Por semanas he visto a la ardilla ir de un lado a otro, atravesar las calles sobre los cables eléctricos, con una agilidad que podría convertirse en la reina de los equilibristas en el mundo. Así, semana tras semana, con una seguridad y velocidad que ya quisiera cualquier político, para no resbalarse y mucho menos caer, sin red que lo salve.
Es una ardilla de la Ciudad de México, especie animal que todavía sobrevive en algunas colonias, ya no en los árboles, porque cada vez son menos, porque se los ha comido el monstruo de cemento que se multiplica por todas partes y en diferentes tamaños, de manera desordenada, ignorando el impacto urbano, el daño ecológico, irreversible.
Ahora, a la ardilla no le queda otra que ir de cable en cable. Ya se volvió experta. Corre sobre los cables. Se detiene por momentos para verificar el rumbo, para llegar y trepar al árbol próximo. Antes saltaba de un árbol a otro. Se acabó esta práctica porque cada vez están más distanciados, por la tala inmoderada ante complacencia o complicidad de autoridades.
Por segundos hace un alto sobre el cable, su pelaje es negro, sus ojos saltones, la cola parece ayudarle a mantener el equilibrio. Desde el encierro en casa, por la ventana, la miró meticulosamente y surge una pregunta en mi cabeza:
¿Hasta dónde ha llegado la humanidad para acabar con el hábitat de los animales? Como flores silvestres crecen y proliferan edificios comerciales y habitacionales. Cada vez son menos los árboles y áreas verdes y más los bultos de cemento utilizados para alimentar la selva de concreto.
La ardilla desapareció.
Cumplió una semana sin pasearse por los cables de mi colonia.
¿La mató el Coronavirus?
No creo, porque el maligno virus no mata ardillas.
La busqué y no aparece por ningún lado. Tampoco su cadáver, en el supuesto de que alguien hubiera decidido acabar con su existencia. La humanidad es capaz de eso y más.
Hay varias líneas de investigación.
Dudo que este asunto le quite el sueño al Partido Verde Ecologista, porque está más ocupado en cancelar corridas de toros.
Tampoco la Secretaría del Medio Ambiente hará nada por una ardilla. Para eso no hay recursos, ni humanos ni materiales.
La convivencia urbana entre sociedad y animales amigables, como ocurre en otros países, en México no es prioridad.
¿A quién le importa una ardilla?
Es escasa la cultura para preservar la naturaleza.
¿Quién mató a la ardilla?
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