El mezcal era la bebida en la casa de la abuela. En comidas y cenas familiares, en tertulias con amigos. Nadie le hacía gestos al líquido transparente y mucho menos lo rechazaba. Una o dos copas antes de pasar a la mesa.
La abuela siempre se esmeraba para tener en la alacena un par de botellas. Una más la guardaba en su recamara, para garantizar el abasto. No es que fuera bebedora social y mucho menos partidaria de las borracheras.
Jamás pecó de exceso en el consumo, siempre conservó el equilibrio. Lo compraba para sus amistades. Tenía un proveedor oaxaqueño que mes a mes le entregaba dos botellas, directamente desde el estado que vio nacer al Benemérito de las Américas. Las botellas no tenían marca, tampoco información sobre el grado de alcohol. Calidad artesanal. Limón y sal para acompañarlo, para quien así lo quisiera.
La oriundez oaxaqueña de la abuela, de un pueblo llamado Zimatlán, era quizás una de las explicaciones de porqué la predilección por el mezcal.
Cuando llegaba a tomarse tres copas, se justificaba con el ancestral dicho: “una no es ninguna, dos es la mitad de una, tres apenas una”.
Degustaba.
En ese entonces, en los ochentas, el mezcal estaba muy lejos de ser una bebida de moda. Recuerdo que su precio era económico, accesible. Si por ese tiempo el tequila era mal visto, desairado, el mezcal parecía destinado para los olvidados y miserables. ¿Eso qué es? ¿A qué sabe? ¿De dónde es?, preguntas que se repetían en estratos sociales urbanizados. El mezcal era un producto menospreciado y desconocido para las mayorías.
La abuela tenía un vecino amigo que vivía solo, educado y respetuoso, en la Ciudad de México. Lo conoció en la iglesia. Ella iba todos los días a misa y, Sixto, así se llama el personaje, era el sacristán.
Sixto visitaba la casa por lo menos cada 15 días. Le hacía los honores al mezcal. Tomaba hasta ver la botella vacía.
Rondaba los 40 años de edad, era de tez morena, risueño, 1.75 metros de estatura, con abdomen pronunciado, sin desfigurar su robustez. Carcajada contagiosa. Vivía de las limosnas, de lo que le pagaba el párroco.
En una ocasión que se prolongó la conversación, se tomó dos botellas, dos litros. Y como si nada.
Desde esa vez la abuela restringió el aprovisionamiento y nunca cedió a la insistencia cordial del invitado. Cuidaba sus centavos, su pensión. No volvió a sacar una segunda botella.
Jamás vi a Sixto caerse, trastabillar o quedarse dormido, tampoco proferir alguna grosería o mínimamente que la lengua se le trabara. Por el contrario, derrochaba fluidez y temario.
¿Cuál era su secreto?
¿Por qué aguantaba beber tanto mezcal?
Al día siguiente con un semblante fresco y vigoroso, como si hubiera tomado agua de Jamaica, leche o cualquier bebida energética.
30 años después me entero que el mezcal artesanal, con 54 grados de alcohol, tiene hasta propiedades curativas
Pasa de largo, no provoca arrepentimiento.
El escritor Rocato Bablot, experto mezcalero, sabe de lo que habla. Maestro para escribir y tomar mezcal.
Especialista de las letras y el agave.
Su nuevo libro tiene 100 páginas dedicadas al mezcal, literatura e información sobre el producto.
Para él no hay mejor mezcal que el artesanal, transparente y con 54 grados de alcohol.
Explica y aclara que no se debe beber de un solo trago la copa. Hay que degustar el mezcal, tomarlo poco a poco.
Primero olerlo, después ingerir una pequeña cantidad, degustarlo a partir del segundo o tercer sorbo.
Jura que tiene cualidades afrodisíacas.
“Sana muchas cosas como la gripe, el mal de amores, las calenturas, los sustos, la viruela, el sarampión…Da potencia en la cama…”, afirmaciones de su texto.
El título del libro deja la impresión de ser la síntesis o conclusión de su experiencia con la bebida:
“Todos los caminos conducen al mezcal”.
El forro es de cartón, cosido a mano. La portada una variedad de imágenes, diferentes en cada ejemplar.
Para la presentación del libro, no podía faltar la copa de mezcal en la mesa, cortesía de la Pulquería Insurgentes.
Rocato Bablot va por el camino de la literatura. Sixto, el sacristán, por el camino de la religión.
Senderos distintos con destino idéntico.
Lo dice el nombre de la obra:
“Todos los caminos conducen al mezcal”.
Rocato y Sixto, mezcaleros
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