En pleno verano el ventilador, de esos de piso, que por su forma y ruido que hacen, parece turbina de avión, dejó de funcionar. Doña Rosa, cincuentona, canosa prematura, vigorosa, simpática pero de pocas pulgas, entró en crisis. En parte era su culpa. Por pereza, no se levantaba de la cama para desconectarlo. Estiraba el brazo y jalaba el cordón. La maniobra repetida tantas veces terminó por romperle una “patita” al enchufe interno del aparato.
Vive en la colonia Nápoles de la Ciudad de México desde hace una docena de años. Y está acostumbrada a utilizar los servicios más próximos, aunque a veces no sea lo óptimo ni lo mejor.
Decidió llevar su ventilador al servicio de reparaciones electrodomésticas de la calle Pensilvania, casi esquina con Rochester. Estaba ilusionada. Suponía que su ventilador sería arreglado en 24 horas, de un día para otro. Daba por hecho que solo una noche sufriría calor. Error de cálculo. El técnico le anticipó que la reparación le tomaría tres días. Un exceso para Doña Rosa, sobre todo porque nada más había que reemplazar una pieza, el contacto roto del ventilador.
-Hay que buscar la pieza- comentario del técnico.
Aceptó, resignada, no sin antes hacer una mueca de disgusto.
Regresó a casa, a sufrir el calor tres noches.
Al tercer día, emocionada, acudió al taller. Efectivamente, el ventilador estaba listo. El empleado lo conectó, las aspas giraron con gran velocidad y la potencia del aire suficiente para calmar el calor. Volvió a casa con una sonrisa. Podía cargarlo porque estaba hecho de plástico, ligero. Sin embargo, en su domicilio ya no funcionó. Obvio, enfureció. Fue a reclamar de inmediato. Le ofrecieron repararlo. Pasaron los días. Cuando de nuevo le avisaron que estaba resuelto el problema, las aspas apenas giraban.
Más de 20 días y seguía igual. Ahora la excusa del técnico era el motor, “no funciona, hay que cambiarlo”.
-Oiga, yo lo traje para que le cambiaran un enchufe, usted vio que era la única falla- reclamo airada.
-Vamos a buscar el motor- insistió el técnico.
Para no entrar en pleito verbal, procuró la paciencia y la tolerancia.
Un mes después, el taller decidió regresarle el pago. Nunca pudieron arreglarle el ventilador. Incluso, se lo dieron con las dos patas del enchufe rotas, inservible.
A Doña Rosa no le quedó otra que darle su ventilador al camión de la basura.
Para su fortuna, a la primera amiga que le platicó su experiencia, le prestó un ventilador.
Además, para su mayor tranquilidad, las lluvias vespertinas en la Ciudad de México, a partir del mes de julio, se han vuelto frecuentes, refrescantes.
Doña Rosa comprobó que el servicio de reparaciones electrodomésticas próximo o cercano, no siempre es el mejor y mucho menos recomendable. Platica su historia para que tu que la lees, lo pienses dos veces antes de ir sitio visitado por ella.
El ventilador de la Nápoles
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