Muy temprano me llamó por teléfono Alejandro Rojas Díaz Durán.

-Nos vemos en el restaurante de Insurgentes y Puente de Alvarado, a las nueve.

-¿De qué se trata -pregunté de inmediato.

-Allá se te informa, es importante que vayas –colgó sin dar más detalles.

Llegué puntual, minutos después aparecieron en la puerta Alejandro y Ramiro de la Rosa, con rostros que transmitían inquietud y nerviosismo. Dos jóvenes impetuosos y críticos de viejas prácticas priístas.

Su inconformidad los había llevado a planear tomar las instalaciones de su partido en Insurgentes norte, colonia Buenavista, como una acción más para tratar de hacerse escuchar.

Eran los tiempos de la corriente democratizadora. Ellos, como jóvenes, habían formado lo que llamaron Corriente Crítica, actuaban al unísono, tenían una permanente y afinada comunicación. Seguidos por otro grupo de muchachos, pocos, no numeroso. Con los dos, con su discurso y valor, era suficiente para incomodar a la dirigencia partidista e incluso más arriba.

Tomaron la sede del PRI nacional, no más de una veintena de jóvenes. El inmueble les resultó demasiado grande para cubrir todos los accesos. Su osadía se vino abajo muy pronto, ni tiempo les dio de convocar a una conferencia de prensa y explicar su proceder.

A mi tampoco me adelantaron lo que tenían planeado para después de la toma. Apenas terminaron de organizarse al interior de la sede partidista y que aparece por la entrada principal un contingente de trabajadores ferrocarrileros, de evidente fortaleza física, con overol y paliacates en el cuello, rostros ansiosos, rompieron en segundos la cadena colocada en la puerta. Blandían en sus manos palos, gritaban consignas contra los ocupantes del edificio.

Empezó la corretiza, rompieron macetas, algunos cristales, no lastimaron a nadie porque ante la superioridad numérica, los jóvenes salieron disparados, escaparon. En esa huida Alejandro Rojas perdió uno de sus zapatos. Una vez que se calmaron los ánimos, regresó a buscarlo, nunca lo encontró.

La lucha de Alejandro y Ramiro siguió dentro del partido. Todavía recuerdo a Ramiro de la Rosa cuando en un acto de campaña de Carlos Salinas se abrió paso entre la gente y lo encaró. Lo dejaron hablar, nadie lo interrumpió pero tampoco recibió respuesta de nadie, los medios de comunicación tampoco le dieron importancia a su atrevimiento.

Ramiro optó por irse del PRI. Alejandro se quedó un tiempo más; lo hicieron diputado. Fue en su etapa de legislador cuando se desprendió del tricolor al rechazar el aumento al IVA.

Alejandro y Ramiro siguieron su propio camino, cada uno por su lado. Alejandro se sumó al nuevo y fugaz partido Centro Democrático creado por los también ex priístas Manuel Camacho Solís y Marcelo Ebrard. Estrechó su relación con el segundo. Cuando Ebrard ganó la jefatura de gobierno del Distrito Federal, se convirtió en secretario de turismo, aunque su sueño era ser secretario de gobierno. Estuvo cuatro años dedicado al turismo. Se distanció de Ebrard y hasta la fecha no ha vuelto a cruzar palabra con él. Alejandro tiene planes de regresar al legislativo y espera ser tomado en cuenta para una candidatura perredista.

Ramiro se fue a Quintana Roo, a Cancún, convertido en un activista ciudadano, hábil orador. Se quitó de los reflectores de los llamados medios de comunicación nacionales. Reapareció cuando se produjo la detención de Mario Villanueva, acusado de tener ligas con el narcotráfico. Ramiro acompañaba al ex gobernador y fue arraigado. No hizo ruido cuando lo dejaron ir, nada tenía que ver con la delincuencia organizada, ha sido un luchador social toda su vida. Hasta donde se, sigue en Cancún.

Les platicó la historia de estos dos personajes, que ya dejaron de ser jovencitos, porque en su tiempo fueron capacitadores políticos o maestros de Mauricio López Velázquez, actual presidente del PRI en el Distrito Federal, quien también fue integrante de la Corriente Crítica.

Mauricio llegó a ser coordinador de asesores de Miguel Osorio Chong y desde ahí dio el salto a la presidencia de su partido en la capital. Ahora tiene el reto de quitarle espacios al bastión perredista.

¿Le servirá de algo lo aprendido con Rojas y Ramiro?

El ambiente era conflictivo, real la confrontación; la cúpula priísta tenía en la mira al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Jorge de la Vega Domínguez, quien estaba al frente del partido, ya lo había llamado, sin citarlo por su nombre, “quinta columna”. La famosa Corriente Democrática había cobrado vida y fuerza.

Te cuento, el 22 de junio de 1987, todavía no había teléfonos celulares o por lo menos a mi El Universal no me había dado uno. Ese día recibí la instrucción de seguir al ingeniero a todos y cada uno de sus actos. El último en una casa de la delegación Azcapotzalco, a las 19:00 horas.

“No te le despegues a Cuauhtémoc y llama cada media hora a la redacción”, me recomendó Fidel Samaniego (QEPD).

Cuando llegué a la casa de Azcapotzalco, particular, reducido espacio, apenas para una docena de personas, amontonadas, donde se llevaría a cabo la reunión, lo primero que hice fue ubicar un teléfono y pedir permiso para utilizarlo. Para esa hora la instrucción era llamar cada quince minutos a la redacción, tenían informes de que en cualquier momento saldría del PRI una decisión en contra del ingeniero. Más que preocuparme por lo que le decía Cárdenas a los vecinos, estaba pegado al teléfono de la casa. Varías veces recibe el comentario telefónico: “todavía no hay nada, aguanta y no dejes de llamar”.

Por la hora, no había otro reportero, la mayoría se fue a sus redacciones a escribir la nota del día.

Tensa espera.

Por fin se produjo el comunicado: “¡Ya está, apúntale!…”, me pidió Samaniego por teléfono, quien era el reportero que cubría el PRI. Los puntos culminantes del comunicado de la Comisión Nacional de Coordinación Política. No era la Comisión de Honor y Justicia (que entonces se llamaba así la encargada de revisar y sancionar la indisciplina de la militancia), porque estrictamente, nadie había solicitado la expulsión del ingeniero, pero era evidente que la instrucción cupular era hacerlo a un lado, marginarlo.

El comunicado nunca utilizó la palabra “expulsión”, no podía hacerlo, por estatutos existe un procedimiento para prescindir de los servicios de un militante; en su lugar optaron por precisarle que sus actividades eran a título personal y ajenas al trabajo electoral del partido.

Para rematar, que quienes no respetaran las normas estatutarias, “tenían abiertas las puertas para actuar donde más conviniera a sus intereses”.

Como dice el refrán, a buen entendedor, pocas palabras bastan. Una forma de decirle adiós o correrlo.

El acto casero del ingeniero estaba por terminar, se había prolongado por las preguntas de los asistentes. Le avisé al leal asistente de Cuauhtémoc, Armando Machorro, mi interés de hablar con su jefe, porque requería su opinión sobre el anuncio priísta.

Armando reconoció la importancia del asunto; los dos nos aproximamos. Una vez que agradeció y se despidió de la asistencia, que le planteo el tema. Le leí los puntos medulares.

El ingeniero se quedó sin habla, estupefacto. Me dio la impresión que nunca imaginó que lo fueran a correr.

Tardó en reponerse, lo vi aturdido con la noticia.

Estaba descompuesto, con la cara abrillantada por el sudor; me quitó la mirada y la mandó a cualquier parte, sin fijarla en ningún punto.

-¿Cuál es su opinión?- le insistí.

Empezó titubeante la respuesta.

Recuerdo que fue corta y no arremetió contra la cúpula priísta, se concretó a subrayar el compromiso de su lucha democratizadora y a seguir trabajando en ese sentido. Eso fue todo.

Salió apresurado de la casa, alargó el paso, quizás ansioso de llegar a su domicilio y leer con detalle el comunicado.

Pasado el tiempo, volví a ver Machorro. Me platicó que días antes habían presentado un libro sobre la historia de la Corriente Democrática, que no encontró mi nombre ni este pasaje que te he platicado. La verdad, nunca tuve contacto con el autor de ese texto, pero al fiel escudero del ingeniero y al propio ingeniero, les consta que fui el primero en enterarlo de la decisión tomada por la Comisión Nacional de Coordinación Política del PRI.

Hay una idea que hasta ahora los partidos políticos no les gusta y es la de hacer pública la declaración patrimonial de quienes llegan a los cargos públicos; argumentan el riesgo que corren ante el problema de inseguridad en el país; temen ser víctimas de robo y secuestro.

En México no se han transparentado de esa manera ni quienes han presidido o presiden el Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (IFAI);  alegan lo mismo, la posibilidad de que la delincuencia los ponga en la mira. La realidad es que la mayoría de los mexicanos está expuesto a sufrir un asalto, un robo, secuestro o hasta que le quiten la vida.

Sería ideal que antes de tomar posesión y después de terminar su gestión, la hagan pública, para tener la certeza de que no se han enriquecido en el cargo; para comparar su patrimonio con lo que entraron y salieron. Ganarían en imagen y seguro que la sociedad los apoyaría para ocupar otra responsabilidad en el servicio público si exhiben la pulcritud de su desempeño, en cualquiera de los tres poderes: ejecutivo, legislativo o judicial.

La declaración pública ni los representantes de la oposición la quieren hacer. ¿Recuerdas si un gobernador panista, perredista, o jefe de gobierno del Distrito Federal hizo pública su declaración? Igual sucede con legisladores, presidentes municipales, funcionarios de gabinete y titulares de organismos autónomos.

En España su ley de transparencia establece la obligación para los altos cargos, la publicación de su patrimonio y bienes tanto al asumir la responsabilidad como al concluirla. Hay que decir que es una legislación reciente, apenas entró en vigor en diciembre de 2013. Los políticos españoles se tardaron en aprobar la medida y todavía hay resistencias para cumplirla. Quizás en el fondo no quieren que se conozca el tamaño de su fortuna pero ser adinerado no es delito. Carlos Slim no oculta ni puede ocultar que está entre los más ricos del mundo ni vive escondido por ese motivo y su aparato de seguridad es discreto comparado con el que traen algunos funcionarios.

A la larga los políticos encontrarían ventajas de esta transparencia, desactivarían a quienes se han dedicado a sacarle provecho mediático al patrimonio de los servidores públicos. Quienes tienen una riqueza bien ganada, sin burlar ninguna ley, dormirían en paz.

El tema requiere trabajo legislativo, consenso de los partidos representados en el Congreso de la Unión para que en la ley de responsabilidades administrativas de los servidores públicos la obligación vaya más allá de entregar la declaración a los archivos de la Secretaría de la Función Pública.

Si el presidente Enrique Peña Nieto ya hizo pública su declaración, porqué los demás van a ser la excepción.

Por lo pronto se avecina una oportunidad única e inmejorable para ganar votos en las elecciones de 2015. Ojalá se den cuenta los partidos y alguno de ellos esté dispuesto y decidido a pasar la prueba. Se imaginan cómo vería la sociedad al partido que anuncie que voluntariamente todos sus candidatos van a transparentar o hacer público sus bienes y patrimonio.

¿Quién dice yo?

El tema amerita la mesa de análisis de los expertos, sobre quién debe tener la facultad constitucional de investigar violaciones graves de los derechos humanos. La tenía la Suprema Corte de Justicia de la Nación y se la pasaron a la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) en junio de 2011; los resultados no han sido como se esperaban y es explicable cuando el poder para juzgar y ejecutar lo juzgado lo tienen tribunales y jueces, no Ombudsman ni visitadores generales.

Algo se tendrá que hacer al respecto para que en los hechos la investigación sea real y efectiva. Es muy fácil decir, como lo ha hecho el senador ecologista Pablo Escudero, que la primera acción del nuevo presidente de la CNDH, Luis Raúl González Pérez, sea actuar en Ayotzinapa, como si tuviera una varita mágica para resolver el reclamo de las víctimas.

Además, olvida el legislador que hay una Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas; nadie sabe de su trabajo en este lamentable episodio. También se ha pasado por alto o no se ha querido ahondar en el tema, pero la primera declaración de violación grave de los derechos humanos se hizo hace dos años, precisamente por un acto de violencia en Guerrero, en la que estuvieron involucrados estudiantes de la normal de Ayotzinapa. El entonces gobernador Ángel Aguirre Rivero fue llamado a comparecer ante el Ombudsman; también funcionaros de la Secretaría de Seguridad Pública federal.

Un informe fue entregado en esa ocasión a la Comisión de Derechos Humanos del Senado que preside la perredista Angélica de la Peña. Hasta la fecha no se sabe si hizo algo por atender el problema o gestionar su solución, lo que hubiera, quizás, evitado la desaparición de 43 normalistas. El asunto que fue calificado de grave por la CNDH se dejó morir con el paso del tiempo. ¿De qué sirvió la facultad de investigación de la CNDH? Sus conclusiones se echaron al olvido por no decir al cesto de basura, porque no obligaban a ninguna autoridad a sancionar a los responsables de lo sucedido.

Está a la vista que a la comisión no le corresponde el papel de Ministerio Público, no puede ejercer acción penal ni tiene atribuciones de los órganos jurisdiccionales; su función debe fortalecerse en la defensa de la víctima, en dejar a salvo sus derechos y garantizar la reparación del daño. En cambio, lo que resuelva la Corte, sí obliga a cualquier autoridad y tiene los instrumentos necesarios para profundizar en la investigación de las violaciones graves de los derechos humanos, como lo hizo en Aguas Blancas, Guerrero; San Salvador Atenco, estado de México y el caso del jardín de niños en Hermosillo, Sonora.

Es cierto que el desahogo de los procesos fue lento y que persisten expresiones de justicia porque no se ha castigado a nadie por la muerte de los menores. La Corte pudo sancionar en la tragedia de Hermosillo, la comisión, como está la ley y sus facultades, jamás podría hacerlo.

La facultad constitucional de investigar graves violaciones a los derechos humanos, como lo señala el artículo 102 de la Constitución, se queda solo en investigar, no hay nada que conduzca a ordenar castigo contra los responsables de sucesos que lamenta la sociedad.

Por eso la necesidad de revisar dicha facultad que tiene su espacio natural en la Suprema Corte de Justicia de la Nación como se los he expuesto. Hay más puntos que evaluar en derechos humanos. Este es toral e indispensable definirlo ante violaciones graves, porque hasta ahora la CNDH nada más emite recomendaciones, no sanciona.

En la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, aprendí que el periodista estaba obligado a responderse seis preguntas básicas para elaborar un texto o nota informativa que sería publicada en un periódico, en una estación de radio, en la televisión o en un portal de Internet.

¿Quién?, ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cómo? y ¿Por qué? Ahora veo que en el caso de Ayotzinapa los medios de comunicación se han desentendido de la sexta pregunta. No se han esmerado en saber ¿por qué un grupo de criminales decidió quitarle la vida a 43 estudiantes? Por muy asesinos, narcos o delincuentes que sean, nadie mata por deporte a otra persona.

Debe existir una razón, un motivo, una causa, que todavía no se ha dilucidado. El ¿por qué? sigue pendiente.

Les cuento que de niño, cuando recibía un regaño de mis padres, era reprendido y hasta castigado, había una razón, un ¿por qué? La sanción no era gratuita ni era producto de un invento de mis progenitores. Seguro que algo había hecho incorrecto. Por no comer la sopa, no hacer la tarea, desatender una indicación paterna o materna, pegarle a mi hermano menor. El castigo era aplicado y tenía claro a qué se debía.

Tengo un amigo que cada vez que analizamos una situación que vive o sufre una persona, me advierte que a toda acción, corresponde una reacción. Todo lo que se hace a favor o en contra de otro, tiene una respuesta. No puedes creer que si tu afectas a un individuo, nada va a ocurrir, me dice. Igual cuando hablamos de acciones o decisiones tomadas por gobernantes. Hay una reacción.

Simple lógica. Entonces, está más que justificado suponer que los normalistas algo hicieron que llevó a los criminales a proceder de esa forma dantesca. Es un homicidio colectivo que debe ser castigado con todo el peso de la ley. Ninguno de los autores debe escaparse de la sanción.

Sin embargo, falta saber el ¿por qué? los jóvenes provocaron esa barbarie de sus asesinos. Es la pregunta que aún no he leído o escuchado se haya respondido en las informaciones que difunden los medios.

Y cuando se deja de contestar una de las preguntas básicas del periodismo, la información es incompleta y despierta dudas. También si se pretende responder con una falacia, con algo que no cuadre con lo ocurrido. Jamás se podría aceptar que los mataron porque no hicieron la tarea, reprobaron determinada materia o por tomar varios camiones.

La toma de camiones no es suficiente como para que alguien decida darle muerte a 43 muchachos, por muy loco que sea el criminal. Tampoco esa versión inicial de que trataban de echarle a perder la fiesta o el acto de campaña a la esposa del ahora ex alcalde de Iguala. Menos que fueron confundidos con integrantes de la banda de Los Rojos, enemigos de Guerreros Unidos, “dueños” de la región. ¿Confundirse con 43 jóvenes de una normal?

Los medios de comunicación también están a prueba ante sucesos sangrientos de esa magnitud. Obligados a realizar su trabajo con absoluta responsabilidad, no imaginar historias. La información que se difunda debe ser precisa, corroborada, verificada. No dejarse seducir por un mero dicho, venga de donde venga, solo porque tiene ingredientes sensacionalistas pero que carece de verdad.

Es un reclamo de los cánones del periodismo responder el ¿por qué? en el caso Ayotzinapa.

Recuerdo la discusión con mi tía Socorro cada vez que coincidíamos en la misma mesa. Para ella el pobre era pobre porque no quería trabajar y porque no estudia. Nunca conseguí que cambiara de opinión. Hoy la realidad la alcanzó, sufre por falta de empleo y se ha sumado a la economía informal, en un mercado sobre ruedas vende chocolates.

Tampoco he cambiado mi argumento. El escenario cada vez es más cruel y hace irrebatible la necesidad de sacudir las instituciones en México, públicas y privadas. No es sólo una o dos las que fallan. Es muy cómodo acusar nada más a la que se tiene cerca o enfrente e ignorar lo que sucede en otras, por conveniencia o intereses opacos. Les corresponde ser un buen ejemplo, porque hasta ahora han sido en muchos casos lo contrario. Esa es quizás la explicación, no la justificación, de que la sociedad contribuya a la descomposición que se vive.

El país paga las consecuencias, se le ha sobreexplotado, el saqueo no tiene límites. Hay que ver nada más como se pelean los políticos posiciones que a la vista parecen estar en bancarrota. Van por lo que resta en entidades endeudadas y conflictivas. En la iniciativa privada, empresas que han llevado a los dueños a las listas de los más ricos del mundo a cambio de un servicio concesionado por el poder, alejado de la calidad o destructor de la naturaleza.

Los medios de comunicación y periodistas tampoco están limpios, quien opine diferente que tire la primera piedra. La ética no es la prioridad. Se asume el papel de juez sin más sustento que el mero dicho, sin investigación de por medio, sin importar lastimar o difamar, sin más justificación que el derecho a opinar. El daño moral es lo de menos. Por eso la pérdida de credibilidad. No hay quien los enjuicie. Si alguien se atreve, avientan por delante las libertades de prensa y expresión.

Debe quedar claro que no se puede ni debe generalizar, hay excepciones numerosas en todos los ámbitos o segmentos de la sociedad, gente que se significa por su rectitud, no todo está echado a perder. Sin embargo, por lo que se ve, el mal es serio y preocupa. El deterioro se ha vuelto cotidiano y crónico. Es tiempo de sacudir y limpiar las instituciones.

Urge actuar en defensa del país. Ya no más “moches”, incumplimientos de ley, “horario” legislativo para no acatar plazos legales, ignorar quejas, desatender obligaciones, complicidades, ocultar irregularidades, minimizar atropellos, engaños, injusticias, corrupción, impunidades, derroche de recursos públicos y promesas incumplidas; impartición de justicia parcial, lenta y dosificada; economía favorable, ganancias y empleos altamente remunerados para los menos.

Eso es lo que ocurre en la parte de arriba de la pirámide social, con los que gobiernan y son dueños dinero, con los que ejercen el poder económico y político. El mal ejemplo. Por eso hay gobernados que en su entorno ignoran o no respetan las reglas de convivencia. Tiran la basura en la vía pública y desatienden el reglamento de tránsito. Hay inconformidad por la falta de empleos, bajos salarios e inseguridad. Se quiere resolver el problema de la delincuencia con más policía y fuerza militar en la calle, cuando la realidad sería distinta si prevaleciera el bienestar. (La Real Academia Española define bienestar como “conjunto de las cosas necesarias para vivir bien”).  Las protestas en aumento.

Así como está el país, resulta incompresible que un servidor se haga pato y prefiera no actuar para prevenir un conflicto ante el riesgo de exponer su empleo e ingreso; peor si esa omisión responde a un “arreglo” e intereses contrarios a la colectividad y la ley.

Ejemplos de ineficiencia e impunidad, abundan; citar a los involucrados por su nombre y apellidos, haría interminable este texto. Tampoco se trata de incurrir en lo mismo que se critica, de acusar sin pruebas. Los hechos están a la vista de todos y cada quien sabe la parte que le toca. Es muy lamentable que conociendo tu defecto, solo mires la paja que hay en el ojo ajeno.

Cuando hablamos de sacudir instituciones y limpiarlas, nadie queda fuera de la valoración, desde la institución presidencial para bajo, en los terrenos público y privado.

Hay que hacerlo para rescatar a la sociedad del escepticismo y desencanto; salvarla de ese futuro pintado de negro por quienes se llenan la boca al ofrecer un mundo mejor que seguimos sin ver.

Mi tía Socorro ya se convenció de que su alegato era raquítico, ahora más sensible y sabia añade que la clave para alcanzar una realidad justa es aplicar y hacer cumplir la ley, a todos. Tiene razón.

Cuando escribe en Facebook que iba a La última sesión de Freud y que después les platicaría, más de uno supuso un trastorno mental. “¿Qué pasó?”, preguntó Gerardo Mares. Aída Ramírez de plano me deseó “¡Suerte!”.

La última sesión de Freud es una obra de teatro que recrea el debate entre dos intelectuales sobre la existencia o no de Dios. Sergo Klainer en el papel del padre del psicoanálisis y Darío T. Pie (La Roña) como S.C. Lewis, egresado de la Universidad de Oxford.

El teatro Helénico estaba lleno. No me pareció que ninguno de los asistentes tuviera alguna alteración mental. Vi a todos educados, atentos, sin perder detalle del esgrima verbal y de los chistes que soltaban los protagonistas en el momento justo para bajarle tensión al tema y hacer reír al público.

Noche de lluvia, como casi todas en las últimas semanas en la ciudad de México. Por un momento supuse que la concurrencia sería mucho menor. Me tocó ver salir la gente de la primera función. Formada, sin empujones, tranquila, ordenada, en espera de que el valet parking trajera su respectivo auto. Yo no llevaba boleto. Había fila para comprar en la taquilla. Todavía alcance un buen lugar cerca del escenario.

¿Todas estas personas vendrán  a ver la obra?, me pregunté al llegar al vestíbulo (lobby). Adultos en su totalidad. Hombres y mujeres. Rostros apacibles. No vi impacientes. Tampoco ansiosos ni estresados.

Y es que por la mañana había leído en El Universal que siete de cada 10 que viven en la ciudad de México sufren estrés. Nadie dio señales de este estrés. Ni antes ni durante la obra ni después. Al salir del teatro, la lluvia seguía. Los previsores con su paraguas y lo demás resignados a la llovizna. Había perdido fuerza la caída del agua. Parecía de esa que sale de un rociador para ropa o cabello. Los comentarios eran sobre la obra y las actuaciones. Voces complacidas y altas calificaciones para los actores.

Eso sí, con el dilema sin ser resuelto: ¿existe o no existe Dios?

Por el comportamiento del público, llegué a la conclusión de que ninguno de los asistentes tenía signos para recomendarle visitar al psiquiatra o al psicólogo. Recordé el titular del periódico. Siete de cada 10 con estrés. Por lo menos ahí esa estadística no cuadraba.

Magistrales las actuaciones de Sergio y Darío.

Su conversación, sus gestos, sus desplazamientos, te atrapan desde el primer momento. Su encuentro sucede cuando Inglaterra decide ingresar a la Segunda Guerra Mundial y de las noticias de la BBC de Londres da cuenta el viejo radio que enciende y apaga Freud.

Es tan real su diálogo y personificación, que Freud (Sergio Klainer) da lástima y tristeza al verlo vomitar sangre por su enfermedad terminal (cáncer en el paladar).

Lewis (Darío T. Pie) hace sentir hasta su tic nervioso en la cara. Un intelectual converso, que había dejado su ateísmo para convertirse en cristiano. Observador con su comentario sobre las imágenes religiosas que en su casa tenía el ateo Freud, supuestamente como decoración. Mi mente que no para me trajo de inmediato la imagen del que tiene en su casa la imagen de la virgen de Guadalupe y se declara “antiguadalupano”.

Los dos personajes se quedan con sus creencias.

Estupendo trabajo de Sergio y Darío.

Tampoco ellos requieren ir al diván, lo que merecen es un largo aplauso, de pie, como el que recibieron del público esa noche.

¿Se negocia en la mesa o con la masa? El secretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong decidió que lo haría con la masa, con los jóvenes del Instituto Politécnico Nacional (IPN). Le pidieron la cabeza de la directora Yoloxóchitl  Bustamante. Él, como lo hizo Pilato ante el pueblo de Judea que aceptó crucificar a Jesús aun a sabiendas que era inocente, cedió ante el reclamo popular. Si fue justo o no, fue lo que menos pareció importar en ese momento.

Con las masas no se juega y tampoco se debe negociar, salvo que se quiera correr el riesgo de entregar a un inocente o ceder a una demanda que sale del marco justo, sin más fin que el lavarse las manos como lo hizo Pilato ante el pueblo de Judea para cuidar su cargo y trayectoria. En este caso, hasta para dar un paso adelante en la carrera por ser inquilino de la residencia oficial de Los Pinos. El efecto mediático fue favorable para el protagonista. Complació a la multitud.

¿Se imaginan lo que hubiera sucedido si en ese encuentro rechaza las pretensiones de la masa? Haría bien el secretario si le da una releída al texto del Premio Nobel de Literatura Elías Canetti, titulado Masa y Poder, para no perder de vista el alcance de las masas, identificar sus límites y el manipuleo a que están expuestas, por dentro y fuera.

La masa politécnica llegó con propuestas concretas, de carácter educativo. El secretario de Gobernación las atendió. Cierto que la sapiencia y la suerte estuvieron de su lado. Se adornó. Salió en mangas de camisa. Sorprendió a los jóvenes que no esperaban verlo. Exigían su presencia igual que otros grupos que han marchado hacia las puertas del edificio de Bucareli. Seguro que daban por hecho que verían a un funcionario de menor rango. Era la práctica y costumbre.

Osorio no solo los sorprendió, se ganó su simpatía, por lo menos de los que estaban abajo del templete, la masa. Eso explica los aplausos. Recibió de mano de los líderes las demandas y ofreció darles puntual respuesta. Les aceptó el día que le fijaron para un nuevo encuentro.

El pliego recibió respuestas favorables. Era lo que quería escuchar la masa, sobre todo la confirmación de la renuncia de Yoloxóchitl. Tarde se dieron cuenta los líderes de que su movimiento estaba prácticamente desactivado. Con lentitud pero alcanzaron a decir que revisarían el documento. La actuación del secretario había complacido de nuevo a la masa.

Sin embargo el problema no está resuelto. Ahora no hay directora ni secretario general del IPN. También renunció Fernando Arrellano. Está descabezada la cúpula politécnica. Sigue el paro. Los estudiantes quieren más (ojalá sea calidad en la educación) y para ello van a negociar con quien debieron hacerlo desde un principio, con Emilio Chuayffet, secretario de Educación Pública. La negociación en la mesa, como corresponde, no con la masa.

Por lo pronto, los jóvenes ya tienen a su favor un documento firmado por Miguel Ángel Osorio Chong. Es un hecho que Chuayffet no debe ni puede complacerlos de la misma manera.

La negociación debe darle al país un IPN que garantice un mejor nivel educativo, egresados con un conocimiento y mentalidad que los haga competitivos en cualquier parte del mundo.

Queda claro que lo más conveniente es negociar en la mesa y no con la masa, porque con la masa hasta los inocentes pueden ser crucificados.

Sin duda, Osorio supo ponerse un paso delante en una carrera que todavía ni siquiera ha llegado a la mitad. Es la percepción que dejó el episodio escolar.

Con la viveza, inocencia y brillo natural en ojos infantiles, a la distancia, mientras jugaba con los soldaditos de plástico color verde y reproducía de manera elemental las batallas de la serie de televisión “Combate” protagonizada por el actor Vic Morrow quien representaba a los norteamericanos y siempre vencía a los alemanes, miraba el grupo de soldados que con machete en mano cortaban el zacate de metro y medio de altura.

Era una tarea periódica que realizaban en colonias periféricas de escasa población en Poza Rica, Veracruz.

Significaba no solo limpiar de maleza esos espacios que hoy están pavimentados y habitados, sino también la eliminación de víboras y alacranes, que nunca supe con certeza si eran venenosos, pero que me provocaban miedo al verlos arrastrarse por mis zonas de juego.

Cada vez que llegaban en un camión y empezaban a bajar con un machete los militares, respiraba tranquilo. Para mis adentros agradecía esa labor y a quien ordenara que se llevará a cabo.

Mi padre me enseñó a tenerles admiración.

Siempre mantuvo una relación cordial con ellos. A mi me hizo apreciar su disciplina, orden, puntualidad, actividad deportiva y acciones para ayudar a la sociedad cuando hay un desastre, el llamado plan DNIII.

El principal enlace de mi progenitor con la milicia era porque escribía para el diario La Opinión, el mejor diario de la zona norte veracruzana, en la sección deportiva. Los soldados practicaban futbol, atletismo, voleibol y basquetbol. Competían en las ligas locales. Actuación sobresaliente. Por eso eran noticia. El comandante del 7º batallón de infantería, a veces general y en otras coronel, procurara que el personal bajo su mando tuviera esa participación.

Respetuosos de las normas deportivas. Nunca les vi excesos de fuerza o prepotencia en el juego. Seguro tenían la instrucción u orden de su jefe de acatar al pie de la letra las reglas. Su deber es obedecer órdenes.

Era tal la afinidad de mi padre con los militares que de manera reiterada platicaba de ellos e incluso me hizo aprender e identificar por sus barras y estrellas metálicas los diferentes grados.

Quizás por mi corta edad era mínimo mi interés por las noticias que difundían los medios de comunicación. Apenas si supe que algo malo había pasado en 1968 en Tlatelolco. Fue hasta la universidad cuando leí el libro La Noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska  y consulté periódicos en la Hemeroteca Nacional, que conocí el atropello y la tragedia estudiantil.

Después, con mi casaca de periodista, aunque no me tocó esa cobertura, la irrupción de los zapatistas que con Marcos a la cabeza le declararon la guerra al gobierno en 1994. Los militares respondieron con la fuerza que les caracteriza y obedeciendo órdenes, hasta que se decretó el alto al fuego y empezó el lento proceso de pacificación. ¿Se acuerdan que el ocurrente y candidato presidencial Vicente Fox decía que en cuestión de minutos arreglaba el conflicto?

Por supuesto, como estudiante, me enteré de las acciones militares en el mundo. La Primera y Segunda Guerra Mundial. Los pleitos en Medio Oriente. Las dictaduras militares, en particular las de América Latina. La Independencia de México y su Revolución. La fortaleza bélica se hacía sentir. Para fortuna de sus habitantes, en la mayoría de las naciones prevalece la paz.

En nuestro país, después de la Revolución, recuerdo la participación del escuadrón 201 en la Segunda Guerra Mundial, el 68 y el episodio zapatista. La acción de las fuerzas armadas, del Ejército y la Marina, se enfocó hacia la tarea social, al auxilio de la sociedad en desastres. Se ganaron el reconocimiento colectivo.

En los términos de la Constitución, también habían venido apoyando a las autoridades civiles cuando eran requeridos, en particular para reforzar la acción en contra del narcotráfico y delincuencia organizada. Intervenciones programadas. A los militares se les veía más seguido en la aplicación del plan DNIII, en los desfiles de septiembre y en sus cuarteles.

Sin embargo, a partir del sexenio de Felipe Calderón, por órdenes del jefe supremo de las fuerzas armadas, que no es otro que el presidente, la tropa salió a las calles, a la “guerra”, porque así la llamaron en un principio desde Los Pinos, para combatir la delincuencia.

El resultado es que la delincuencia no se ha abatido como quisiera la sociedad y hay militares que han incurrido en faltas graves. Ahí está el episodio de los estudiantes del Tecnológico de Monterrey o de la familia humilde que en Tamaulipas sufrió las consecuencias de pasarse, por miedo, un retén. Evidencias de que los militares están entrenados para la guerra.

Los gobiernos panistas, antes deficiencias y corrupción policiaca, optaron por emplear a los militares. Y hasta ahora, como en cualquier parte del mundo, lo que hacen es obedecer órdenes, esencia de su disciplina.

Se combate la violencia con violencia, cuando la inteligencia es la que debería ir por delante. Encontrar los puntos débiles de la delincuencia, como es su financiamiento, para de verdad doblegarla. Además, generar empleos y mejores ingresos para la mayoría de los mexicanos que  viven en la pobreza, porque luego, por su condición económica y necesidades básicas, son tentados a formar parte de los grupos dedicados a delinquir.

Ante lo sucedido en Tlatlaya, donde se presumen excesos, según lo relatado por los medios, aunque resulta extraño que no se ocupen en averiguar con detalle quiénes eran y a qué se dedicaban quienes ahora son vistos como víctimas, es tiempo de evaluar la conveniencia de que las fuerzas armadas regresen a los cuarteles.

No hay que olvidar que el artículo 129 de la Constitución señala que “en tiempos de paz, ninguna autoridad militar puede ejercer más funciones que las que tengan exacta conexión con la disciplina militar”.

La “guerra” de Calderón se acabó con Calderón.

Hay que recobrar la seguridad y tranquilidad, pero con inteligencia, con estrategia, en el marco de la ley.

Begoña Narváez y Rodrigo Cachero o Rodrigo Cachero y Begoña Narváez hacen un protagónico que ni tiempo te dan de respirar cuando los ves actuar. Están de excelencia. Por eso repito sus nombres. Cualquiera de los dos puede ir por delante. Tienen el mismo nivel en la obra Hard Candy que se presenta en el Foro Shakespeare de la colonia Condesa de la ciudad de México.

Celebro que estos dos artistas tengan esa calidad en su trabajo. Con cualidades para plantarse en los mejores escenarios. Cumplen al pie de la letra con esta historia que busca ser una advertencia para quienes acostumbran a conseguir pareja por Internet y Facebook.

Es un mensaje especialmente para los jóvenes. Trata el caso de una escolar de 16 años que cobra venganza contra un adulto sospechoso de haber desaparecido a una menor.

La historia es del escritor americano Brian Nelson. En el 2005 fue llevada al cine por el director británico David Slade.

Adaptada al teatro por Luis Mario Moncada y bajo la conducción de Anilú Pardo y Mario Mandujano.

Te atrapa desde el primer momento, con un intercambio de chats entre los protagonistas ágil, puntual, con una cuidada escritura. La dicción limpia. No hay necesidad de adivinar las palabras. Los diálogos y gesticulación de Rodrigo y Begoña dan vida a los personajes, a la jovencita Hayley y al famoso fotógrafo Jeff, de 35 años de edad.

Estaba con mi esposa en segunda fila. Ella lo primero que observó fue que el telón está desgastado. Al final fue lo que menos le importó. Salió satisfecha y con elogios para los actores.

Yo lo que pensé a propósito del mensaje de la obra, es que ni por error se metería a verla un pederasta y mucho menos si usa alzacuello. Begoña había hecho bien el papel de castradora y Rodrigo se vio real en su martirio en la improvisada plancha quirúrgica.

El escenario es pequeño pero se percibe gigante con las actuaciones de Narváez y Cachero.

Bueno, hasta el detalle técnico de la “cafetera” es de aplaudirles a los productores de Hard Candy.

Toda su vida ciudadana, que no es muy larga, ha votado por la oferta de la izquierda, así es que cuando le pregunté sobre la expresión presidencial que liga la corrupción a nuestra cultura supuse que vendría la inmediata reprobación. No fue así.

Margarita, solo por darle el nombre más repetido en la política del sexenio anterior y garantizar la privacidad de sus datos personales, dedicada a la academia, sostiene de entrada que la corrupción es una práctica universal de diferentes medidas para cada país.

Me dejó sin habla su comentario de que todos roban, pero que lo importante es que roben poquito y hagan bien su trabajo, la obra pública; como diría, en broma o en serio, el alcalde nayarita Hilario Ramírez Villanueva. Una expresión que ahora escuchó con frecuencia, de gente que no milita ni tiene planes de afiliarse a ningún partido.

El anonimato de la interlocutora responde a su petición, respetable, por temor a ser lapidada con calificativos de los mismos grupos con que simpatiza y que se indigestan ante la autocrítica, defecto que contradice su aparente apertura a la diversidad y al disentimiento.

Con la alternancia en el poder en el 2000, muchos soñaron e imaginaron una nueva vida. El fin de los famosos “moches”, el adiós a la corrupción, el cumplimiento a todas y cada una de las leyes por parte de los servidores públicos. Un nuevo México. Había llegado el “cambio”.

Recuerdo a quienes estaban felices con ese “cambio”. Participaron en la caravana del triunfo del candidato con raíces comerciales refresqueras. No había quien los callara cuando estaban en uso de la voz y daban por hecho que venía un mundo distinto, justo. Renegaban de los gobiernos revolucionarios y tricolores.

Eso es lo que les había ofrecido el candidato ganador y se lo creyeron. El desencanto vino pronto. La corrupción no se acabó. Por el contrario, creció. Su “pescador” que había prometido atrapar peces “gordos”, se conformó con charales.

Sobrevivieron las alimañas, tepocatas y víboras prietas. El gobierno del cambio se encariñó con el sistema revolucionario y decidió hacerlo suyo. Le alcanzó para impulsar un segundo y controvertido triunfo de su partido en la presidencia. Sumaron doce años con saldo desfavorable.

La corrupción, como el remate de viejo anuncio, como si nada. La Secretaría de la Función Pública sin conseguir el objetivo deseado por la sociedad. También hay que decir que ningún estado o entidad, independientemente del partido gobernante, ha conseguido erradicarla o reducirla a su mínima expresión.

De acuerdo con Transparencia Internacional y su “Percepción de Corrupción 2013” México ocupa el lugar 106 de 177 países. Uruguay es la nación mejor colocada de América Latina en el lugar 19, seguida de Chile en el 22. La diferencia es significativa y ruboriza.

El Índice Nacional de Corrupción y Buen Gobierno (cifras del 2010) tiene peor ubicados al Distrito Federal, estado de México, Guerrero, Oaxaca e Hidalgo. En contraste, con menos problemas de ese tipo, Baja California Sur, Durango, Nayarit, Aguascalientes y Yucatán.

Resulta demasiado decir que la corrupción es parte de nuestra cultura, porque no domina o prevalece en todos los grupos de la sociedad, pero sin duda tiene las características de una subcultura enraizada. Por eso es entendible el criterio de Margarita y mucho mexicanos más que aceptan que “roben poquito” pero que hagan bien su trabajo.

Para Margarita lo peor es que “roben poquito y hagan mal la obra pública”

Lo deseable es que no haya cultura ni subcultura de la corrupción.

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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