En la escuela de periodismo aprendí que cuando existe un tema controvertido lo justo es que se escuche a las partes involucradas, para equilibrar la información, porque de lo contrario se cae en la parcialidad y se corre el riesgo de cometer un grave error.
Lo peor es lanzar una imputación sin que se haya hecho una investigación como corresponde hacerla a quien se dice periodista. Lastima al periodismo y a quien difama.
Todavía más grave es que a sabiendas de que no investigó ni equilibró la información, haya empeño por sostener el infundio, al precio que sea, para tratar de que no se descubra la mentira y evitar caer en el ridículo.
Viste más reconocer que no se respetaron los cánones del periodismo y disculparse, porque nadie es perfecto y mucho menos dueño de la verdad. Es importante que esto se ventile para que las instituciones públicas lo valoren.
No se trata de juzgar la trayectoria de nadie, solo poner sobre la mesa un acto desatinado, falaz.
Para esta historia es oportuno reproducir una frase que siempre he apreciado de Abraham Lincoln, quien fuera presidente de los Estados Unidos de América de 1861 a 1865:
“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
Este es el caso, en una primera instancia la falsedad sorprendió a quienes la escucharon, hay algunos que siguen en el engaño, pero ya todo el mundo no se la traga ni acepta. Hay demasiados elementos, pruebas que contradicen lo supuesto.
Era obligado conocer la versión de la contraparte, procurar ahondar en una investigación, escuchar la voz de otros testigos, de mujeres y hombres a los que les constan los hechos, que no hablan de oídas.
Recuerdo que alguna vez en el ejercicio de la profesión, cuando yo trabajaba para El Universal, le comenté a Sara Lovera que su nota que había escrito para otro medio desvirtuaba lo dicho por un funcionario.
El comentario la enfureció.
Le resté importancia al incidente porque al final cada periodista es responsable de lo que escribe. Si fue imprecisa, el descrédito era para la misma periodista y para el medio que laboraba.
A Rogelio Hernández López lo conozco desde hace varios lustros. Riguroso en lo que le he leído. Recuerdo sobre todo su etapa en Excélsior, cuando este diario era el número uno de la ciudad de México.
Con él conversé el tema que hoy les cuento. Me reveló que Lovera le pidió que se sumara a una campaña en mi contra con el argumento de que existía una acusación.
Rogelio le hizo ver en primer lugar que soy periodista. Segundo, le sugirió que me escuchara antes de sacar conclusiones.
Ella decidió quedarse con una versión plagada de falacias.
Debe saber que no descansaré hasta que triunfe la verdad. He acreditado mi inocencia y ahora lucho porque se reconozca.
Sirva esta historia para que nadie más se deje sorprender por esta persona o se tome con reserva lo que divulgue.
Vergüenza periodística
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