Como todas las mañanas leí su columna Dimes y Diretes en el diario El Universal y ese día, desde la primera línea, quedé paralizado, por poco se me cae la taza con café.
Había errores ortográficos, perdí la cuenta cuando ya había sumado más de 20.
¿Qué pasó?
Lo declaré inocente de inmediato, no tenía la menor duda de que era ajeno a ese desconocimiento del lenguaje.
Leopoldo Meraz fue un periodista de espectáculos respetado, con una cultura de la que había que aprender. Escribía de artistas, sabía de canto, actuación, cine, teatro, opera, música clásica, pintura, escultura, deportes, televisión, radio. Verdadero experto. Se denominaba Fabricante de Estrellas y lo era, sus calificaciones o valoraciones eran tomadas en cuenta por productores, directores y empresarios. Le gustaba leer, no solo notas de espectáculos. Aficionado a la literatura. Tenía predilección por la novela. Enterado de la política y los políticos.
Dos de sus amigos, un cantautor y un millonario empresario, Juan Gabriel y Emilio Azcárraga Milmo “El Tigre”. Con ambos viajó en su respectivo avión, en compañía de otros periodistas, grupo reducido. Con el cantante de Ciudad Juárez fue a su casa de la frontera norte, en suelo estadounidense, en invierno. Hacía tanto frío, caía nieve, no iba preparado para muy bajas temperaturas, que del anfitrión recibió de regalo un abrigo. Con Azcárraga fue a Miami, me platicó las ventajas de viajar con un personaje que no tenía límites en sus gastos personales. Regresó encantado de las travesías.
Coincidíamos regularmente en la redacción y platicábamos de diversos temas. Lo dejaba hablar, él era el maestro.
Terminé de leer su columna, con más errores que aciertos ortográficos. Observé que estaba fechada en Acapulco. Había asistido al festival de cine internacional. Supuse que dictó por teléfono su columna y que quien le tomó el dictado era culpable de las fallas. Descarté que lo hubiera hecho un reportero de la sección de espectáculos, porque nunca hubiera contratado a nadie con ese defecto. Leopoldo Meraz era el editor de dicha sección.
En ese entonces, en el Gran Diario de México, ya había computadoras pero todavía no se usaba el correo electrónico. De haber existido, por supuesto que esto nunca le hubiera pasado al Reportero Cor.
Por la tarde, lo vi llegar a la redacción, con su imponente figura, era alto y se percibía fuerte. Su mirada recorrió todos los asientos. Estaba buscando al autor de los errores ortográficos.
Apenas lo descubrió y desde la puerta empezó a reclamarle, con la voz sonora que le caracterizaba. Se trataba de un jovencito de reciente ingreso al periódico, para hacer la función de auxiliar de redacción. El muchacho optó por aguantar la reprimenda, se quedó callado, con la vista clavada en la pantalla de la computadora, sabedor de que era culpable. Después de esa tarde, no lo volví a ver, le dieron las gracias por sus “servicios”.
Lo que no se me olvida de lo que dijo Leopoldo fue: “yo fui el que quedó como un pendejo”.
Ni por un momento pensé en intervenir en esa escena, Cor estaba enojado y tenía razón.
Ya después del álgido pasaje, con los ánimos en paz, le comenté: “quienes lo conocemos sabemos que usted no cometió esos errores”.
-¿Y el qué me leyó por primera vez? –reviró sonriente.
Cor falleció en noviembre de 2004 y hoy lo recuerdo con respeto y admiración.
El que fabricaba estrellas
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