Los debates inclinarán la balanza a favor o en contra de quienes compiten por la presidencia en México.

Como nunca antes marcarán la diferencia en el proceso electoral. Es la oportunidad de los que van en segundo o tercer lugar en las encuestas para darle alcance al puntero.

Por primera vez estarán los candidatos presidenciales en el mismo foro, al mismo tiempo, para medir capacidades. No será exactamente un campo de beisbol como pudiera imaginarlo ya saben quien, donde pueda pegar home run o cuadrangular, blanquear al adversario, colgarle nueve ceros, poncharlo con su bola rápida, pero sí un ring o cuadrilátero, propio para una batalla sin consideraciones. Puede ser de todos contra todos o la mayoría contra el que va adelante.

Se van a dar con todo. Una vez que suban al ring, recurrirán a todas las artes pugilísticas en pos no del cinturón del campeón, sino de la silla presidencial.

Quienes van en segundo y tercer lugar están obligados a subir al ring y hacer su mejor papel, dar sus mejores golpes, noquear o ganar por puntos de manera unánime. La estrategia del puntero puede ser esquivar los guantes de los adversarios, correr y no exponerse. Creer que esa manera lograría mantener el marcador a su favor. Sin embargo, podría equivocarse, correría el riesgo de perder seguidores que esperan verlo que luzca como presume.

El segundo y tercer lugar tampoco pueden ni deben subir al ring con medianías o tibiezas. Tendrán que llegar al debate con su mejor preparación y decididos a ganar. El empate no les sirve.

Por eso la importancia de los tres debates programados por el Instituto Nacional Electoral (INE). Sobre todo el primero. Quien lo gane es muy probable que repita la dosis en los siguientes. Es la oportunidad para que cambien las preferencias en las encuestas o se mantengan.

El momento ideal paga ganarse el voto de los electores, de los indecisos que hacen mayoría y esperan una señal, clara, cualitativa, para decidir a qué candidato apoyar el 1 de julio.

Quien pegue primero y noqueé, sumará simpatías entre los electores. Deberá probar en el ring que tiene los mejores proyectos para México, que cuenta con experiencia, que no le da vueltas a los temas de la corrupción, impunidad e inseguridad. Hablar con la verdad para hacer frente a cualquier acusación, ser congruente. Transparentarse. Quien mienta, evada o rehúya la temática medular, recibirá calificación negativa de los jueces, de los miles y millones de mexicanos que observarán y escucharán a los protagonistas del proceso presidencial.

Los debates representan la pelea del siglo por la presidencia y hay de aquel que no  se de cuenta de su dimensión y los desaproveche.

Antiguamente, cuando se comprobaba que una información era falsa, no se difundía. Se echaba al cesto de basura. Parecía muy atractiva para ser destacada en primera plana o en los principales espacios electrónicos, pero el medio, al descubrir que no era cierta, la excluía de inmediato. Ahora resulta que hasta una sección especial tienen los viernes en la televisión comercial.

¿Por qué? ¿Para qué? ¿Es ético propagarlas o repetirlas aunque aclaren que se trata de “fake news”?. En español el término es bulo, que sería el más apropiado para utilizar en México. Si el objetivo es anularlas de esa manera, el efecto puede ser contrario, porque seguro hay quien de por hecho que al salir en la “tele” y replicar lo que muchas veces tiene origen en las redes sociales, convalida, confirma, el contenido de esa supuesta “noticia”.

Una sección especial en televisión para “fake news” es demasiado, es alimentar lo negativo, porque no todas esas informaciones alcanzan un nivel que obligue a desmentirlas. No todas generan confusión o pueden convertirse en una amenaza para la seguridad de la propia sociedad.

Antes se hablaba de rumor, era el término usual para llamar o calificar las informaciones que carecían de verosimilitud. Si el rumor era fuerte o crecía, alguien salía a decir que no era cierto y ahí quedaba todo. Entre los periodistas, otro de los términos usados era “volada”. Incluso al compañero que incurría en esa falta, era objeto de bromas con el comentario: “volaste o estás volando”. Entonces nadie se ocupaba en darle una sección especial a los rumores o a las “voladas”.

El rumor o “fake news” o bulo o “volada” no pueden ni deben tener una sección especial. Cuando surjan, es suficiente con que ningún medio serio las reproduzca. La gente ya está consciente de que en las redes sociales abundan las mentiras y ha empezado a no tomarlas en serio cuando descubre informaciones que no tienen sentido, sustento ni coherencia. Se caen por su propio peso.

Claro que hay expertos en crear “fake news”, bulos o “voladas”, con intenciones oscuras, para confundir o desacreditar famas. Los medios deberían esmerarse en no hacerles el juego y la llamada policía cibernética proceder para desactivar el foco de contaminación.

Un rumor, una “fake news” o una “volada” pueden tener consecuencias desagradables, indeseables. Alterar el orden o inducir a crear un ambiente adverso y hasta peligroso para la población. El antídoto es decir pronto que son informaciones falsas o rumores.

Darles un espacio determinado como lo hace el canal 2 en su noticiario estelar es hacerles el “caldo gordo”, como se dice cuando alguien lleva a cabo una acción que engrandece lo que no merece ser engrandecido.

Ojalá que los directivos de dicha empresa revaloren la conveniencia de ese espacio, porque hay una enorme distancia entre “las mangas del chaleco” que reproduce desaciertos o cosas chuscas de la vida cotidiana y las “fake news” que reproducen lo falso.

A ver ¿quién escupe primero? ¿Quién rebasa la raya?, pintada en el suelo por uno de los compañeros azuzadores. Y si ninguno de los dos fajadores escupía ni rebasaba la raya, ahí estaban los interesados en ver pelea gratis, sin medir consecuencias, para empujar el uno contra el otro. Pleito seguro. Tiempos de escuela primaria. Pleito de chamacos.

Recuerdo que no estuve exento de vivir una experiencia de ese tipo, en tercer año de primaria. Desde el salón empezaban a calentar el ambiente los azuzadores, con cualquier pretexto. Inventaban historias, sembraban odio e imponían la discordia. Alentaban a que las diferencias tenían que resolverse a la salida de la escuela. La pelea era ineludible. Tuvieras o no ánimo de entrarle a las trompadas. Los mismos que se decían amigos, lo provocaban.

No faltaba el grandulón que se encargaba de la organización. Divertido de ver pelear a sus compañeros. No existía ninguna justificación para darse de golpes. Calentaban el ambiente, por nada.

A pesar de mi resistencia, mía y del inventado adversario, con los empujones se desató el pleito. Moquete tras moquete, hasta que uno de los dos era vencido. El fluido de sangre por la nariz asustaba. Declaré que no seguiría más en el pleito y el pleito acababa. No había vencedor ni vencido. Supongo que simpatizaba al grandulón porque intervino para pegarle a mi contrincante y con unos cuantos golpes lo haría llorar.

Pelear por pelear, los pleitos de escuela, propiciados por azuzadores.

La política tiene su variable. En estos tiempos de competencia, en la disputa por la presidencia de la República, cuando reviven el dicho de que en la política y en el amor todo se vale, lo que ya no puede ni debe ser parte de la práctica, la sociedad es testigo de la podredumbre de competidores.

Lo que sea por desacreditar al de enfrente, con mentiras o verdades, no importa. El honor y el respeto se pisotean. A diferencia de la escuela donde no había un objetivo y el pleito era por satisfacer a unos cuantos desubicados, en este caso la meta es llegar a la silla presidencial, a la residencia oficial de Los Pinos. Hay reglas que a veces en la ambición desbordada se pasan por alto. Calientan el ambiente político. Alcanzan la incandescencia. El precio es mucho más caro. Lo hemos visto en México y en el mundo.

Riesgos mayores. En México el caso más reciente en la disputa por la presidencia de la República fue en 1994, cuando le quitaron la vida a Luis Donaldo Colosio en un acto de campaña en Tijuana. El ambiente político se calentó y surgió la escena indeseable.

Es evidente que el ambiente político se ha calentado y es urgente que el árbitro electoral empiece a sacar tarjetas, al menos la amarilla, antes de que pierda el control del juego.

El costo fue alto. El que Luis Carlos Ugalde decidiera decir que no había condiciones estadísticas para dar resultados del conteo rápido la noche del domingo 2 de julio de 2006, provocó una incertidumbre que ni el propio consejero del entonces presidente del IFE (ahora INE) se imaginó.

Noche de dudas, sospechas e indecisiones. No hubo resultados preliminares de la elección presidencial porque la diferencia entre el primero y segundo lugar era menor al uno por ciento.

Cifras recabadas por científicos contratados para obtener una muestra del conteo rápido, estaban en lo cierto. Había mínima ventaja para Felipe Calderón. Ugalde prefirió no correr riesgos y optó por no dar resultados. La elección quedó manchada para siempre. El precio lo pagó la sociedad.

La sospecha del fraude, por parte de la oposición, de los que perdieron, persiste hasta la fecha y nada los hará cambiar de opinión. Quizás al consejero presidente le faltó confiar más en el trabajo de los expertos o encontrar una mejor forma para informar de la tendencia del conteo. Son momentos cruciales los de la noche de la elección. El vocero electoral se juega el puesto por cualquier titubeo o imprecisión. Ugalde perdió el cargo.

Protestas, plantones, manifestaciones, petición del recuento voto por voto y el cierre del Paseo de la Reforma en la Ciudad de México, expresiones de inconformidad en esa ocasión.

Era más cómodo para el derrotado echarle la culpa a las instituciones electorales de su fracaso que admitir errores de campaña, el desaire al apoyo del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, rechazar a empresarios y a todos los que consideraba impuros. Su discurso enfocado a exterminar a la que llamó mafia del poder. Cero tolerancia.

Consecuencia de dividir al país entre buenos y malos, Andrés Manuel López Obrador perdió la elección por escaso margen. Esa experiencia que le restó votos, lo llevó a cambiar la estrategia para este 2018, nada más que se fue al otro extremo, a perdonar y recibir en su partido a todos, sin importar trayectorias desaseadas.

Sabe que si quiere ganar, debe de hacerlo con votos, no con protestas, marchas, plantones y cierre de calles. En el 2006 el que no se dieran resultados en la noche de la elección, contribuyó a crear un ambiento tenso e incierto, por varias semanas y meses.

Por eso el Instituto Nacional Electoral (INE) no se puede dar el lujo de no dar resultados la noche del próximo 1 de julio. Los métodos para dar información confiable, han mejorado. Hay certeza. La gente se quiere ir a dormir con el nombre de quien será el próximo presidente de México.

Puede ser normal que quien sea favorecido por las encuestas en un proceso electoral, con una ventaja considerable, sonría y sienta que ya tiene el triunfo en la bolsa. Sobre todo si conserva la ventaja por meses y no cambia de lugar ante la proximidad de la elección.

Sin embargo las encuestas están muy lejos de ser la última palabra en la contienda. Quizás ilusionen al que va adelante. Se mire al espejo como si ya tuviera la banda presidencial partiendo su pecho en diagonal, con traje y corbata impecables, sin arruga alguna.

Cabello peinado por estilista, maquillaje para disimular el paso de los años en el rostro, uñas recortadas por manicurista. Zapatos de charol negro con brillo deslumbrante.

La ilusión de ser. La ilusión que provocan las encuestas. Las que están y no están “cuchareadas”, como dice el que cree en ellas cuando lo dan como ganador y desconoce el porcentaje cuando le es adverso. Olvida lo que repiten los autores de que solo se trata de una fotografía, del estado de ánimo del que contesta cuando es consultado.

Esa ilusión que también hace olvidar que en los últimos años, procesos electorales no solo de México sino en otras partes del mundo, las encuestas han desatinado, equivocado. Prácticamente todas. Hay excepciones. La sociedad está consciente de esa realidad. Ejemplos sobran. Son una referencia nada confiable. Demasiados intereses en juego.

Por lo tanto, todavía no hay nada que celebrar y mucho menos son motivo para echar campanas a vuelo. Claro, siempre será preferible que las encuestas digan que uno lleva la delantera y no el de enfrente o adversario. Es ilusionante. Sabe a miel. No hay como ganar, aunque sea en encuestas. Hay que aceptar que la mayoría sigue un método científico y están vigiladas por el Instituto Nacional Electoral (INE). Tampoco son un invento. Es un hecho que la consulta se hizo, por teléfono, casa por casa, por facebook o por tuiter. Nada más que no hay garantía de que el consultado haya dicho la verdad y menos en estos tiempos en los que desgraciadamente prevalece la desconfianza. Lo que va a suceder el 1 de julio próximo solo el Dios de cada uno lo sabe, nadie más.

Hasta ahora y no hay necesidad de hacer encuestas para ello, hay dudas sobre quién merece el voto. No hay la certeza de quién es mejor ni quién es el menos malo. Entre ellos exhiben sus propios defectos. Se complica identificar la verdad. Hay muchas mentiras.

Ir a la cabeza en las encuestas no es concluyente ni revela que es el personaje más capaz, inteligente, con propuesta congruente, lógica, realista, sin ficciones, convencido y dispuesto a mejorar las condiciones de vida en su país.

Definitivamente, la única encuesta válida para ser presidente de México, será la del voto del 1 de julio.

Son personajes que tienen en el pasado militancia partidista. Creyeron en sus respectivos partidos hasta que dejaron de satisfacer las aspiraciones e intereses personales de cada uno. Por supuesto, ellos defienden la congruencia de su comportamiento al tomar otro camino, quitarse la camiseta amarilla, azul o roja al descubrir que las organizaciones habían hecho a un lado principios y valores democráticos.

Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco” militaba en el PRI, Margarita Zavala Gómez del Campo en el PAN y Armando Ríos Piter “El Jaguar” en el PRD. Contra los pronósticos, a pesar de las dificultades para recabar firmas, han rebasado la cifra exigida por el Instituto Nacional Electoral para obtener la candidatura presidencial.

Sin embargo, todavía está pendiente que el INE revise la autenticidad de las firmas, la estrategia que utilizaron y los gastos de operación.

Por la cantidad de firmas que alcanzaron en la recta final del plazo convenido, contra las estimaciones matemáticas y de logística, por el reto de lograr el 1 por ciento del listado nominal en al menos 17 entidades, el INE deberá de escudriñar su actuación y apego a las reglas, para evitar suspicacias.

Cualquier captación irregular de firmas, iría en detrimento de sus aspiraciones y planes para la elección de julio. Hay que esperar a ver que encuentra el instituto en la revisión. Saber si pasaron la prueba, porque no era nada sencillo, estaba complicado. Exceso en requisitos. Criterios que en aras de la equidad, tendrían que ser ajustados por el  poder legislativo.

Es indiscutible que los independientes están en desventaja en relación con los partidos en la búsqueda del registro para candidatos a la presidencia de la República. La estructura partidista hace la diferencia. Los partidos tienen más recursos económicos y humanos. Lógico. Es lo que perdieron quienes decidieron renunciar a la militancia.

Además, la desventaja se acentuó, porque mientras los aspirantes de los partidos lograron amplia difusión en los medios en tiempos oficiales, los independientes estuvieron ocupados en la recolección de firmas, con escasa presencia mediática nacional.

Por lo tanto, el conocimiento que tiene la sociedad en el país de los independientes, es mínima comparada con los precandidatos de los partidos. Las controvertidas encuestas colocan a los independientes muy lejos de los primeros lugares en las preferencias.

En esas condiciones, en tanto no se inyecte equidad a las reglas, los independientes seguirán en desventaja. El piso no está parejo.

Digan lo que digan las encuestas, la elección presidencial de julio no está resuelta. Hay quienes ya han repartido el pastel. Las posiciones de gabinete. El puntero parece inalcanzable. Sin embargo, como aficionado al beisbol, sabe muy bien que no se puede ni debe cantar victoria en tanto no caiga el último “out” del juego.

Todavía, como dicen en el argot beisbolero, ni siquiera es juego legal de cuatro entradas y media. No ha caído ni la primera entrada, porque oficialmente las campañas no han empezado. Falta terminar la etapa de precampañas. Así que, en este momento, no hay nada para nadie. Recuerden que la séptima entrada es la llamada fatídica, cuando despierta la batería de alguno de los equipos o da señales de cansancio el brazo del lanzador que tiene ventaja en la pizarra. Más vale que el público no se salga del parque o estadio, porque el juego no ha empezado. Hay afinación de estrategias, cambios de bando, envío de señales equivocadas, recriminaciones, refuerzos inesperados y reafirmación de lealtades.

Una vez que concluya la precampaña, estarán definidas las posiciones para el arranque de la campaña. Todo indica que el actual puntero, se mantendrá en el mismo sitio. Lo que faltaría por definir, sería el segundo lugar, con la misión de darle alcance al primero y vencerlo. No es tarea sencilla ni fácil, pero hay que observar lo siguiente, la coincidencia que existe entre las dos coaliciones que quieren recuperar terreno en la competencia.

Ambas rechazan al que ya fue vencido en dos ocasiones, en el 2006 y en el 2012. En el 2006 por una mínima diferencia  (.56 %) con Felipe Calderón. En el 2012, por un margen mayor (6.5 %) con Enrique Peña Nieto. Ninguno de los dos bloques y todos los intereses que representan, políticos, sociales y económicos, desean ver sentado en la silla presidencial a Andrés Manuel López Obrador. El principal temor es cobro de cuentas, la revancha.

Para ellos la prioridad es que no llegue el tabasqueño. Estarían dispuestos a sumar fuerzas para impedirlo. ¿Cómo? El que termine en segundo lugar en la precampaña, contaría con el apoyo de la otra coalición. Lo que se conoce como el voto útil. Si sumas el porcentaje de preferencias de los partidos que integran las dos coaliciones, sería suficiente para conseguir el objetivo.

Lo que te digo no es que en automático todos los militantes y simpatizantes de seis partidos vayan a votar por un mismo candidato. No. Tampoco sería una acción obvia y burda. Respondería a una estrategia debidamente estudiada y calculada, en la que no tienen cabida ni dudas ni errores, porque el más mínimo error, abriría las puertas al escenario que no desean.

El juego de beisbol es de nueve entradas, aquí no habría entradas extras o “extrainings”, porque en México no existe segunda vuelta electoral. Por eso está en marcha la estrategia contra el puntero.

El Instituto Nacional Electoral (INE) sospecha que algo no está bien en la recolección de firmas de aspirantes a candidatos “independientes”. Hay indicios de que han utilizado identificaciones irregulares para tratar de engañar a la autoridad y obtener el registro.

Hasta ahora, por lo que el mismo INE ha revelado, es entre quienes quieren ser candidatos a diputados donde han encontrado evidencias. Por eso la denuncia para que intervenga la FEPADE.

En el caso de los que ansían la candidatura presidencial, la sospecha nace a partir de que repunta la recolección de firmas, muy por arriba del ritmo mantenido en semanas anteriores.

Por hacer una analogía, vamos a suponer que un atleta en la carrera de 5 mil metros planos, mantiene el ritmo y la velocidad en la mayor parte de la competencia para conservar el segundo o primer lugar del grupo. Cuando faltan 100 metros para la meta, duplica o triplica su velocidad, sin ningún asomo de cansancio. Gana por amplio margen. Sería explicable si en esos últimos metros se hubiera puesto unos patines o subido a una bicicleta. De no ser así, despertaría dudas por el sorpresivo e inesperado cierre. Mínimo, ese competidor tendría que someterse a exámenes médicos para averiguar si usó o no algún estimulante prohibido. Sería anormal que en la recta final corriera como si apenas empezara o a una velocidad mucho mayor.

De acuerdo con estimaciones matemáticas, basadas en el ritmo y tiempo con que han venido recolectando firmas, prácticamente era imposible que alguno cumpliera con las cifras.

Sin embargo, Jaime Rodríguez “El Bronco”, Margarita Zavala y Armando Ríos Piter, en una o dos semanas, han tenido cierre impresionante, para alcanzar con anticipación, mucho antes del vencimiento del plazo, las cifras exigidas por la autoridad electoral.

Puede ser que sus equipos hayan encontrado la fórmula para acelerar y multiplicar la recolección de firmas, nada más que esa facilidad llama la atención por el corto tiempo para lograrlo, en contra de cálculos que advertían lo complicado de llegar a la meta.

Uno de los competidores, rezagado en cifras, Pedro Ferris de Con, alertó y presentó queja, porque pudo comprobar que había venta de firmas o forma para incrementar la recopilación. Corresponderá a la autoridad indagar si hubo irregularidades.

El que los participantes pregonen que consiguieron las cifras, no hace oficial la inscripción en la boleta presidencial. Falta que el INE se cerciore que cumplieron con las disposiciones legales.

                                                                                                  

Por los plazos cortos y la complejidad de reglas para los “independientes”, todo indica que en la boleta presidencial del 1 de julio próximo solo aparecerán tres nombres: José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador.

Cálculos matemáticos prácticamente descartan que vaya a participar alguno de los aspirantes “independientes”.

Los requisitos, lo he dicho desde que se definieron las reglas, excesivos. Imposible cumplirlos en el plazo fijado por la ley. El poder legislativo tendrá que tomar nota y flexibilizar disposiciones, inyectarles equidad, porque en el presente, colocan en desventaja a quienes compiten al margen de los partidos.

Jaime Rodríguez Calderón, “El Bronco”, gobernador de Nuevo León con licencia, es quien más cerca está de las cifras exigidas por las normas y el Instituto Nacional Electoral (INE). Ha superado el monto global de firmas, pero todavía no cubre lo que la autoridad llama “cumplimiento de dispersión”, el 1 % del listado nominal en al menos 17 estados. Pareciera trámite menor, pero no lo es, no hay “independiente” que tenga estructura para conseguirlo.

De acuerdo con el conteo que lleva el INE, hasta la primera semana de enero, “El Bronco” únicamente tiene las firmas que pide la ley en cinco estados. Le faltan 12 más. En la mayoría está por abajo del 50 % del cumplimiento. En la CDMX tiene el 89.48 %, Coahuila 79.7 %, Oaxaca 79.6 %, Durango 53.25 % y Tlaxcala 52.22 %. Y que conste que se trata de quien hace unas semanas todavía estaba en funciones en el segundo estado más importante del país, lo que de alguna manera le ha ayudado a tener equipo y sumar firmas.

La perspectiva para el gobernador, ahora con licencia, es desalentadora, porque el plazo para dar cumplimiento a los requisitos vence el 19 de febrero. No se ve cómo pueda reunir las firmas en entidades donde su trayectoria es poco conocida o desconocida. Tiene escasa difusión en los medios y en mucho ha contribuido el propio Jaime Rodríguez, por desplantes hacia la prensa, tenga o no razón. Lo peor que le puede pasar a un político es pelearse con los que deberían de difundir sus acciones y discurso.

Mientras Jaime anda apresurado en juntar firmas, José Antonio Meade, Andrés Manuel López Obrador y Ricardo Anaya, están ya ocupados en lo que se denomina “precampaña”. Así que en el supuesto, lo que es muy remoto, de que consiguiera el derecho a que su nombre se incluya en la boleta, escasas o nulas serían las posibilidades de competirle a la tercia que tiene el respaldo de coaliciones partidistas.

Margarita Zavala también ya consiguió superar la cifra de 866 mil 593 firmas, hasta ahora por una mínima cantidad.

El 1 % del listado nominal en los estados, lo tiene en Aguascalientes, Campeche, Colima, Oaxaca y Chiapas.

Al igual que Jaime, le faltan 12 entidades. En la mayoría va por abajo del 50 % del cumplimiento. Ni la ayuda de su esposo, ex presidente de la República, le ha permitido estar más cerca de la meta.

Hay que agregar el tema de fiscalización, porque de faltar precisión y claridad, de existir irregularidades, estarían descalificados.

Respecto a los otros “independientes” (se inscribieron 48), están fuera de toda posibilidad de aparecer en la boleta.

Por todo ello, por cálculos matemáticos, por el grado de dificultad que tienen las normas y el poco tiempo para alcanzar las cifras, casi es un hecho que en la boleta no aparecerá ningún “independiente”.

El voto está deprimido, confundido, desencantado, todavía no tiene claro cuál de los aspirantes a la presidencia de la República es el mejor para México. En otros tiempos, a estas alturas, el ciudadan@ ya había decidido que nombre marcar en la boleta electoral. Esta vez no. Esperará hasta el último momento. Le tomará más tiempo la evaluación. Requiere más elementos y conocimiento de cada uno de los participantes. Ansía la verdad, no más ofrecimientos incumplibles ni historias de héroes inexistentes.

No hay candidatos perfectos. Todos con aciertos y desaciertos, virtudes y defectos. Son humanos. Ninguno puede presumir que va a terminar con los problemas nacionales una vez instalado en la residencia oficial de Los Pinos. No hay sorpresas entre los aspirantes. Personajes conocidos, con historia, con experiencia de gobierno. Los hechos hablan por cada uno.

Decir que hasta este momento prevalece la indecisión, de ninguna manera significa desconocimiento de la sociedad. Por supuesto que sabe de su pasado y presente. Por eso la duda. Los tres debates programados, pueden ayudar a identificar a la mejor carta para el país. También lo que hagan u ofrezcan en los siguientes seis meses, haría la diferencia.

Orientaciones de articulistas, columnistas, analistas, críticos, spots musicales, dominio de idiomas, encuestas, imputaciones infundadas o ciertas, en poco o nada cambian la percepción. Es la misma película. Los protagonistas son los mismos o vienen de la misma escuela. Quienes leen periódicos, revisan portales, consultan redes sociales, escuchan noticias o ven informativos en televisión, concluyen que prácticas y discursos no han cambiado, yo soy el bueno y el de enfrente representa todo lo malo. Van a los extremos.

En estos tiempos no es posible ocultar intereses que representan los involucrados en el proceso, todos. En un sentido o en otro, a favor o en contra, la historia se repite. Los que apoyan al gobierno están identificados y los que hablan para reprobarlo, también. En estas condiciones, es muy difícil que alguno sea referencia para tomar una decisión sobre el voto.

Por supuesto que lo ideal es votar por el que va a mejorar la calidad de vida de la población, por el que va a mejorar la seguridad, por el que va a mejorar la economía, combatir la corrupción y la impunidad. No es fácil ubicar al que lo puede hacer. Hay demasiada información que confunde.

La pregunta que va y viene, sin encontrar respuesta inmediata: ¿Por quién votar en las próximas elecciones?

Ojala que los meses que faltan para el día de la elección presidencial sean suficientes para que no te equivoques y votes por el más razonable. Está claro que nadie nos puede llevar a un paraíso.

En la elección presidencial del 2018, la gente que va determinar el resultado, votará por el candidato, el que tenga mejor perfil y más le haya convencido con sus planes y equipo de gobierno.

Hay tal decepción por el trabajo que han realizado los partidos, ninguno se salva, que la mirada está puesta, desde ahora, en los aspirantes José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Andrés Manuel López Obrador. En su momento también será incluido Jaime Rodríguez Calderón, actual gobernador de Nuevo León, porque todo indica que cumplirá los requisitos que exige el Instituto Nacional Electoral para ser nominado como independiente.

Los partidos, cierto, tienen su voto duro, los militantes o simpatizantes que traen tatuada la camiseta. En las buenas o en las malas, sin regatear el apoyo, plena identificación.

Sin embargo, no es suficiente para ganar las presidencia, por eso el esmero de todos por participar coaligados, para llegar a las elecciones de julio con una base de votantes conquistada. Estos podemos decir que ya los tienen en la bolsa, a su favor, pero tampoco suman los necesarios para dar por hecho desde ahora que el proceso está resuelto.

El que esta vez el PAN y PRD vayan juntos, segunda y tercera fuerza, acompañados de Movimiento Ciudadano, no anticipa ni garantiza el triunfo. No hay que perder de vista que en las elecciones presidenciales del 2006 y 2012 el  PRD tuvo como candidato a López Obrador y ahora éste va por otro lado con Morena, PT y Encuentro Social.

Hay matices en la competencia del 2018 que estrictamente no se puede comparar con lo sucedido en 2006 y 2012. El mismo hecho de que quienes antes eran adversarios, ahora vayan de la mano, no es un ingrediente que despierte simpatías en la sociedad, porque solo exhibe ambición desmedida por el poder. El deseo de ganar por ganar, como sea.

Los partidos se han ganado a pulso el rechazo de mucha gente. Están reprobados, descalificados. Han entrado en un juego que lo mismo les da participar coaligados izquierdas y derechas que liberales y conservadores. Su esencia los hace iguales, ven en primer lugar por sus intereses.

Por eso es que la mirada de la sociedad va a estar en los candidatos y no en los partidos.

De cada uno de los candidatos se analizarán antecedentes, experiencia, cualidades, congruencia, resultados en los cargos desempeñados. Para el 2018, la diferencia la hacen los candidatos, los partidos han caído en lo mismo, en el descrédito e incumplimiento de sus ofrecimientos.

 

Arturo Zárate Vite

 

 

Es licenciado en periodismo, egresado de la Escuela de Periodismo Carlos Septién García, con mención honorífica. Se ha desempeñado en diversos medios, entre ellos, La Opinión (Poza Rica, Veracruz) Radio Mil, Canal 13, El Nacional, La Afición y el Universal. Más de dos décadas de experiencia, especializado en la información y análisis político. Ejerce el periodismo desde los 16 años de edad.

Premio Nacional de Transparencia otorgado por la Secretaría de la Función Pública, IFE, Consejo de la Comunicación, Consejo Ciudadano por la Transparencia e Instituto Mexicano de la Radio. Su recurso para la protección de los derechos políticos electorales del ciudadano logra tesis relevante en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, con el fin de conocer los sueldos de los dirigentes nacionales de los partidos.

Además, ha sido asesor de la Dirección General del Canal Judicial de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y Coordinador General de Comunicación y Proyectos de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Es autor del libro ¿Por qué se enredó la elección de 2006, editado por Miguel Ángel Porrúa.

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