Cuando vi en la sala de cine, una vez que acabó la película, encenderse al mismo tiempo 15 teléfonos celulares, me imaginé de inmediato la oscuridad de una selva iluminada por luciérnagas gigantes y planas.
La luz que salía de las pantallas de esos aparatos delineaban y daban vida a las sombras de sus dueños.
Se apagaron después de unos segundos. Fuera de la sala, ya todos habían guardado su celular.
Me quedé impactado por la repentina luminosidad colectiva. Fosforescencia que también me hizo recordar las parpadeantes luces del árbol navideño, un color azulado.
Un expresión de ansiedad, usuarios poseídos o dominados por el espíritu electrónico, ávidos por conocer las novedades de sus mensajes.
¿Por qué esa desesperación por ver el teléfono?, me pregunté.
¿Por alguna emergencia?
¿Por alguna llamada que esperaban?
¿Por moderna costumbre?
¿El aviso de una herencia?.
Me pareció que la urgencia no era el caso de ninguno de los asistentes, porque abandonaron ese sitio oscuro en tranquilidad, rostros conmovidos por la película de Anthony Hopkins, “En la mente del asesino”.
Un buen filme, nada extraordinario, sin las cualidades que exige un Premio Óscar. El tema de la eutanasia en su esencia, con un enfoque distinto, con la garantía protagónica del actor galés estadounidense.
Digna de verse y disfrutarla.
Los cinéfilos se retiraron con el comentario favorable.
Sin percatarse ni darle importancia al hecho de encender de manera súbita su teléfono, después de haberlo dejado de ver dos horas, el promedio que dura la exhibición de una película y los anuncios. Una actitud que ya se volvió normal para los seres mortales.
Seguro que hay muchos, en México y en el mundo, poseídos por ese aparato, que se angustian y extrañan cuando dejan de mirarlo.
Por lo visto todavía hay quienes pueden resistir 120 minutos sin tocarlo o mirarlo.
Lo peor, es cuando ni el mismo Anthony Hopkins, con su espléndida actuación, es capaz de lograr que dejes un rato el teléfono.
En la misma sala de cine, un individuo sentando en primera fila, durante todo el tiempo que duró la película, se la pasó con la mirada clavada en la pantalla de su teléfono.
Por supuesto que nada le importó deslumbrar con la luz azulada a los que tenía cerca, al lado o atrás.
Nuevas costumbres de la sociedad.
Poseídos por el celular
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