INE
Pedro estaba ansioso en espera del resultado que por la noche daría a conocer la autoridad electoral.
Era militante de uno de los partidos principales de la competencia. Día tras día, semana tras semana, mes a mes, su candidato había pregonado que todo iba bien. Triunfalismo. Pedro siempre le creyó. Estaba feliz. Daba por hecho que así sería.
Sonría, procuraba aumentar su círculo de amistades, imaginaba que vendrían mejores tiempos para sus aspiraciones laborales, porque tenía amigos que presumían la cercanía con integrantes del primer equipo del candidato.
Contagiado del optimismo exagerado de su candidato, la victoria era el único escenario que veía. Con encuestas que lo ubicaban en el primer sitio, aunque no todas.
Llegó el día de la elección. Se apersonó en el organismo electoral, convencido de que nada más era cosa de esperar y confirmar lo repetido todos los días por el abanderado de su partido. Para nada parecía nervioso. Por el contrario, tranquilidad y seguridad absoluta. Sonriente.
Pasaron las horas, la sociedad salió de sus casas a votar, los ciudadanos. Transcurrió el día. Llegaba la tarde. Corrían versiones en todos los sentidos. Por supuesto que Pedro solo admitía informes de conteos rápidos que favorecían a su candidato. Desatendía los diferentes. No tenía motivos para dudar lo escuchado durante toda la campaña.
Fe total en su partido y candidato.
Cada vez que nos topábamos en los pasillos de la institución electoral, su saludo con el mismo entusiasmo de la mañana.
Las mesas receptoras habían cerrado, empezaba la fase del conteo a cargo de los ciudadanos que ese día actuaron como funcionarios de casilla. Ansiedad por las cifras de la muestra programada por la autoridad electoral. El reloj se aproximaba a las once de la noche, la hora prevista para dar a conocer las tendencias en voz el presidente del instituto.
Pedro no perdía el optimismo, cuestión de esperar un tiempo más para empezar la celebración.
Vino el anuncio, terminaba la expectación. La ventaja no la tenía el candidato de Pedro.
Recuerdo que su rostro se desdibujo, perdió la sonrisa, no daba crédito a lo que acababa de escuchar.
Como le habían dicho que si quería tener información de primera mano y verificada, contactara a este reportero, se acercó para preguntar con dejo desilusionado: ¿Puede haber un error en el resultado?
Mi “no” inmediato lo fulminó. Dio la espalda y se marchó. Deprimido. Con la derrota sobre sus espaldas. Costo del triunfalismo.
Antes de las elecciones intermedias de 2021, en las que se renovará la Cámara de Diputados, no se tocará la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales. Es evidente que no es un tema prioritario para el Partido Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el partido que está en el poder gracias a 30 millones de votos.
¿Por qué y para qué estaría interesado en reformarla? Las reglas de la competencia han demostrado que funcionan, de otra manera la alternancia no sería una realidad y mucho menos Morena hubiera arrasado como lo hizo, por amplio margen en el país.
Morena, ahora, no tiene la menor duda de la equidad e imparcialidad de la ley. Le consta.
En ese contexto, cuando las reglas y sus seguidores le han dado los resultados que todos conocemos, se explica que Horacio Duarte Olivares haya dejado la Cámara de Diputados para ocuparse de la subsecretaría del Empleo, apuntalando la responsabilidad que tiene la joven secretaria del Trabajo, Luisa María Alcalde. De otra manera, Horacio seguiría en la cámara. Si alguien domina el tema electoral entre los morenistas es Horacio.
Duarte Olivares conoce las leyes e instituciones electorales, representó primero al PRD en el IFE y siguió con Morena en el INE. Es un tipo serio y cuidadoso, agudo en su crítica. Lo he visto participar en el consejo del organismo que se encarga de organizar las elecciones. Estuvo como representante perredista ante el instituto en las discutidas elecciones de 2006. Logró poner en jaque el desempeño de Luis Carlos Ugalde, entonces consejero presidente del IFE.
Morena no va a promover la modificación o reforma de reglas electorales, porque con esas ganó y ganó como nadie se lo imaginaba. Hizo chiquitos a sus adversarios. Controla los poderes Ejecutivo y Legislativo, como alguna vez lo hizo el PRI, con aplastante mayoría.
Hacer cambios, significarían riesgos innecesarios para Morena. Es indiscutible que la ley electoral funciona, gana el que obtiene más votos y el fantasma del fraude prácticamente se ha esfumado a nivel nacional. Ya se acostumbrará el partido en el poder a que no se pueden tener todas las canicas. Hay plazas, ciudades o estados, que no aceptan el proyecto de la nueva mayoría.
Además, tampoco Lorenzo Córdova, consejero presidente del Instituto Nacional Electoral, empuja o tiene especial interés en este momento por ajustar la ley electoral. Lo que tiene preocupado al consejero es el presupuesto que le aprobaron los diputados al organismo, porque advierte que no le alcanza para las actividades que realizará en este año.
Por lo tanto, en un hecho que no tiene prioridad tocar la ley electoral. Tampoco está en los planes deshacerse de los Organismos Públicos Electorales Locales (OPLES) que operan en los estados.
En vez ocuparse en modificar reglas del juego, lo que hace Morena es cuidar y mantener su clientela electoral.
En su carrera política de 40 años, Ricardo Monreal Ávila ha tomado dos grandes decisiones y las dos con resultados favorables. La primera lo llevó a gobernar el estado de Zacatecas, por el PRD y no por el PRI donde se había formado y empezado en 1975. Demostró que lo seguían la mayoría de sus paisanos. No fue un capricho sino un buen cálculo. Tomó ese camino al observar que la cúpula de su primer partido había resuelto nominar a otro militante.
La segunda gran decisión lo va a llevar a coordinar la bancada mayoritaria en el Senado. Espacio que ya conoce, desde que este cuerpo legislativo sesionaba en la casona de Xicoténcatl, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, ahora en Paseo de la Reforma. Actuaba como opositor y en su momento se sumó a la toma de tribuna que realizaron perredistas.
Ha enfrentado amenazas y sorteado acusaciones contra él y familiares, por corrupción y almacenamiento de productos indebidos.
Sabe medir sus acciones y, a pesar de sus sueños por competir y convertirse en jefe de gobierno de la CDMX, contó hasta 10, serenó ánimos y no pasó de manifestar su inconformidad por el resultado de la encuesta que permitió a Claudia Sheinbaum ser la candidata de Morena.
Recibió ofrecimientos para participar con la camiseta de partido distinto, sobre todo del Movimiento Ciudadano de Dante Delgado, pero finalmente optó por primero sentarse a platicar con Andrés Manuel López Obrador. Acordó el compromiso con el líder de Morena de buscar el senado y, de ganar, tener el apoyo de la dirigencia para coordinar a sus compañeros.
Así sucedió, vuelve al Senado y López Obrador hizo público su compromiso de hacerlo coordinador, solo con la condición de que recibiera el beneplácito de los demás senadores morenistas. Únicamente siete de 55 no le dieron luz verde para su ascenso. Es tan cuidadoso que contrataron Notario Público para que diera fe de que la mayoría está de su lado.
De cualquier manera, el día de mañana que reciban una instrucción del líder moral, desde la presidencia, vía partido, hay que dar por hecho que va a ser muy difícil que alguno de los morenistas se atreva a votar en contra, aunque no hay que descartarlo, por la cultura que existe en la izquierda, están acostumbrados a ser disidencia. Les tomará tiempo asimilar que son gobierno.
En el PRD, antecedente de Morena, se volvió común el dicho de que dos perredistas no eran capaces de mantenerse unidos por mucho tiempo. Veremos ahora que pasa con los morenistas.
Ricardo Monreal tiene raíces priístas y conoce a los priístas, también conoce a los panistas y perredistas. Por supuesto que también lo conocen él, sus alcances y valoraciones.
Hay consenso en que se trata de un político-político, negociador, esta vez cabeza de la bancada mayoritaria. De su lado la experiencia de Cristóbal Arias, de Salomón Jara y del mismo Martí Batres, su antagonista en la búsqueda de candidaturas y coordinaciones parlamentarias. Las novatas en materia legislativa Susana Harp y Lilly Téllez. En frente, en la oposición, caras conocidas, Beatriz Paredes, Jorge Carlos Ramírez, Gustavo Madero, Dante Delgado, Minerva Hernández y Josefina Vázquez Mota.
Como cronista parlamentario recuerdo que Monreal siempre ha sido cordial con la prensa y abierto opositor al llamado “mayoriteo”. Hoy le toca ser congruente y que de una vez lo apunten como aspirante para el 2024.
La falta de equidad en las leyes, entre los candidatos, llevó al fracaso a los independientes que aspiraron a la presidencia de la República. No es posible que en esas condiciones normativas un individuo pueda competir contra la estructura de los partidos. La desventaja es abismal. En ningún momento existió la posibilidad de que alguno se convirtiera en ganador.
Quienes buscaron la candidatura como independientes, la mayoría no alcanzó el tope de firmas fijado para obtener el registro del Instituto Nacional Electoral (INE). Lo peor del caso es que los dos que finalmente lograron la cifra, reconocida por las autoridades, dejaron muchas dudas sobre la forma en que las obtuvieron. Y el colmo, una vez que pasaron las elecciones, los dos independientes fueron sancionados por irregularidades en el procedimiento que utilizaron para conseguir los apoyos.
Además, la “independiente” Margarita Zavala declinó en la recta final del proceso. Descubrió que no tenía nada que hacer ni aportar. Las posibilidades de un resultado favorable eran nulas. Su desenvolvimiento en el primer debate exhibió sus limitaciones cognitivas y orales. Hizo lo correcto al salirse, para evitan ridículo mayor.
Jaime Rodríguez “El Bronco” dejó muy manchado el tigre por la forma en que obtuvo miles de firmas y después por sus mutilares propuestas como la de cortar manos a corruptos y delincuentes. Sin embargo, hay que observar que llegó a obtener más votos que algunos partidos, pero muy lejos de las cifras de alcanzó el candidato ganador.
Dejó la impresión de un registro forzado, porque a pesar de que el INE exhibió fallas
sobre la forma de conseguir firmas, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) emitió controvertida resolución que le abrió puertas para competir por la presidencia.
En esas condiciones normativas, es evidente la desventaja ante partidos, por lo que se refiere a financiamiento y presencia en medios, para lograr la candidatura y con profundas diferencias en el reparto que hace la autoridad de las prerrogativas. Es imposible que un independiente llegue a la silla presidencial.
Como sucede después de cada proceso, en el poder legislativo tendrán que evaluar las reglas de la competencia electoral y proceder a modificar aquello que vaya contra principios democráticos o haya caído en inequidades. Encontrar el mecanismo para que se vuelva justa la disputa entre candidatos que participan con las siglas de un partido y quienes deciden competir de manera independiente.
También tendrá que estudiarse la clasificación de independiente, establecer un tiempo mínimo para separarse del partido antes del día de la elección, para que no suceda lo de Margarita que se hizo “independiente” al darse cuenta que ella no sería la candidata de Acción Nacional.
Lo que ha sucedido obliga a revisar este tema en el Senado y en la Cámara de Diputados.
Ya te he platicado de Joaquín, contador público, fiel seguidor de Andrés Manuel López Obrador desde hace 18 años. Siempre ha votado por el tabasqueño y el domingo no fue la excepción.
Comimos el día anterior, el sábado. Firme en sus convicciones, preparado para cualquier resultado. Nunca ha sido militante, ni del perredismo ni del morenismo, pero invariablemente leal al proyecto de López Obrador. No recuerdo haberlo visto enojarse ante la crítica virulenta hacia su candidato, tampoco titubear en sus definiciones políticas.
Acepta que en la democracia se pierde y se gana. En las dos ocasiones anteriores en la que su candidato perdió la elección, no se cortó las venas ni se desgarró las vestiduras. No se sumó a ninguna protesta y mucho menos estuvo de acuerdo con cierre de vialidades.
Para el tercer intento, aun cuando las encuestas lo perfilaban como triunfador, por amplio margen, mantuvo la misma ecuanimidad que lo ha caracterizado en las batallas pasadas. Vislumbraba el éxito, no lo daba por hecho, en tanto no se llevara a cabo la elección y la sociedad emitiera su voto.
La tercera fue la vencida. Toma la victoria con madurez, con calma, sin alterarse y menos burlarse de quienes piensan diferente. Tiene claro que ahora viene la etapa más difícil y compleja para su candidato, cumplir lo ofrecido, elevar la calidad de vida de la mayoría de los mexicanos.
Apoya la idea que el triunfador ha llamado “la cuarta transformación”, como etapa fundamental en la historia de México, como la huella que dejaron la Independencia, la Reforma y la Revolución. También está de acuerdo con la reconciliación a la que ha convocado el ganador, restañar las heridas, darle vuelta a la página y dejar atrás el encono de las campañas, porque la división o la falta de consenso, solo atoraría los planes de cambio.
Ve venir un país diferente, no para la próxima semana ni para el siguiente mes o año. Da por hecho que se avanzará en ese sentido, porque ahora Andrés Manuel podrá tomar el sartén por el mango, desde el gobierno, con el respaldo de estados y Congreso de la Unión.
Joaquín no conoce en persona a López Obrador ni planea irlo a buscar para pedirle trabajo. Es un profesional de la contabilidad. Desde que salió de la universidad ha trabajado en la iniciativa privada. No es rico ni ambiciona convertirse en millonario. En broma los amigos le dicen “tu serás Secretario de Hacienda o titular del SAT cuando el tabasqueño llegue al poder”. Solo ríe. No es su meta. Nunca ha expresado su interés de integrarse al gobierno. Está satisfecho con lo que hace, lo que gana cubre sus necesidades básicas.
Lo que sí quiere que logré el próximo gobierno es más seguridad, para que ni él ni su familia salgan a la calle con el temor de ser asaltados en cualquier momento. También quiere que tenga mucho mejor uso el erario, el presupuesto, sin corrupción. Y que prevalezca el Estado de Derecho, no más injusticias por consigna. Eso sí se lo va a exigir a Andrés Manuel desde su trinchera como contador público.
Hay quienes en este momento estarían felices si las encuestas decidieran el triunfador de la elección presidencial en México. Existen medios que prácticamente dan por hecho la medición. No se diga los simpatizantes que siguen al candidato puntero. Olvidan que las encuestas electorales no han sido acertadas en recientes procesos. Han fallado estimaciones.
Y no es que ninguna encuestadora sea seria o que solo busque satisfacer ambiciones del cliente. Lo que sucede es que la gente, la sociedad que es consultada, se ha vuelto desconfiada. No está obligada a contestar y si lo hace es probable que diga algo que no corresponda a la verdad. No es una situación atribuible a empresas dedicadas a medir la opinión pública, sino a políticos con actuaciones que han decepcionado a muchos.
Por eso, el medio o comunicador que ya da por hecho que el proceso está definido, corre el riesgo de equivocarse. Aunque de ser así, le echará la culpa a las empresas encuestadoras. Sin embargo, es obvio que su credibilidad perdería puntos, por descuidar el rigor periodístico y colocar a las encuestas por encima del voto ciudadano.
Tampoco es posible ganar una elección a “periodicazos” o con la reiterada declaración de que el “arroz ya se coció”, por el margen de ventaja que se tiene en la mayoría de las encuestas.
La mayoría de las encuestas han desatinado en otros procesos electorales. Insisto, porque, el consultado se reserva su verdadera opinión.
Por supuesto, las empresas encuestadoras tienen la mejor excusa. Siempre han dicho y dirán que su medición es apenas una fotografía del periodo evaluado. Desconocen el futuro y el comportamiento que el mero día de la elección pueda tener cada una de las personas que vaya a las urnas.
Curioso, el que ahora va adelante en esas mediciones, cuando no le favorecían, se quejaba de que estaban “cuchareadas”. Tampoco los demás competidores las aceptan cuando les son adversas. Llegan al extremo de presumir que en sus propias encuestas llevan la ventaja, encuestas que nunca exhiben o exhiben las que patrocinan y les favorecen.
Es cierto que hay factores que pueden influir, como el hacer una campaña de 18 años, partidos divididos, cúpulas enfrentadas, mal gobierno, corrupción, impunidad, inseguridad, mentir, pretender engañar al elector, propuestas mágicas, pero definitivamente en este momento todavía no hay nada para nadie, porque no se ha realizado la votación.
Quizás el votante ya decidió a quien darle su apoyo, nada más que lo que cuenta para ganar una elección es el voto emitido. Y está en todo su derecho si en el último instante cambia de opinión.
Para no equivocarse, lo más seguro, es esperar a que la sociedad vaya a las urnas el domingo 1 de julio.
Quienes compiten por la presidencia de la República en México acordaron la realización de tres debates, pero solo dos son obligatorios, como lo establece el artículo 218 de la Ley General de Instituciones y Procedimientos Electorales.
Dicho artículo, en su fracción primera, dice:
“El Consejo General organizará dos debates obligatorios entre todos los candidatos a la Presidencia de la República y promoverá, a través de los consejos locales y distritales, la celebración de debates entre candidatos a senadores y diputados federales”.
La obligación es para Instituto Nacional Electoral (INE) que organiza.
Sobreviven cuatro en el proceso electoral y hasta ahora, los cuatro han participado en los dos primeros debates presidenciales.
Alguno de los cuatro, por estrategia, pudiera decidir en el último momento no acudir al tercero.
Existe el antecedente de que en el 2006 Andrés Manuel López Obrador no acudió a uno de los debates, porque creyó que ya tenía en triunfo en la bolsa y por ende no era necesario exponerse. Se equivocó. Perdió puntos al desperdiciar esa oportunidad de contrastar posiciones y perdió la elección.
La verdad, los debates no son lo suyo, no se ve que se esmere en prepararse. También tiene la desventaja de hablar lento, aunque lo podría subsanar con buenas propuestas y mejores argumentos.
En este 2018, en el primer debate, siguió al pie de la letra la instrucción de sus asesores de no responder a provocaciones, por lo que dejó interrogantes e imputaciones sin contestar. Nada favorable para quien se supone va a la cabeza en las encuestas. De esa manera no es posible que la sociedad pueda medir sus capacidades, sobre todos los indecisos, los que todavía no resuelven por quien votarán el próximo 1 de julio y que pueden marcar la diferencia en el resultado de la elección presidencial.
Para el segundo debate, salió al paso de los cuestionamientos, nada más que con chascarrillos. Y para como está el país, los chistes no son la mejor opción ante graves problemas. Evidencia que no tiene los recursos retóricos que deben caracterizar a un líder. Tampoco ha exhibido propuestas concretas y en su lugar ha insistido en frases gastadas.
Cierto que la ley no lo obliga a participar en el tercer debate que se realizará en el Gran Museo del Mundo Maya en Mérida, Yucatán, el 12 de junio, pero de no ir, las consecuencias se reflejarían el día de la elección. Y si va, esta vez tiene que dedicarle tiempo al entrenamiento, para que al menos su actuación sea decorosa. La soberbia es mala consejera y peor si cree que ya ganó.
Haría bien en recordar la fábula de la liebre y la tortuga. La liebre perdió la carrera en el último tramo, porque se durmió cuando creyó que la tortuga jamás la podría alcanzar y vencer.
El segundo debate electoral puede cambiar el panorama, dar un vuelco en las encuestas o estrechar la distancia entre el primero y segundo lugar. Cerrarse la competencia o cambiar de puntero si quien va adelante decide volver a dejar sin respuesta cuestionamientos que le hacen sus adversarios por planteamientos contradictorios o propuestas irrealizables.
Quien quiera ser presidente de México debe demostrar a sus seguidores y a quienes no lo son que está preparado para gobernar al país, pero no con quimeras. Es oportunidad para exhibir capacidades, razones por las que merece el voto.
Sería un error si solo va al debate, en términos beisboleros, a ver pasar la pelota que le lanzan, por creer que ya no necesita pegar más hitsni más carreras en la pizarra, confiado en la ventaja que le dan encuestas. Las cifras de encuestas no son votos. El juego terminará una vez que caiga el último out; mientras tanto, existe la posibilidad de la voltereta.
Pecar de exceso de confianza o de soberbia, creer que el arroz ya se coció, tiene su riesgo. Todavía hay muchos mexicanos que están indecisos sobre el sentido de su voto y otro tanto considera la anulación del sufragio al no estar convencido por ninguno de los candidatos.
Resultado del primer debate, al ver sus evasivas, el puntero para nada dejó la impresión de que es el mejor. Cierto que hasta ahora sigue arriba en las encuestas, sin embargo, todavía falta la etapa final, la de votar en las urnas. Además, en procesos recientes, empresas encuestadoras han fallado en sus pronósticos. Nada garantiza que sus cifras se vayan a cumplir el próximo 1 de julio.
Hay tal efervescencia política en la sociedad que es probable que el abstencionismo sufra la peor derrota de su historia. La gente va a salir de sus casas a votar y lo ideal es que lo haga con pleno conocimiento de los competidores.
Quien lleva la delantera, por esa lucha por la presidencia que ya suma dos intentos fallidos, es un hecho que tiene un voto duro a su favor, que le perdona todo. Es un voto, comprobado en el 2006 y 2012, que no le alcanza para ganar.
De ahí la importancia que en el próximo debate, no repita la estrategia del primero. Hay demasiados electores indecisos, registrados en las mismas encuestas, que no han sido convencidos y que pueden darle la voltereta al marcador.
Para quienes todavía confían en las encuestas, porque la mayoría lo coloca con una amplia ventaja, no hay le menor duda de que Andrés Manuel López Obrador ganará las elecciones del 1 de julio. Puede ser. El único pero es que las más recientes encuestas electorales en México y en el mundo, no han sido certeras. A veces se olvida este detalle.
Si escuchamos y leemos lo que escriben quienes generalmente ven negativo todo lo que sea oficial o tenga sello de gobierno, tampoco hay duda de que el próximo presidente será tabasqueño. Su percepción puede ser cuestionada por su reiterada parcialidad.
También si escuchamos y leemos a los que presumen de neutralidad, los puros, los inmaculados, todos los indicios apuntan a que AMLO ocupará la silla presidencial a partir del 1 de diciembre. Con la honestidad que presumen tendrían que aceptar que su análisis podría ser desatinado, no sería la primera vez. Son humanos y nadie es perfecto.
Si le pregunto a mi amigo Joaquín, con estudios universitarios, profesional de la contabilidad, está convencido y espera ese resultado. No es una posición que haya sido influenciada por las encuestas ni por los analistas. Desde hace 18 años tiene la esperanza de verlo triunfar. Le perdona todo a su candidato, hasta la incongruencias. Hay que decir que Joaquín nunca ha trabajado en el servicio público ni tampoco ha militado ni milita en los partidos del ahora morenista. Sin embargo, tiene claro que en una elección la última palabra es del votante. Y como en los dos anteriores procesos donde perdió su favorito, aceptaría tercer resultado adverso, no se cortaría las venas ni iría a bloquear Paseo de la Reforma. Tampoco le quitaría la correa al tigre. Seguiría en lo suyo, en su trabajo, empleado en la empresa privada. Igual la convivencia en su familia, con sus amigos. Sucedería lo mismo si ganara su candidato. No aspira a un cargo público ni espera un pago por su voto.
Mi amigo Mario está ansioso por conocer el resultado. Cree que ha llegado la hora del cambio, el momento de darle la oportunidad al tabasqueño, porque los otros ya lo desilusionaron. En sus mejores tiempos, simpatizó con el PRI. Después creyó en las promesas de Vicente Fox. Juzga que López Obrador es la opción ante la descomposición política que sufre el país. Ve a los otros mucho peor, inelegibles. Está animado como cuando vio lo que pasó en el 2000. Nada más que su esposa piensa todo lo contrario, no a votar por el morenista porque está en desacuerdo con que se les de dinero a quienes no hacen el mínimo esfuerzo por obtenerlo. Tampoco le gusta que divida al país entre ricos y pobres, como si todos los ricos fueron iguales o todos los pobres fueran iguales. Además, tiene amigas tabasqueñas que le dicen que en Tabasco no quieren a Andrés Manuel, por incendiario.
Mi amiga Laura, quien trabaja en el servicio público, está con cierto miedo porque teme que si gana el favorito de las encuestas, perderá su trabajo y el único ingreso para mantener su familia. Teme que si llegan los morenistas, corran a todos los que no son morenistas.
Yo digo que hay que esperar al 1 de julio. Sin duda, los tres debates, ya lo vimos en el primero, ayudarán a emitir un voto mejor informado.
Los debates inclinarán la balanza a favor o en contra de quienes compiten por la presidencia en México.
Como nunca antes marcarán la diferencia en el proceso electoral. Es la oportunidad de los que van en segundo o tercer lugar en las encuestas para darle alcance al puntero.
Por primera vez estarán los candidatos presidenciales en el mismo foro, al mismo tiempo, para medir capacidades. No será exactamente un campo de beisbol como pudiera imaginarlo ya saben quien, donde pueda pegar home run o cuadrangular, blanquear al adversario, colgarle nueve ceros, poncharlo con su bola rápida, pero sí un ring o cuadrilátero, propio para una batalla sin consideraciones. Puede ser de todos contra todos o la mayoría contra el que va adelante.
Se van a dar con todo. Una vez que suban al ring, recurrirán a todas las artes pugilísticas en pos no del cinturón del campeón, sino de la silla presidencial.
Quienes van en segundo y tercer lugar están obligados a subir al ring y hacer su mejor papel, dar sus mejores golpes, noquear o ganar por puntos de manera unánime. La estrategia del puntero puede ser esquivar los guantes de los adversarios, correr y no exponerse. Creer que esa manera lograría mantener el marcador a su favor. Sin embargo, podría equivocarse, correría el riesgo de perder seguidores que esperan verlo que luzca como presume.
El segundo y tercer lugar tampoco pueden ni deben subir al ring con medianías o tibiezas. Tendrán que llegar al debate con su mejor preparación y decididos a ganar. El empate no les sirve.
Por eso la importancia de los tres debates programados por el Instituto Nacional Electoral (INE). Sobre todo el primero. Quien lo gane es muy probable que repita la dosis en los siguientes. Es la oportunidad para que cambien las preferencias en las encuestas o se mantengan.
El momento ideal paga ganarse el voto de los electores, de los indecisos que hacen mayoría y esperan una señal, clara, cualitativa, para decidir a qué candidato apoyar el 1 de julio.
Quien pegue primero y noqueé, sumará simpatías entre los electores. Deberá probar en el ring que tiene los mejores proyectos para México, que cuenta con experiencia, que no le da vueltas a los temas de la corrupción, impunidad e inseguridad. Hablar con la verdad para hacer frente a cualquier acusación, ser congruente. Transparentarse. Quien mienta, evada o rehúya la temática medular, recibirá calificación negativa de los jueces, de los miles y millones de mexicanos que observarán y escucharán a los protagonistas del proceso presidencial.
Los debates representan la pelea del siglo por la presidencia y hay de aquel que no se de cuenta de su dimensión y los desaproveche.