Aunque parezca increíble escuché ronquidos en la sala de cine cuando en la pantalla se jugaba la vida el agente 007. Hasta el espía británico perdió la concentración y se cayó del tren.
El héroe de la película iba por la cascada en caída libre arrullado por los ronquidos. De plano otro espectador se levantó de su lugar a solicitar la ayuda de un empleado de Cinemex WTC para despertar al Morfeo chilango. Ofreció perdón el bello durmiente. No se enteró porqué Bond ya estaba inconsciente en el fondo de una laguna.
Pero eso no fue todo, otro individuo se quitó los zapatos y colocó sus extremidades inferiores sobre el respaldo. Del olor no les puedo decir nada porque lo tenía a distancia. Sus calcetines eran de color gris, como su conducta.
Uno más se la pasó consultando su celular, sin importarle que la luz de su aparato deslumbrara a los de atrás.
Bueno, en otro punto de la sala alguien olvidó apagar o poner en vibrador su teléfono. Sonaba como si fuera emergencia.
El colmo fue la tos intermitente de una mujer, tan ruidosa que urgía la visita pronta al médico. La señora nunca se salió. Tampoco nadie se lo pidió. Todos la aguantaron como el 007 resistió la espeluznante caída.
Y cuando James Bond apareció sin camisa en los brazos de su rescatista, no faltó el comentario envidioso y celoso de un varón, con un volumen para que escuchara el de la siguiente fila: "pinche güero desabrido”.
En esas condiciones, con tantas distracciones, fue un milagro que el súper agente terminara con vida y acabara con los malos.
Lo que les platicó no es ciencia ficción sino una realidad con la que quizás te has encontrado si vas regularmente al cine.
Eso de que la gente guarda silencio y se queda quieta cuando apagan las luces, para disfrutar mejor la película, ya no es regla.
El 007 amenazado por ronquidos
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