El bulo no es nuevo en el mundo periodístico. Puede dañar a la comunidad o a una persona. De entrada, en lo psicológico o hasta terminar con la vida de un individuo. No es un asunto meramente frívolo, ligero. Sorprende que el director de un medio minimice el tema o que el conductor de noticias o reportero opte por lavarse las manos y culpar a la fuente de información.
Te invito a la reflexión con una historia que me consta, de la que fui testigo, pero antes recordaré el episodio protagonizado el 30 de octubre de 1938 por el famoso Orson Welles, cuando aterrorizó en los Estados Unidos con la transmisión radiofónica de una supuesta invasión marciana.
Lo que hizo el actor, director y productor de cine fue reproducir “La Guerra de los Mundos”, del británico H. G. Welles. El guión tenía 40 años de antigüedad. Orson lo adaptó y difundió como si fuera un suceso del momento, como si fuera real. Por supuesto que hubo gente que se espantó. Otra optó por averiguar, llamar a la estación de radio, para saber si era real la invasión marciana. Histórico ejemplo de la trascendencia de los medios. Orson no repitió el experimento. Seguro se dio cuenta del peligro.
En el terremoto de 1985 en la Ciudad de México, era un jovencito, apenas acaba de terminar la carrera en la escuela de Periodismo Carlos Septién García. Trabajaba en Imevisión, en lo que hoy es TV Azteca. En ese entonces, Joaquín López Dóriga, el director de noticias. Enterados de que el epicentro había sido frente a las costas de Guerrero, en Acapulco. La orden fue viajar de inmediato al puerto. Sin oportunidad de ir a casa por maleta. Del Ajusco, en motocicleta, me llevaron al aeropuerto. Igual al camarógrafo y su ayudante.
Iba sin pensar en el peligro. Lo importante: estar en el lugar de los hechos y enviar la información. Afortunadamente no había pasado nada en Acapulco. Pronto regresé a la Ciudad de México. Vinieron las guardias, en el día o por la noche, en diferentes lugares afectados, entre ellos Tlatelolco y el Centro Histórico. La orden, estar muy pendiente del rescate de sobrevivientes.
Me tocó el caso del popular “Monchito”, el supuesto niño de 12 años enterrado bajo los escombros de un inmueble. Nunca hice una sola nota de “Monchito” para la televisión. No me constaba que estuviera bajo tierra y mucho menos vivo. Había compañeros de medios impresos, sobre todo, que difundían la existencia del menor y lo que se hacía para rescatarlo.
El día que una tarde leí la entrevista “exclusiva” en un diario vespertino (de la casa periodística más importante de ese tiempo) con “Monchito”, daba por hecho que mis días en la televisora estaban contados. Veía venir el reclamo de los jefes por “perder la nota”. Me preparé para argumentar que no me constaba que estuviera vivo. Nunca me llamaron a cuentas. “Monchito” nunca existió. Fue un invento mediático. El colmo es que un diarista había logrado entrevistarlo. Hasta donde se, de su mismo periódico nació la versión infundada, que otros siguieron por tratarse de dicho medio y no querían “perder” la nota.
En la escuela me enseñaron que la información hay que confirmarla con diferentes fuentes, antes de difundirla.
Lamentablemente, en la actualidad, “por ganar la nota”, hay medios (incluye redes sociales) que incurren en imprecisiones, actitudes antitéticas y falta de rigor periodístico. Y no solo con el caso de Frida Sofía, que tampoco existió, sino en diversidad de asuntos, sin medir consecuencias. Ojalá nunca haya que lamentar pérdida de vidas por un demoledor bulo.
El Periodismo de "Monchito"
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