Hay mexicanos en los diferentes ámbitos de la sociedad que pareciera que no tienen espejo. Y si lo tienen no lo observan con detenimiento como para admitir defectos y tratar de corregirlos.
Aunque el espejo les diga la verdad, ven solo lo que quieren ver, lo que les conviene.
Prefieren el autoengaño.
No son capaces ni de emular a la reina bruja del cuento infantil Blancanieves, que acepta la palabra del espejo cuando le precisa que no es ella la más bella de la región o del reino.
La bruja, sin éxito, trata de deshacerse de la competencia y le entrega una manzana envenenada.
Cada vez que preguntaba al espejo, la respuesta era auténtica y se la tragaba con todo el dolor que le significaba la verdad. Nunca se autoengaño ni ignoró al espejo. Tampoco lo rompió.
En contraste, en el México de hoy, hay gente que ya se acostumbró a la mentira y la transforma en su verdad, en los diferentes niveles. Tanto el ciudadano común como el personaje más encumbrado. No le creen al espejo, no ven defectos ni errores, solo aciertos.
Se ha vuelto una práctica cotidiana de conductores ignorar la luz roja del semáforo. Los peseros hacen lo que quieren en las calles. Para motociclistas que prestan el servicio de entrega de comida rápida, no hay semáforos ni sentidos contrarios. No les importa exponer su vida, mucho menos las de otros. Los ciclistas, buen número de ellos, ignoran las reglas.
Los malandros, ni espejo tienen. Andan en lo suyo, operan a cualquier hora, roban autos, autopartes, cajeros y usuarios de cajeros de bancos. Se meten a casas. Y no vacilan en quitarle la vida a quien se resiste. Los alienta la impunidad, la falta de eficacia de la autoridad.
“Vemos la paja en el ojo ajeno, y no vemos la viga en el nuestro”, expresión bíblica que se cumple al pie de la letra. Se ven y se crítica los errores del que está enfrente, jamás las equivocaciones propias. Lo peor es que esas equivocaciones se quedan como equivocaciones, no se corrigen. Las consecuencias son para todos.
Ya urge empezar a mirarse en el espejo, detenerse largo rato, observar fallas y subsanarlas.
Pero no solo el ciudadano común, también los que gobiernan en los estados, en los municipios y en el país; los que legislan, en las cámaras locales y federales, diputados y senadores; los juzgadores, jueces magistrados y ministros; los empresarios y medios de comunicación; las fuerzas policiales y militares; hombres y mujeres, ancianos, jóvenes y niños. Todos, que nadie se excluya.
Hay que hacerle caso al espejo.
Mexicanos sin espejo
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