Cuando veo cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) de que en México hay más de siete millones de jóvenes de 16 a 29 años de edad que no estudian ni trabajan y que según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) solo ocho de cada 100 escolares concluyen una carrera, surgen interrogantes sin respuesta inmediata.
¿Qué va a pasar con esos siete millones de mexicanos? ¿A qué se van a dedicar para sobrevivir? ¿Se casarán? ¿Vivirán en unión libre? ¿Tendrán un lugar donde vivir? ¿De dónde saldrán los ingresos para la manutención, para que no falten las tortillas y frijoles en la mesa, por lo menos? ¿Con qué van a comprar su ropa y sus zapatos? ¿Tendrán hijos y podrán enviarlos a la escuela? ¿Son mexicanos de generación o generaciones perdidas?
México también carga con más de cinco millones de analfabetas, estadística del Instituto Nacional para la Evaluación Educativa y aparece siempre entre los últimos lugares cuando participa en el Programa para la Evaluación Internacional de los Alumnos (PISA).
Sin embargo, el pesimismo y el desaliento no deben ser opción, ya hay acciones y estrategias que se tendrán que mejorar para enfrentar esos retos educativos. Sería ideal que se alcanzara niveles de Japón, Singapur, Alemania, Dinamarca o Finlandia. “Sueño imposible”, como dice el título de una canción.
La realidad mexicana es distinta y cómoda para quienes en la opulencia deciden dejarle toda la responsabilidad a la autoridad. Es cierto que hay un presupuesto para la educación, un recurso que tiene su origen en la misma sociedad, vía pago de impuestos; nada más que empujar el país hacia escenarios óptimos, requiere esfuerzo compartido, suma de voluntades.
Desde el hogar, desde la trinchera de cada uno.
Cuando veo el hijo (20 años) de mi amiga Claudia negarse a estudiar y trabajar, renuente a colaborar con las tareas domésticas, dedicado de lleno a los mensajes telefónicos y a su computadora, a los juegos, a la diversión electrónica, digo que no puede ser culpa del gobierno. Algo falló o falla en la educación familiar.
No ha concluido la educación media, su preparatoria. La falta de recursos no ha sido el problema. Tampoco son excusa la corrupción, impunidad e injustica que dominan círculos oficiales. Inaceptable que pretenda justificar su comportamiento improductivo porque hay gobernantes que no cumplen con darle a la nación calidad de vida y se carece de oportunidades con recompensas justas.
¿Qué va a pasar con ese muchacho?
Cada quien debe de asumir su responsabilidad.
Se ha puesto fin al caciquismo magisterial y se ha conseguido la evaluación de la mayoría de los profesores. Sigue la eliminación de vicios, como el pago a líderes o delegados “comisionados” del sindicato y la coordinadora.
Esa imagen de profesores que se ausentan de aulas para participar en marchas, no ha ayudado, muchos menos la de quienes han recurrido a la violencia y cierres de carretera para expresar su inconformidad.
Si ahora el plan es elevar la calidad educativa, también corresponde apoyar a los profesores, capacitarlos y garantizarles un ingreso decoroso, perfeccionar su aprendizaje para que su enseñanza y ellos sean orgullo de la sociedad, ejemplo a seguir.
Mi amiga Claudia está decidida a convencer a su hijo de reanudar su estudio y espera que la Secretaría de Educación Pública (SEP) cumpla su parte de darle a México la escolaridad que se merece.
Urge educación de calidad
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