Parecía haber leído mi mente al descender y posarse en el ralo pasto. Por días lo había buscado para agradecerle su canto de todas las mañanas, justo cuando empieza a clarear, en el crepúsculo. De pico amarillo y plumaje gris con mancha marrón, una combinación de gorrión y mirlo. Bajó del frondoso y alto pino, seguido de sus coros, cuatro tortolitas.
Altivo, con el pico levantado, daba diminutos brincos y exhibía su mejor perfil a la cámara telefónica. Se estaba luciendo, porte de estrella, orgullo y osado, sin temor al intruso que le observaba y fotografiaba.
Su sonido agudo es de cuatro movimientos, repetidos cada tres segundos. Sincronía y armonía. Melodioso y acompañado por el piar de las otras aves color canela. Un quinteto emplumado, una expresión de la naturaleza en la selva de concreto, donde lo cotidiano es la contaminación, el tráfico, los accidentes, la inseguridad, el ulular de ambulancias y patrullas.
En esa maraña de la ciudad de México escuchar el canto de los pájaros es un privilegio, las notas que entran por la ventana abierta y llegan a los oídos para despertar sin sobresaltos como sucede cuando se programa y suena el despertador. El sonido musical es natural y puntual, a partir de las seis de la mañana. El canto termina una vez que el sol despliega sus rayos.
No es casual su presencia cotidiana, hay una empleada doméstica que los abastece regularmente de alimento, en una esquina de la calle, sobre la banqueta. Aterrizan en parvada gorriones, tortolitas y palomas. Se refugian y duermen en los árboles que todavía conserva la urbe.
Es tal el ajetreo, las ocupaciones, el trabajo, la escuela, la rutina veloz de cada día, el ruido de los autos, que muchos ni se percatan del sonido de las aves en calles y colonias de la zona metropolitana. Hay que detenerse un momento para apreciarlo y disfrutarlo.
A mi me toca despertar con esa música. Una delicia. Por eso salí a buscar al cantor entre las ramas del pino, para darle la gracias. Como si adivinara mis intenciones, bajó con sus coristas al césped. Se comportó como todo un artista, sin rehuir al reconocimiento. Poses en distintos ángulos, de frente, de perfil y por atrás. Feliz de su éxito. Cuando el espectador dejó de fotografiarlo, emprendió el vuelo seguido de las tortolitas.
El gorrión y sus coros
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