir de nuevo en la Casa Blanca.
Se defiende con su dinero y sus abogados sobre las imputaciones relacionadas con violencia en el Capitolio, igual en el caso de las imputaciones que todavía sobreviven sobre acoso a mujeres y en nada ha cambiado su opinión sobre los mexicanos que de manera irregular ingresan a su país.
Los ataques contra su trayectoria y su perfil político los ha sabido capitalizar, porque ha aumentado su popularidad y reforzado la aceptación que tiene entre millones de seguidores.
Son reales sus posibilidades de volver a ser presidente de una de las naciones más poderosas del mundo. No hay nada escrito. Está en la pelea. Pinta para ganar la candidatura del partido Republicano. Solo pudiera descarrilarse su aspiración si prospera alguna de las acusaciones que existen en su contra. Depende de lo que resuelvan las autoridades judiciales norteamericanas.
En el supuesto de que Trump regrese a la Casa Blanca, por primera vez en la historia de las relaciones México-Estados Unidos, el trato sería entre un presidente con apariencia machista y una mujer presidenta, porque a estas alturas ya no hay duda de que a nuestro país lo gobernará una mujer.
¿Se comportaría como patán ante la presidenta mexicana? ¿Sería grosero? ¿Machista?
Por supuesto que no. Nada de lo que han dicho de él sobre cómo trata a las mujeres ha sido probado. En política, donde casi todo se vale, por no decir todo, es común la fábrica de historias para denigrar al adversario. Sus acusadoras contaron reales o irreales vivencias ocurridas 20 o más años atrás.
Trump tiene familia, hay mujeres en su familia. Ninguna se ha quejado de violencia. Ya se vio, cuando fue presidente por primera vez, las deferencias que tuvo con su hija Ivanka Trump.
La hija, si bien no tuvo cargo formal ni recibió salario, contó con oficina en la Casa Blanca y con autorización para acceder a información clasificada. Un machista jamás lo hubiera permitido.
En ese escenario, contra lo que se pudiera creer, en la relación México-Estados Unidos, se puede convertir en ventaja tener presidenta. Trump sería marcadamente respetuoso y cumplidor del protocolo, lo que de ninguna manera quiere decir que renunciaría a la defensa de los intereses de la poderosa nación norteamericana.
Para la deliberación y definición de posiciones, para el debate firme y hasta duro en la mesa, si Claudia fuera presidenta, tiene en su equipo al ex canciller Marcelo Ebrard quien conoce perfectamente a Trump. También a Juan Ramón de la Fuente, quien se distinguió como embajador de México ante la ONU.
Si Xóchitl fuera la presidenta de México, tendría a la mano a Ildefonso Guajardo, quien fue cabeza de equipo en las negociaciones del tratado de comercio con los vecinos del norte.
Así como genera expectación que México vaya a tener presidenta, igual o más el encuentro con Trump si logra alcanzar de nuevo la presidencia de los Estados Unidos, aunque en este caso no hay que darlo por hecho porque el actual presidente demócrata Joe Biden va a dar la pelea para tratar de reelegirse.

A raíz de que el presidente Andrés Manuel López decidió que no asistiría a la Cumbre de las Américas porque el anfitrión era excluyente, despertó inquietud por el impacto que podría tener en la relación México-Estados Unidos.
Sin embargo, no se debe perder de vista que prácticamente al mismo tiempo se produjo el anuncio de que el mandatario mexicano se reuniría con su homólogo norteamericano Joe Biden en julio. Doble movimiento en el tablero de ajedrez diplomático para mitigar la inasistencia y evidenciar entendimiento entre los gobernantes.
Ya se sabe que no hay nada casual en política y mucho menos en los círculos diplomáticos. Pareció que el mexicano se tardaba en definir si iba o no iba a la reunión cumbre, cuando quizás en ese tiempo se negociaba el encuentro bilateral para el siguiente mes.
Logró el efecto esperado, porque desactivó la ola mediática de quienes se frotaban las manos y esperaban ver tensión entre los dos gobiernos, sobre todo molestia de la potencia universal por el aparente desaire a la cumbre que tuvo como escenario la ciudad de Los Ángeles. Se creía vendría reacción áspera, incluso hasta un coletazo o castigo del gigante. Nada de eso sucedió.
Se realizó la reunión en la fecha programada con ausencia de una decena de mandatarios, sin que alterara los trabajos previstos. México estuvo representado por el canciller Marcelo Ebrard, atento a los temas que interesan a nuestro país y a los Estados Unidos.
Temas como migración, seguridad y narcotráfico que seguramente formarán parte de la agenda que desahogarán ambos presidentes, de México y los Estados Unidos, el próximo mes.
Así que el gobierno vecino no llevó a cabo ninguna acción para crucificar al mexicano porque el presidente resolvió no participar, en protesta por la medida excluyente, que no quiere se vuelva a repetir.
En otras palabras, al menos a nivel de gobiernos, de presidentes, como ahora se dice, ¡no hay ni hubo tiro!
Algunos senadores estadounidenses como Ted Cruz y Marco Rubio levantaron la voz, lanzaron imputaciones en materia de narcotráfico. No tuvieron que esperar mucho para recibir la respuesta desde México, la exigencia de que probaran lo que decían como parlamentarios.
La Cumbre de las Américas ya quedó atrás, mantuvo su importancia y hubo acuerdos entre participantes.
Es obvio que los senadores no van a cambiar su opinión y muchos menos retractarse u ofrecer disculpas.
Sin embargo, en julio, cuando se encuentren los presidentes de México y Estados Unidos, quedará a la vista el nivel de comunicación, entendimiento y acuerdo para hacer frente a problemas que afectan a los dos países.

El mundo empeñado en la autodestrucción; no se explica de otra manera, apenas empieza a ceder la pandemia y ahora está ocupado en una guerra de dimensiones inimaginables. Pleito entre dos que tienta a otros a defender sus propios intereses para afianzar o ampliar su hegemonía, con el argumento de ayudar a una de las partes.
Pasan los años, miles de años y todavía la humanidad no supera diferencias ni es capaz de remar en su solo sentido, hacia la justicia, hacia la paz, hacia el bienestar de todos.
Hasta ahora no sabe con certeza el origen del Covid-19 que ha sacudido a todas las sociedades, matado y contagiado a millones.
El autor o los autores del virus, si los hay, siguen en el anonimato. No hay culpables, como si hubiera surgido de la nada o llegado de otro planeta, misterio indescifrable.
Generó dramáticas y trágicas historias en todos los países, alerta generalizada, convocatoria a la reflexión, llamado implícito a cuidar más la naturaleza, a vivir en paz, en armonía, sin violencia, con respeto a valores y leyes. Invitación a evitar las desviaciones.
Sufrieron científicos para encontrar la vacuna y ahora que existe, mucha gente ni siquiera se la quiere poner, por diversos motivos, pretextos que van desde religiosos hasta de ciencia ficción, cinematográficos.
Nada, nada ha sido suficiente para que sociedades se convenzan de que ha llegado el momento de enderezar naciones, a gobernantes y gobernados, recomponer lo dañado.
Hay preferencia, irresponsablemente, por el juego de la vida y la muerte en la ruleta. El día menos pensado podrían equivocarse y apretar el botón que acabe con todo y todos. Riesgo latente. Las experiencias de la primera y segunda guerra mundial no bastaron. Tampoco las explosiones nucleares, desastres naturales y pandemias.
Sigue la actitud irreflexiva, sin importar lastimar al mundo, van por delante los intereses de cada uno, no el bienestar colectivo; la riqueza de los menos por la pobreza de los más.
México no está exento de esa vorágine. Con tanta riqueza natural y no levanta vuelo. En vez sumar voluntades y remar en un solo sentido, prevalecen posiciones encontradas.
Por eso, Carlos Slim, el hombre más rico del país, acierta al llamar “estupidez” la confrontación. Le parece una “tontería” perder el tiempo en la desunión de los mexicanos.
Calificativos que pueden describir a cualquiera de las partes, a los que gobiernan y a los que no quieren a los que gobiernan, contaminados de enconos, odios y envidias.
Lo dicho por Slim es para tomarlo en cuenta, ya. Empresario que basa en hechos sus palabras. No acostumbra a quedarse callado, alza la voz cuando no está de acuerdo con acciones de gobierno.
Sin embargo, no se atasca en batallas estériles, le da vuelta a la página y se pone a trabajar, con lo que hay. Está visto que para Slim no están primero los pleitos sino hacer negocios.
Ha sabido adaptarse a la nueva realidad política. Obtiene más en el acuerdo que en la discrepancia.
En el acuerdo, en la suma de fuerzas, gana él, gana el gobierno y gana México. Entiende que en las elecciones triunfa el que decide el pueblo y se pone a trabajar con el triunfador, aunque no tenga su misma ideología. Práctico, inteligente y con evidente sentido común.

Ha gobernado a su país durante 16 años, como nadie; autoridad respetable para propios y extraños, con respuestas para todas las preguntas. Termina con la frente en alto. Mujer admirable, que ha demostrado en los hechos lo que es la igualdad de género y así la han tratado, con igualdad, en su vida como servidora pública y en su vida privada.
Angela Merkel ha llegado a ser considerada por medios internacionales como la mujer más poderosa del mundo. A pulso se ganó el título, con la fortaleza de los argumentos a la hora de estar sentada con quienes representan a las potencias, de cualquier continente.
El próximo domingo 26 de septiembre Alemania renueva su parlamento, su gobierno, un proceso donde esta vez el partido de la Unión Demócrata Cristiana, del que forma parte la canciller, no va adelante en las encuestas, aunque tampoco muy atrás. Corre el riesgo de perder las elecciones.
Pareciera increíble ante el legado que deja Merkel, porque la lógica diría que los germanos tendrían que votar por la continuidad. No está dicha la última palabra, hay que esperar a que los ciudadanos y ciudadanas emitan el sufragio el día de las elecciones.
Angela Merkel había optado por mantenerse a distancia del proceso, no involucrarse como cuando ella era la competidora o candidata de su partido. En la recta final, a unos cuantos días de la contienda, ha decidido tener mayor participación en favor de su compañero Armin Laschet, parte de su equipo en el gobierno.
Veremos si es suficiente o si los alemanes prefieren la alianza que encabeza Olaf Scholz, del Partido Socialdemócrata, a quien las encuestadoras le dan ventaja, en promedio de tres puntos porcentuales.
Queda claro que, si no ganara el partido de Angela, de ninguna manera podría entenderse como la desaprobación de sus 16 años de gobierno, porque los hechos hablan por ella. Sin duda, Alemania es una de las mejores economías de Europa y del planeta, con indiscutible aprecio a los valores democráticos y autoridad para hacerse escuchar en cualquier parte.
Sin embargo, nadie mejor que las familias alemanas para saber si el resultado en la economía se refleja en sus bolsillos, en mejor bienestar, en una vida tranquila y estable para la mayoría.
El candidato de la oposición Olaf Scholz ha tenido suerte con su eslogan de campaña “Scholz lo arreglará”. Siempre queda algo pendiente por arreglar. No hay gobiernos perfectos que solucionen todo.
De cualquier manera, el legado de Merkel es una lección para hombres y mujeres, para el mundo. Hay que valorar y quedarse con lo bueno, con su capacidad para tomar decisiones. Nunca evadió problemas. Tampoco preguntas, por muy personales que fueran.
Nadie olvida el día que le hicieron la observación de que traía el mismo traje de otro evento. “Soy una servidora pública, no una modelo”, fue su respuesta. Con su vestimenta solo se volvieron a meter cuando acudió a un festejo con vestido que a más de uno le pareció exagerado el escote para la canciller jefa de gobierno. Procuró el traje sastre.
Admirable, no se enriqueció con el ejercicio del poder, no es dueña de mansiones ni tiene su dinero en paraísos fiscales. Ha prescindido del servicio doméstico, porque de eso se encargan ella y su esposo.
Y que no se olvide, es la mujer que llegó a ser considerada la más poderosa del mundo.
Una vez terminado su ciclo de gobierno, ha dicho que se irá a descansar y leer. Se lo merece.

Si alguno de los enlistados aspirantes a la candidatura presidencial de Morena está cerca de los Estados Unidos se llama Esteban Moctezuma Barragán, en calidad de embajador.
Y, siempre ha merodeado por el mundo político, cuando llega el tiempo de la sucesión en México, la versión de que los vecinos del norte dan su visto bueno para quienes tienen ese tipo de aspiraciones, lo que de ninguna manera quiere decir que Esteban ya la tenga ganada por su actual posición.
Cerca, por su responsabilidad laboral, pero nada más. No deja de ser una ventaja sobre sus demás competidores y competidoras, porque tendría la oportunidad de mejorar sus relaciones con personajes del primer círculo del presidente norteamericano Joe Biden.
Domina el inglés. Es maestro en política económica por la Universidad de Cambridge. Puntos a su favor. No serían suficientes para quien aspiraría a la candidatura presidencial. Nunca ha dicho que quiere ser, ni en este sexenio ni en ningún otro. No lo esbozó ni cuando era uno de los secretarios favoritos de Ernesto Zedillo. Ha sido medido en sus aspiraciones y en el actual no sería la excepción.
Si está en la lista de aspirantes a la candidatura de Morena es porque el presidente Andrés Manuel López Obrador lo mencionó. Esteban Moctezuma no ha expresado a sus colaboradores que tiene esa meta, mucho menos ha declarado que estará en la boleta en el 2024.
Por la moderación y discreción que le caracterizan, seguro si le hacen una pregunta sobre el tema, va a eludirla. No es de los que se van por la vía libre, prefiere esperar indicaciones antes de emprender una iniciativa personal o de grupo.
Quizás este perfil le ha creado una imagen mediana como servidor público. Duró menos de un año en la Secretaría de Gobernación y dejó la impresión de que le había quedado grande el cargo. No supo tomar el liderazgo que representaba ser el jefe de la política interior ni le sacó provecho al hecho de ser uno de los colaboradores preferidos de Zedillo.
Se enredó en negociaciones con los zapatistas en busca de la paz y no lo enteraron con oportunidad de que había un plan para tenderle una trampa al subcomandante Marcos. Le restaron autoridad y quedó como traidor en la historia del EZLN. Optó por irse de la Segob.
Esteban Moctezuma tampoco hizo nada extraordinario en su paso por la Secretaría de Desarrollo Social ni se significó en su corta estancia en el Senado de la República.
Su carrera política priísta terminó después de participar en la campaña de Francisco Labastida Ochoa en la coordinación. No solo se fue del PRI, también de la política.
Encontró cobijo en la iniciativa privada, en la televisora del Ajusco, como presidente de Fundación Azteca. Ahí estuvo hasta su incorporación en el gobierno de López Obrador como secretario de Educación Pública. Un secretario de la SEP simplemente cumplidor, sin hacer nada extraño ni intentar rescatar figuras del magisterio que en el pasado estuvieron en su ánimo.
Ahora como embajador de México en los Estados Unidos, fiel a su disciplina institucional, solo hará lo que le indique su jefe.

La felicidad no es completa para nadie, ni para los más poderosos o potencias mundiales. Estados Unidos de América, con su nuevo presidente Joe Biden, ha demostrado capacidad sanitaria para vacunar a sus habitantes, promedio de dos millones de vacunas diarias. Acción de gobierno que debe tener contentos a los norteamericanos. Una preocupación menos para su salud, la protección para enfrentar la pandemia.
Sin embargo, lo que no deja de quitarles el sueño es la violencia recurrente. Se ha vuelto un misterio su origen. Hasta la fecha se desconoce el origen o los motivos de la mayoría de los casos. ¿Por qué los disparos contra gente inocente, con armas de asalto? ¿Cuál es la razón de quienes lleven a cabo esos actos como asesinos solitarios? Homicidas dispuestos a perder la vida en el atentado o que parece no importarles ser detenidos por la policía. Personajes extraños del mundo moderno.
Maldad inexplicable. ¿Norteamericanos que matan a norteamericanos? ¿Será el racismo? Aventuras cualquier hipótesis. Recuerdas hasta las películas donde lavan cerebros y programan a gente para matar, naciones enemigas o grupos terroristas con sed de venganza.
¿Todo es producto de la tentación de tener un arma en casa y el deseo de practicar el tiro al blanco con vecinos? ¿Una forma de emular la violencia de videojuegos? ¿Consecuencia de la venta libre de armas en el suelo estadounidense?
La cifra es escalofriante. El año pasado, murieron de esa forma, por un atentado inesperado, por los disparos de un enfermo mental, 20 mil personas. Demasiado horror. Para pensar en una operación orquestada. Es una violencia criminal contra inocentes que no puede ni debe seguir. En USA hay más armas en manos privadas, 400 millones, que habitantes, 330 millones. De ese tamaño el problema bélico.
Por eso el llamado del presidente Biden a su poder legislativo, para restringir la venta y uso de armas. Es un mandatario que no quiere ver los problemas cruzado de brazos.
Sabe de su responsabilidad. Quiere seguridad y paz para sus connacionales, sin importar de que partido o religión sean. La situación ya alcanzó niveles para preocupar a cualquier gobierno. Hay que frenarla o controlarla con inteligencia. Es lo que pretende.
Tarea compleja porque no todos están convencidos de que el origen de la violencia
sean las armas que tienen y pueden tener a la mano los ciudadanos, que se supone son para protegerse o para practicar el tiro al blanco en lugares deportivos o autorizados.
La felicidad no es completa para los Estados Unidos, a pesar de su potencial económico, a pesar de que tienen vacunas para todos sus habitantes, como ningún otro país en el planeta.
Están entrenados y preparados para hacer frente a sus diferencias contra otras naciones, pero, todavía no encuentran la forma de anular o desactivar al fuego amigo o enemigo en casa.

En los Estados Unidos el telón presidencial ha caído para Donald Trump. Llegó a su fin el periodo de cuatro años en la Casa Blanca. Un cierre nada afortunado para sus aspiraciones políticas porque no pudo conseguir la reelección.
Queda claro en el país vecino del norte, por lo visto, no solo en el caso de Trump, sino de muchos otros: tener el poder presidencial no es suficiente para ganar una elección, aunque tenga a la mano recursos estratégicos, económicos, humanos, materiales, para apuntalar el anhelado propósito.
De nada le sirvió a Trump disponer del avión presidencial para viajar a sitios donde encabezaría actos de campaña, tampoco hablar en espacios mediáticos a los que por su investidura tenía acceso. Pleno ejercicio de la libertad de expresión, sin que nadie pudiera cuestionarlo por la dualidad política: presidente y candidato a reelegirse. Ninguna crítica por utilizar tiempo presidencial para conseguir simpatizantes y votos. Todo, permitido por las leyes norteamericanas, por la sociedad.
Allá no hay límites en ese sentido. Reglas del juego que se han mantenido por muchas décadas. Hacer campaña desde la Casa Blanca no es garantía para obtener la reelección. Lo que determina el resultado es el voto, no el poder presidencial, haga lo que haga, diga lo que diga. El poder del voto es mucho mayor.
La sociedad pone y quita, premia y castiga. Funciona la alternancia, entre los demócratas y republicanos. Ninguna de las partes tiene garantizada eterna permanencia. La continuidad depende de la obra realizada, del desempeño en el gobierno, de los beneficios palpables y comprobables recibidos por la gente. Los hechos hablan y cuentan, muy por encima de las palabras.
Evidente que Trump no tuvo administración exitosa. Su desempeñó acentuó la división social, en perjuicio de todas las partes, porque nadie puede estar a gusto de vivir en el odio o en el pleito cotidiano. Quizás su principal pecado estuvo en la lengua y en sus mensajes escritos ofensivos en redes sociales.
No terminó de construir la muralla entre Estados Unidos y México. Tampoco logró que México pagara la obra. Desestimó la pandemia a la vista de sus gobernados. No pudo afianzar el liderazgo de su país como potencia en el mundo. Son hechos y no existen palabras que puedan desaparecer los hechos.
Los hechos marcan el alcance del poder presidencial y es lo que explica la derrota del provocador republicano.
Así que la libertad de expresión de la que gozó para hacer su campaña desde la Casa Blanca, comprobó que no fue suficiente para sus fines, ni los propios ni los de su partido que perdió el control del Congreso. En el barco republicano no solo iba él, también sus compañeros que disputaban espacios en el Senado y la Cámara de Representantes.
Hay quienes creen que la historia de Trump no ha terminado, que existe una corriente derechista que lo va a seguir y que podría regresar dentro de cuatro años. Nada más que la sociedad ya le dio la oportunidad en los niveles más altos y la desperdició.
Vuelta a la página. Empezó la era del demócrata Joe Biden. Nuevos planes y acciones. Ajustes en sus relaciones con otros países. Tendrá que esmerarse por sumar y conciliar. Atender con urgencia la salud de los norteamericanos. Le dejan un tiradero que está obligado a recomponer a la brevedad.

Joe Biden, ni como candidato ni como presidente electo de los Estados Unidos, ha insultado o descalificado a México y a los mexicanos. Prudente, moderado. Igual que sus antecesores, tiene como primera prioridad a su país. Sabe el tamaño de la tarea que tiene por delante.
Demasiadas complejidades internas, sobre todo la pandemia y la división entre estadounidenses. La situación no está para abrir nuevos frentes o descomponer relaciones bilaterales. Trabajaría por acuerdos en defensa de la ecología y los derechos humanos.
Y desde ya empezó a ocuparse de lo fundamental, armar equipo y preparar acciones para llevarlas a cabo en el momento en que rinda protesta, a partir de que tome posesión como nuevo presidente, en enero.
No va a descuidar intereses de su país ni dará giros de 180 grados. No es fácil unir a una nación. Primero deberá de fortalecer su gobierno hacia adentro. Como lo ha dicho, gobernar para azules y rojos, porque será el presidente de los Estados Unidos, no de los demócratas o republicanos.
Su mensaje ha sido conciliador, así que va a procurar ese camino, con los suyos y con sus vecinos. Avanzar con orden, como corresponde a la potencia que representa.
Estará enfocado en lo fundamental, sin descuidar lo secundario. Evitará las provocaciones. Es su estilo. En su etapa cono candidato ganador, ha cuidado las palabras, sin insultar a nadie. Mensajes medidos, ajustados a la realidad, a lo que la sociedad también observa. No tienen cabida escenarios inventados ni soluciones mágicas.
Dentro de este contexto, impensable que vaya a romper lazos o largas amistades con sus vecinos. Tampoco se avizora que vaya a colocar como prioridad el levantamiento del muro entre México y los Estados Unidos y mucho menos dirá que el muro lo van a pagar los mexicanos.
El tema migratorio no se ve que pretenda atenderlo con paliativos o con vallas policiales, porque el número de migrantes es cada vez mayor. Deberá de ir al fondo del problema, a lo que hace a los viajeros arriesgar su vida por buscar el sueño americano.
Se ven venir ajustes en sus relaciones comerciales, pero no al extremo de empobrecer o aplastar a desiguales, porque entonces no tendría con quien hacer el intercambio comercial.
No lo veo chantajeando: hacen lo que digo o les subo aranceles o les cierro la frontera a sus productos.
Queda claro que Estados Unidos es la potencia. Sin embargo, definitivamente, Joe Biden no es Donald Trump.
Por eso Biden es favorable a México.

El esquema electoral de los Estados Unidos ya dio lo que tenía que dar. Pasaron sus mejores tiempos. La realidad exige reestructuración, para que el voto popular cuente, para que cada voto tenga el mismo valor, sin distinciones por estados, para que en la primera noche se conozcan resultados y se sancione a quien ponga en duda el proceso, sin prueba alguna. Para que el perdedor acepte las cifras, salvo que tenga argumentos sólidos para disentir.
Se ha vuelto común, en algunos países, que el derrotado se queje de fraude, de que le robaron la elección, sin aportar más prueba que sus propios dichos. Pone en duda el trabajo de sus connacionales, los que cuentan y suman votos. Quiere hacerle creer a sus seguidores, a sus votantes, que no perdió sino que le hicieron trampa para que no ganara.
Riesgoso porque exacerba ánimos, genera ambiente que no tiene nada que ver con la democracia. En los sistemas democráticos se pierde y se gana por un voto, así son las reglas de la competencia. Si alguien gana por un voto en un proceso transparente, legal, no hay justificación para ponerlo en duda, para sembrar desconfianza.
Estados Unidos es una potencia, con todos los adelantos tecnológicos, con las mejores herramientas de comunicación. Deberá de encontrar un esquema con mucha mayor eficiencia para resolver sus competencias políticas, para que la gente vote con la certeza de que su voto cuenta.
Incluso podría explorar el voto electrónico, desde la casa de cada uno de los electores, para simplificar las mesa receptoras y hacer más fácil el conteo, bajo la supervisión de los partidos.
Si un país tiene a la mayoría de sus habitantes conectados por Internet es Estados Unidos.
Lo que se debe evitar, con inteligencia, con un esquema electoral moderno, son escenarios como el de la elección de este año, donde no falta el personaje que rechaza el resultado adverso pero acepta el que favorece. Donde no gana, habla de fraude. Y donde gana, celebra. Actitudes infantiles del que patalea cuando pierde y quiere arrebatar.
Reestructurar el esquema electoral se ha vuelto una necesidad para los Estados Unidos. Tiene las herramientas para hacerlo. Quizá lo más complicado sea conciliar a quienes hoy están divididos, pero seguro encontrarán la forma de ponerse de acuerdo y ordenar su casa.
No creo que quieran volver a vivir escenarios de incertidumbre y mucho menos de berrinches mediáticos.
Estados Unidos es una nación observada por el mundo y su estatus no es para espectáculos como los que ahora se han visto con Donald Trump.

Hace cuatro años, las encuestas favorecían a la candidata demócrata Hillary Clinton y prácticamente los medios de comunicación en general daban por hecho que sería el relevo de Obama.
La tendencia estadística y mediática no era convincente porque Trump había conseguido presencia en redes sociales como nadie. Su discurso era atractivo para millones de norteamericanos.
Había sido contundente en los debates, mucho más hábil y capaz que su rival. No le hizo ninguna reverencia por su condición de mujer. Debatió de igual a igual, con mejores ideas y frases. Demostró que era una persona que conocía y dominaba la televisión.
Su mensaje era lo que deseaba escuchar una parte importante de la sociedad norteamericana. La mayoría. Ofrecía sobre todo poner por delante, en los hechos, los intereses de su país y su gente. Compromisos y palabras directas, sin limitación alguna.
No dudó en descalificar a sus vecinos del sur, en particular a los que cruzan la frontera en busca de trabajo y el sueño americano. Les dio trato de delincuentes. Conquistó al electorado con la promesa de reafirmar como primera potencia a los Estados Unidos y que esta supremacía se reflejara en el bienestar de cada uno de sus connacionales.
Además, Trump, no tenía de su lado solo la trayectoria televisiva. Su actividad empresarial, con altas y bajas, con saldo a favor, también lo hacía atractivo para el electorado.
Las desesperadas acusaciones de una veintena de mujeres por presuntos abusos, respondían más a una estrategia de sus adversarios que a una realidad. No funcionaron para restarle votos y mucho menos para impedir su triunfo electoral.
Entonces, hace cuatro años, eran las referencias que los electores tenían de Donald Trump. Le creyeron y lo hicieron ganar, sin ningún asomo de duda sobre el resultado. Fue mejor candidato que Hillary. Los estadounidenses votaron por el que les pareció mejor.
Hoy es distinto, la sociedad ya tiene más información sobre el desempeño de su presidente. Ya no se va a guiar por la retórica sino por los hechos. Y en los hechos, que le constan a cada uno de los ciudadanos, Trump no ha cumplido. Sus palabras perdieron impacto.
El demócrata Joe Biden, sin aspavientos, sin desgañitarse en foros ni en medios, con una propuesta mejor elaborada, sin presumir lo que no ha hecho, sin ofrecer escenarios irrealizables, se encamina hacia la Casa Blanca.
Los demócratas van a recuperar la presidencia. Hace cuatro años, al margen de las encuestas, nuestro análisis decía que ganaría Trump. En esta ocasión, la realidad favorece a Biden.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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