Hay un ambiente crispado en la sociedad mexicana, en la política nacional, en la actividad cotidiana. Permea desde arriba hasta abajo, demasiados insultos y acusaciones, descalificaciones.
Así como millones de mexicanos se hartaron de gobiernos incumplidos y llevaron al poder a una nueva fuerza política, también puede suceder que se cansen de tanta violencia, desconfianza y mentiras.
Dan mal ejemplo los políticos, se han especializado en el toma y daca, no se dan descanso.
Quienes tienen el poder tratan de cobrarse cuentas pendientes con la bandera de limpiar la administración pública y acabar con la corrupción; investigan para recabar pruebas.
Los que perdieron ese poder por incumplimiento, ineficiencia y enriquecimiento, resisten persecución y cuestionan cuando pueden. Hay quienes prefieren agazaparse, no asomar la cabeza para que no se las vayan a cortar, aunque no dejan de lanzar piedras.
El país tiene demasiadas heridas. En vez de ocuparse en cicatrizar las que ya existen, aumentan su número, aparentemente sin importar el daño que se le hace a México y a sus habitantes.
Nadie quiere vivir en el pleito, provoca demasiados riesgos. Ambiente enrarecido. Se generan resentimientos que con mucha dificultad pueden superarse. Es el camino equivocado, al precipicio.
En esas condiciones, van en caída libre las dos partes, parecen no percatarse.
Cada lado cree que va a deshacerse del otro, sin advertir que van a la destrucción total, de ambos.
Es la lucha entre los que tienen el poder y los que lo añoran. Solo ven por sus intereses, la gente no están en sus prioridades. Pregonan preocuparse por la sociedad y la lastiman, la dañan.
La sociedad, al ver que los de arriba se desentienden de la estricta aplicación de la ley, impartición de justicia y no garantizan la seguridad, replica conductas incorrectas, como si fuera válido hacer lo que le pegue la gana, al fin que prevalece la impunidad.
Triste y peligroso panorama. Hay incertidumbre. La confianza está disminuida. Cada quien quiere salirse con la suya, de la marera que sea. Cada uno con su verdad y sus propios datos.
Por eso recordamos el episodio histórico de “El abrazo de Acatempan”, en 1821, el abrazo, la reconciliación entre Agustín de Iturbide, jefe del ejército del virreinato, y Vicente Guerrero al frente de las fuerzas que luchaban por la independencia. Llegaron a la conclusión de que México era primero.
Hoy hace falta un “abrazo de Acatempan”.
Falta "El abrazo de Acatempan"
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