Se ha crispado tanto el ambiente nacional que hoy he decidido contarles algo distinto, grato, positivo, sobre animales que se adaptan a la realidad que les rodea y siguen su mundo; ajenos a preocupaciones humanas, pandémicas y económicas, al menos es lo que parece:
Alegre saltaba de un cable a otro, muy delgados y separados unos 10 ó 15 centímetros, descendía la ardilla, parecía deslizarse como el mejor esquiador de nieve en el mundo, aunque sin bastones, ni casco ni botas ni ropa especial, sin más chasis que su propia piel y pelambre.
Bajaba de la punta de una chimenea de casa antigua de más de 60 años en la colonia Nápoles, alcaldía Benito Juárez de la ciudad de México; atravesaba la calle. Un cable era insuficiente para mantener el equilibrio, usaba los dos, daba pequeños saltos. Sus garras en lugar de esquíes. Imagen divertida por su habilidad y agilidad, equilibrista natural.
Al aterrizar en la maraña de cables de distintos grosores, las arterias que abastecen de energía los hogares, que van de calle en calle, la vi acelerar el paso y pronto mi vista la perdió.
Estaba de regreso la ardilla, por semanas y meses desaparecida en tiempos de pandemia, ausente, suponía muerta. Para ser optimista, quería creer que había cambiado de domicilio, sin avisarle al Instituto Nacional Electoral (INE).
No, no se había ido al cielo, reapareció acompañada, con pareja. Parecían juguetear en los cables, movían sus colas estilizadas y esponjadas; intercambiaban miradas, sus diminutos ojos negros como canicas abrillantadas.
Por supuesto que ninguna institución ecológica y mucho menos judicial investigadora estaba preocupada por la desaparición de la ardilla. Nadie se ocupó en averiguar su paradero.
Por el crecimiento urbano en la CDMX, las ardillas ya no únicamente utilizan árboles para desplazarse de un sitio a otro. Ahora cuentan con cableado de la Comisión Federal de Electricidad, de las compañías telefónicas y de empresas televisivas, como si fuera su segundo piso, sin tener que adquirir el llamado TAG conocido por automovilistas o pagar por transitarlo.
Observé que las ardillas de esta historia tienen como refugio la chimenea de vetusta casa de dos niveles y el gigantesco pino que hay en el jardín. No estoy seguro de que ahí se queden a dormir. Las he visto durante el día, comparten el espacio con algunas palomas.
Avanzan despreocupadas, nadie las molesta en las alturas, tienen la exclusividad de la autopista cablera. Protegidas por su propia naturaleza, no están obligadas a usar cubre bocas ni guardar sana distancia al salir a la calle. Hasta donde sé, no corren ningún peligro de contagio Covid ni necesitan escuchar todos los días noticias para saber si ya fue aplanada la pandemia. Para ellas no hay confinamiento.
Graciosas, escurridizas, tienen ganada la simpatía humana, de todas las edades.
La ardilla ha regresado, feliz con su pareja.
El regreso de la ardilla
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