La actitud del torero Octavio García “El Payo” al llegar a bordo de su camioneta a la Plaza México irradiaba seguridad, firmeza, concentración; sonreía desde su asiento a los aficionados que esperaban y saben por donde entran los artistas de la muleta y el capote; vestía traje dorado.
Debo admitir mi modesto conocimiento de la tauromaquia, soy un aficionado irregular, pero apreció la valentía y arrojo de quienes se dedican a este arte de alto riesgo. No me queda la duda de que se juegan la vida. Los cuernos del toro matan y hay en la historia sucesos trágicos que lo prueban.
También vi llegar a los otros dos toreros que integrarían el programa dominical en el coso de Insurgentes Sur, en la inauguración de la temporada grande 2014-2015. Ni Morante ni Diego Silveti traían el mismo talante que el primero. Los noté esmerados en mostrar un semblante tranquilo, aparentar seguridad. Se percibe cuando alguien no trae su mejor actitud.
Casi estaba llena la plaza, poco más de 35 mil aficionados, partidarios de la fiesta brava, que por su número contrastaban con el reducido grupo que fue a gritar su inconformidad desde la calle, en defensa de los toros para que no sean maltratados. Doy por hecho que sus voces alzadas no llegaron hasta los oídos de los siete astados que entraron al ruedo.
Lo toros de Barralva ni se inmutaron, tampoco los toreros. No se dieron por enterados de esos gritos como tampoco los perturbó el ruido de los aviones que cada dos minutos partían el escenario desde el cielo azul, despejado. Es el trayecto que sigue las naves hacia al aeropuerto internacional.
Morante no tuvo una tarde afortunada, ni con el capote ni con la espada. Lo vi inseguro en sus dos primeros. En el tercero, el de regalo, ya no lo vi porque me avisaron que la grúa se llevaba mi auto. Según las crónicas, logró algunos destellos para beneplácito del público. Diego Silveti se quedó en el punto medio, nada extraordinario.
En cambio “El Payo” se lució y le dieron tres orejas, una por el primer toro y dos por el segundo.
Cuando se paseó en las narices del toro y se detuvo por uno instantes para retarlo, redondeó la faena de capotazos y muletazos que le había dado. Impresionante el “ole” de más de 30 mil voces.
Desde que llegó a la plaza, “El Payo” se veía y se sentía ganador y ganó.
La tarde de "El Payo"
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