“¡Eres un tipazo!, neto, fresco, natural, sin tirar mala onda, ves las cosas chidas”, rosario inesperado de calificativos que lanzó un aficionado a la lectura, para halagar el ego de cualquiera. Rogelio Flores apenas si esbozo una sonrisa. Era el protagonista de la noche, cuarentón, con la barba encanecida, ganador del Premio Lipp de novela 2015.
Una estampa de Papá Noel, bonachón, cordial, pausado, es la primera impresión que recibí de su figura. Buena persona. No me había equivocado, más de uno de los asistentes a la presentación de su libro Un millón de gusanos había elogiado su personalidad.
“…lenguaje lúdico y desenfadado que construye un relato donde el personaje principal deambula por las calles de la ciudad de México en busca de sí mismo, de esta forma el autor devela un cuadro fresco y espontáneo de la vida de los jóvenes de la capital en la década de los noventa…” es la descripción del jurado presidido por Xavier Velasco, que le otorgó el premio.
Me tomó dos noches leerlo, 203 páginas, ameno, relajante, divertido, dramático, con rasgos tristes pero sin provocar el llanto, por lo menos en mi caso, aunque Iliana Vargas, una de las presentadoras, confesó haber derramado lágrimas. La historia es seductora, hilvana canciones, poesía, artistas, lugares, películas nacionales e internacionales; procura ser preciso en las citas y nombres. Se equivoca al escribir el nombre de uno de los municipios de Tabasco, porque nada tiene que ver con el aparato reproductor masculino. Quizás quería referirse al rancho de un personaje de la política; en nada afecta el relato, es lo de menos.
Román, la figura principal de la novela, vive dos amores, sus grandes amores, su hermano gemelo Rubén quien muere a consecuencia de una peritonitis y su novia Berenice que la pierde por celos y cuando la descubre besándose con un pretendiente ocasional.
-¿De dónde viene el título Un millón de gusanos? - la pregunta para el escritor.
Recuerda a su abuela con el dicho que debe ser de todas las abuelas, que da por hecho que una vez enterrado, muerto, el cuerpo es devorado por un sinnúmero de gusanos. Rogelio le puso un millón.
Y hay tres momentos que adquieren importancia, uno cuando Román, siendo niño, en el kínder, en el festival anual, se disfraza y se convierte en la cabeza del gusano que sale al patio a danzar con la canción de Cri-Cri para darle gusto a los padres de familia; dos, al imaginar que esas larvas se han comido a su hermano y, tres, al recordar la canción del grupo Fobia “Dios bendiga a los gusanos”, porque al alimentarse de la carne humana y dejar al individuo en huesos, “limpian” sus culpas y pecados.
Diría que es una historia de amor mortuorio y desafortunado, relatada con tino para cautivar al lector.
Mortuorio porque Román es acompañado en sus aventuras por la sombra y consejo de su hermano gemelo fallecido; desafortunado porque no consigue recuperar a su novia Berenice.
Una novela del escritor Rogelio Flores con reconocimiento merecido.
Los gusanos de Rogelio
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