En “Aeroplanos” hay momentos en que el diálogo entre Ignacio López Tarso (Paco) y Manuel “El Loco” Valdés (Cristo) resulta insulso. Sin sabor ni emoción. La obra se va cayendo y termina por estrellarse.
No es culpa de López Tarso ni de “El Loco”. El primero como actor y el segundo en su calidad de comediante son demasiado artistas para esa obra del argentino Carlos Gorostiza.
Este “aeroplano”, como otros en la vida real, se pierde en el camino, no llega a su destino. Quizás, por eso, al final, el público lo que aplaude es la trayectoria de los dos protagonistas, no el resultado de la obra. La ovación sonora y larga en el teatro Libanés pero sin que nadie se levante de su asiento.
López Tarso, con sus 89 años de edad, demuestra en el escenario que todavía tiene un vigor para mucho mejores historias. Canta y baila. El paso del tiempo no le ha hecho ninguna mella a su dicción. Cuida su desplazamiento y es pulcro en cada uno de sus gestos. Su lenguaje corporal derrocha talento.
Manuel “El Loco” Valdés porta una gracia natural, ocurrente y divertido, como siempre. Sus 83 años de edad no lo han agotado ni desgastado para actuar y hacer reír. Su ánimo intacto.
Los dos son maestros, cada uno en lo suyo. La gente los quiere. Todavía tienen energía para dar. Entonces que no se les desperdicie con historias a las que les falta riqueza en sus diálogos y eficacia al llevarlas a escena.
El tema de Gorostiza es acertado. El recuento de la vida de dos señores de la tercera edad. Sus recuerdos, triunfos, afectos y defectos. En el desarrollo es donde se pierde la obra. La dirección de Salvador Garcini desaprovecha a las dos figuras.
En vez de hacer un aterrizaje perfecto, el “aeroplano” se estrella.
Locuras de López Tarso y Valdés
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