Le dijeron que la computadora no tenía entrada para disco y, no lo pensó dos veces, decidió regresar a su casa por la memoria USB.
-¿Vives lejos?- preguntó una joven que ya se había acomodado en asiento de primera fila para ver el documental La Guerrera.
-Cerca- contestó, al tiempo que extendía su brazo izquierdo en dirección hacia la calle para reforzar su comentario de que su domicilio no estaba en la periferia de la ciudad de México sino próximo.
Mientras tanto, a comer palomitas por cortesía de esa casa del comercio etílico que se ubica en Insurgentes, a la altura de la colonia Roma, que se dedica no solo al negocio del alcohol sino también a la difusión de la cultura. La llamada pulquería Los Insurgentes.
Hasta ahí había llegado Paulina del Paso, la directora de la película, la hija del escritor Fernando del Paso. Simpática, con una chispa de sentido del humor que atribuye a su padre. Seguro debe ser así. Suena natural al decir ella que es la “hija de…”. No cualquiera puede serlo del autor de “Noticias del Imperio”.
Ese sentido del humor lo trae en la sangre. No podía ser de otra forma, es el aderezo de su filme, lo que hace reír por momentos a quienes asisten a la función. No burdo ni explícito, sino fino e implícito en la trama como cuando se ve a La Guerrera, a la peleadora Ana María Torres, agitar tímidamente su mano para saludar la marcha de un pelotón de militares en Corea del Norte. O cuando la campeona del box confiesa que a la única que le teme es a su madre, su principal crítica.
Es la historia de Ana María Torres en documental, esa chica de Neza, de Minnesota, de Nezahualcóyotl, quien a puro pulmón se hizo campeona del box, en México y en el mundo. Rostro endurecido por la vida y el deporte, es lo que se desprende del documental. Paulina, la directora, en los comentarios post filme y al responder preguntas, precisó que es una mujer dulce, muy dulce.
Me acordé de mi niñez cuando iba con mi papá a ver las peleas de campeonato en la casa y televisión de un amigo. Era lo mismo cada vez que estaba en juego un campeonato mundial. Botana y cerveza en la mesa. Queso, jamón, cacahuates. Refresco para los menores.
En ese tiempo era raro ver mujeres aficionadas al box. Mucho menos que se subieran al cuadrilátero a darse de golpes.
Hoy, en la adaptada cineteca la mayoría eran mujeres, con ánimo de ver en pantalla la vida de una boxeadora, relatada por un mujer que se declara con orgullo feminista.
Esta vez pedí una cerveza para acompañar las palomitas y ver “La Guerrera”. El camino a la fama. Es una historia que revela también el esfuerzo presupuestal para hacer el documental. Por estrategia fílmica y por economía Paulina durmió en la misma habitación que la protagonista en diversas ocasiones que viajaron al extranjero. Eran tres, Ana María, su pareja y entrenador llamado Roberto y la hija del famoso escritor.
Paulina dormía en el suelo.
Y desde el suelo, en la recamara, grabó e hizo que Ana María, recostada, de lado, hablara de su vida para la cámara.
Por ser una historia de éxito, hubiera preferido verla a todo color, la directora optó por hacer énfasis en los grises, en el blanco y negro. La recopilación de información es completa, la sustancia de la vida familiar y profesional de la peleadora. Los dos viajes a Corea del Norte, las dos peleas que pierde la Guerrera por la parcialidad de los jueces. Igual como sucede en el caso de los hombres, un mal del boxeo, hay lugares en donde solo se puede ganar por nocaut.
La directora se encargó de revelar veleidades de la campeona. Cambió de novio en el curso de la elaboración del filme. Ahora resulta que al anterior, su entrenador personal, nunca lo quiso. El nuevo tiene dinero y se atrevió a plantearle a Paulina:
-¿Cuánto por sacar a ese güey de la película?
No le contestó.
El güey se quedó en la película.
¿Cuánto por sacar a ese "güey"?
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